Por qué tenemos un San Antonio en Laudio

Era un enclave tan desamparado que lo denominaron Ermu en euskera y Yermo en castellano. Es decir, ‘deshabitado’. Porque aquellas altas laderas que se descuelgan del monte Kamaraka han sido desde siempre un lugar idóneo para la soledad.

Choca por ello que allí se encuentre tan impactante conjunto monumental, compuesto por un santuario de origen medieval dedicado a Santa María y unas posteriores ermitas de Santa Lucía —que es como popularmente se conoce el lugar— y otra conocida como «de San Antonio» aunque su advocación principal sea la de Santa Apolonia. Es de esta tercera edificación y las motivaciones de su existencia de las que queremos hablar. Tanto desde la información fehaciente como, a falta de más datos, desde la mera especulación.

San Antonio, cuya romería del 13 de junio esperaban con ansia los laudioarras , era la que sentían como la más local e íntima, frente a la de Santa Lucía conocida como «la romería de los vizcaínos», muy enjuiciada en la moralidad local, y el comportamiento de aquella avalancha especialmente de romeros bilbaínos.

Ermita humilladero de San Antonio (Santa Apolonia), junto a un cruce de caminos, a los que daba servicio espiritual

HUMILLADERO Y NO ERMITA. En realidad el templete de Santa Apolonia / San Antonio no es una ermita sino un híbrido entre ermita limosnera y humilladero, denominadas santutxu en euskera, por su función secundaria. Son edificaciones religiosas, muy características del barroco vasco —siglos XVII-XVIII— y, simplificándolo, su función es la de dar un servicio espiritual de «24 horas / 365 días» al transeúnte, sin necesidad de estar atendida por nadie. Por ello están abiertas, para permitir el ocasional rezo devocional, pero a su vez protegidas por característicos enrejados o balaustradas. Solían ubicarse en las entradas a las poblaciones importantes o, como es nuestro caso, previos al acceso a un gran santuario.

Allí el romero y peregrino se humillaba —de ahí su nombre humilladero— y pedía perdón por sus pecados, para entrar en el mayor grado de pureza posible al santuario mayor o principal. Ayudaba asimismo en la limpieza del alma el depositar alguna limosna, otra de las características de estos edificios.

En la práctica, el contar con humilladeros en los caminos o calzadas que accedían a los santuarios, daban a estos últimos mayor distinción, relevancia y categoría. Y también ingresos económicos, no lo olvidemos: el insert coin de toda la vida…

Por eso, todo santuario que tuviese alguna pretensión, debía contar con un humilladero. En el caso del de Laudio, se elige el cruce de caminos que, provenientes de Bilbao o de Laudio, acceden al templo principal de Santa María, 300 metros más adelante.

Humilladero de San Antonio del Yermo (Laudio), con sus llamativos muros de cuidada sillería. En la parte inferior del arranque del muro, junto al suelo, se muestra la supuesta pisada mariana en un rebaje en la pared.

LA MOLESTA CREENCIA DE LA PISADA. El barroco fue, como sabemos, un período en el que el exceso en la recarga de adornos presidía todos los ámbitos de la vida. También el de las creencias populares, rebuscadas en sus puestas en escena.

Así, existía en un lugar del Santuario de Santa María una peña con una oquedad en la que el vulgo pretendía ver una pisada de la mismísima Virgen María. Y, como en otros muchos lugares de nuestro país sucede (J. M. Barandiaran 1924 y A. Erkoreka, 1995), en torno a ella se desarrollaron unos rituales y creencias que, paulatinamente, se alejaban de las atribuciones milagrosas del entorno basadas en la fe, para caer en la simple superstición.

Estaba aquella marca en la roca protegida por una reja que quizá daba más realce a aquel elemento que, desde los estamentos religiosos, no merecía aprobación. En cualquier caso, desviaba tanto la atención de los fieles, más pendientes de los milagros obrados por aquella piedra que de los de la Virgen, que el clero se vio desbordado. Por ello, en una visita obispal de 1723, con cierto enojo frente a lo que sus ojos presencian, se ordena tajantemente —adecuadas las citas documentales a la grafía actual— «que se cierre a cal y canto la reja de la pisada» por irreverente y ofensiva frente al credo cristiano. Relata cómo se le ha informado de que «hay abuso de venerar la pisada que llaman de Nuestra Señora, que se halla en una esquina de ella junto al suelo, por la parte de fuera, en que está puesta una rejita y a donde los hombres y mujeres suelen llevar agua en la boca y la echan allí, creyendo vana y supersticiosamente conseguir el remedio de sus enfermedades».

Por ello, «deseando su Ilustrísima desterrar tan intolerable error, mande se quite la dicha reja por el cura de dicha iglesia y se cierre el dicho sitio con piedra y cal y, así hecho, ninguna persona lo quite ni lleve agua so pena de excomunión».

Roca con la supuesta huella de la Virgen que se desplazó desde el santuario de Santa María al exterior de la ermita-humilladero, por considerarse indigna y ofensiva a la fe

Pero aquella orden jerárquica generaría más de una duda incluso en el clero local que no vería con tan malos ojos aquellas supercherías que, se quisiera o no, acercaban fieles y riquezas al templo. Así es que, hecha la ley, hecha la trampa. Y se decide extraer aquella peña con la oquedad que se interpreta con una huella mariana, y alejarla del templo principal para incrustarla en unas condiciones similares, en el nuevo templo de San Antonio que se habría de edificar como humilladero. Así, el nuevo edificio vería reforzada su acogida popular —no perdamos de vista los codiciados ingresos de las limosnas— y el santuario principal alejaría la indigna superstición pagana, a la vez que los fieles no se verían defraudados en sus arraigadas creencias populares.

LOS OTROS RITUALES DEL TEMPLO. Desde entonces y hasta nuestros recuerdos de infancia —no creo que haya nadie que lo practique en la actualidad— era costumbre llevar tres veces la boca llena de agua para depositarla en la huella de la Virgen en el humilladero de San Antonio. Con ello se prevenía el dolor de dientes, colmillos y muelas durante todo el año. El agua se tomaba en la fuente que mana del muro de la ermita de Santa Lucía o de una fuentecilla, más cercana, en la parte inferior de la carretera actual.

