Mercado de Santo Tomás y tres de Laudio

Al igual que en otros muchos pueblos de Bizkaia (no es un lapsus), también en Laudio era costumbre abonar la renta anual del caserío el 21 de diciembre, festividad de Santo Tomás. Para ello, aquellos baserritarras inquilinos, solían bajar a Bilbao pues era allí donde normalmente vivían las acaudaladas familias, propietarias de muchas de esas edificaciones. Llevaban capones y/u otros productos del caserío para complementar el aporte monetario.

Y, aprovechando aquella incursión en la ciudad, llevaban otros productos a modo de vendeja.

A la bonita estampa hay que sumar que, en las décadas a caballo entre el XIX y el XX se daba en Bilbao un pintoresco mestizaje entre la cultura urbana, moderna y floreciente de la belle époque bilbaína y el vistoso mundo rural, muy condicionado por la tradición y el inmovilismo promulgado desde las esferas ideológicas y políticas.

Mercado de Santo Tomás en la plaza Vieja, junto a San Antón. Cinco años después se comenzaría a celebrar en la Plaza Nueva

Y ahí es cuando aparecen tres personajes, amigos entre sí, que compartieron sus vidas entre Bilbao y Laudio. Siendo como soy oriundo de este municipio, barro para casa a la hora de ubicar a estos tres populares artistas.

FELIX GARCI-ARCELLUZ (1869-1920). Se trata de un polifacético personaje bilbaíno que, durante muchos años, vivió en Laudio, en una casona que ya no existe, frente a la iglesia, en uno de los lugares más relevantes de la población.

A él debemos, entre otros muchos más méritos (en especial los relatos costumbristas de Klin-Klon), que el mercado de Santo Tomás se celebre desde 1915 en la Plaza Nueva, de un modo más organizado, funcional e higiénico. El anterior, más improvisado y popular, se llevaba a cabo en la Plaza Vieja, en las proximidades del puente de San Antón.

JOSÉ ARRUE (1885-1977). Ya para el año siguiente, el sagaz pintor abandotarra José Arrue había hecho un cuadro reflejando el mercado organizado por su íntimo amigo Félix. Años más tarde (1952), lo reeditaría para ser una de las láminas promocionales de los célebres calendarios encargados por el empresario Arcadio Corcuera. Posteriormente hizo más dibujos con la temática de este pintoresco mercado navideño. También José Arrue, nacido en Abando, pasó la mayor parte de su vida en Laudio, donde falleció, está enterrado y es un personaje muy querido.

Baserritarras, supestamente de Orozko, cogiendo el tren en Areta (Laudio) para acudir a Bilbao con los productos del mercado. Estación de Areta, de José Arrue.

RUPERTO URQUIJO (1885-1977). Ruperto recorrió el camino contrario a los anteriores ya que, siendo nacido y oriundo de Laudio, ya de muy joven fue a Bilbao a trabajar como ebanista y allí vivió hasta que regresó definitivamente a Laudio en 1925, es decir, cuando contaba con 50 años. Es conocido sobre todo por el zortziko Lusiano y Clara (1915) que, posteriormente, Luis Aranburu lo haría famoso convertido en la canción «En el monte Gorbea».

Allí, en los círculos de la cultura bilbaínos, conoció a Felix Garci-Arcellus y a José Arrue por lo que es normal que, en muchas ocasiones, veamos canciones, dibujos o relatos de uno y otro entrelazadas entre sí. A los tres les apasionaba lo mismo: reflejar aquel mundo rural idílico, tan identitario como país, y que desgraciadamente se desvanecía frente a los tiempos modernos.

Regreso del mercado. Día de Santo Tomás de José Arrue





Santa Cruz de Gardea

Hoy, 3 de mayo, se celebra la Santa Cruz. Se trata en realidad del supuesto descubrimiento de los restos de la cruz en la que se ejecutó a Jesús, en la primera intervención arqueológica de la historia. Puedes leer la historia, con cierto tono de humor y sorna pinchando aquí: Santa Helena, cada día más buena.

Y es que Santa Elena (o Helena) tendrá que ver mucho en la historia de la ermita, advocada a Santa Cruz o a Santa Elena, que a continuación vamos a desgranar. Son notas rápidas y sueltas sobre la historia de una humilde ermita, desde hace más de medio siglo desacralizada, pero que sigue siendo un símbolo de identidad para todo el pueblo de Laudio y más si cabe para su pintoresco barrio de Gardea. Así es que vamos a por ello, que la fecha lo merece.

Se cree que es en el entorno de la actual ermita de Santa Cruz en donde se articuló la primera comunidad aldeana que dio origen a Gardea en la Edad Media. Lo sabemos gracias a un documento testamentario fechado en el año 964 por el que los hermanos Jimeno y Marina donaron al monasterio de San Esteban de Salcedo la propiedad y derechos de su monasterio “San Víctor y Santiago, con sus tierras, viñas, molinos, manzanales y pertenencias» [el original en latín] en el lugar llamado Gardea.

Es la primera cita histórica conocida del barrio y del municipio de Llodio y, por su antigüedad, podemos suponer que es en torno al pequeño templo en donde se gestó aquella pequeña población altomedieval.

Aspecto que muestra hoy mismo el edificio de la antigua ermita, rehabilitado hace unos años.

Podríamos suponer asimismo que, como suele ser habitual, las diferentes edificaciones religiosas que han existido a través del tiempo, con sus diversas advocaciones, ocuparon el mismo lugar, superponiéndose una sobre otra. Así es que solo una intervención arqueológica podría arrojar más luz sobre el origen incierto del lugar y sobre la potencialidad para la historia de ese enclave, sin duda una operación de gran interés estratégico para el municipio.

Fuera de esas especulaciones y retornando al edificio que nos ocupa, queremos de nuevo suponer que en 1564 ya existía, pues se cita como testigo de un bautizo a «Urtuño, fraile de Santa Cruz«. Y decimos que suponemos pues con esa advocación no la documentaremos hasta mucho más tarde: en el año 1818, según el Catálogo Monumental. Diócesis de Vitoria (Tomo VI. Micaela Portilla, 1988). Por la información que citamos a continuación, bien pudiera ser que la advocación de la Santa Cruz fuese secundaria o, probablemente, compartida.

Efectivamente, con anterioridad a esa fecha de 1818, se cita siempre en la documentación como «la ermita de Santa Elena» por la figura que presidía el retablo. Pero de una estética tan medieval y arcaizante que, en una visita, el obispo ordenó que se retirase, destruyese y enterrase la «efigie de Santa Elena colocada en el altar mayor de la ermita de su título, por la ridiculez en la que se halla» (1791).

Se trataría una imagen gótica o, más probablemente, románica, una estética que detestaban las autoridades eclesiásticas del XVIII: es muy corriente que las manden destruir por resultarles irreverentes y ridículas. Pero ello a su vez nos habla de la antigüedad del templo originario, medieval. En 1792 ya constatamos el pago al escultor Manuel de Acebedo por una nueva imagen de Santa Elena, más acorde con los gustos estéticos del barroco. Como veremos más abajo, cuatro décadas atrás se había remozado todo el templo y quizá no se consideraría digna de él la imagen antigua, de aspecto arcaizante: todo debía ser modernidad en aquel Siglo de las Luces.

Antigua imagen de la ermita publicada por Mª Josefa Ochoa en su obra Estudio geográfico del Valle de Llodio (1965)

Respecto a la doble advocación, cabe recordar que según la hagiografía cristiana y como hemos citado al inicio de este post, se le atribuye a Santa Elena la “invención” de la Santa Cruz, es decir, su hallazgo, en la primera cita histórica de una excavación arqueológica, por lo que podríamos estar hablando de lo mismo y hacer compatibles y coetáneos los cultos a Santa Elena y a la Santa Cruz en dicha ermita, quizá representando en la talla que presidía el altar a la santa portando una cruz.

El emplazamiento de la ermita, aprovechando un rellano a media ladera, también nos apunta a una génesis en el Medioevo. Cuesta rememorar aquel paisaje que nos llegó casi intacto hasta no hace tanto, ya que, según contaban los mayores que colaboraron en el proyecto Recuperación de la Memoria Colectiva de Laudio / Llodio (Fundación Amalur, 2007), la ermita se encontraba junto a una estrada que partía desde la torre y ferrería de Katuxa y que en la ermita se dividía en dos opciones para avanzar hacia Santa Marina o hacia Kukutza (Elorritxugana). Hoy, pegante a un polígono industrial, tiene ya imperceptibles aquellos encantos y caminos que la engalanaban en otros tiempos.

También sabemos gracias a la documentación (aportada principalmente por Micaela Portilla en el Catálogo de la Diócesis de Vitoria, 1988) que la ermita contaba con diversas propiedades como era habitual, para ayudar a su mantenimiento. Constaba de una casa para la fraila o serora, unas heredades para sembrar trigo, nogales, castañares y otros diversos árboles (1705).

