Antiespañolismo cañí

Perdonen la descarga de cinismo impúdico, pero yo estoy encantado con la bronca a cuenta del a esta hora ya celebérrimo programa de ETB 1. De hecho, creo que si no fuéramos tan tiquismiquis y postureros, veríamos esta presunta escandalera de diseño como parte del servicio público que le corresponde cumplir al ente.

Bromeo lo justo. Para empezar, parece haber descubierto, y más a los propios que a los ajenos, que en Euskal Herria tenemos ejemplares perfectamente homologables a los que gañanean en el hispanísimo Foro Coches. Modificando levemente la maldad de Josep Pla, siempre he sostenido que no hay nada más parecido a un antivasco desorejado que un antiespañol de caca, culo, pedo y pis. Son el yin y el yan perfecto, oigan, como se puede comprobar en las mendrugadas que se están arrojando los ofendidos y los ofensores. Que si levantar piedras, que si el flequillo cortado a hachazo, que si lengua que suena a serrería. Nivel de pozo séptico hasta en el insulto.

Otra gran virtud del espacio en la picota ha sido revelar la cara auténtica de ciertos ilustres locales. Algunos de los que aparecen mostrando su falta de respeto son de esos que suelen cantarnos las mañanas con la diversidad, la acogida y la convivencia con los diferentes. Y no pasen por alto a los que, conforme a lo absolutamente previsible, han salido en defensa cerril de los susodichos. Entre ellos tengo contados a varios —especialmente a uno— que se pasan la vida sermoneándonos sobre lo peligrosos e injustos que son los estereotipos.

Termino con algo en positivo: este antiespañolismo infantilón es un residuo ínfimo y da más pena que miedo.

La Democracia no mola

Apenas hemos cumplido una semana del Trumpazo, y ya podemos certificar que ha dado lugar a una especie de género literario propio. Con honrosas excepciones, la mayoría de las piezas consiste en un encadenado infinito de sapos y culebras, con el aderezo de barateros y contradictorios teoremas sobre las causas de la tragedia. En no pocos casos, las melonadas son de antología. Así, cierta individua echaba pestes del machismo estadounidense que imposibilitaba poner en la presidencia a una mujer dos tuits antes de afirmar que Bernie Sanders, que tiene pito, habría sido mejor candidato que Hillary Clinton.

En una línea similar de coherencia a la remanguillé, los plañidos en zig zag de no pocos conspicuos progresís. Abren la cháchara afirmando que la izquierda tiene que rescatar a sus votantes de las garras de la ultraderecha populista, y en el siguiente párrafo se lían a ciscarse en las muelas de la masa ignorante, insolidaria y fascistoide. “Analfabetos políticos que han incurrido en un acto de criminal irresponsabilidad”, los motejó el cid de la intelectualidad fetén, John Carlin.

Lo divertido o, según se mire, tremebundo es que buena parte de estas evacuaciones de superioridad moral no se paran ahí. Con la carrerilla cogida, pisan la línea de fondo imaginaria y dejan caer que la Democracia —nunca sé si poner la palabra en mayúscula o en minúscula— quizá no debería estar al alcance de todo el mundo. De momento, no lo dicen así, pero sí van sugiriendo con creciente desparpajo la necesidad de buscar el modo para que sobre los asuntos trascendentes —los que dicen ellos, claro— decidan solo los que saben.

Pues ganó Trump

Pues ganó Trump, y probablemente sea una desgracia inmensa, pero resulta descogorciante ver a tanto demócrata del copón y pico ciscándose en lo mal que vota el populacho. Estamos con la gente, con toda la gente, la buena gente… siempre y cuando echen la papeleta que corresponde. ¿Cuál? Vaya preguntita, la que señalan los dueños del camino, la verdad, la vida y, para no extendernos, la superioridad moral. Ese cabreo posturero es el de los trileros del rastro cuando los que están llamados a ser primos les descubren la bolita una, otra, y otra vez.