Bloque desgastado por el roce en el exterior del templo. Quizá por ser el primer elemento «santificado» que encontraban los romeros que subían desde Laudio

Del mismo modo, por impregnarse del halo de santidad que emanaba el lugar y con la intención de que la buena suerte les acompañase durante el año siguiente, muchos romeros tocaban con su mano uno de los bloques angulares de la edificación, en donde es apreciable su desgaste. Me gustaría pensar que sería un ritual practicado por los fieles provenientes de Laudio que, tras ascender las duras pendientes, accedían al primer punto físico del conjunto monumental, en donde depositaban sus creencias y esperanzas. Este rito de frotar la primera piedra no es practicado en la actualidad y su recuerdo se limita a los vecinos más mayores del lugar.

También la huella de la Virgen ha sido usada para introducir en ella el pie descalzo. Así se pedía novio o novia, sin duda una réplica de las atribuciones milagrosas de los dos San Antonios de Urkiola y que flanquean en el santutxu o humilladero a la titular, Santa Apolonia.

Así, el templo con diferencia más humilde de la «trilogía» monumental del lugar es el que se convierte en el principal referente milagrero, en donde la población vuelca su necesidad innata de dar rienda suelta a las rebuscadas supersticiones populares que le parecen más efectivas, tangibles y cercanas que la fe cristiana propiamente dicha.

El templecillo se construyó por tanto en el XVIII, con seguridad aprovechando la bondad económica del momento y las obras de ampliaciones y renovaciones en el santuario principal, y de reparación de su torre-campanario. Su construcción está realizada en sillería de gran calidad, algo que llama la atención, por no ser habitual como técnica constructiva en este tipo de templos que se consideran secundarios. También las tallas de Santa Apolonia y de San Antonio Abad y San Antonio de Padua son del momento, del XVIII, quizá coetáneas del encargo la elaboración de nuevos retablos para el santuario.

El arraigo del culto al templete debió ser grande, ya que incluso se crea una pujante cofradía en su honor que, junto a la que honra a San Roque en el fondo del valle hacen las delicias de los fieles. Incluso el vino que ha de suministrar el ayuntamiento cuenta con exenciones fiscales en el día de su honrosa romería, a la que acudían obligadamente las autoridades. De ese modo, tanto el alma como el cuerpo encontraban la gloria allí arriba cada 13 de junio.

Una posible ubicación para la pisada mariana original, en la base del pórtico, de diferente y menos cuidadosa etapa constructiva en un lugar en el que se observan diversas oquedad similares en la roca madre. Aunque no deja de ser una mera especulación personal, sin nada que lo sustente al margen de la intuición, sí sabemos que justo cuando se manda arrancar y deportar la pisada (1723), el cantero de Llanteno Juan de Aguirre realizó, entre otras obras, un estribo nuevo en la iglesia principal del santuario.

¿POR QUÉ SANTA APOLONIA Y LOS SANTOS ANTONIOS? Es fácil relacionar el rito del agua con el dolor de muelas, de la que es patrona y protectora Santa Apolonia, si bien el documento de 1723 se habla de un «remedio de sus enfermedades» en general y no con esa concreción. Pero es más que probable que, entre tantas enfermedades, también sanase las de los dolores de muelas. Y esa fue la chispa que debió iluminar a quien pensaba en crear un humilladero allí, la jugada maestra que solucionaba varios problemas a la vez. Ahora, sin soporte documental alguno, vayamos al campo de la hipótesis, al de la mera especulación.

En las épocas en que se edifica nuestro humilladero, San Antonio de Urkiola era el santuario por excelencia, el más venerado y el que sin duda más eco y renombre gozaba en nuestro orbe. Casualmente, en la antigua calzada —hoy perdida en el bosque— comercial entre Álava y Bizkaia, entre Castilla y el mar que venía desde Otxandio, encontramos un relativamente desconocido templo previo a acceder al gran santuario, unos centenares de metros antes, para dar auxilio espiritual a los peregrinos que accedían por aquella transitada ruta.

Sabemos gracias a una inscripción que aquella ermita está edificada en 1515, seguramente para solapar con cristiandad unos rituales paganos de culto al agua milagrosa que allí, desde las entrañas de la ermita, brota. Era la Señora de los Remedios a donde acudía la gente a sanar sus dolencias, como reza su rótulo interior, y especialmente las de las muelas. Para ello, se introducía agua en la boca y se daba tres o «varias» vueltas a la ermita, arrojándola en su interior, invocando a Santa Apolonia, que preside el humilladero como titular posterior. Era un templo secundario que, como decimos, formaba parte del conjunto del santuario de Urkiola y que permitía a los romeros acceder a él con un mayor grado de limpieza espiritual, gracias a este templecillo.

Peregrinos en Santa Apolonia de Urkiola, probablemente camino al santuario principal, en torno a 1900. Allí, aparte de orar, se practicaban rituales con el agua milagrosa que brotaba en la ermita

LA JUGADA PERFECTA. La similitud con los rituales del santuario del Yermo y que el clero quería erradicar, verían en este caso de Urkiola la inspiración para la solución perfecta: crear un templo secundario apartado del templo principal, junto al camino y abierto a modo de humilladero y desplazar allí el ritual del agua milagrosa, replicando el caso de Urkiola, a través de Santa Apolonia, mártir a la que según la hagiografía cristiana se arrancaron dientes y muelas en las torturas de su martirio. Su simple alusión despejaría cualquier duda en Laudio.

Ermita de Sta Apolonia en Urkiola con su inscripción de Ntra. Sra. de los Remedios 1515. A partir de ahí caminaban descalzos como penitencia algunos peregrinos que iban al santuario. No sería de extrañar que algo similar se hubiera practicado en el templo homónimo de Laudio

Asimismo, se añadirían al templo del Yermo los dos santos Antonios —Abad y de Padua— venerados con gran devoción en Urkiola, para dejarnos a las claras de dónde procedía aquella Santa Apolonia, nueva vecina de Laudio. Además, con el gran renombre y fama de aquellos santos vizcaínos, la acogida popular estaba asegurada y el éxito en lo espiritual y económico —limosnas y donaciones— garantizado. Es decir, para solventar el problema de la superstición del agua milagrosa del Yermo, se implanta una «sucursal» del santuario de Urkiola en Laudio.

