Cómo fabricar culebras y otras creencias

La contestación era oro molido. Nunca habíamos hablado de ello en casa, por lo que aquella respuesta me dejó estupefacto.

Era diciembre de 2018 y, en una visita rutinaria a casa de mis padres, les pregunté por una extraña creencia que el sacerdote José Miguel Barandiaran había recogido en sú día de un informante de Laudio —J. C. de Orue— en 1935.

Decía en aquellos apuntes manuscritos y aún sin publicar que «se cree [en Laudio] que las cerdas del caballo, depositadas en un lugar pantanoso o simplemente húmedo, al cabo de tres meses, se convierten en culebras».

Las serpientes surgen, según creencias populares, del contacto del agua con los pelos de yeguas o caballos.

Sabía además que aquello no era algo puntual o local sino que se trataba de una creencia generalizada, ya que teníamos otras referencias recogidas en otros pueblos por el también sacerdote R. Mª Azkue: «Un cabello puesto en una jofaina se convierte en culebra», «Las crines de yegua se convierten en culebras en el agua», «Las culebras de los arroyos son producción de los pelos del caballo» entre otras (Euskalerriaren Yakintza-I, 1959).

Al preguntarle —y sin poner mucha esperanza en la contestación—, pronto respondió mi padre, airoso, fehaciente como pocas veces, sintiéndose dueño y señor del relato: «Sí, hombre… Yo también he visto de chaval. Ya me acuerdo de una vez que, cuando éramos chavales, hizo Pedro al lado de casa. Sí, unas culebras, con pelos de yegua en un bote… Allí se veía como se les iba haciendo la cabeza, dentro del agua. ¡Bah! Pero al de un tiempo nos aburrimos y lo tiramos todo».

Se refería a Pedro, el hermano con el que estaba todos los días, su gran confidente y que acababa de fallecer un par de meses atrás.


Mi padre junto a su hermano Pedro (1928-2018) charlando sobre mil y un vivencias, como aquella de que, siendo un chaval, fabricaba culebras en un bote lleno de agua.

Dejó el relato y, pensativo, volvió a ensimismarse mientras movía una y otra vez, inquieto, las leñas del fuego bajo.

Pronto mi madre, que también había recibido con asombro aquella creencia que ella desconocía, sin pretenderlo, volvió a encauzar la conversación. «Buf, las culebras… ¡qué asco de animales! Enseguida se metían en la cuadra para poner los huevos al calor de la basura. Y lo malo es que bebían la leche».

Y es que, para quien lo desconozca, a pesar de no tener nada que ver con la realidad, dentro del conjunto de las creencias populares, se piensa que las culebras y serpientes pierden el sentido por la leche, una tentación que les resulta irresistible.

Mi madre (Olarte-Laudio, 1941) y mi padre (Markuartu-Laudio, 1934) frente al fuego de casa, el gran confesor de cuentos de serpientes y otras creencias. Son los de esa generación, los últimos guardianes del tesoro de la cultura popular acumulada durante siglos

Así contó como a «alquien conocido de no sé qué caserío» —porque así de imprecisas son y han de ser esas referencias que validan todo sin ser verdad— le había sucedido que la vaca no daba leche, ni un día ni al siguiente ni al otro, hasta que se dieron cuenta que había una culebra en la cuadra. Porque las culebras se yerguen y maman la leche de las ubres sin que los animales se den cuenta. Legendaria es la astucia de estos animales, como nos inculcaron desde la misma Biblia.

Existe la creencia generalizada de que las serpientes maman la leche de los animales. Fuera ya de Euskal Herria, se cree que también la tomaban de las madres humanas, mientras dormían

Aquella debilidad también se aprovechaba para sacarlas de la cuadra. Ahora al unísono y solapándose, los dos —padre y madre— me aseguraban que se ponían varios platos, enfilados, con un poco de leche en cada uno para así ir indicando a la culebra el recorrido que debía tomar para salir hacia la calle, para alejarla del caserío. Varios platos o no, porque a veces también valía con uno solo. Y funcionaba, vaya que si funcionaba… aunque nadie lo ha visto jamás.