Aquel bucólico entorno se complementaba con una fuente ferruginosa de gran aprecio por parte de los lugareños —hoy desaparecida tras las obras de circunvalación— y allí se llevaba a cabo una afamada romería, fiesta de la que tenemos constancia documental desde 1748 pues se contrata “un músico tamborilero” —txistulari— para la ocasión. Mi madre (n. 1941) recuerda desde la lejanía de su infancia cómo aquella fiesta a la que la llevaba de la mano su abuela Bernaba (n. 1878) era muy llamativa por la misa que se hacía, grandilocuente, cantada a muchas voces perfectamente armonizadas así como por la romería posterior.

Ermita en 2006, en plena decadencia y deterioro.

INTERVENCIONES EN EL EDIFICIO. La primera referencia a unas obras la encontramos en 1716, con el edificio en estado de gran deterioro, y que obliga a una reparación de cantería en la “portalada della parte de la calzada”.

Unas décadas después, en 1752, se daba cuenta del estado ruinoso del tejado en la parte del coro, con gran peligro de derrumbe. Achacaban los problemas a una torre del templo situada en el oeste del edificio y que, sin ser necesaria, era la causa de la ruina del conjunto.

Así, se acometió la restauración y remodelación íntegra del edificio, con el derribo de la torre campanario y la construcción de la espadaña que todos conocemos, tan característica de esta ermita.

EL ABANDONO. Pero llegaron los tiempos modernos y la ermita se abandonó y comenzó su degradación tras construirse una iglesia de nueva planta en la carretera principal (1957), esta vez con rango de parroquia para poder adecuarse a las nuevas necesidades demográficas provocadas por la industrialización del Valle. Fue en el año 1957 y el trasvase se simbolizó con el traslado de las dos campanas de la vieja ermita —que a su vez procedía(n) de la antigua ermita de San Roque— a la nueva parroquia, así como las reliquias encastradas en un óculo del altar, un lignum crucis, es decir, un fragmento de madera de la supuesta cruz en la que falleció martirizado Jesús.

El traslado se hizo con todo el boato que la ocasión merecía. Cuenta el lugareño Manolo Luja, que lo presenció con sus mismos ojos, que las campanas iban sobre un carro tirado por una yunta de bueyes. Las acompañaban otros enseres y las tallas de los santos, embutidos en unos sacos y sujetos dentro de un cesto grande, para que no sufriesen mucho con aquel cansino traqueteo que los mudaba para siempre hacia aquella nueva casa de Dios.

Desde aquel día, nuestra ermita permanece desacralizada. Pero nadie pareció añorar el pasado perdido, especialmente los vecinos de los barrios alejados como Olarte o Izardui, que sufrían bajando cada domingo y festividad desde aquellas montañas para recibir el servicio espiritual o para trasladar sobre sus hombros los cadáveres hasta la parroquia central de Lamuza. «Los anderos, los pobres, llegaban reventados» recuerda mi madre. Con esta nueva parroquia a mitad de camino respiraron aliviados por la comodidad que les aportaba.

Imagen de la nueva parroquia en el fondo del valle, que supuso el abandono de la ermita tradicional. Foto de Luis Dabouza para la obra, antes citada, Estudio geográfico del Valle de Llodio (1965)

Así, en aquel ambiente de olvido que parecía convenir a todas las partes, aquella edificación fue paulatinamente degradándose, acabando con un uso como almacén de paja y otros enseres. Hasta que, gracias a la iniciativa vecinal de algunos entusiastas del barrio, se actuó para recuperar el edificio. También la romería se reactivó en 2011 y el antiguo templo se sometió a una rehabilitación en 2018 para evitar su ruina definitiva.

Hasta que llego la Covid y, por segundo año consecutivo, nos ha dejado sin romería en el día de hoy. Pero, a mí al menos, poco me importa el presente del lugar y mucho su futuro. Esperemos que le persiga una próspera popularidad entre las generaciones venideras y que la arqueología, en honor a Santa Elena, nos permita desvelar cuanto antes sus secretos más íntimos y ocultos.

LAUDIOKO BERBAK / Palabras de Llodio

Aquí tenéis un humilde regalo, fruto de alguna que otra hora de entrañables conversaciones: el libro, para que podáis descargarlo, usarlo y difundirlo. Eso sí, sed elegantes y citad siempre la fuente.

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[EUSK] Abenduaren 22an, Eguberrien atarian geundela, «Laudioko berbak/Palabras de Llodio» liburua aurkeztu zen. Eta bertan aurreratu zen liburuaren bertsio digitala nahi zuenaren eskura jarriko zela udalaren webgunean. Horretarako laudioarrentzat data esanguratsua den bat hautatu zen, Dolumin Barikua, eskualdeko nekazari eta abeltzaintza azoka, herriko jai egun handia.

Bestalde, nahiz eta jende gehienak liburuaren paperezko alea jaso badu ere, beti eskatu ahal izango da, edizio digitalaren eskaintzarekin bat eginda.

Euskarri digitalari dagokionez, liburuaren bigarren edizio bat ere atontzen ari dira, bertsio digitalean soilik eskainiko dena eta, jasotako ekarpenei esker, lehenengoa handitu eta biribilduko duena. Horrela, berba-bilduma bitxi hau burutu egingo da. Eta denbora igaro ahala, etorkizuneko belaunaldientzat benetako altxor bihurtuko da. Izan ere, harriduraz eta miresmenaz irakurriko dituzte 2020. urte inguruan oraindik erabiltzen ziren hitz bitxi horiek, berezko nortasun-ikur diren euren herria identifikatzeko: Laudio.

Liburuaren bertsio digitala (bai lehenengo ediziokoa, bai hurrengo bigarren edizio handitua) ikusi edo deskargatu ahal izango duzu esteka honetan sakatuta:

http://www.laudio.eus/eu/herritarrak/beste-argitalpenak/laudioko-berbak


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DISPONIBLE LA VERSIÓN DIGITAL DEL LIBRO “LAUDIOKO BERBAK / PALABRAS DE LLODIO”

[CAST] Cuando 22 de diciembre, a las puertas de la Navidad, se presentó el libro “Laudioko berbak / Palabras de Llodio” ya se adelantó que la versión digital del libro se pondría a disposición de quien la quisiese en la web municipal. Para ello se eligió una fecha emblemática para los laudioarras, el Viernes de Dolores, feria agrícola ganadera comarcal, gran día de fiesta en el pueblo.

Por otra parte, a pesar de que la mayoría de la gente ya ha recogido su ejemplar en papel, en todo momento podrá solicitarse, al margen de exista la edición digital.

Respecto a esta última, se está perfilando una segunda edición del libro, que solo se ofrecerá en versión digital, y que aumentará y redondeará más la primera, gracias a las diversas aportaciones recibidas. De ese modo, se culminará esta precisa recopilación que, pasado el tiempo, se convertirá en un verdadero tesoro para las generaciones del futuro. Porque gozarán, entre la sorpresa y la admiración, de aquellas curiosas palabras que se usaban aún en torno a 2020 y que son una inherente seña identitaria de su pueblo: Llodio.

La versión digital del libro (tanto de la primera edición como de la segunda aumentada) la podrás ver o descargar pinchando en el siguiente enlace:

http://www.laudio.eus/es/otras-publicaciones/palabras-de-llodio

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Por qué tenemos un San Antonio en Laudio

Era un enclave tan desamparado que lo denominaron Ermu en euskera y Yermo en castellano. Es decir, ‘deshabitado’. Porque aquellas altas laderas que se descuelgan del monte Kamaraka han sido desde siempre un lugar idóneo para la soledad.

Choca por ello que allí se encuentre tan impactante conjunto monumental, compuesto por un santuario de origen medieval dedicado a Santa María y unas posteriores ermitas de Santa Lucía —que es como popularmente se conoce el lugar— y otra conocida como «de San Antonio» aunque su advocación principal sea la de Santa Apolonia. Es de esta tercera edificación y las motivaciones de su existencia de las que queremos hablar. Tanto desde la información fehaciente como, a falta de más datos, desde la mera especulación.

San Antonio, cuya romería del 13 de junio esperaban con ansia los laudioarras , era la que sentían como la más local e íntima, frente a la de Santa Lucía conocida como «la romería de los vizcaínos», muy enjuiciada en la moralidad local, y el comportamiento de aquella avalancha especialmente de romeros bilbaínos.

Ermita humilladero de San Antonio (Santa Apolonia), junto a un cruce de caminos, a los que daba servicio espiritual

HUMILLADERO Y NO ERMITA. En realidad el templete de Santa Apolonia / San Antonio no es una ermita sino un híbrido entre ermita limosnera y humilladero, denominadas santutxu en euskera, por su función secundaria. Son edificaciones religiosas, muy características del barroco vasco —siglos XVII-XVIII— y, simplificándolo, su función es la de dar un servicio espiritual de «24 horas / 365 días» al transeúnte, sin necesidad de estar atendida por nadie. Por ello están abiertas, para permitir el ocasional rezo devocional, pero a su vez protegidas por característicos enrejados o balaustradas. Solían ubicarse en las entradas a las poblaciones importantes o, como es nuestro caso, previos al acceso a un gran santuario.

Allí el romero y peregrino se humillaba —de ahí su nombre humilladero— y pedía perdón por sus pecados, para entrar en el mayor grado de pureza posible al santuario mayor o principal. Ayudaba asimismo en la limpieza del alma el depositar alguna limosna, otra de las características de estos edificios.