Por si era poco, para dar más verosimilitud a aquella propuesta, se hace creer por medio de una leyenda creada ex novo que aquella oquedad en la roca que tanto desasosiego había generado a las autoridades eclesiásticas correspondían a la pisada de San Antonio de Padua que, camino a Urkiola, había pasado por el lugar: «la tradicion asegura que san Antonio de Pádua visitó aquella montaña y puso su pié en aquella piedra» (Antonio Trueba, 1867). Quedaba así unido este humilladero (y huella) con Urkiola en la mentalidad popular. Hoy en día nadie recuerda haber escuchado la atribución de la marca en la piedra al periplo de San Antonio hacia Urkiola. Por ello podríamos pensar que la leyenda se crearía intencionadamente por vía culta (¿el mismo clero?) para desvincular del santuario la superstición en torno a la curiosa piedra.

Como cabía esperar, la reputación tan grande con la que contaba el santuario de San Antonio en todo el orbe occidental vasco haría que, casi inmediatamente, se conociese el templete como «ermita de San Antonio» y no de la Santa Apolonia titular. También, al igual que en Urkiola, se replicaría el «error» de que el santuario advocado en realidad a dos San Antonios se conociese como un único «San Antonio», que su romería se celebrase el 13 de junio y que en supuesta la pisada de la Virgen se pidiese pareja casadera durante generaciones: una moda importada, sin duda.

Todos… excepto nuestra sacrosanta cuadrilla de amigos que, cuando acudíamos allí, introducíamos el pie para rogar a los santos para que no nos diesen novia, que nos protegiesen de ellas y sus naturales tentaciones, para que ninguna lianta rompiese aquel mágico vínculo entre amigos. A la vista de los resultados, no hizo efecto alguno y todos y cada uno de nosotros nos enamoramos de ellas en infinidad de ocasiones. Incluso fue en aquel mágico lugar en donde intimé por primera vez con el primero de aquellos amores: no se me ocurrió un lugar más altivo y romántico para abrazarme a ella y mirar juntos a la luna… ¡Qué regalo! Benditos sean san Antonio y la ineficacia de la huella mariana en la roca.

San Antonio Abad, Santa Apolonia (que hasta hace poco mostraba un diente real en su mano) y San Antonio Abad en el humilladero de Laudio. Se encuentran protegidos con sendas hornacinas de vidrio laminado antivandálico desde que sufrieron un irracional ataque.


San Antonio Abad (Laudio), con su característico cerdo

Santa Apolonia (Laudio), la titular del templecillo




San Antonio de Padua (Laudio)


La clasificación de ese tipo de templos de ruta como ermitas limosneras se debe a la función recaudatoria con la que también son planteadas


Ermita de los Remedios o Santa Apolonia en Urkiola

Interior de Santa Apolonia de Urkiola dejando patente su función sanadora: «Geisoen osasuna » (gaixoen osasuna) ‘la salud de los enfermos’


Santa Apolonia de Urkiola presidiendo el altar sin retablo de la humilde ermita


Indicador del camino entre el santuario de Urkiola y la desconocida ermita de Santa Apolonia, en la antigua calzada que llevaba a Otxandio, hoy invadida por el bosque.

Fuente de agua milagrosa que brota bajo la ermita de Santa Apolonia en Urkiola




Los de Atxuri en la romería del Yermo

Desde que tenemos noticias documentales de su existencia en la Edad Media, era Santa María del Yermo un templo de gran renombre y proyección, ligado a grandes linajes algo que convierte a nuestro templo en sobresaliente. Pronto se le atribuyen cualidades milagrosas y ello supone que la gente codicie enterrarse allí, que se firmen numerosas donaciones testamentarias para el santuario y que comience a peregrinar gente hasta allí, buscando la solución divina a sus cuitas humanas. Y pronto se convierte en renombrada la fiesta su romería.

PERO EN ESTA OCASIÓN queremos hacer especial mención al punto álgido de sus romerías, en las décadas a caballo entre el XIX y el XX ya que se lo debemos a una cuadrilla de entusiastas jóvenes que se reunían en la taberna de Paloca (Atxuri) y que se encargaron de llevar a miles y miles y miles de bilbaínos hasta la romería de Laudio, un pueblo que se vio abrumado por el gentío que, desde la ciudad, acudía a aquel delicioso paraje de montaña.


La sociedad vasca de fines del XIX vivía sumida en una gran crisis emocional, de pérdida de valores, tras habérsele arrebatado definitivamente sus fueros (1876). Eran tiempos de revisión romántica del pasado y de la idealización de las añoradas esencia e identidad vascas que veían como, día a día, se desvanecían.

Por ello, al margen de pasear y dejarse ver, a la nueva sociedad bilbaína le encantaba usar ese recién aparecido tiempo libre para reencontrarse con la esencia rural que se desvanecía, gozándola de un modo quizá artificioso o recreado. Así se ponen de moda, por ejemplo, las casas txakoli —una especie de merenderos a donde se iba a pasar el día festivo— u otros lugares en los que pudiese disfrutarse del tipismo vasco, aquello que ya se intuía desaparecer.

Llegada de romeros bilbaínos a la romería de Santa Lucía. Obra de 1925 reinterpretada para un calendario de 1952 del empresario Arcadio Corcuera.

De ese modo, surgen en el Bocho cuadrillas de jóvenes con gran iniciativa, como lo fueron el Kurding Club —por las «curdas» que cogían— o, especialmente relevante para nuestro caso, el grupo de la taberna de Paloca, en Atxuri, sobrenombre con el que se conocía a Anastasio Bergara Etxabe (1838-1920) un comerciante de vino y que también lo vendía al por menor, de chiquiteo.