Asimismo, en nuestra misma casa vivía Angelita —Ángela Goiri Egia (1925-2019)— natural de los caseríos de Izardui (Laudio) y que, por diversas razones de vecindario, para mí siempre había sido una especie de tía.

Recuerdo cómo, siendo muy chavales, nos contaba con todo lujo de detalles un caso que ha ella le habían contado recientemente. Una vez más, le había sucedido a «un chaval conocido de no sé qué caserío» que le mandaron ir a coger agua a la fuente. Con tan mala suerte que, fatigado, se durmió mientras llenaba el botijo. Recostado en el suelo, una culebra se le introdujo por la boca y se alojó en su interior. Nadie adivinaba a saber qué le sucedía a aquel muchacho que, de un día para otro, iba perdiendo salud. Hasta que a alguien más experto, se le ocurrió pensar que podría tratarse de una serpiente. Llevaron al muchacho a la fuente y lo colocaron en la misma postura, recostado y con la boca entreabierta, imitando en lo posible el estar dormido. Fuera, un plato bien colmado de leche que pronto surtió efecto: salió la culebra y por allí se perdió entre unos matorrales. Por eso nos advertía Angelita que, como moraleja, había que tener cuidado de no dormirse en el monte. Y menos con la boca abierta.

Entusiasmado con lo que me habían contado mis padres, le pregunté de nuevo por aquel relato de 40-50 años atrás. No lo recordaba ya. Falleció unos meses después.

Angelita Goiri (1925-2019) junto a su esposo Lázaro, a la que le volví a preguntar por sus lejanos relatos de serpientes

Quizá el olvido fue una respuesta natural pues, siendo como era buena cristiana e intuyendo su final, no olvidaría la maldición bíblica lanzada sobre el reptil: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu prole y su prole». Y es que desde entonces la serpiente pasó a ocupar para siempre un lugar maldito en su relación con los humanos. De ahí que nadie quiera saber nada de ellas salvo en cuentos y creencias.
Desgraciadamente, en breve habrán dejado para siempre las culebras de beber platos de leche. Más aún si eran culebras de aquellas que se metían en el caserío, aquellas que se fabricaban con pelos de yegua metidos en un bote de agua…


Notas: Aunque sea una creencia propia de Vasconia, no es exclusiva de ella, ya que es algo compartido en el tercio oeste de la península así como en varios países de Sudamérica.

De las serpientes que bebían de los pechos de las mujeres, se dice que insertaban la cola en la boca del bebé para engañarlo y para que así no despertase a la madre. Otra muestra de su legendaria astucia…

Por otra parte, al introducir los pelos en agua se retuercen y pueden dar la sensación de movimiento. O quizá se relacione esta creencia con algunos animalillos que habitan en el agua no corriente de algunas fuentes.
Quizá de ahí la costumbre, también del ámbito vasco, de purificar con una expresión jaculatoria (amén, Jesús…) aquellas aguas que se cogían tras la oración que anunciaba la llegada de la noche. O introducir un tizón encendido en el recipiente, haciendo con él la señal de la cruz.

El viaje de despedida del kuku

Dice la tradición popular que el kuku —cuco, cuculus canorus— es el único animal que sabe pronunciar su nombre. Un don que lo hace destacar de entre el resto de bestias de la Tierra y que ya nos ofrece una pista sobre su carácter casi humano o, yendo más allá, casi divino.

Sin ir más lejos, en mi entorno familiar (Laudio, Álava) siempre se ha creído que nos abandona el día de hoy, 29 de junio, San Pedro. Y para ello, acude primero a Murueta (un cercano barrio de Orozko, Bizkaia, de fiesta en esta fecha) en donde da cuenta de una opípara merienda antes de acometer el gran viaje a no se sabe dónde. Hay quien asegura que vuela a la misma Roma para escuchar misa en este día del titular del Vaticano.