En la práctica, el contar con humilladeros en los caminos o calzadas que accedían a los santuarios, daban a estos últimos mayor distinción, relevancia y categoría. Y también ingresos económicos, no lo olvidemos: el insert coin de toda la vida…

Por eso, todo santuario que tuviese alguna pretensión, debía contar con un humilladero. En el caso del de Laudio, se elige el cruce de caminos que, provenientes de Bilbao o de Laudio, acceden al templo principal de Santa María, 300 metros más adelante.

Humilladero de San Antonio del Yermo (Laudio), con sus llamativos muros de cuidada sillería. En la parte inferior del arranque del muro, junto al suelo, se muestra la supuesta pisada mariana en un rebaje en la pared.

LA MOLESTA CREENCIA DE LA PISADA. El barroco fue, como sabemos, un período en el que el exceso en la recarga de adornos presidía todos los ámbitos de la vida. También el de las creencias populares, rebuscadas en sus puestas en escena.

Así, existía en un lugar del Santuario de Santa María una peña con una oquedad en la que el vulgo pretendía ver una pisada de la mismísima Virgen María. Y, como en otros muchos lugares de nuestro país sucede (J. M. Barandiaran 1924 y A. Erkoreka, 1995), en torno a ella se desarrollaron unos rituales y creencias que, paulatinamente, se alejaban de las atribuciones milagrosas del entorno basadas en la fe, para caer en la simple superstición.

Estaba aquella marca en la roca protegida por una reja que quizá daba más realce a aquel elemento que, desde los estamentos religiosos, no merecía aprobación. En cualquier caso, desviaba tanto la atención de los fieles, más pendientes de los milagros obrados por aquella piedra que de los de la Virgen, que el clero se vio desbordado. Por ello, en una visita obispal de 1723, con cierto enojo frente a lo que sus ojos presencian, se ordena tajantemente —adecuadas las citas documentales a la grafía actual— «que se cierre a cal y canto la reja de la pisada» por irreverente y ofensiva frente al credo cristiano. Relata cómo se le ha informado de que «hay abuso de venerar la pisada que llaman de Nuestra Señora, que se halla en una esquina de ella junto al suelo, por la parte de fuera, en que está puesta una rejita y a donde los hombres y mujeres suelen llevar agua en la boca y la echan allí, creyendo vana y supersticiosamente conseguir el remedio de sus enfermedades».

Por ello, «deseando su Ilustrísima desterrar tan intolerable error, mande se quite la dicha reja por el cura de dicha iglesia y se cierre el dicho sitio con piedra y cal y, así hecho, ninguna persona lo quite ni lleve agua so pena de excomunión».

Roca con la supuesta huella de la Virgen que se desplazó desde el santuario de Santa María al exterior de la ermita-humilladero, por considerarse indigna y ofensiva a la fe

Pero aquella orden jerárquica generaría más de una duda incluso en el clero local que no vería con tan malos ojos aquellas supercherías que, se quisiera o no, acercaban fieles y riquezas al templo. Así es que, hecha la ley, hecha la trampa. Y se decide extraer aquella peña con la oquedad que se interpreta con una huella mariana, y alejarla del templo principal para incrustarla en unas condiciones similares, en el nuevo templo de San Antonio que se habría de edificar como humilladero. Así, el nuevo edificio vería reforzada su acogida popular —no perdamos de vista los codiciados ingresos de las limosnas— y el santuario principal alejaría la indigna superstición pagana, a la vez que los fieles no se verían defraudados en sus arraigadas creencias populares.

LOS OTROS RITUALES DEL TEMPLO. Desde entonces y hasta nuestros recuerdos de infancia —no creo que haya nadie que lo practique en la actualidad— era costumbre llevar tres veces la boca llena de agua para depositarla en la huella de la Virgen en el humilladero de San Antonio. Con ello se prevenía el dolor de dientes, colmillos y muelas durante todo el año. El agua se tomaba en la fuente que mana del muro de la ermita de Santa Lucía o de una fuentecilla, más cercana, en la parte inferior de la carretera actual.

Bloque desgastado por el roce en el exterior del templo. Quizá por ser el primer elemento «santificado» que encontraban los romeros que subían desde Laudio

Del mismo modo, por impregnarse del halo de santidad que emanaba el lugar y con la intención de que la buena suerte les acompañase durante el año siguiente, muchos romeros tocaban con su mano uno de los bloques angulares de la edificación, en donde es apreciable su desgaste. Me gustaría pensar que sería un ritual practicado por los fieles provenientes de Laudio que, tras ascender las duras pendientes, accedían al primer punto físico del conjunto monumental, en donde depositaban sus creencias y esperanzas. Este rito de frotar la primera piedra no es practicado en la actualidad y su recuerdo se limita a los vecinos más mayores del lugar.

También la huella de la Virgen ha sido usada para introducir en ella el pie descalzo. Así se pedía novio o novia, sin duda una réplica de las atribuciones milagrosas de los dos San Antonios de Urkiola y que flanquean en el santutxu o humilladero a la titular, Santa Apolonia.

Así, el templo con diferencia más humilde de la «trilogía» monumental del lugar es el que se convierte en el principal referente milagrero, en donde la población vuelca su necesidad innata de dar rienda suelta a las rebuscadas supersticiones populares que le parecen más efectivas, tangibles y cercanas que la fe cristiana propiamente dicha.

El templecillo se construyó por tanto en el XVIII, con seguridad aprovechando la bondad económica del momento y las obras de ampliaciones y renovaciones en el santuario principal, y de reparación de su torre-campanario. Su construcción está realizada en sillería de gran calidad, algo que llama la atención, por no ser habitual como técnica constructiva en este tipo de templos que se consideran secundarios. También las tallas de Santa Apolonia y de San Antonio Abad y San Antonio de Padua son del momento, del XVIII, quizá coetáneas del encargo la elaboración de nuevos retablos para el santuario.

El arraigo del culto al templete debió ser grande, ya que incluso se crea una pujante cofradía en su honor que, junto a la que honra a San Roque en el fondo del valle hacen las delicias de los fieles. Incluso el vino que ha de suministrar el ayuntamiento cuenta con exenciones fiscales en el día de su honrosa romería, a la que acudían obligadamente las autoridades. De ese modo, tanto el alma como el cuerpo encontraban la gloria allí arriba cada 13 de junio.

Una posible ubicación para la pisada mariana original, en la base del pórtico, de diferente y menos cuidadosa etapa constructiva en un lugar en el que se observan diversas oquedad similares en la roca madre. Aunque no deja de ser una mera especulación personal, sin nada que lo sustente al margen de la intuición, sí sabemos que justo cuando se manda arrancar y deportar la pisada (1723), el cantero de Llanteno Juan de Aguirre realizó, entre otras obras, un estribo nuevo en la iglesia principal del santuario.

¿POR QUÉ SANTA APOLONIA Y LOS SANTOS ANTONIOS? Es fácil relacionar el rito del agua con el dolor de muelas, de la que es patrona y protectora Santa Apolonia, si bien el documento de 1723 se habla de un «remedio de sus enfermedades» en general y no con esa concreción. Pero es más que probable que, entre tantas enfermedades, también sanase las de los dolores de muelas. Y esa fue la chispa que debió iluminar a quien pensaba en crear un humilladero allí, la jugada maestra que solucionaba varios problemas a la vez. Ahora, sin soporte documental alguno, vayamos al campo de la hipótesis, al de la mera especulación.

En las épocas en que se edifica nuestro humilladero, San Antonio de Urkiola era el santuario por excelencia, el más venerado y el que sin duda más eco y renombre gozaba en nuestro orbe. Casualmente, en la antigua calzada —hoy perdida en el bosque— comercial entre Álava y Bizkaia, entre Castilla y el mar que venía desde Otxandio, encontramos un relativamente desconocido templo previo a acceder al gran santuario, unos centenares de metros antes, para dar auxilio espiritual a los peregrinos que accedían por aquella transitada ruta.

Sabemos gracias a una inscripción que aquella ermita está edificada en 1515, seguramente para solapar con cristiandad unos rituales paganos de culto al agua milagrosa que allí, desde las entrañas de la ermita, brota. Era la Señora de los Remedios a donde acudía la gente a sanar sus dolencias, como reza su rótulo interior, y especialmente las de las muelas. Para ello, se introducía agua en la boca y se daba tres o «varias» vueltas a la ermita, arrojándola en su interior, invocando a Santa Apolonia, que preside el humilladero como titular posterior. Era un templo secundario que, como decimos, formaba parte del conjunto del santuario de Urkiola y que permitía a los romeros acceder a él con un mayor grado de limpieza espiritual, gracias a este templecillo.

Peregrinos en Santa Apolonia de Urkiola, probablemente camino al santuario principal, en torno a 1900. Allí, aparte de orar, se practicaban rituales con el agua milagrosa que brotaba en la ermita

LA JUGADA PERFECTA. La similitud con los rituales del santuario del Yermo y que el clero quería erradicar, verían en este caso de Urkiola la inspiración para la solución perfecta: crear un templo secundario apartado del templo principal, junto al camino y abierto a modo de humilladero y desplazar allí el ritual del agua milagrosa, replicando el caso de Urkiola, a través de Santa Apolonia, mártir a la que según la hagiografía cristiana se arrancaron dientes y muelas en las torturas de su martirio. Su simple alusión despejaría cualquier duda en Laudio.