Desde aquel punto de encuentro comenzó una cuadrilla de clientes asiduos a organizar en sucesivos años expediciones de bilbaínos a la romería del Yermo, en donde se encontrarían con lo más auténtico del paisanaje rural, algo que durante muchos años se convirtió en un clásico. Recuerdo de aquella intensa relación entre poblaciones, también se comenzó a apodar Paloca a la taberna que los Urquijo tenían en la plaza de Laudio, gestionado años después por Miguel Urquijo Maruri, el hermano del compositor Ruperto y también alcalde. Por cierto, la joven camarera del local era Maricrus, tan presente en los cánticos populares de Ruperto.

Ayudaría el hecho de que el bar de Paloca era en lo político un conocido foro del pensamiento liberal, coincidente con la del Marqués de Urquijo, lo que facilitaría la sintonía en el devenir de nuestra historia.

Aquella gran avenida de bilbaínos, se vio además facilitada por otra aportación de los tiempos modernos, el ferrocarril, que había cambiado nuestro mundo desde que 1863 nos uniese con Bilbao. Se fletaban trenes especiales para transportar a los miles de bilbaínos que acudían al reclamo de la fiesta. También, como es bien recordado en el pueblo, prostitutas que arribaban para dar rienda suelta al negocio del fornicio. De ahí que en los ambientes locales de Laudio, de carácter mayoritariamente conservador —carlista— y rural, observasen con mucho recelo aquellas modernidades que atentaban contra la decencia, por lo que disfrutaban más y de un modo más natural y propio el día de San Antonio, dejando los desmanes de la de Santa Lucía para los foráneos. Por eso entre nuestros laudioarras mayores aún se conoce la fiesta de Santa Lucía como «la romería de los vizcaínos«. Pero no adelantemos acontecimientos…

Sea como fuere, las noticias de prensa de aquella época reflejan a la perfección el ambiente que se vivía por aquel entonces. Y cómo aquellos jóvenes entusiastas del Paloca organizaban con detalle el evento. Hasta se ocupaban de señalizar el camino por donde «…subiendo van los romeros, por Bentabarri [Larraskitu] ya se les ve pasar…» que cantase Ruperto Urquijo. Dice lo siguiente el Noticiero bilbaíno de 8 de mayo de 1886:

«Se preparan para el día 14 solemnes funciones y fiestas en el santuario de Santa Lucía de Yermo, donde además de las misas de costumbre, habrá romería con tamboril y ciegos, esperándose que este año acudirá aún más gente que en los anteriores, puesto que se han arreglado los caminos y senderos, particularmente el que desde Bilbao se dirige a dicho santuario por San Roque y Pagasarri, poniéndose jalones con señales para que nadie se extravíe».

Cada año se intenta mejorar la edición anterior y, gracias a aquella aportación foránea, la fiesta de Santa Lucía va ganando en grandiosidad y suntuosidad. Se dan entrañables escenas en las que se funden dos mundos antagónicos, el de lo moderno y lo tradicional, el de lo urbano frente a lo rural. Nos sobrecogen solamente con imaginarlas:

«Anteayer asistieron a la romería de Santa Lucía de Llodio diecisiete individuos de buen humor todos vecinos de Atxuri y que suelen reunirse en la taberna de Paloca. Los expedicionarios hicieron el viaje en un coche particular que iba adornado con banderas. Entre los romeros figuraban uno vestido de municipal y otro de heraldo. En el trayecto entre Bilbao y Llodio fueron disparando cohetes. Al llegar a Llodio todos los romeros se colocaron en correcta formación, el heraldo que llevaba una corneta se puso a la cabeza y entraron en el pueblo ejecutando una marcha vascongada al estilo antiguo. Todos los aldeanos al paso de la comitiva se descubrían. Llegaron los expedicionarios al punto en donde se celebraba la romería y allí el Ayuntamiento en Comisión salió a recibirles. El alcalde les manifestó que por su antecesor sabía que eran gentes de buen humor y que les daba permiso para que se divirtiesen todo cuanto quisieran. Poco antes de empezar la fiesta fueron retratados con el Ayuntamiento, la Guardia Civil y un asno que conducía un enorme pellejo de vino. Después fueron retratados haciendo el aurresku. Terminada la comida se presentó el Ayuntamiento en la casa en donde se hallaban los expedicionarios para darles las gracias por la visita. Los romeros una vez terminada la romería regresaron a esta Villa a donde llegaron a las 10 de la noche prometiendo volver el año próximo y sumamente reconocidos por el comportamiento del Ayuntamiento de aquella localidad» (Noticiero bilbaíno, 16 de mayo de 1894).

RRomeros llegando a Santa Lucía, una de las últimas obras de José Arrue (pinchar en el enlace)

El asunto fue a más y al año posterior acudió de manos de aquellos entusiastas nada menos que el Orfeón Bilbaíno, que se sumó a la banda de música local y los tamborileros locales.

El año siguiente, 1896, aquella «delegación del bilbainismo» quizá alcanzó su punto álgido al organizar con una comisión de nada menos que veintitrés miembros del Paloca, diversos actos, preparados con varios meses de antelación para que nada pudiese fallar. Ellos mismos buscaban la financiación de aquello que «regalaban» a la fiesta de Laudio. Nos lo cuenta así el Noticiero bilbaíno de 29 de enero de 1896:

«La romería de Santa Lucía que en Llodio se verificará este año promete verse más concurrida que en años anteriores. Veintitrés individuos de esta villa, algunos de ellos muy conocidos por su jovialidad, han dispuesto reunir fondos para celebrar con la debida pompa el día de la festividad citada. Al efecto uno de los expedicionarios ha redactado un reglamento cuya magnífica portada e introducción demuestran las envidiables cualidades caligráficas de su autor. Para fines del próximo mes harán también dichos romeros un cartel a varias tintas que ha de resultar sorprendente si ha de juzgarse por el Reglamento que hemos visto. Este cartel que ha de anunciar los festejos que celebren se expondrá en el establecimiento que en Achuri tiene el concejal señor Vergara», en referencia a Anastasio Bergara, Paloca.