Su deseada llegada se produjo supuestamente el 25 de marzo, coincidente con la simbólica fecha del embarazo de la Virgen, y nos abandona hoy, tras impregnarnos de buena suerte, tres meses después. El euskera recuerda bien esa exactitud de fechas con el refrán Sanjoanetan kuku, sanpedroetan mutu ῾cu-cu por fiestas de San Juan pero mudo por las de San Pedro῾.

Al sur de la península ibérica, fuera ya del ámbito de la cultura vasca, se comenta que es por San Juan cuando emprende su partida: Por San Juan, el cuco se vuelve gavilán. Y es que ha sido creencia generalizada que el cuco en realidad no migra sino que se metamorfosea para, haciendo uso de sus poderes casi mágicos, convertirse en gavilán durante el resto del año.

No es una creencia nueva sino ya constatada hace más de dos milenios por Plinio el Viejo. O cuando lo cita el griego Aristóteles para explicar desesperadamente que aquella superstición tan generalizada en su tiempo era falsa ya que, a pesar del parecido entre ambas especies, el cuco tenía las garras mucho menores y el pico sin curvar: no era una especie sino dos. Pero no parece que tuvo mucho éxito porque, a pesar de lo evidente de su razonamiento, aquella creencia pagana en lo sobrenatural del cuco ha superado siglos, religiones y diversas culturas para continuar aún arraigada en el ámbito rural popular. Todo un milagro…

En realidad, aquella semejanza entre el cuco y el gavilán que tanto desconcertaba a nuestros antepasados, no es sino es una estratagema de la evolución de las especies ya que, al poner los cucos los huevos en los nidos de otras aves (no hacen su nido sino que parasitan otros de otras especies menores), ganan con ese “disfraz” el tiempo necesario para hacer su puesta, pues las avecillas titulares huyen espantadas creyendo que se trata la rapaz depredadora y así no se percatan de la fechoría que el astuto cuco les acaba de hacer.

Pero, de vuelta a las creencias, quizá la más asombrosa y sobrecogedora que se ha asociado a esta ave casi divina, es la capacidad para dar o quitar vida.

En efecto, dentro de las creencias célticas europeas y en las que tanto tenemos para hurgar si pretendemos conocer en profundidad nuestra cultura, se creía que el cuco era un animal al servicio de hadas y otros númenes mitológicos. Y que tenían la capacidad exclusiva para volar entre el mundo de los muertos y el de los vivos tantas veces como quisieran. Disponían incluso de la capacidad de para profetizar y adivinar la duración de la vida de una persona o animal, cuando serían padres, etc. Era por tanto un ser que enlazaba el presente con el futuro como ningún otro animal.

No es extraño por tanto que, tras un salto de varios milenios, observemos aún actualmente que es suficiente con que un enfermo escuche el primer canto del cuco para librarle del riesgo de fallecimiento. Al igual que cualquier animal doméstico moribundo sanará si tiene la fortuna de escuchar el característico canto del ku-ku. Son estas creencias aún corrientes y que, sin ir más lejos, escucho en mi entorno habitualmente.

Tampoco creo que sea casualidad que, esa ave que porta la vida y la buena suerte, aparezca entre nosotros, según las conjeturas populares, el día del embarazo de María, el 25 de marzo. El comienzo de la vida, el arrancar de la naturaleza, el inicio de la primavera… aquello que traían las aves migratorias, txori onak, y que se convertía en prosperidad y felicidad, zoriona.

Por otra parte sabemos que en las Hébridas —archipiélago en la costa occidental de Escocia— cuando alguien escuchaba el cuco sintiendo hambre era un mal augurio y los problemas y desgracias recaerían uno tras otro sobre él. Pero sucedía lo contrario si se escuchaba con la tripa llena, saciado. Sin duda alguna es la misma superstición, tan extendida entre nosotros, de la necesidad de disponer dinero en el bolsillo cuando se le escucha por primera vez. Por cierto, no podemos dejar de hablar de Escocia sin citar las grandes piedras rituales cuyo origen se atribuye a un culto a la llegada del kuku.

