Orígenes del Dolumin Barikua de Laudio

El poderosísimo primer marqués de Urquijo (Estanislao Urquijo Landaluce, 1816-1889) ocultó en la medida de lo posible que sus orígenes estaban en una humilde familia baserritarra de Murga, Ayala. Era una realidad que deslucía el título nobiliario que, con él, había instaurado en 1871 el rey Amadeo I.

ORÍGENES HUMILDES. Un nuevo rico, pero no un noble de raza,  algo que jamás pasaría por alto la aristocracia de rancio abolengo con la que se relacionaba. Dedicó Estanislao toda su vida a cometer grandes empresas políticas y empresariales, con gran éxito, tanto que amasó una ingente fortuna económica, algo inconcebible hasta el momento. Pero… no dejaba de ser hijo de unos vulgares campesinos.

PARTIDA BAUTISMAL. Misteriosamente, su partida bautismal está arrancada del libro de registros de la parroquia de Murga, un suceso que siempre se ha relacionado con la voluntad de ocultar su raigambre humilde y campesina. Un gesto para desvincularse con un pasado que, en cierto modo, le resultaba deshonroso.

Tampoco se puede obviarse el modus operandi con el que consiguió muchas de sus innumerables propiedades y caseríos, ejerciendo de prestamista y aprovechándose de la situación de miseria de algunas familias baserritarras, dejándolas en muchos casos arruinadas y desahuciadas.

Sin embargo, no podía evitar aquella irrefrenable pasión por el cultivo de la tierra, llenando de plantas, árboles y vides sus propiedades. Porque le brotaba desde los genes ya que, desde muchas generaciones atrás, no era sino un simple agricultor.

CONCIENCIA. Ese conflicto entre el ser y el no ser le debió atormentar hasta el último de sus días, sabiendo que había repudiado algo tan noble y digno como el ser agricultor. Conocería aquella frase del clásico Cicerón (106-43 a. C.) que decía que «La agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre». Y le remordería en su fuero más íntimo.

Siendo como era Estanislao una persona de fervorosas convicciones religiosas, a medida que avanzaba su vida, se vería cada vez más incomodado por esas dudas que martillearían su conciencia. Y con ellas dejó este mundo el 30 de abril de 1889.

TESTAMENTO. Toda aquella lucha interna parece reflejarse en su testamento, bien enfocado desde las primeras disposiciones no a la salvación de su ingente fortuna, que poco valía en el más allá, sino al rescate de su alma, a la redención de sus pecados. Por ello, nos habla desde un principio de encomendar su alma a Dios, de mostrar humilde y sin boatos su cuerpo en el funeral, de encargar nada menos que 20.000 misas rezadas por la salvación de su alma, así como inconmensurables donaciones a entidades religiosas y de beneficencia. Y, entre todos esos mandatos píos, nos llama la atención el encargo testamentario de ayudar, promocionar y premiar económicamente a agricultores y ganaderos de la comarca. Un reencuentro quizá entre las dos caras de una misma realidad: lo que había intentado ocultar frente a arrogante aristocracia pero que no podía esconder ante Dios. Daría así una solución post mortem a aquellos remordimientos que tanto le pesaban.

Retrato de Estanislao Urquijo Landaluce, el hijo de campesinos que llegó a ser noble, el primer Marqués de Urquijo (La Ilustración Española y Americana, 1882)

1890. Así, al año siguiente de su deceso y en cumplimiento del mandato de primer marqués, se acordó en sesión de 7 de mayo de 1890 de la Junta de Caridad del Valle [de Laudio] instaurar unos premios en diversas categorías para estimular el sector agropecuario comarcal como nunca se había hecho. Es el germen de lo que luego sería la renombrada Feria de Viernes de Dolores o Dolumin Barikua.

Quizá por su fecha de fallecimiento un 30 de abril, próxima al Viernes de Dolores — viernes previo a la Semana Santa — de aquel año y por reforzar aquella fuerte devoción cristiana, se instauró esa fecha como día de los premios. Participaban baserritarras de la comarca pero también tomaban parte en las compraventas gente de Gasteiz, Cantabria, etc. ya que la feria alcanzó gran renombre.

Hay que decir que, por las circunstancias puntuales de cada momento y dado que era una iniciativa en cierto modo privada, no se llevó a cabo todos los años. Lo mismo que nos sucede en esta ocasión, el viernes 3, con motivo de la pandemia de coronavirus.