Ermita de Sta Apolonia en Urkiola con su inscripción de Ntra. Sra. de los Remedios 1515. A partir de ahí caminaban descalzos como penitencia algunos peregrinos que iban al santuario. No sería de extrañar que algo similar se hubiera practicado en el templo homónimo de Laudio

Asimismo, se añadirían al templo del Yermo los dos santos Antonios —Abad y de Padua— venerados con gran devoción en Urkiola, para dejarnos a las claras de dónde procedía aquella Santa Apolonia, nueva vecina de Laudio. Además, con el gran renombre y fama de aquellos santos vizcaínos, la acogida popular estaba asegurada y el éxito en lo espiritual y económico —limosnas y donaciones— garantizado. Es decir, para solventar el problema de la superstición del agua milagrosa del Yermo, se implanta una «sucursal» del santuario de Urkiola en Laudio.

Por si era poco, para dar más verosimilitud a aquella propuesta, se hace creer por medio de una leyenda creada ex novo que aquella oquedad en la roca que tanto desasosiego había generado a las autoridades eclesiásticas correspondían a la pisada de San Antonio de Padua que, camino a Urkiola, había pasado por el lugar: «la tradicion asegura que san Antonio de Pádua visitó aquella montaña y puso su pié en aquella piedra» (Antonio Trueba, 1867). Quedaba así unido este humilladero (y huella) con Urkiola en la mentalidad popular. Hoy en día nadie recuerda haber escuchado la atribución de la marca en la piedra al periplo de San Antonio hacia Urkiola. Por ello podríamos pensar que la leyenda se crearía intencionadamente por vía culta (¿el mismo clero?) para desvincular del santuario la superstición en torno a la curiosa piedra.

Como cabía esperar, la reputación tan grande con la que contaba el santuario de San Antonio en todo el orbe occidental vasco haría que, casi inmediatamente, se conociese el templete como «ermita de San Antonio» y no de la Santa Apolonia titular. También, al igual que en Urkiola, se replicaría el «error» de que el santuario advocado en realidad a dos San Antonios se conociese como un único «San Antonio», que su romería se celebrase el 13 de junio y que en supuesta la pisada de la Virgen se pidiese pareja casadera durante generaciones: una moda importada, sin duda.

Todos… excepto nuestra sacrosanta cuadrilla de amigos que, cuando acudíamos allí, introducíamos el pie para rogar a los santos para que no nos diesen novia, que nos protegiesen de ellas y sus naturales tentaciones, para que ninguna lianta rompiese aquel mágico vínculo entre amigos. A la vista de los resultados, no hizo efecto alguno y todos y cada uno de nosotros nos enamoramos de ellas en infinidad de ocasiones. Incluso fue en aquel mágico lugar en donde intimé por primera vez con el primero de aquellos amores: no se me ocurrió un lugar más altivo y romántico para abrazarme a ella y mirar juntos a la luna… ¡Qué regalo! Benditos sean san Antonio y la ineficacia de la huella mariana en la roca.

San Antonio Abad, Santa Apolonia (que hasta hace poco mostraba un diente real en su mano) y San Antonio Abad en el humilladero de Laudio. Se encuentran protegidos con sendas hornacinas de vidrio laminado antivandálico desde que sufrieron un irracional ataque.


San Antonio Abad (Laudio), con su característico cerdo

Santa Apolonia (Laudio), la titular del templecillo




San Antonio de Padua (Laudio)


La clasificación de ese tipo de templos de ruta como ermitas limosneras se debe a la función recaudatoria con la que también son planteadas


Ermita de los Remedios o Santa Apolonia en Urkiola

Interior de Santa Apolonia de Urkiola dejando patente su función sanadora: «Geisoen osasuna » (gaixoen osasuna) ‘la salud de los enfermos’


Santa Apolonia de Urkiola presidiendo el altar sin retablo de la humilde ermita


Indicador del camino entre el santuario de Urkiola y la desconocida ermita de Santa Apolonia, en la antigua calzada que llevaba a Otxandio, hoy invadida por el bosque.

Fuente de agua milagrosa que brota bajo la ermita de Santa Apolonia en Urkiola




Los de Atxuri en la romería del Yermo

Desde que tenemos noticias documentales de su existencia en la Edad Media, era Santa María del Yermo un templo de gran renombre y proyección, ligado a grandes linajes algo que convierte a nuestro templo en sobresaliente. Pronto se le atribuyen cualidades milagrosas y ello supone que la gente codicie enterrarse allí, que se firmen numerosas donaciones testamentarias para el santuario y que comience a peregrinar gente hasta allí, buscando la solución divina a sus cuitas humanas. Y pronto se convierte en renombrada la fiesta su romería.

PERO EN ESTA OCASIÓN queremos hacer especial mención al punto álgido de sus romerías, en las décadas a caballo entre el XIX y el XX ya que se lo debemos a una cuadrilla de entusiastas jóvenes que se reunían en la taberna de Paloca (Atxuri) y que se encargaron de llevar a miles y miles y miles de bilbaínos hasta la romería de Laudio, un pueblo que se vio abrumado por el gentío que, desde la ciudad, acudía a aquel delicioso paraje de montaña.


La sociedad vasca de fines del XIX vivía sumida en una gran crisis emocional, de pérdida de valores, tras habérsele arrebatado definitivamente sus fueros (1876). Eran tiempos de revisión romántica del pasado y de la idealización de las añoradas esencia e identidad vascas que veían como, día a día, se desvanecían.

Por ello, al margen de pasear y dejarse ver, a la nueva sociedad bilbaína le encantaba usar ese recién aparecido tiempo libre para reencontrarse con la esencia rural que se desvanecía, gozándola de un modo quizá artificioso o recreado. Así se ponen de moda, por ejemplo, las casas txakoli —una especie de merenderos a donde se iba a pasar el día festivo— u otros lugares en los que pudiese disfrutarse del tipismo vasco, aquello que ya se intuía desaparecer.

Llegada de romeros bilbaínos a la romería de Santa Lucía. Obra de 1925 reinterpretada para un calendario de 1952 del empresario Arcadio Corcuera.

De ese modo, surgen en el Bocho cuadrillas de jóvenes con gran iniciativa, como lo fueron el Kurding Club —por las «curdas» que cogían— o, especialmente relevante para nuestro caso, el grupo de la taberna de Paloca, en Atxuri, sobrenombre con el que se conocía a Anastasio Bergara Etxabe (1838-1920) un comerciante de vino y que también lo vendía al por menor, de chiquiteo.

Desde aquel punto de encuentro comenzó una cuadrilla de clientes asiduos a organizar en sucesivos años expediciones de bilbaínos a la romería del Yermo, en donde se encontrarían con lo más auténtico del paisanaje rural, algo que durante muchos años se convirtió en un clásico. Recuerdo de aquella intensa relación entre poblaciones, también se comenzó a apodar Paloca a la taberna que los Urquijo tenían en la plaza de Laudio, gestionado años después por Miguel Urquijo Maruri, el hermano del compositor Ruperto y también alcalde. Por cierto, la joven camarera del local era Maricrus, tan presente en los cánticos populares de Ruperto.

Ayudaría el hecho de que el bar de Paloca era en lo político un conocido foro del pensamiento liberal, coincidente con la del Marqués de Urquijo, lo que facilitaría la sintonía en el devenir de nuestra historia.

Aquella gran avenida de bilbaínos, se vio además facilitada por otra aportación de los tiempos modernos, el ferrocarril, que había cambiado nuestro mundo desde que 1863 nos uniese con Bilbao. Se fletaban trenes especiales para transportar a los miles de bilbaínos que acudían al reclamo de la fiesta. También, como es bien recordado en el pueblo, prostitutas que arribaban para dar rienda suelta al negocio del fornicio. De ahí que en los ambientes locales de Laudio, de carácter mayoritariamente conservador —carlista— y rural, observasen con mucho recelo aquellas modernidades que atentaban contra la decencia, por lo que disfrutaban más y de un modo más natural y propio el día de San Antonio, dejando los desmanes de la de Santa Lucía para los foráneos. Por eso entre nuestros laudioarras mayores aún se conoce la fiesta de Santa Lucía como «la romería de los vizcaínos«. Pero no adelantemos acontecimientos…

Sea como fuere, las noticias de prensa de aquella época reflejan a la perfección el ambiente que se vivía por aquel entonces. Y cómo aquellos jóvenes entusiastas del Paloca organizaban con detalle el evento. Hasta se ocupaban de señalizar el camino por donde «…subiendo van los romeros, por Bentabarri [Larraskitu] ya se les ve pasar…» que cantase Ruperto Urquijo. Dice lo siguiente el Noticiero bilbaíno de 8 de mayo de 1886:

«Se preparan para el día 14 solemnes funciones y fiestas en el santuario de Santa Lucía de Yermo, donde además de las misas de costumbre, habrá romería con tamboril y ciegos, esperándose que este año acudirá aún más gente que en los anteriores, puesto que se han arreglado los caminos y senderos, particularmente el que desde Bilbao se dirige a dicho santuario por San Roque y Pagasarri, poniéndose jalones con señales para que nadie se extravíe».