Para finalizar, es su partida la que marca la entrada al verano, el fin de las estrecheces para dar paso a la abundancia que la naturaleza ya ofrece a raudales. Kukua etorri, gosea etorri; kukua joan, gosea joan decían nuestros antepasados vascos: ῾venir el cuco y viene el hambre; marchar el cuco y marcha el hambre῾. Por eso el verano y el posterior otoño son dos estaciones sin apenas rituales populares, porque no hay que pedir al destino una buena suerte que ahora campa por sí sola.

Y poco más que añadir. Tan solo el deseo de que nuestro kuku se esté dando ahora un buen banquete en Murueta de Orozko. También voy yo dentro de un rato a aquella romería, con la ilusión de verlo antes de convertirse en gavilán, antes de que emprenda el vuelo al mundo de los muertos, el de nuestros antepasados, esos que tanto añoramos y a los que tanto debemos en este tipo de creencias y supersticiones populares que no podemos olvidar. La vida o la muerte… el ser o no ser: esa es la cuestión.

El dedo de los amores

Si alguna vez el euskera ha marginado a alguien, si lo ha ofendido en lo íntimo de su ser, ese es el dedo anular de nuestras manos. Lo demás son cuentos.

Y lo digo con pleno convencimiento porque, salvo cuando ha necesitado ponerse el traje lingüístico de gala y lo hemos llamado hatz eraztunekoa o eraztun-hatza –‘dedo del anillo’, similar al dedo anular del castellano–, en el día a día, en la intimidad de la familia, en el interior de las cuatro paredes del caserío, cuando sabíamos que nadie nos escuchaba, lo hemos denominado hatz nagia, es decir, el ‘dedo vago, perezoso’, la oveja negra desheredada en esa familia de cinco vástagos. Porque el dedo anular siempre ha sido desdeñado por interpretarse que no sirve apenas para nada.

LA VENA DIRECTA AL CORAZÓN. Otra concepción menos bárbara y sublime que la nuestra fue la que nos ofrecieron desde la clásica Grecia. Allí, observando las disecciones que hacían de los cadáveres humanos, creyeron ver una pequeña venilla que, partiendo de ese dedo, iba directa hasta el corazón.

Es más, el resto de conductos sanguíneos que accedían hasta la parte externa de nuestro cuerpo lo hacían siempre a través de ramificaciones capilares. Todas excepto aquella fina línea excepcional que partía de nuestro perezoso dedo: la única que unía sin interferencias el mundo de las sensaciones al órgano central de nuestras emociones. Y no lo digo yo, sino que ya lo publicó el romano Aulo Gelio en el siglo II:

«…al cortar y abrir los cuerpos humanos […] se descubrió un nervio muy fino solo desde este dedo del que estamos hablando, que se dirigía y llegaba al corazón del hombre; […] ese dedo que parecía estar ligado y como conectado con la fuerza principal del corazón»

Antiguo dibujo para mostrar la vena amoris, la única vía directa desde el dedo anular hasta el corazón

 

VENA AMORIS. De ahí que pronto interpretasen que era por ahí por donde nos entraba el mal del enamoramiento. Y la bautizaron nada menos que como vena amoris, ‘la vena del amor’.

ANILLO DE CASTIDAD EXTRAMATRIMONIAL. Así se entiende que las personas casadas, a sabiendas de lo débil que es la carne frente al pecado, pusiesen a sus parejas un anillo en ese dedo, a modo de talismán-cortafuegos para impedir que por ahí accediese al corazón de la pareja algún desvergonzado o una pelandusca que podrían hacer estallar el matrimonio. Dicho de otro modo, nuestra alianza o anillo matrimonial poco tiene de romántico y mucho de rudo pragmatismo: es una especie de cinturón de castidad frente a las posibles infidelidades amatorias.