¿Y ahora qué? Je, menudo chiste es que los que nos están diciendo lo que va a pasar en lo sucesivo sean los profetas —analistas se bautizan a sí mismos— que no han sido capaces de olerse la que se venía. Era materialmente imposible que un bufón homófobo, machista y racista venciese a la candidata apoyada por todos los medios de comunicación de postín, las corporaciones económicas más poderosas y, en general, los apóstoles del bien pensar. Toma planchazo.

Para nota, por cierto, esa recua de santurrones del género y la multiculturalidad que ahora echan pestes de las mujeres —“¡Son las peores!”— y los inmigrantes de varias etnias —“¡Se merecen lo malo que les pase!”— que han respaldado al fantoche multimillonario en un porcentaje nada desdeñable. ¿Cómo es que eligen a un tipejo que las y los insulta de ese modo tan grosero? Quizá porque se sienten todavía peor tratados por quienes, además de tener las santas narices de hablar en su nombre, los arrumban de escoria inculta.

¡Ah! Y por el estabilishment no sufran. Si se llama así es por algo. Jamás sale derrotado.

Sí vale todo

Yo tampoco sé a qué vino el gesto de Pedro Sánchez después de saludar a una mujer negra. No fue, desde luego, estético. A primera vista, sí parece que se limpia la mano que le acaban de estrechar. Sin embargo, salvo que sea a base de echarle toneladas de mala fe, cuesta trabajo interpretarlo como una muestra de racismo. Al margen de la opinión que se tenga del secretario general del PSOE, nada en su trayectoria conocida invita a pensar que derrote por ahí.

Ocurre que a una semana de las elecciones no cabe el beneficio de la duda. No hay rival que se resista a meter el morro en tal merengue relleno de demagogia facilona. Y ahí se fueron a degüello Podemos y el PP, componiendo esa perfecta pinza que tanto les cabrea que les nombren, a retratar a Sánchez poco menos que como miembro del Ku Klux Klan.
La dolida respuesta de las huestes socialistas fue de carril. Se lanzaron a las mismas redes sociales donde se vituperaba a su candidato a rasgarse las vestiduras al grito de “¡No todo vale!”. Seguramente, razón no les faltaba. Otra cosa es lo fácil que resulta imaginar lo que habría ocurrido si el protagonista del vídeo viral hubiera sido, pongamos, Mariano Rajoy. Ahí sobrarían las minucias. El linchamiento habría marcado época y, desde luego, en primera fila de acollejamiento tendríamos a los compañeros del actual saco de las hostias… si no a él mismo.

Moraleja: por desgracia, sí vale todo. En la política actual en general y en el fragor de la contienda electoral en particular. Hace ya mucho tiempo que dejó de haber límites. Es un juego comúnmente aceptado. Y lo peor, con el que nadie quiere terminar.

‘Nuestra’ culpa

Desconozco los plazos de expedición al paraíso musulmán, pero si la efectividad es pareja a la de los métodos de los santurrones para el matarile, a esta hora es probable que los hermanos asesinos (seguro que en progresí hay un término menos rudo) de Bruselas anden retozando con las huríes a todo trapo. Entre polvo y polvo, Khalid puede guiñar un ojo a Ibrahim, y viceversa, con la satisfacción del sangriento deber cumplido y, de propina, el despendole de comprobar que su matanza es justificada —uy, perdón; contextualizada quería decir— con denuedo por lo más granando del pensamiento avanzado europeo.

