Viva el rey… y sus trucos

No nos habría sorprendido tanto el discurso del martes (3 de octubre de 2017, tras los sucesos de Cataluña) si hubiésemos tenido presentes las advertencias que desde siglos atrás nos mostraba la rica lengua castellana. Expresiones como «vivir a cuerpo de rey» o, sin más, «vivir como un rey» ya nos dejaban a las claras que el que teníamos enfrente era otro desmelenado practicante del baile a lo suelto, un especialista en zumbarle al mango de la vida sin cortarse ni media, en planear los cielos como zángano de abeja reina. Por eso nos pilló en bragas.

A mí, por ejemplo, aquel discurso del vástago del (del) Bribón me jodió la noche. Porque le daba vueltas a la almohada pensando que tiene bemoles que un pájaro así, salido en una especie de truco de magia, desde el fondo de una chistera, alguien que representa como nadie el paradigma del parasitismo y holgazanería nacional, venga a levantar la voz a la sociedad que acaba de ser vapuleada por querer dar su opinión. Para más inri, pacíficamente y con unas urnas que tuvo que proteger con sus cuerpos como si fuesen la misma vida. Esgrimiendo Su Alteza la Gran Bajeza de mostrar un dedo acusador y nada conciliador a sus súbditos, en un día de tensión extrema como fue. En una arenga en la que, una y otra vez, esputó sobre los micros la palabra «inaceptable«. En tono serio y amenazante. Sin cortarse ni media. Porque digo yo, dándole una vuelta, que…

Inaceptable es ser un personaje que lucha contra cualquier referéndum porque tiene miedo que el siguiente pregunte sobre él. Porque si existe algo abochornante en esta sociedad moderna es su nombramiento por méritos genéticos y nada más. En aplicación del artículo recogido en la Carta Magna de «por sus Santos Cojones» [los (del) del Bribón, claro: sucesión genética], nunca mejor dicho, sin que nadie haya podido opinar ni elegir nada. Cojones que hay que tenerlos bien puestos para, siendo lo que es como es, no ruborizarse al decirnos que era inaceptable lo de poner urnas en colegios…

También en la insomne noche me pareció inaceptable que, en otro truco de ilusionismo, hiciese esfumarse a su hermana en la misma chistera, nombre que digo yo que vendrá de «chiste». Mujer invisible desde entonces, dejando a todo un país boquiabierto por lo habilidoso y sorprendente del truco a manos del rey mago, ese que viaja sin camello ni regalos. Porque consiguió de un solo movimiento escamotear a ella y a todo el clan, para que pudiesen gozar en casita de todo lo desplumado al bien común. A manos llenas. Eso sí, sin que se haya devuelto ni un duro del expolio. Y levantaba el dedo mientras nos bendecía, marcándonos la línea entre lo que era decencia y lo que no…

Todo ello –seguía yo pensando mientras pasaban las horas– desarrollado en un contexto inaceptable, en el que puede considerarse a su santa madre como la mayor cornuda documentada en la historia de España y probablemente del mundo, siempre ateniéndonos al reciente libro ‘El rey de las 5.000 amantes’ [Amadeo Martínez Inglés. Chiado Editorial] cuyos datos –precisos, con señales y sobre todo pelos– de momento nadie ha desmentido. Porque seguramente sean «reales».

Y digo yo que, una vez tocado el tema de la regia vaina, podría empezar Felipe por barrer su casa y, antes de lanzar amenazas a los demás, predicar con el ejemplo y quitarle la asignación a su padre por indecente, por hacer mal uso del dinero común y por mal ejemplo «moral» para la sociedad y la marca España.

Porque, ni corto ni perezoso, sin una brizna de vergüenza, sigue generando escándalos aún hoy en día, paseándose en público con sus siempre nuevas amantes. Bebiendo «champagne campechano», a escote entre todos y en el escote de todas, que de perversiones sabe un poco. Alguien que frente a las mismas astas de su esposa dispuso en los jardines de la Zarzuela una edificación para follarse a su amiga Corina, dándole una y otra vez al orgasmo fingido, a pesar del «lo siento, no volverá a ocurrir«. Y el dinero de todos, allí, huérfano y triste como una estrella sin noche.

Así es que reprimendas al personal, ni una, chavalote. Sólo falta que encima te nos chotees hablándonos de moral, decencia y malversación de fondos públicos al resto de los humanos. A los normales. Que bastante hemos tenido con escucharte hasta el final: te hemos calado los trucos…