La alianza matrimonial es en sí un elemento protector frente a otros posibles enamoramientos que podrían desbaratar el enlace establecido

 

DIGITUS MEDICUS. Pero nuestro dedo es mucho dedo. Y por ello sus virtudes no se limitaban a los desvaríos pasionales sino que, aprovechando aquel conducto que penetraba por la vía directa hasta nuestras entrañas, es por lo que en cierto momento de nuestra historia se estimó que además era la ruta ideal para administrar las medicinas y para vigilar la salud. De ahí que se rebautizase como «dedo médico» o “dedo medicinal”, una forma aún en uso. Nadie mejor que San Isidoro de Sevilla para contárnoslo en sus Etimologías (años 627–630), aquella especie de Enciclopedia de la Edad Media:

«…el cuarto [dedo se llama], “anular”, porque en él se lleva el anillo. Recibe también el nombre de “medicinal”, porque con él aplican los médicos los ungüentos».

COROLARIO. Así es que, con todos los respetos, hagamos los vascos una autocrítica profunda y pidamos perdón a ese dedo que tiene mucho más de fabuloso, excelso y fascinante que de perezoso, inservible y zángano. Si no, claro está, ya estaría catalogado como “dedo borbónico”.

Txantxangorriak eta gure zoriontasuna

Según las creencias populares vascas es a partir de hoy, 11 de noviembre, San Martín, cuando comienzan a dejarse ver y cantar como nunca los petirrojos. Son asimismo son portadores de la buena suerte y la abundancia. Era tan arraigada la devoción pagana que les rendíamos que hasta la Iglesia tuvo que generar unas serie de relatos legendarios para hacerlo suyo e integrarlo disimulado dentro de su credo. Tampoco ningún otro animal ha sido usado como símbolo «de lo nuestro» por los vascos como el petirrojo. Algo hay…

Euskal lexikoari erreparatuta, badirudi behialako euskaldunentzat urtaro bi baino ez zeudela: uda eta negua. Uda, naturak bizipoza nabarmentzen zuen tartea zen, luzea, argiari lotua eta bere iraupen luzeagatik, barne-zatiketa bat onartzen zuena: hastapenari «udaberria» esaten zitzaion eta amaierari «udagoiena» edo «udazkena».

Bestalde, negua genuen urtaro laburrena, iluna, bizitzarik gabekoa, «beste parteko» izaki maltzurren indarraldia, heriotzaren erresuma. Negu hura, zantzu guztien arabera, oraingo egunotan hasten zen, urri-azaro bitarte honetan: San Simon eta San Juda egunean herri-tradizioaren arabera, arimen gaua (Halloween), gaztainen jaiak, gaurko San Martin… dena da bat, dena dago loturik.

Baina, aldi berean, heriotza nagusi zuten garai hartan, euskaldunon biziraupenerako esperantza guztiak biltzen zituzten haziak ereiten ziren. Harrezkero, patua aldeko izatea besterik ez zen behar: ezinbestez, «azaro, azaro, erein eta itxaro» dio herri-esaera zaharrak, etsia hartuta.

Une horretantxe, zortea gurekin edonola aliatu behar genuenean, augurio oneko adierazleak agertzen ziren… los pájaros de buen agüero, «zori onak», zoriona… Gure alde eduki behar genituen, zaindu, poztu, haiek zekartelako guk behar genuen esperantza.

Eta txori horien artetik esanguratsuena txindorra da, gure txantxangorria, euskaldunok horrenbeste miretsi izan dugun txoritxoa, nekatu arte «geurearen» ikurtzat erabili izan duguna. Azkena, Euskararen txantxangorria mega kanpaina instituzionala.