Placa acreditativa del primer premio de 1909 expuesta en la fachada del caserío Errekakoa en el camino de Katuxa-Ibarra en Gardea. Fabricada en hierro colado, cuyo negocio controlaba el marqués. Es este caso, se trata del segundo marqués, Juan Manuel Urquijo Urrutia, sobrino del primero.

PREMIOS. Las primera edición constó, a modo de prueba, de 17 categorías consistentes en labranza, árboles frutales, toros del país, vacas del país, toros de raza suiza, vacas de raza suiza, yuntas de bueyes, terneras hasta un año, novillas, parejas de novillos de 2 a 3 años, yeguas, mulas, potros, berracos de raza extranjera, cerda con crías, cebones y, para finalizar, «recría de cebones en mayor número».

Con el paso del tiempo, la feria fue evolucionando y adquiriendo gran arraigo y éxito, tanto entre la población baserritarra que acudía al evento con sus mejores galas y productos, como en la más urbana, que gozaba de aquel encuentro con el añorado mundo rural.

Retrospectiva de la feria de Viernes de Dolores con un toro semental premiado

MUNICIPAL. Por ello, al decaer la influencia local del marquesado, fue el mismo ayuntamiento de Laudio quien se hizo cargo de la feria a partir de 1950, algo que ha llegado hasta nuestros días. Una fiesta grande, de ambiente, de las de animar el alma.

CARNE Y BULA. Aunque no tengamos pruebas documentales de ello, siempre se aseguró que el marqués había conseguido una bula especial, expedida por el mismo Papa y que permitía comer carne en esa fiesta en Laudio, a pesar de ser un viernes de Cuaresma, de rigurosa vigilia. Se aprovechaban bien de ello los que habían de cumplir con el rito de la «robla» que ponía fin a la compraventa del ganado.

DENOMINACIÓN. Para finalizar, me gustaría hacer una referencia a su nombre de Dolumin Barikua, algo que nos parece tan «de siempre» pero que en realidad no lo es. El nombre oficial de la feria fue el de Viernes de Dolores desde sus orígenes. Una referencia religiosa que, en el euskera de nuestro entorno, ha sido conocida como Doloreetako Barikua. Pero, en el renacimiento tras la dictadura franquista, se buscaba un nombre más pomposo y culto, tan brillante como el mismo evento, así es que desde el ayuntamiento se adoptó como equivalente en euskera el nombre de Dolumin Barikua en 1984, haciendo así un acertado guiño al euskera occidental popular. Desde entonces, todo es paz y gloria. Seguro que también en el alma de Estanislao.

NOTAS

A pesar de que «se hiciese desaparecer» la partida bautismal de Estanislao Urquijo Landaluce, sí entregó una copia certificada de la misma para poder formar parte del Senado, así como otra documentación diversa (pinchad sobre los enlaces).

Algunas de las informaciones dadas ya las publicó el investigador local Juan Carlos Navarro Ullés en el programa de la feria de 1990, con motivo del centenario del evento.

La propuesta de la denominación en euskera se debe a Joan Mari Iriondo Goti, uno de los grandes impulsores de la recuperación del euskera en aquellas épocas. Eskerrik asko bioi, bihotz-bihotzez.

El rito de la robla en las ferias ganaderas

Estoy disgustado porque se ha suspendido el Dolumin Barikua de Laudio, la emblemática feria ganadera del Viernes de Dolores. El virus. Y, dentro de la reclusión a la que para más inri nos somete el bichito, me ha venido el recuerdo de una conversación que sobre esa feria tuve no hace mucho con mi padre y en la que me hablaba de un término que yo nunca había escuchado: la robla, un acto de obligado cumplimiento en los tratos ganaderos del Viernes de Dolores y otras ferias. Le dio tanta importancia en sus explicaciones que creo que es interesante compartirlo.

Retrospectiva de la feria ganadera del Viernes de Dolores, Dolumin Barrikua, en Laudio

LOS RITUALES. En la concepción mercantilista actual, una compraventa se limita a ajustar el precio y a transferir la cantidad de dinero acordada.

Pero en la sociedad rural antigua, siempre más conservadora frente a las modernidades, el dinero era algo instrumental, limitado a lo económico pero sin un valor ritual especial. Por ello un hecho tan relevante como la compra o venta de un ganado, había que rodearlo de una serie de símbolos, vestirlo con una liturgia digna de la gran ocasión. Y vamos a describir someramente cada una de las tres inexcusables partes que conformaban esos actos: el trato, el estrechar la mano y la robla.