Cada año se intenta mejorar la edición anterior y, gracias a aquella aportación foránea, la fiesta de Santa Lucía va ganando en grandiosidad y suntuosidad. Se dan entrañables escenas en las que se funden dos mundos antagónicos, el de lo moderno y lo tradicional, el de lo urbano frente a lo rural. Nos sobrecogen solamente con imaginarlas:

«Anteayer asistieron a la romería de Santa Lucía de Llodio diecisiete individuos de buen humor todos vecinos de Atxuri y que suelen reunirse en la taberna de Paloca. Los expedicionarios hicieron el viaje en un coche particular que iba adornado con banderas. Entre los romeros figuraban uno vestido de municipal y otro de heraldo. En el trayecto entre Bilbao y Llodio fueron disparando cohetes. Al llegar a Llodio todos los romeros se colocaron en correcta formación, el heraldo que llevaba una corneta se puso a la cabeza y entraron en el pueblo ejecutando una marcha vascongada al estilo antiguo. Todos los aldeanos al paso de la comitiva se descubrían. Llegaron los expedicionarios al punto en donde se celebraba la romería y allí el Ayuntamiento en Comisión salió a recibirles. El alcalde les manifestó que por su antecesor sabía que eran gentes de buen humor y que les daba permiso para que se divirtiesen todo cuanto quisieran. Poco antes de empezar la fiesta fueron retratados con el Ayuntamiento, la Guardia Civil y un asno que conducía un enorme pellejo de vino. Después fueron retratados haciendo el aurresku. Terminada la comida se presentó el Ayuntamiento en la casa en donde se hallaban los expedicionarios para darles las gracias por la visita. Los romeros una vez terminada la romería regresaron a esta Villa a donde llegaron a las 10 de la noche prometiendo volver el año próximo y sumamente reconocidos por el comportamiento del Ayuntamiento de aquella localidad» (Noticiero bilbaíno, 16 de mayo de 1894).

RRomeros llegando a Santa Lucía, una de las últimas obras de José Arrue (pinchar en el enlace)

El asunto fue a más y al año posterior acudió de manos de aquellos entusiastas nada menos que el Orfeón Bilbaíno, que se sumó a la banda de música local y los tamborileros locales.

El año siguiente, 1896, aquella «delegación del bilbainismo» quizá alcanzó su punto álgido al organizar con una comisión de nada menos que veintitrés miembros del Paloca, diversos actos, preparados con varios meses de antelación para que nada pudiese fallar. Ellos mismos buscaban la financiación de aquello que «regalaban» a la fiesta de Laudio. Nos lo cuenta así el Noticiero bilbaíno de 29 de enero de 1896:

«La romería de Santa Lucía que en Llodio se verificará este año promete verse más concurrida que en años anteriores. Veintitrés individuos de esta villa, algunos de ellos muy conocidos por su jovialidad, han dispuesto reunir fondos para celebrar con la debida pompa el día de la festividad citada. Al efecto uno de los expedicionarios ha redactado un reglamento cuya magnífica portada e introducción demuestran las envidiables cualidades caligráficas de su autor. Para fines del próximo mes harán también dichos romeros un cartel a varias tintas que ha de resultar sorprendente si ha de juzgarse por el Reglamento que hemos visto. Este cartel que ha de anunciar los festejos que celebren se expondrá en el establecimiento que en Achuri tiene el concejal señor Vergara», en referencia a Anastasio Bergara, Paloca.

De nuevo acudió para cantar la misa el Orfeón Bilbaíno y hubo diversos actos institucionales de hermanamiento, con intercambio de discursos, agradecimientos y regalos, muy al estilo de la época. El presente más reseñable de ellos es el bello cuadro de Marcelino Gómez que entregaron al alcalde del momento, Luis Plaza, y que desde entonces se exhibe con orgulloso en el salón de plenos de la casa consistorial de Laudio.

Cuadro regalado por la «Sociedad Expedicionaria» de los muchachos del Paloca, exhibido en el salón de plenos municipal

De ahí en adelante, la romería fue en aumento de visitantes, con refuerzo del servicio de ferrocarriles, aunque ya con menos relevancia de aquel grupo del Paloca. Probablemente tuvo que ver un acontecimiento político ya que el tal Paloca, un relevante personaje también el lo político, en una votación crucial en diciembre de 1898, traicionó a su grupo en Bilbao y votó a favor de sus adversarios, los carlistas. Aquel transfuguismo fue algo muy denostado por todo su entorno y vilipendiado por la prensa liberal. Un detalle que, desde luego, no iban a dejar pasar por alto el marqués Estanislao Urquijo ni toda su cohorte política local.

En cualquier caso, nuestra romería continuó exitosa hasta la Guerra Civil, sin el impulso de los del Paloca pero viva por su inercia y, dicen, es a partir de los trágicos acontecimientos bélicos cuando todo comenzó a declinar.

También se cree que aquellos promotores bilbaínos hicieron buena amistad con un chaval de Laudio. Y que por eso, alguna década después y en varias ocasiones, bajaron a Bilbao unos laudioarras montados en unas carrozas tiradas por bueyes. Era el músico Ruperto Urquijo (1875-1970), que pretendía devolver el favor con el mismo ánimo de alegrar el espíritu trabajando la convivencia en buena armonía. Si es que el mundo es un pañuelo. A partir de ahí, todo es sabido. Todo salvo el siempre incierto futuro, que tan solo depende de nosotros.

NOTAS: Cuba. No gozó el compositor Ruperto Urquijo de los años más esplendorosos de los expedicionarios del Paloca pues se encontraba en la guerra de Cuba, de donde regresó enfermo en marzo de 1897. Era aquella contienda bélica la preocupación social del momento, lo que pesaba sobre el ambiente. También con gris reflejo en las fiestas del Yermo, tal y como lo recogen las noticias del momento: « Hoy ha tenido lugar la consabida peregrinación a Santa Lucía del Yermo con un tiempo delicioso para implorar por la intersección de tan milagrosa santa la terminación de la guerra de Cuba y librar de las demás calamidades que afligen por el presente a nuestra querida y valerosa patria. Han asistido los 29 pueblos que componen el Arciprestazgo de Ayala que han dado un contingente de 2200 personas y unidos a este número los que han asistido de los demás pueblos circundantes en el Santuario pasaban de 3500. […] Arraigó con entusiasmo y voz potente sobre el objeto de la peregrinación dando valor a muchas desconsoladas y afligidas familias cuyos valerosos hijos, abandonado el hogar paterno, han ido a guerrear con heroísmo por la integridad de la patria. Hubo momentos en que hizo llorar a la gente y sobre todo a muchísimas madres que no dejan de suspirar por sus hijos […]. A expensas del Excmo. Marqués de Urquijo se obsequio a los peregrinos con ración abundante de carne y pescado con su correspondiente pan y vino» (Noticiero bilbaíno, 16 de septiembre de 1896).

Recuerdos de Santa Lucía. Junto a aquellas masas humanas que acudían desde la capital de Bizkaia llegaba también la modernidad a nuestro pueblo y, por ello, todas las costumbres y estética «de antes» parecían desvanecerse.

A eso canta Ruperto Urquijo (1875–1970) en su centenaria canción «Recuerdos de Santa Lucía«. Quedaos especialmente con el mensaje de su letra, cargado de añoranzas con el pasado:

«Ya no se ven las aldeanas bailando junto a la ermita. Ya no se ven las aldeanas, ya son aldeanas artistas. Ya no se ven guapas mozas con sus vistosos pañuelos, delantal, trenzas hermosas a poca altura del suelo. Ya no bailan las aldeanas guapas, con el sello que las distinguía. No tienen las alegres paseras el sello de aquellas porque se perdió. Ya no tienen las alegres pascuas la belleza pura y natural que le daban las aldeanas guapas en día tan bello… bello sin igual»

PODÉIS VERLO Y ESCUCHARLO AQUÍ:
https://www.youtube.com/watch?v=p4I-twxPR7k

Segunda obra regalada. Además del cuadro que se exhibe aún en el salón de plenos de Llodio, se hizo entrega de otra obra de arte de la que nada más hemos sabido. La había elaborado con gran esmero Benito Ordeñana, profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao. La describen así las noticias de la época: «El trabajo es un verdadero capricho […] lleva dibujada en el fondo una diligencia con los tamborileros vestidos de casaca roja y tricornio en el testero, dentro los alegres expedicionarios [los muchachos del Paloca de Atxuri] y a la zaga un lacayo de sombrero de copa y levita» (Noticiero bilbaíno, 25 de mayo de 1896).

Fecha de la fiesta. Siempre se celebraba el lunes de Pentecostés que, como su nombre en griego indica, son cincuenta días tras la resurrección de Cristo. Una fiesta cristiana que, una vez más, tiene su origen en los ciclos de la agricultura. Sea como fuere, dicho de un modo más pragmático y sin connotaciones ideológicas, la fecha elegida era el lunes situado cincuenta días después del primer domingo tras la primera luna llena de la primavera. ¡Qué cosas! Pero, desde 2013 y a petición de los vecinos del lugar que organizaban la fiesta, se celebra el último lunes de mayo.