Zer dela eta hain guretar eta barneraturik sentitzea? Ba, gure arbaso urrun haien ikuspegitik «zeruak» –ezezagunak, gizakiaz gaindiko ahalmenek– bidaltzen zizkielako txindorrak. Gaur egun badugu azalpen zientifikoa: behin neguko hotzak iritsita txori horiek migratzen dute Ipar Europatik gure latitudeko lurretara. Orduan, bat egiten dute hemen bizi direnekin eta kanpotik datozenek.

Eta euren txorrotxio ederrak inoiz baino gehiago hasiko gara entzuten oraingo egunotan. Ornitologoek ondo dakite norberaren lurraldea babesteko jartzen direla kantari, lur espazio horrek jabea duela adierazteko bestelako txindor arrotzei. Baina lehengo gizakiek interpretatzen zuten zortea zekartela eta harekin batera bizia gozagarriagoa bihurtzeko egiten zizuztela abesti paregabe haiek.

Nire eskualdean, «matxin» edo «matxintxu» esaten zaie txindorrei. Baita erdaraz ere: «anda un matxintxu sin parar de cantar». Ez diegu sekula ere «petirrojo» edo antzekorik entzungo baserritarrei. Dakigunez, matxin «Martin» pertsona-izenaren euskal hipokoristikoa da, lagunartean edo familian erabiltzeko aldakia.

Baliteke bestalde «matxin» izendapen horrek zerikusi zuzena izatea San Martin egunarekin, azaroak 11, tradizioz, egun horren inguruan hasten direlako gure artean ugaltzen (Ipar Europatik datozelako txoriok) eta suharki kantatzen. Beste aukera etimologiko bat da, aspaldiko burdinolekin lotzea, olagizonek «matxin» goitizena ei zutelako. Euren txioek antza handia dute langile haien mailukaden soinuarekin. Arrazoi beragatik, txan-txan-txan egiten dutelako, hartuko zuten «txantxangorri» izena. Bizkaian erabiltzen den «txindor» hitzak, aldiz, bular gorriarekin du zerikusia «begitxindor», «txondor» eta antzekoen antzaz. Eta oraindik ere badira bestelako izenak: papargorri, labe-txori…

Txori hau ondasun- eta oparotasun-eramaile moduan hartzea zaharra izango da Euskal Herriko kulturan, oso. Gerora kristautasunak bereganatu –desjabetu– zuen eta herri-sinesmenak bere estetikara egokitu zituen. Nire etxean, esate baterako, beti kontatu izan digute txepetxak kaka egin zuela Jesukristoren gurutzean –txepetxa txori mota bat da, zoritxarraren adierazlea–  eta txantxangorriak garbitu, bere kidearekin haserre jarri eta guzti. Geroztik bata madarikatua bizi da gauza txarrak bereganatzen eta, bestea, gure txindorra, bedeinkatua, eta ondasuna ekartzen digu gizakioi. Zeresanik ez, ez da horrelakorik aipatzen Biblian, nire amak behin eta berriz –hari lehenagokoek egin zioten moduan– ziurtatuko didan arren.

Beste noizbait entzun izan dut, Jesusi buru-koroako arantzak kendu zizkiola mokoka edota bere bularraren kolorea Jesusen odolak eman ziola, hilzorian zela gurutzean, tanta bat erori zitzaiola, han, bere ondoan, kanturik goxoenez mina arindu nahi zionean. Geroztik bedeinkatuena da txantxangorria txori guztien artetik.

Jesusen odolaren tantaren uste hori berori ere, ezaguna da oso Ingalaterrako folklorean. Han baserritarrek gogotsu zaintzen dituzte gure txindorrak eta oso ohikoa da haientzako janaria jartzea lorategi eta baratzetan. Ipar Europan, bestetik, uste izaten zen ume hildakoen gorpuak estaltzen zituztela papargorriek, hoztu ez zitezen, behin beste mundura joanda. Bestetik, Europako beste herri batzuen sinesmenen arabera, purgatorioan zeuden arimak salbatzera joan ohi zen gure txoritxoa. Eta behin bularra erre zuen infernuko sugarrez: geroztik du gorri-gorria, gizaki hilkorroi gogorarazteko zenbateraino arriskatu zuen gugatik, arimak gaitzetik libratzeko.