De nuevo acudió para cantar la misa el Orfeón Bilbaíno y hubo diversos actos institucionales de hermanamiento, con intercambio de discursos, agradecimientos y regalos, muy al estilo de la época. El presente más reseñable de ellos es el bello cuadro de Marcelino Gómez que entregaron al alcalde del momento, Luis Plaza, y que desde entonces se exhibe con orgulloso en el salón de plenos de la casa consistorial de Laudio.

Cuadro regalado por la «Sociedad Expedicionaria» de los muchachos del Paloca, exhibido en el salón de plenos municipal

De ahí en adelante, la romería fue en aumento de visitantes, con refuerzo del servicio de ferrocarriles, aunque ya con menos relevancia de aquel grupo del Paloca. Probablemente tuvo que ver un acontecimiento político ya que el tal Paloca, un relevante personaje también el lo político, en una votación crucial en diciembre de 1898, traicionó a su grupo en Bilbao y votó a favor de sus adversarios, los carlistas. Aquel transfuguismo fue algo muy denostado por todo su entorno y vilipendiado por la prensa liberal. Un detalle que, desde luego, no iban a dejar pasar por alto el marqués Estanislao Urquijo ni toda su cohorte política local.

En cualquier caso, nuestra romería continuó exitosa hasta la Guerra Civil, sin el impulso de los del Paloca pero viva por su inercia y, dicen, es a partir de los trágicos acontecimientos bélicos cuando todo comenzó a declinar.

También se cree que aquellos promotores bilbaínos hicieron buena amistad con un chaval de Laudio. Y que por eso, alguna década después y en varias ocasiones, bajaron a Bilbao unos laudioarras montados en unas carrozas tiradas por bueyes. Era el músico Ruperto Urquijo (1875-1970), que pretendía devolver el favor con el mismo ánimo de alegrar el espíritu trabajando la convivencia en buena armonía. Si es que el mundo es un pañuelo. A partir de ahí, todo es sabido. Todo salvo el siempre incierto futuro, que tan solo depende de nosotros.

NOTAS: Cuba. No gozó el compositor Ruperto Urquijo de los años más esplendorosos de los expedicionarios del Paloca pues se encontraba en la guerra de Cuba, de donde regresó enfermo en marzo de 1897. Era aquella contienda bélica la preocupación social del momento, lo que pesaba sobre el ambiente. También con gris reflejo en las fiestas del Yermo, tal y como lo recogen las noticias del momento: « Hoy ha tenido lugar la consabida peregrinación a Santa Lucía del Yermo con un tiempo delicioso para implorar por la intersección de tan milagrosa santa la terminación de la guerra de Cuba y librar de las demás calamidades que afligen por el presente a nuestra querida y valerosa patria. Han asistido los 29 pueblos que componen el Arciprestazgo de Ayala que han dado un contingente de 2200 personas y unidos a este número los que han asistido de los demás pueblos circundantes en el Santuario pasaban de 3500. […] Arraigó con entusiasmo y voz potente sobre el objeto de la peregrinación dando valor a muchas desconsoladas y afligidas familias cuyos valerosos hijos, abandonado el hogar paterno, han ido a guerrear con heroísmo por la integridad de la patria. Hubo momentos en que hizo llorar a la gente y sobre todo a muchísimas madres que no dejan de suspirar por sus hijos […]. A expensas del Excmo. Marqués de Urquijo se obsequio a los peregrinos con ración abundante de carne y pescado con su correspondiente pan y vino» (Noticiero bilbaíno, 16 de septiembre de 1896).

Recuerdos de Santa Lucía. Junto a aquellas masas humanas que acudían desde la capital de Bizkaia llegaba también la modernidad a nuestro pueblo y, por ello, todas las costumbres y estética «de antes» parecían desvanecerse.

A eso canta Ruperto Urquijo (1875–1970) en su centenaria canción «Recuerdos de Santa Lucía«. Quedaos especialmente con el mensaje de su letra, cargado de añoranzas con el pasado:

«Ya no se ven las aldeanas bailando junto a la ermita. Ya no se ven las aldeanas, ya son aldeanas artistas. Ya no se ven guapas mozas con sus vistosos pañuelos, delantal, trenzas hermosas a poca altura del suelo. Ya no bailan las aldeanas guapas, con el sello que las distinguía. No tienen las alegres paseras el sello de aquellas porque se perdió. Ya no tienen las alegres pascuas la belleza pura y natural que le daban las aldeanas guapas en día tan bello… bello sin igual»

PODÉIS VERLO Y ESCUCHARLO AQUÍ:
https://www.youtube.com/watch?v=p4I-twxPR7k

Segunda obra regalada. Además del cuadro que se exhibe aún en el salón de plenos de Llodio, se hizo entrega de otra obra de arte de la que nada más hemos sabido. La había elaborado con gran esmero Benito Ordeñana, profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao. La describen así las noticias de la época: «El trabajo es un verdadero capricho […] lleva dibujada en el fondo una diligencia con los tamborileros vestidos de casaca roja y tricornio en el testero, dentro los alegres expedicionarios [los muchachos del Paloca de Atxuri] y a la zaga un lacayo de sombrero de copa y levita» (Noticiero bilbaíno, 25 de mayo de 1896).

Fecha de la fiesta. Siempre se celebraba el lunes de Pentecostés que, como su nombre en griego indica, son cincuenta días tras la resurrección de Cristo. Una fiesta cristiana que, una vez más, tiene su origen en los ciclos de la agricultura. Sea como fuere, dicho de un modo más pragmático y sin connotaciones ideológicas, la fecha elegida era el lunes situado cincuenta días después del primer domingo tras la primera luna llena de la primavera. ¡Qué cosas! Pero, desde 2013 y a petición de los vecinos del lugar que organizaban la fiesta, se celebra el último lunes de mayo.