La taberna de Paloca. Se trata de un edificio construido en 1848 en el que Anastasio Bergara, alias Paloca, ocupaba tanto la planta baja, donde se halla la taberna-almacén, como el primer piso, de vivienda. Fue uno de los bares modestos en lujos pero emblemático en el chiquiteo bilbaíno. Con el tiempo fue decayendo, convirtiéndose en un bar muy vulgar, en el que en sus últimos años, la clientela solo acudía por las chicas de sexo fácil que allí ofrecían sus encantos y/o miserias. Sabemos que a primeros de 1968 ya estaba definitivamente cerrado, más de un siglo después de su apertura. Quien nos diría que aquel antro iba a ser tan relevante para la historia de Laudio.

Ver para creer: ¡que santa Lucía nos conserve la vista!

Imagen del año pasado, con aquello del «Al mal tiempo, buen vino». Este año nos quedamos sin la legendaria romería consecuencia de la pandemia.

Orígenes del Dolumin Barikua de Laudio

El poderosísimo primer marqués de Urquijo (Estanislao Urquijo Landaluce, 1816-1889) ocultó en la medida de lo posible que sus orígenes estaban en una humilde familia baserritarra de Murga, Ayala. Era una realidad que deslucía el título nobiliario que, con él, había instaurado en 1871 el rey Amadeo I.

ORÍGENES HUMILDES. Un nuevo rico, pero no un noble de raza,  algo que jamás pasaría por alto la aristocracia de rancio abolengo con la que se relacionaba. Dedicó Estanislao toda su vida a cometer grandes empresas políticas y empresariales, con gran éxito, tanto que amasó una ingente fortuna económica, algo inconcebible hasta el momento. Pero… no dejaba de ser hijo de unos vulgares campesinos.

PARTIDA BAUTISMAL. Misteriosamente, su partida bautismal está arrancada del libro de registros de la parroquia de Murga, un suceso que siempre se ha relacionado con la voluntad de ocultar su raigambre humilde y campesina. Un gesto para desvincularse con un pasado que, en cierto modo, le resultaba deshonroso.

Tampoco se puede obviarse el modus operandi con el que consiguió muchas de sus innumerables propiedades y caseríos, ejerciendo de prestamista y aprovechándose de la situación de miseria de algunas familias baserritarras, dejándolas en muchos casos arruinadas y desahuciadas.

Sin embargo, no podía evitar aquella irrefrenable pasión por el cultivo de la tierra, llenando de plantas, árboles y vides sus propiedades. Porque le brotaba desde los genes ya que, desde muchas generaciones atrás, no era sino un simple agricultor.

CONCIENCIA. Ese conflicto entre el ser y el no ser le debió atormentar hasta el último de sus días, sabiendo que había repudiado algo tan noble y digno como el ser agricultor. Conocería aquella frase del clásico Cicerón (106-43 a. C.) que decía que «La agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre». Y le remordería en su fuero más íntimo.

Siendo como era Estanislao una persona de fervorosas convicciones religiosas, a medida que avanzaba su vida, se vería cada vez más incomodado por esas dudas que martillearían su conciencia. Y con ellas dejó este mundo el 30 de abril de 1889.

TESTAMENTO. Toda aquella lucha interna parece reflejarse en su testamento, bien enfocado desde las primeras disposiciones no a la salvación de su ingente fortuna, que poco valía en el más allá, sino al rescate de su alma, a la redención de sus pecados. Por ello, nos habla desde un principio de encomendar su alma a Dios, de mostrar humilde y sin boatos su cuerpo en el funeral, de encargar nada menos que 20.000 misas rezadas por la salvación de su alma, así como inconmensurables donaciones a entidades religiosas y de beneficencia. Y, entre todos esos mandatos píos, nos llama la atención el encargo testamentario de ayudar, promocionar y premiar económicamente a agricultores y ganaderos de la comarca. Un reencuentro quizá entre las dos caras de una misma realidad: lo que había intentado ocultar frente a arrogante aristocracia pero que no podía esconder ante Dios. Daría así una solución post mortem a aquellos remordimientos que tanto le pesaban.

Retrato de Estanislao Urquijo Landaluce, el hijo de campesinos que llegó a ser noble, el primer Marqués de Urquijo (La Ilustración Española y Americana, 1882)

1890. Así, al año siguiente de su deceso y en cumplimiento del mandato de primer marqués, se acordó en sesión de 7 de mayo de 1890 de la Junta de Caridad del Valle [de Laudio] instaurar unos premios en diversas categorías para estimular el sector agropecuario comarcal como nunca se había hecho. Es el germen de lo que luego sería la renombrada Feria de Viernes de Dolores o Dolumin Barikua.

Quizá por su fecha de fallecimiento un 30 de abril, próxima al Viernes de Dolores — viernes previo a la Semana Santa — de aquel año y por reforzar aquella fuerte devoción cristiana, se instauró esa fecha como día de los premios. Participaban baserritarras de la comarca pero también tomaban parte en las compraventas gente de Gasteiz, Cantabria, etc. ya que la feria alcanzó gran renombre.

Hay que decir que, por las circunstancias puntuales de cada momento y dado que era una iniciativa en cierto modo privada, no se llevó a cabo todos los años. Lo mismo que nos sucede en esta ocasión, el viernes 3, con motivo de la pandemia de coronavirus.

Placa acreditativa del primer premio de 1909 expuesta en la fachada del caserío Errekakoa en el camino de Katuxa-Ibarra en Gardea. Fabricada en hierro colado, cuyo negocio controlaba el marqués. Es este caso, se trata del segundo marqués, Juan Manuel Urquijo Urrutia, sobrino del primero.

PREMIOS. Las primera edición constó, a modo de prueba, de 17 categorías consistentes en labranza, árboles frutales, toros del país, vacas del país, toros de raza suiza, vacas de raza suiza, yuntas de bueyes, terneras hasta un año, novillas, parejas de novillos de 2 a 3 años, yeguas, mulas, potros, berracos de raza extranjera, cerda con crías, cebones y, para finalizar, «recría de cebones en mayor número».

Con el paso del tiempo, la feria fue evolucionando y adquiriendo gran arraigo y éxito, tanto entre la población baserritarra que acudía al evento con sus mejores galas y productos, como en la más urbana, que gozaba de aquel encuentro con el añorado mundo rural.

Retrospectiva de la feria de Viernes de Dolores con un toro semental premiado

MUNICIPAL. Por ello, al decaer la influencia local del marquesado, fue el mismo ayuntamiento de Laudio quien se hizo cargo de la feria a partir de 1950, algo que ha llegado hasta nuestros días. Una fiesta grande, de ambiente, de las de animar el alma.

CARNE Y BULA. Aunque no tengamos pruebas documentales de ello, siempre se aseguró que el marqués había conseguido una bula especial, expedida por el mismo Papa y que permitía comer carne en esa fiesta en Laudio, a pesar de ser un viernes de Cuaresma, de rigurosa vigilia. Se aprovechaban bien de ello los que habían de cumplir con el rito de la «robla» que ponía fin a la compraventa del ganado.

DENOMINACIÓN. Para finalizar, me gustaría hacer una referencia a su nombre de Dolumin Barikua, algo que nos parece tan «de siempre» pero que en realidad no lo es. El nombre oficial de la feria fue el de Viernes de Dolores desde sus orígenes. Una referencia religiosa que, en el euskera de nuestro entorno, ha sido conocida como Doloreetako Barikua. Pero, en el renacimiento tras la dictadura franquista, se buscaba un nombre más pomposo y culto, tan brillante como el mismo evento, así es que desde el ayuntamiento se adoptó como equivalente en euskera el nombre de Dolumin Barikua en 1984, haciendo así un acertado guiño al euskera occidental popular. Desde entonces, todo es paz y gloria. Seguro que también en el alma de Estanislao.

NOTAS

A pesar de que «se hiciese desaparecer» la partida bautismal de Estanislao Urquijo Landaluce, sí entregó una copia certificada de la misma para poder formar parte del Senado, así como otra documentación diversa (pinchad sobre los enlaces).

Algunas de las informaciones dadas ya las publicó el investigador local Juan Carlos Navarro Ullés en el programa de la feria de 1990, con motivo del centenario del evento.

La propuesta de la denominación en euskera se debe a Joan Mari Iriondo Goti, uno de los grandes impulsores de la recuperación del euskera en aquellas épocas. Eskerrik asko bioi, bihotz-bihotzez.

Las mujeres y los ajos del Berakatz Egun

Con el nombre de Berakatz Egun o el de su equivalente en castellano Día de Ajos, se conocen unas curiosas fiestas restringidas a cuatro municipios muy cercanos entre sí: Arrankudiaga, Ugao-Miraballes y Orozko en Bizkaia y Laudio en Araba.

La aportación de este artículo pretende ser el rescate del papel preponderante de la mujer en ese día, un día en el que, como si de autoridades locales se tratasen, lideraban las danzas ceremoniales propias de la jornada.

Devolvamos a la actualidad el prestigio social femenino, ese que los estudiosos del folclore intentaron ocultar hasta hacerlo casi desaparecer de la memoria colectiva.