Ez da kasualitatea, bestalde, txiroen alde borrokatu zuen iheslari legendarioak «Robin Hood» izena hartzea, ‘basoko txantxangorria’ hain zuzen ere.

Azkenik, txindorra Gabonen ikurra da hainbat herrialdetan berarengan bat egiten dutelako oparotasun nahiak eta neguak, hots, Gabonen jatorria.

Egin diezaiegun bada ongietorri aparta aste honetatik aurrera zoriontasuna ekartzera iritsiko zaizkigun txindorrei, sekula ere ahaztu barik zer suposatu izan duten gure kulturan. Matxintxuk txan-txan-txan… zoriontsu egin gaitzan.

 

 

Murciélagos: los ratones viejos

Puestos a especular y aprovechando el noctambulismo veraniego, se me ocurre la idea de que el apodo de «sagusares» —del euskera «saguzaharrak», ‘murciélagos’— que en castellano se les ha dado a los de Gardea —barrio de Laudio— signifique en realidad ‘trasnochadores’, es decir, un poco ‘golfos’, ‘parranderos’, ya que la palabra «saguzahar», así como la de «mozollo» o «gautxori» tienen ese significado añadido al margen de denominar al animal en cuestión. No olvidemos que, hace un siglo, Gardea y su txakolin eran en toda la comarca centro de peregrinación obligado para todo aquel amante del jolgorio, siempre unido a los bolos, al cantar y el buen comer y beber.

RATONES VIEJOS. Lo que ya no es especulación y sí realidad es la existencia de una creencia general extendida por toda Europa y América según la cual los murciélagos son en realidad unos ratones con muchísimos años, tanto que hasta les han crecido unas alas. Y ahí entronca el significado de nuestro vocablo, ya que «saguzahar» significa literalmente ‘ratón viejo’. Eran además unos animalillos portadores de buena o mala suerte, según las circunstancias.

DIENTES. Por citar un caso, reconforta el recuerdo de una creencia popular vasca, ya casi desconocida, que dice que hay que arrojar el diente caído de los niños a los murciélagos que revolotean mientras se decía «Saguzaharra, eutsi agin zaharra» ‘murciélago, toma mi vieja muela (diente)’. Sin duda, entronca con la costumbre del ratoncito Pérez, etc. en algún punto muy lejano: debemos estar haciendo referencia a las mismas antiquísimas creencias folclóricas y de las que ya hablaremos con más detalle en otra ocasión.

EL MUR CASTELLANO. Para finalizar y como curiosidad, también la palabra murciélago del castellano hace referencia a otra característica de esos animales y de nuevo relacionándolo con la creencia popular de que se trata de un ratón, algo que por si acaso aclaramos que es radicalmente falso. «Murciélago» proviene de «mur» ‘ratón’ y «ciégalo», ambas con origen en el latín «mus-muris» y «ceculum» y que significa, literalmente, ‘ratón cieguito’ (es diminutivo). Sin ir más lejos, el personaje Sancho Panza utiliza en la obra El Quijote (parte II, cap. LV) uno de sus recurrentes refranes con la palabra «mur»: «Lo que has de dar al «mur» dalo al gato», ‘lo que has de dar al ratón, dáselo al gato’, es decir, céntrate en el que te apoya y ayuda, lo que te beneficia, porque te va a solucionar más problemas.

De ahí, de «mur», surgió la palabra genuina del castellano «murciégalo», en desuso aunque admitida y que en una metátesis o salto caprichoso entre dos de sus sonidos consonánticos, la «g» y la «l«, dio el «murciélago» de uso general en la actualidad.

Otra curiosidad añadida a uno de los animalillos más amados y temidos en nuestro panorama cultural tradicional vasco: el saguzahar o murciélago