La taberna de Paloca. Se trata de un edificio construido en 1848 en el que Anastasio Bergara, alias Paloca, ocupaba tanto la planta baja, donde se halla la taberna-almacén, como el primer piso, de vivienda. Fue uno de los bares modestos en lujos pero emblemático en el chiquiteo bilbaíno. Con el tiempo fue decayendo, convirtiéndose en un bar muy vulgar, en el que en sus últimos años, la clientela solo acudía por las chicas de sexo fácil que allí ofrecían sus encantos y/o miserias. Sabemos que a primeros de 1968 ya estaba definitivamente cerrado, más de un siglo después de su apertura. Quien nos diría que aquel antro iba a ser tan relevante para la historia de Laudio.

Ver para creer: ¡que santa Lucía nos conserve la vista!

Imagen del año pasado, con aquello del «Al mal tiempo, buen vino». Este año nos quedamos sin la legendaria romería consecuencia de la pandemia.

Arrue, Barandiaran y Santa Lucía de Laudio

Todavía estamos por investigar en profundidad y descubrir la verdadera dimensión etnográfica y antropológica de la pintura de José Arrue (1885-1977). Porque sus dibujos son auténticos tratados visuales sobre la sociedad vasca que se balanceaba entre los siglos XIX y el XX, entre el mundo profundamente rural y la modernidad.

Uno de esos casos es el cuadro A la romería de Santa Lusía (sic) que por fin hemos podido gozar en la exposición Jose Arrue barrutik. Muestra la llegada de unos romeros a la afamada romería de Santa Lucía de Laudio.

Detalle de los personajes, romeros bilbainos, que alegres llegan al santuario de Laudio. Sus vestimentas coinciden con descripción recogida por Barandiaran. Son una estampa que hoy nadie reconoce y que, si no fuera por este cuadro, habríamos perdido para siempre.

Fue uno de los últimos cuadros que pintó —1975, contaba ya con 90 años—, dos antes de fallecer. De hecho, sus colores son más vivos y saturados de lo normal porque padecía en ese momento modificación en la visión tras una operación de cataratas.

En él refleja una pintoresca escena que probablemente observó en su juventud y que mantuvo perfectamente guardada en su memoria o en aquella libreta que siempre llevaba en el bolsillo y en la que, sin mediar palabra, bosquejaba las líneas básicas de la futura obra.

En las primeras décadas del siglo XX la romería de Santa Lucía contaba con gran renombre y hacía que en ella se congregasen miles de personas. No locales, sino venidos de toda Bizkaia pero especialmente de Bilbao. Muchos eran los bilbainos —incluidas prostitutas— que acudían en los trenes especiales que a tal efecto se fletaban desde Bilbao.

Pero otros muchos, la gran mayoría, acudían a pie desde Bilbao, por Iturrigorri, Bentabarri, Pagasarri y Laudio. Esos son los que Arrue nos acerca con tanto detalle en A la romería de Santa Lusía en ese estilo tan propio suyo en el que deforma perspectivas, dimensiones de edificios o paisajes para centrar su paciente minuciosidad y detalle en el paisaje humano, el que realmente le apasionó durante toda su vida.

Nadie hoy recuerda las vestimentas tan llamativas de los personajes del cuadro. Incluso nos chocan y nos podrían hacer dudar de su veracidad o fidelidad.

Pero, casualidades de la vida, se han chocado conmigo unos apuntes manuscritos en los que el bueno de José Miguel Barandiaran recoge las respuestas de que un vecino de Laudio (H. de Benito) le da a una de sus entrevistas etnográficas. Año 1936, año del golpe militar franquista que obligó al sacerdote de Ataun a refugiarse en Lapurdi. Quizá por ello quedaron sin publicar. O perdieron su interés.

Por eso es tan grande la alegría de poder resucitarlos, de desenterrarlos del olvido y, además, confrontarlos con las pinceladuras de nuestro genial pintor. Dicen así cuando describen la romería de Santa Lucía:

«…la mayor parte de la gente sube a la ermita por el monte Pagasarri y Ganekogorta muy de mañana […] grandes cuadrillas de tipos romeros muy festivos. Es de advertir su indumentaria que consiste generalmente en blusa de aldeano rayada, pantalones blancos o rayados, faja de color, alpargatas blancas con cintas largas de colores que suelen significar alguna bandera política. Sobre sus hombros viste lujoso un pañuelo llamativo. Algunos suelen vestir grandes sombreros engalanados de flores y plumas y también llevan algún instrumento músico (cuernos bocinas, etc.) con los que llaman la atención de la gente».

Con flores y plumas… Si Barandiaran y Arrue no hablan exactamente de lo mismo… que venga Santa Lucía y lo vea. Que para eso es la patrona de la vista.

Reverencia solar en Gordexola

Aquel extraño sol que me sobrecogió. La imagen, con móvil, es mala; el instante, grandioso

Desde que se me apareció aquel sol, no he podido quitármelo de la cabeza. Será casualidad, será algo realmente excepcional… la cuestión es que hoy a la tarde (lunes 25) me he visto en la necesidad de peregrinar a ese lugar del que tanto he oído hablar y que aún no conocía: Berbikiz, donde se celebra la fiesta de las fiestas, San Cosme y San Damián de Gordexola.

He acudido en su víspera, cuando todo el mundo andaba subiendo cajas de comidas y bebidas a las txosnas. Diríamos que casi son «chalets» en los que se reúnen los grupos festivos y que inundan el lugar. Y mañana que sea lo que los hermanos médicos quieran. Porque siendo el titular del templo San Pedro, los que se llevan el gato al agua son esos hermanos, Cosme y Damián, los patrones de médicos, cirujanos… que flanquean en el altar al santo principal.

Charlando aquí y allá, me han hablado hoy de romeros para cuyo infortunio estaba reservado un cementerio pegante al templo. O de las criaturas malparidas de jóvenes santanderinas que acudían hasta aquí para que, por su vizcainía, sus hijos no se viesen obligados a acudir a las guerras. O del cambio de fecha del 27 de septiembre antiguo al 26 actual para –dicen, sin que tenga en realidad que ver– que no se rememorase año tras año el fusilamiento en ese día de Txiki y Otaegi, tan injustos mártires como los patronos de la jornada. Y del árbol de las juntas de concejos y de la inexcusable mesa en el pórtico. Y de la casa tan angustiosamente pegada a la fachada principal del templo, antigua taberna, aliviadero de extenuantes peregrinajes.