Detalle del cuadro Berakatz Eguna (c. 1914) de José Arrue, con el aurresku del baile (personaje delantero) ataviado con ajos, en Orozko.

Solamente por esa concreción geográfica y su exclusiva denominación los Berakatz Egun merecen ser considerados como unos elementos patrimoniales de interés. Pero además, como veremos, su valor es mucho más rico que lo que nos muestran los vestigios que han llegado hasta nosotros, los últimos rescoldos de una gran hoguera cultural que ardía en honor a la mujer y que, desgraciadamente, los tiempos modernos se empeñaron en extinguir o devaluar.

PARA QUÉ. La finalidad del Berakatz Egun siempre ha sido la de poner fin a un ciclo festivo, la de ser la jornada de cierre de unos días dedicados a la celebración y a la diversión. Y, a pesar de su carácter postrero y de relajación frente a los días más grandes que le preceden, quizá por aliviarse de la carga de tanta solemnidad que pesaba sobre los días especiales, con el paso de los siglos se convirtió en el día popular por excelencia. En Arrankudiaga y Orozko sigue siendo así. En Ugao-Miraballes sucede lo mismo, disfrazado de alubiada. Son sus días grandes, quizá no los más solemnes, pero sí los de más arraigo entre la población.

No contó con la misma suerte en Laudio en donde el refuerzo de otras fechas, especialmente en el último siglo, hizo que el Berakatz Egun quedase paulatinamente relegado, hasta casi desaparecer. Sin embargo, es significativo que cuando el sacerdote e investigador José Miguel Barandiaran (1889-1991) encuesta a gente de Laudio en 1935 para preguntar sobre las fiestas locales de carácter popular, éstos tan solo reseñen el Berakatz Egun (y no otras más populares hoy , como el Día de las Morcillas) de entre todo el ciclo de los sanroques. No es casualidad.

FECHAS. Como ya hemos citado, el Berakatz Egun o Día de Ajos siempre ha de poner fin a un conjunto festivo. En el caso de Arrankudiaga las fiestas se celebran desde la Asunción —15 de agosto— hasta el domingo siguiente, que es el día de la Cofradía, con comida en el pórtico de su iglesia. Es en el día posterior, siempre lunes, cuando celebran el concurrido Berakatz Egun, hoy identificado por la ingesta popular de morcillas. El caso es calcado al «lunes de Cofradías«en Ugao—lunes siguiente a la Cofradía original y que ya no se celebra como tal—, fiesta popular donde las haya y, desde hace unas décadas, se identificada con las alubiadas que llenan cada rincón del municipio.

Cuadro Sokadantza (1915) de Javier Ziga

En Orozko, su día grande es el de San Antolín —2 de septiembre— un santo que siendo secundario en la también secundaria iglesia de Sta. María (la principal está advocada a San Juan Bautista), concertó las mayores devociones, quizá por la presunción milagrera de sus reliquias. Así nos lo contaba Pascual Madoz (1845) con la información que le enviaron desde el Valle: «…en la [iglesia] de Santa María se halla la efigie y reliquia del dedo índice del glorioso mártir San Antolín a cuya festividad concurre en corporación el ayuntamiento pleno con el clero». Suponemos que al ambiente festivo ayudaría también el que «en los primeros días del mes de septiembre se celebra anualmente feria de ropas, lienzos y linos, que es de bastante concurrencia» (Diccionario geográfico, 1802).


Detalle del cuadro Berakatz Eguna (c. 1914) de José Arrue, con el aurresku del baile (personaje delantero) y músico ataviados con ajos, en Orozko.


Como en tantos lugares sucede, el período festivo se compone de tres jornadas: el día del santo, el de su repetición y el siguiente y postrero, nuestro Berakatz Eguna que, en este caso de Orozko, coincide por tanto siempre con el 4 de septiembre.

Algo similar sucede en Laudio que, en su conjunto de tres días de festividad, celebraba San Roque, su repetición —llamada San Rokezar (‘San Roque (el) viejo’)— y el día final, Berakatz Eguna, siempre el 18 de agosto. De nuevo tres días, algo que choca con la estructura actual de fiestas, más extensas, que todos hemos conocido. Por ello hemos de aclarar que, tal y como publicamos en otra ocasión, el día 15 de agosto se incorporó al conjunto festivo en 1909 y es debido a la inauguración de una controvertida estatua. Por otra parte, la Cofradía —en origen, el domingo siguiente a San Roque— y su jornada previa aparecen siempre desligadas del conjunto festivo y con carácter absolutamente independiente respecto al mismo.


Detalle del cuadro Berakatz Eguna (c. 1914) de José Arrue, con el aurresku del baile (personaje delantero) ataviado con ajos, en Orozko.

DÍA DE LAS MUJERES. Especialmente en Laudio se recuerda el Día de Ajos como uno de los más participativos en el primer tercio del siglo pasado, previo a la guerra fratricida (1936-39). Era el día de asueto de la servidumbre —femenina— del palacio del marqués y de las casas pudientes y, en alegres cadenetas o soka-dantzas, iban a buscarlas los muchachos, ávidos de encender la chispa del amor en sus corazones. El recuerdo de aquella fiesta la recogió el grupo Untzueta Dantza Taldea en el trabajo “Berakatz Eguneko Aurreskua” dentro de la revista local Bai (1996). La referencia a la palabra clave —aurresku— la tomaron de un antiguo programa de fiestas en que aparecía citada.

AURRESKU DE MUJERES. Y no iban desacertados al enfocarlo desde el prisma del aurresku, el baile de los vascos por excelencia y que era mucho más complejo de lo que hoy en día estamos acostumbrados a presenciar. Una de las partes principales del baile eran aquellas cadenetas o soka-dantzas que recorrían calles y plazas.

El puesto más honorífico de aquel baile colectivo, el de más reconocimiento social, era el del dantzari que encabezaba la cadeneta. Era la ‘mano delantera’, el que da nombre al mismo aurresku (aurre + esku), en contraposición al bailarín que la cerraba, el atzesku (atze + esku) o ‘mano trasera’, el segundo en del rango de honores.

OCULTACIÓN DE LA MUJER. A pesar de la infinidad de trabajos etnográficos y de investigación profunda del folclore realizados entre el XIX y XX, la presencia de la mujer quedaba restringida a un papel irrelevante en el aurresku, siempre para engrandecer el rol brillante del hombre (obras de Labayru, Aita Donostia…). Sirva como muestra esta contundente aseveración del gran estudioso Aita Donostia (1886-1956), probablemente a sabiendas de que no reflejaba la realidad que él había de conocer: «El hecho es que la mujer vasca no baila en el verdadero sentido que la palabra tiene entre nosotros. Asiste al baile y toma parte en él; pero como bien se ha dicho, es para «ser bailada», para que ante ella muestre el varón sus habilidades». Y en base a aquellos autores está tan arraigada esa creencia errónea que aún hoy en día leemos en la wikipedia que «…era costumbre sacar por pareja del aurreskulari (bailarín de aurresku) a la señora o hija del alcalde, la que no hacía más que presenciar la fiesta, ya que en este baile la mujer no baila, sino que es bailada»

Pero no puede ser mero fruto del despiste o la casualidad que se pasasen por alto y de refilón todas aquellas referencias en las que la mujer lideraba, con todos los honores sociales correspondientes, el baile del aurresku. Quizá se deba esa ocultación a la condición religiosa de la mayoría de estudiosos de nuestros bailes como ya se ha apuntado en algunas ocasiones o, sin más, al machismo que con más fuerza que nunca llegaba de la mano del mundo obrero fabril, en el que el hombre adquiría el papel predominante al llevar un sueldo a casa, dejando a la mujer un cometido doméstico y devaluado al no aportar a la economía doméstica riqueza en metálico.

En realidad, son muchísimos ya los documentos históricos conocidos que desde las épocas más antiguas nos hablan de aquellos bailes o días especiales en los que la mujer disponía de toda la relevancia y reconocimiento social imaginable, quedando su papel en el baile diferenciado del masculino y no supeditado a este. Al respecto clarificadora por concisa es la obra Así bailan las mujeres en Bizkaya (sic) de Iñaki Irigoien publicada recientemente (2019) por el Museo Vasco de Bilbao junto a Bizkaiko Dantzarien Biltzarra.

Grabado de Christoph Weiditz (c. 1529) en el que representa cómo «bailan las mujeres en Bizkaia«. Su pose es la característica del aurresku o aurreskulari, el papel m´ás estimado por relevante. Es la primera constatación de que, a pesar de lo que tantas veces se ha publicado, las mujeres no participan solo «para ser bailadas por los hombres» sino que ellas lideran también unas ceremoniosas danzas en las que «bailan a los hombres».