EL TRATO Y LA PALABRA. Los ganaderos iban vestidos con la tradicional blusa negra que les protegía contra la suciedad del ganado pero, sobre todo, les distinguía como ganaderos o tratantes entre el resto de la multitud. Dicho sea de paso, del trato con el ganado mayor, siempre se solían encargar encargar los hombres.

Todo comenzaba con el avistamiento de la cabeza que interesaba. Y comenzaba el contacto para ajustar la cantidad del trato. Los regateos, como en la actualidad, solían ser prolongados. Porque el vendedor siempre creía que podía sacar algo más y el comprador que estaba acordando un precio superior al que podría lograr.

Una vez llegados a un acuerdo, se daba la palabra. Entre los ganaderos, la palabra dada adquiría un valor simbólico-contractual mayor que cualquier documento firmado. Porque, una vez dada, sería un gran deshonor el echarse para atrás. No solo para el que había fallado, sino para toda su estirpe familiar, por los siglos de los siglos… En cualquier caso, también era habitual tener algunos testigos de confianza para que diesen fe.

Feria ganadera: sanblases de Abadiño

DAR LA MANO. Mientras se regateaba, algunos ganaderos jugaban con la mano, haciendo el ademán de estrechársela al otro, pero retirándola rápidamente si no había acuerdo.

Una vez todos conformes con lo ofrecido y demandado, llegaba el apretón de manos que sellaba el contrato, ahora firme y zarandeándolo de arriba a abajo. Asimismo, solía citarse en ese momento la frase «¡trato hecho!«. También solía ser el instante en el que el vendedor deseaba lo mejor al animal que cambiaba de manos, normalmente recurriendo a la invocación del patrón de los animales, San Antonio Abad: «Que san Antonio le guarde el animal» o «San Antoniok gorde dagiala«.

LA ROBLA. Aunque ya estuviese el dinero entregado, en lo simbólico —tanto o más importante que lo monetario— el trato no quedaba clausurado hasta que la parte vendedora cumpliese con el ritual de «la robla«. Consistía en pagar al comprador unas rondas en un bar cercano, un hamarretako —pequeño almuerzo— o una comida o merienda, en función de la generosidad o, mayormente, de la importancia de la venta. Era inexcusable y, ayudados por la tripa llena y los hechizos del alcohol, quedaba resuelta cualquier diferencia o suspicacia que se hubiese dado en la operación. Firmaba la paz y concordia para siempre.

El mismo origen lingüístico del término nos habla de su función. Robla o robra es una palabra que en castellano y según su academia significa ‘agasajo del comprador o del vendedor a quienes intervienen en una venta’. Surge del verbo del latín roborāre que es ‘fortificar’ o ‘dar firmeza’. De ahí surge, por ejemplo, «corroborar».

ROBLONES. Pero, volviendo a Laudio, si observamos el extraordinario pórtico de la iglesia, de hierro, observaremos que sus piezas están unidas —imitando a la torre Eiffel que lo inspiró— por una especie de remaches que se denominan roblones y que tienen el mismo origen lingüístico que nuestra robla mercantil. Un roblón es un ‘clavo de hierro o de otro metal dulce, con cabeza en un extremo, que, después de pasado por los taladros de las piezas que ha de asegurar, se remacha hasta formar otra cabeza en el extremo opuesto’.


Figura representando a A. Gustave Eiffel en el tercer y último piso de la torre que lleva su nombre. Tras la cabeza se observa la estructura metálica con sus característicos roblones, técnica de construcción que posteriormente se usaría en el pórtico de Laudio.

Es decir, algo que une y afianza dos partes para siempre. Justo lo que representaba aquel convite que daba por cerrado el trato entre baserritarras.

ALBOROKE. En las poblaciones cercanas y que no perdieron el euskera, se conoce como alborokea o su contracción albokea. Es un término éste con el que se incitaba a menudo al comprador indeciso con una frase repetida que decía «Egizu ba tratua, egin daigun alborokea» (‘haz el trato y hagamos el alboroque’).

Retrospectiva de la feria de Laudio, lugar de tratos, apretones de manos y roblas, con el pórtico construido por piezas met´álicas unidas por roblones

Se trata en realidad de un préstamo léxico de la palabra castellana alboroque ‘agasajo que hacen el comprador, el vendedor, o ambos, a quienes intervienen en una venta’ y que procede del árabe alborok ‘gratificación’y éste a su vez del hebreo berek, ‘bendición’.

Así es que benditos sean todos aquellos tratos que se cerraron con un buen alboroke o robla y maldito el virus que nos ha dejado este año sin nuestra feria de Dolumin Barikua.