Por no hablar del paraje de Romarate, la última pendiente antes de llegar al venerable lugar, interpretado en otras épocas como “Erromara ate” ‘la puerta a Roma’, “erromero ate” ‘la puerta de los romeros’, un lugar en el que había que redoblar la mortificación del cuerpo, siempre tan cargado de pecados. Más de un ¡ay!  de dolor se habrían ahorrado si se hubieran percatado aquellos meapilas que era en realidad “erromara-ate” ‘la puerta de la barrera’, denominación usada en cancelas de accesos a pastos, sembrados, etc. y que en mi entorno conocemos como lata y en otras latitudes como langa.

Pero dejémonos de ruidos y bullangas que llenarán el esperado 26, mañana, todo ese paraje. Prefiero quedarme en la intimidad de la soledad, el silencio, la oscuridad para gozar de nuevo rememorando la imagen que me conmovió el año pasado, cuando un sol más esplendoroso que nunca se abrió paso entre las nubes del lugar. Fue un instante mágico.

Cito, textual, lo que publiqué en las redes aquel día, agolpando letras. Sobresaltado, cansado y lleno de emociones. Las imágenes del momento en cuestión son hechas con un móvil, de mala calidad. Pero tienen hechizo, fascinan… Qué más da si es otro milagro más en ese bendito rincón de Gordexola. Ahí os va:

«26 de septiembre. SAN COSME Y SAN DAMIÁN. HOY ME HA PILLADO EL TORO. Y me refiero al horario, no a las vaquillas y mastines que tanto me han acosado en el camino. Por otros quehaceres he empezado a andar una ruta de montaña por Miñaur, Aguilatos, etc., en la parte trasera del monte Gallarraga, saliendo a las 18:00 h. Y he ido todo angustiado, apretando de lo lindo, porque sabía que en el último tramo se me iba a hacer de noche. Se mascaba la tragedia…

REVERENCIA SOLAR. De repente, en plena tensión, en el final de la ruta, mientras al otro lado veía ya las farolas de Laudio encendidas, la oscuridad del cielo plomizo se ha rasgado y ha mostrado un sol reverente, considerado, dadivoso, sobre la zona de Berbikiz (Gordexola) en donde hoy celebran la festividad de San Cosme y San Damián. Ha querido así mostrar el astro solar su satisfacción a los humanos que, ya de noche, echaban los últimos cohetes que podía escuchar bien claro desde mi monte. Y he hecho una foto a aquel sol irrepetible para mostrárosla y, de paso, escribir unas líneas.

Momento en que el sol rasgó el cielo sobre la fiesta

SAN COSME Y SAN DAMIÁN. En realidad se trata de la ermita o, mejor dicho, santuario de San Juan de Berbikiz, en Gordexola. Pero su celebración principal se hace en torno a dos santos secundarios en el altar, San Cosme y San Damián que, según cuentan las fábulas o las historias adornadas, fueron asesinados un día como hoy por no renunciar al cristianismo. Mártires por tanto.

Hoy en día, desde varias jornadas más atrás, ingentes cantidades de persona ocupan unas txosnas privadas, decoradas hasta la exquisitez y en las que pasan las fiestas en cuadrillas. Para hacernos una idea, es un estilo al Rocío pero en Bizkaia. Algo muy concurrido y celebrado.

Pero el lugar en cuestión, apartado en la montaña, había sido desde mucho más atrás un foco de atracción y de peregrinación romera. Fue antiguamente lugar de enterramientos y también el sitio de las arcaicas juntas de los hidalgos del municipio. Quizá por ahí haya que buscar su gran fama, que superaba antaño los límites de lo local: gentes de Salcedo, Sodupe, Gueñes, Galdames, Zalla, Sopuerta, Barakaldo, Muskiz, Okondo y Laudio entre otros eran asiduas a su fiesta.

LUGAR MILAGROSO. Y es que, bajo el cántico de unos “gozos” que decían “Pues sois delante de Dios / abogados poderosos / sed nuestros intercesores / Oh Cosme y Damián gloriosos” y con una misa específica para los enfermos se obraban allí milagros de curación de enfermos. Y así lo atestiguaban la cantidad de exvotos (fotografías, cachavas, vendas…) que hasta hace unas décadas se exhibían en el interior. Y, claro, con esos milagros que todo el mundo había escuchado aunque nadie visto, las donaciones para el templo eran desorbitadas comparadas con otros lugares de culto. Sin duda, había mucha picaresca clerical detrás de todo ello.

En cualquier caso, era tan gran la devoción que hasta hace medio siglo era habitual ver a algunos romeros caminar hacia la ermita descalzos, pidiendo la intercesión de los santos para sanar a algún familiar o amigo.

Ya sé que todo ello es una tontería más de esas que no interesan a nadie… Pero mirad la foto de la puesta del sol sobre San Cosme… tan prodigiosa que me he visto en la obligación de aportar estas notas, porque hasta parece un mandato del mismo Cielo. Un mandato que cumplo aquí y ahora. Aunque sea para reactivar el recuerdo de algún aitite o amama que lo lea. Un saludo y buenas noches, que estoy reventado con la caminata apresurada».

 

 

Sexo, ermitas y rock and roll: San Lorenzo de Luiaondo

= «EL CHIQUI-CHIQUI MOLA MOGOLLÓN» =
Cuando hace casi 23 años vine a Luiaondo (nací y hasta entonces viví en el cercano Laudio) aún resonaba mucho aquello de que hasta hacía bien poco había sido un pueblo con los cascos más bien ligeros en lo que a aventuras sexuales extramatrimoniales se refiere. Me lo contaban los mismos vecinos. Al parecer, algunos años atrás se le daba al roce de lo lindo y no quedaba prácticamente orificio sin tapar. «Al parecer» digo, porque yo no lo he visto, porque doy por hecho que tenían mucho de habladurías y porque no sé hasta qué punto muchas de esas leyendas locales fueron bulos malintencionados de vecinos envidiosos o de mentes depravadas por su puritanismo (estos dos conceptos, opuestos en principio, son curiosamente compatibles entre sí).