Es ahí — además de en otras varias publicaciones especializadas— en donde se habla de cómo en diversas poblaciones, el tercer día festivo es el propio de las mujeres y su aurresku. Unas mujeres que en absoluto se limita a la servidumbre doméstica como se recordaba en sus últimos rescoldos en Laudio sino por la mera condición de ser mujer, eso que se pretendió luego ocultar. Es en épocas anteriores a la omisión de la presencia histórica femenina en las danzas cuando ya tenemos noticia de ellas. Por ejemplo, Ignacio Iztueta nos dice ya en 1824 que, generalmente, las señoras casadas bailan a sus maridos el tercer día de las fiestas patronales, fecha dedicada en aquella época particularmente a las mujeres y que, en diversos pueblos, todavía recordaban o practicaban. Las mujeres a los maridos, el orden tradicional invertido. Sin duda, ahí hemos de entroncar nuestro Berakatz Eguna.

Otro ejemplo cercano de fiesta con el aurresku (soka-dantza) presidido por señoritas de categoría social destacada es el que, de casualidad, recogemos en la romería del santuario de La Blanca, en la cercana población de Llanteno, Ayala. Algo que a priori podría parecer impensable. Nada menos que inmersos ya en el siglo XX. E insistimos en el «de casualidad» porque aquello que parecía ser costumbre hace un siglo ya no se recuerda entre sus habitantes. Decía así el corresponsal de El Noticiero Bilbaino (09-08-1905) enviado a Artziniega:

«Un incidente que no había podido prever hízome abandonar la romería cuando esta daba señales de verse más animada. Así es que no presencie el famosísimo aurresku hecho por muchachas acerca del cual me han informado en medio de los mayores elogios…».

Noticia del aurresku liderado por mujeres, «famosísimo» por aquel entonces en la romería del santuario de La Blanca, en la montaña de Llanteno, Ayala (Álava). Noticia de 1905.

POR QUÉ AJOS Y MUJERES. En la obra Así bailan las mujeres en Bizkaia antes citada se nos habla del tercer día festivo, de Ubidea y Otxandio, con el aurresku, su solemnidad y honores reservado a las mujeres: «En la década de 1940, en el pueblo de Ubidea, no habiendo tamborilero en el lugar, se contrataba al de Otxandiano, y a su son, el tercer día de las fiestas de San Juan, se bailaban aurreskus dirigidos por las mujeres, ya que el uso de la plaza les pertenecía a ellas. En aquel tiempo, también se daba este hecho en la villa de Otxandiano, bailando dicho tercer día de sus fiestas,al cual denominaban «Koziñera egune»». Y esta última denominación puede ser el indicio que nos sustente la hipótesis que a continuación planteamos.

La mujer, al margen de su función o clase social, era la encargada de recibir invitados en los grandes días festivos así como de supervisar o cocinar las abundantes viandas que se iban a disfrutar en los banquetes. Por eso eran días de tensión que, supuestamente, desaparecerían al día siguiente y final, el Día de Ajos, apto para liberarse del trabajo y centrarse en disfrutar de la fiesta.

Por otra parte, es de creencia popular general que la sopa de ajo es el mejor depurativo tras los excesos de las comilonas y, sobre todo, de la excesiva ingesta de alcohol. De ahí que aún en muchas fiestas populares se prepare al amanecer, para ir a la cama en un estado lo más sobrio posible. Y, como ya he publicado en más de una ocasión, es fácil que ese fuese el menú del «día después» y que de ahí adquieran su símbolo del ajo, los Berakatz Egun que aquí tratamos. Era además un plato fácil de preparar y que dejaba el tiempo libre necesario a las mujeres para celebrar su día por excelencia. Pero insistimos, no debió ser algo limitado a las servidumbres sino a toda la estructura social que sustentaba la mujer.

Detalle del cuadro Berakatz Eguna (c. 1914) de José Arrue, en Orozko. Dos hombres, aparentemente ebrios, rompen la armonía del baile. Era tal la solemnidad e importancia social de la danza que solía haber un alguacil o persona encargada de expulsar a los personajes que no danzaban con el decoro adecuado


ADORNOS DE AJOS. Esa exaltación del ajo como elemento festivo, se convirtió en una especie de adorno inexcusable y simbólico al menos en casos como el de Laudio. Aunque en la actualidad nadie lo recuerde, disponemos de una preciosa información que se recoge en 1935, en unas notas en las que un informante de Laudio —Daniel Isusi— responde a las cuestiones hechas por José Miguel Barandiaran sobre las fiestas populares y sus rituales populares. Como antes hemos apuntado, es curioso que de todos los sanroques, el informante sólo haga mención al Berakatz Egun, seguramente por ser la jornada festiva con más arraigo popular. Son datos inéditos, desconocidos hasta hoy, ya que aunque se conservaron las notas manuscritas en Ataun, el conocido sacerdote no las publicó jamás. Con todos los ingredientes deseados dentro de ellas, dicen así:

«Día 18 de agosto. Día de Berakatza. El día 18 de agosto desde tiempo inmemorial se viene celebrando en Laudio la fiesta de Berakatza, llamada en general, «día Berakatzeun (sic) o de los ajos«.

Actualmente la fiesta se halla muy reformada y solo se observa que las señoritas que presiden la verbena, corrida de toros por la noche, etc. vayan adornadas con grandes collares de ajos; pero dicen mis padres que, en su juventud, se celebraba dicha fiesta en el mismo día que actualmente pero que los números de la fiesta tan solo consistían en un gran número de bailes baskos [sin duda en referencia al aurresku]. Los bailarines debían presentarse al público, completamente adornados con ajos así como el balcón del ayuntamiento, etc. Se puede decir que actualmente no se conserva de la fiesta más que el nombre».

Notas sobre el Berakatz Egun de Laudio, recogidas por J. M. Barandiaran aunque sin reflejo en sus publicaciones (1935)


Hoy no se conoce referencia alguna de aquellos ajos que se usaban como adorno característico de dicha fiesta y, de no ser por esta nota, se habría perdido para siempre. Algo similar sucedería con el caso de Arrankudiaga, del que no tenemos ninguna referencia a los ajos aunque, no lo dudo, existiría.

«…las señoritas que presiden la verbena, corrida de toros por la noche, etc. vayan adornadas con grandes collares de ajos...» Laudio, 1935.

Tan sólo en Orozko es costumbre aún hoy en día el mostrar un diente de ajo colgado del pañuelo festivo o prendido de la camisa en su día de Berakatz Eguna. Debe de ser el recuerdo residual de algo más complejo y de lo que ya hoy nada sabemos.

Por otra parte, una vez más, debemos a José Arrue (1885-1977) el documento gráfico de aquellas fiestas. En un cuadro titulado Berakatz Eguna y que expone en 1914, refleja el Orozko de hace un siglo. Muestra en él a unos muchachos que adornan sus sombreros —elemento imprescindible en los aurreskus descritos en el XVIII — y trajes con ajos y acompañan en la soka-dantza las jóvenes muchachas, aparentemente de diversa condición social, por el centro del pueblo.

En este caso, el aurresku o dantzari que encabeza el baile, el puesto más honorífico, corresponde a un varón ataviado con los ajos. Se echa en falta que sea una mujer, como todo parece indicar que fue. Sin embargo sí es mujer la atzesku —el puesto final— el segundo en importancia tras el aurresku delantero, lo que ya nos da una pista. Parece una muchacha distinguida, no una aldeana al uso de las que tantas veces dibuja.


Detalle del cuadro Berakatz Eguna (c. 1914) de José Arrue, con la atzesku del baile (personaje que cierra la cadeneta) femenina, en Orozko. Aparenta ser una muchacha distinguida, digna de ocupar el honroso puesto.

Quiero pensar que unas décadas atrás ocupaba también el puesto delantero una mujer honorable. Pero para cuando se pintó el cuadro ya estábamos en el siglo XX y nada era lo que había sido. La modernidad había llegado para quedarse y un mundo lleno de novedosas cámaras fotográficas, fábricas, vapores, carbones, ferrocarril, bancos, altos hornos, coches… devoraba compulsivamente el recuerdo de todo el pasado hasta relegarlo al olvido. Así abandonamos también a la mujer, su baile y sus ajos. Por mi parte os aseguro que será un placer comenzar a recuperar el tiempo perdido…

NOTAS:
= Por adecuación al calendario festivo, desde 1999 el Berakatz Egun de Laudio se celebra el miércoles previo al último domingo de agosto. Es decir no en el tradicional 18 de agosto sino en una fecha que fluctúa entre el 21 y el 27 del mes.

= El baile vasco es muy complejo y lo que hoy conocemos como aurresku (un dantzari mostrando los respetos a un personaje homenajeado) es la mínima expresión de un baile con diferentes partes y códigos de funcionamiento. Por ello, cuando hablamos del aurresku histórico, hacemos más referencia a la soka-dantza y bailes entre hombres y mujeres. Para más información, léase esta nota de la enciclopedia Auñamendi.

= La gente mayor de Laudio, ya no euskaldunes, usan en castellano la denominación Día de Ajos pero también Beracacégun, un término eusquérico pero con una pronunciación castellanizante. En cualquier caso, su uso está ya muy restringido.

= El ajo ha sido considerado como un elemento con poderes sobrenaturales y muy válido para hacer frente a los maleficios que acechan desde el exterior. No sólo en Euskal Herria sino, al menos, en gran parte de Europa. Por ello, los collares de ajos han sido usados a modo de talismán protector. Sin embargo, por simple intuición, no creo que sea el camino a explorar a la hora de interpretar nuestro Berakatz Eguna.