Algún día alguien subvencionará una investigación sobre la paradoja que supone que los más comecuras y requetelaicos a este lado del Volga sean también los más encendidos defensores de una teocracia reaccionaria y criminal. Y ya para nota con doble tirabuzón, que además sean los campeones mundiales de la culpa judeocristiana y acaben echándose a la chepa la responsabilidad única de cualquier injusticia. Me corrijo: si bien usan frenéticamente la primera persona del plural, también han conseguido el prodigio gramatical de librarse de la parte chunga de ese Nosotros. Así, cuando braman que la masacre de la capital belga es el justiprecio de “las guerras que hemos provocado en su territorio”, la respuesta al “modo inhumano en que tratamos a los refugiados” o, por no extenderme, la contrapartida por “el trato cruel que damos al pueblo palestino”, se refieren a todos menos ellos y ellas. Claro que es todavía peor que de verdad piensen que merecemos ser eliminados uno a uno. Salvo sus mendas, faltaría más.

Bruselas y las que vendrán

Quitar la bandera europea en señal de protesta de tal cosa. Ponerla tres cuartos de hora después a media asta como expresión de dolor por tal otra. Qué preciso retrato de los niños grandes que somos. Creemos —y además a pies juntillas, sin posibilidad de réplica— que nuestros deseos son órdenes para la realidad, que basta cerrar los ojos y desearlo muy fuerte para que los males se desvanezcan y alupé, alupé, sentadita me quedé.

Más de 30 muertos, doscientos y muchos heridos, la capital de la (malhadada) Unión Europea en estado de sitio, y las almas puras se echan a Twitter a pedir “a pray for Belgium”. Hay que joderse, una oración como respuesta a la enésima carnicería cometida por tipos que rezan y rezan hasta tener agujetas en las neuronas. Esa es otra, porque la inmediata providencia de los cabestros de la superioridad moral es conminarnos a no caer en la islamofobia, mandato que delata, depende de los casos, ceguera voluntaria o conciencia del agua que lleva el río que suena.

De absolutamente nada sirve tratar de explicar que esta masacre es un profundo y despreciable acto de intolerancia religiosa contra quienes profesan otras creencias o —los más odiados— aquellos que no tienen ninguna. En el mismo viaje, es una manifestación de un racismo inconmensurable. Ocurre que como las procedencias y los colores de piel están invertidos respecto al canon, los cándidos silban a la vía sus aleluyas de buen rollo o sus regañinas destempladas a los que se atreven a insinuar, como aquí el arribafirmante, que el rey va desnudo. Lo más triste es que estas líneas servirán para la próxima. Porque la habrá.

El juego de la violación

Silencio, se viola. Absténganse de incomodar, moralistas de tres al cuarto, tocanarices con escrúpulos y demás melindrosos. ¿No ven que se trata de un simple juego? En concreto, el de la violación, o en lengua vernácula, Taharrush gameâ. Verán qué divertido. Se localiza una mujer en medio de una multitud, preferentemente de noche, aunque tampoco es imprescindible. Pueden ser dos, tres, incluso cuatro. Total, siempre habrá superioridad numérica por la parte agresora, que se dispondrá en tres círculos alrededor de la presa o las presas. En el primero, los violadores; en el segundo, los mirones y jaleadores; en el tercero, los guardamokordos, que expulsan a hostias a cualquiera que intente interponerse. Para la siguiente víctima, se cambian las posiciones.

Y así, hasta que el cuerpo aguante, que la madrugada es joven y la impunidad, prácticamente absoluta. Bueno, mejor que eso: una parte considerable de aquellos ¡y aquellas! que en otras circunstancias sacan la pancarta más gorda a paseo se transmutan en imitadores del tristemente célebre juez de la minifalda. La culpa es de ellas, que van pidiendo guerra, proclaman unos (¡y unas!). Son denuncias falsas, porfían otros (¡y otras!). Hay que saber mantener un brazo de distancia, aporta la audaz alcaldesa de uno de los lugares donde ha ocurrido la infamia. Y como resumen y corolario de esta nauseabunda complicidad, los (¡y las!) adalides del discurso de género más contundente se ponen como hidras para dejar claro que lo grave no son los abusos sexuales, sino el malintencionado tratamiento mediático. Ni se imaginan cuánto me gustaría estar exagerando.