También ayudaría la existencia de aquel legendario puticlub de los 80, «El nido», el único de la comarca y en el que alimentaban la leyenda aquellos infieles tan desdichados que no tenían arte suficiente como para pillar cacho fuera del matrimonio sin pagar. Unos fracasados, vamos…

Sea como fuere, todo parece indicar que, efectivamente, en Luiaondo se follaba de lo lindo o, al menos, con más entusiasmo y afán que en los pueblos próximos. Y no parece que era cosa de hace cuatro días no, que en esto de la jodienda «a lo suelto» la Historia nos indica que en Luiaondo han sido diestros desde siglos atrás.

= LUIAONDO, PUEBLO DE CAMINO =
Luiaondo es una población surgida para dar servicio al gran camino que desde Castilla buscaba la salida al mar por Bilbao. Un camino en el que se topaban la vida y la muerte, el negocio y la ruina, la opulencia y la necesidad.

La más antigua documentación ya nos habla del trajín incesante de arrieros, soldados, mulas cargadas con sacas, carros chirriantes o pordioseros (gente que vivía de la caridad, «por Dios»). Tanto que hasta había un hospital para transeúntes necesitados. O que, por efectos prácticos, se trató de reubicar la cárcel de la Tierra de Ayala que estaba en Amurrio (torre de Mendixur) a Luiaondo, alegando que éste era «lugar muy poblado, de doscientos vecinos, muy proveído y abastecido y muy frecuentado por gentes, donde vivían y habitaban escribanos, en el camino real y pasajeros de la villa de Bilbao y otras partes del Señorío».

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= PROSTITUCIÓN Y LUJURIA =
Y como en donde se corta el pan siempre caen migas, no es de extrañar que con tanta afluencia de viajeros extraños, alguna desdichada ejerciese el oficio que se presupone más antiguo del mundo. Hasta la titular de la parroquia del pueblo parece estar elegida a posta: Santa María Magdalena, teóricamente patrona de las «prostitutas arrepentidas»; aunque probablemente frente a su figura, más que orar, llorarían desconsoladas unas pobres chavalas, forzadas a hacer algo repulsivo para poder sacar adelante su miserable vida.

No es nada nuevo eso de la venta de sexo en las grandes rutas comerciales: algo similar a todos esos siniestros clubs instalados en los bordes de nuestras principales carreteras. Pero, sin duda, en otros muchos casos, esos cambios de pareja y cruces no serían con interés económico sino por pura «afición y devoción». Por dar un poco de alegría al cuerpo.

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= POBRES VIUDAS JÓVENES =
Si no, difícilmente podría entenderse la contundencia del edicto emitido por el alcalde de Ayala en 1848, de aplicación en Luiaondo, y en el que para evitar males mayores dictamina «…que no permitan vivir en bodegas y pisos bajos a mozas solteras o viudas que no tengan cuarenta años». Un alcalde aguafiestas, se mire como se mire…

Sólo permitía vivir en esas circunstancias a aquellas mozas o viudas jóvenes que estuviesen con sus respectivas familias o sirviendo en una familia «respetable». Parece que a las de más de cuarenta años ya se les había perdido esa lozanía que las hacía tan peligrosas y quedaban «fuera de la ley» por falta de interés. Pues eso: que las chicas a las que les afectaba la norma, al margen de que se cepillasen a todo bicho viviente o que fuesen las más recatadas y meapilas del lugar, sin distinción, sufrirían las «penas de ser expulsadas de la tierra como perjudiciales a las buenas costumbres…». Pobres muchachas, pobres mujeres: sexo para dos, castigo para una. Siempre… Una vez más…

= CON MUJERES «DE LUYANDO» =
Asfixiada por la libidinosa atmósfera de este pueblo, desesperaba la laudioarra María Teresa de Urquijo cuando en 1777 era incapaz de contener el ímpetu desaforado de su infiel marido, totalmente entregado a la lujuria “…con mujeres de Luyando…” tal y como declara ella. Tanto que lo denuncia. Con mujeres de Luyando… no había lugar en el mundo más atractivo para los sinvergüenzas y los aficionados al amor libre.

Con este ambiente tan subido de tono, no es de extrañar que las autoridades civiles y eclesiásticas del pueblo anduviesen de cabeza para poder controlar a aquella panda de salidos que no parecía pensar en más que en darle al fornicio en cuanto tenían ocasión. Intentaban vigilar y controlar cada rincón y situación para que no se descarriase ningún alma más y que se actuase siempre guardando la moralidad. En el pueblo era relativamente fácil la supervisión pero en las romerías de las ermitas, ayudados por la oscuridad y el bosque, aquello era misión imposible.

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= HAY QUE DERRIBAR LA ERMITA DE SAN LORENTZO =
El caso más emblemático es el de la romería de San Lorenzo, en un idílico paraje en el monte y en el que cada 10 de agosto jóvenes de ambos sexos se encontraban y daban inicio en muchas ocasiones a una bella historia de amor. Y por eso odiaban tanto los curas esa ermita y romería: porque no la podían controlar; y por eso amaban los luiaondoarras tanto esa ermita y romería: porque escapaba al control absolutista y enfermizo el clero, convirtiéndose en un enclave idealizado de libertad. Y, no lo olvidemos, de amor…

Decían las autoridades eclesiásticas que la ermita de San Lorenzo estaba «…en terreno despoblado y fragoso…» y que por ello las romerías de cada 10 de agosto atentaban contra «…la moralidad y buenas costumbres…». O sea, que el que no corría con los pantalones caídos volaba con las faldas levantadas.

No sabemos si esas percepciones eran fruto de las calenturientas mentes sacerdotales o que realmente allí se jugaba al hinque más de la media. Pero la cuestión parece tan insostenible que en 1789 los sacerdotes plantean la demolición de la ermita para, muerto el perro, acabar con la rabia. Pero el pueblo lo rechazó de plano y hubo numerosos y serios desencuentros, una auténtica revolución social: defendieron su ermita y romería a capa y espada y el clero hubo de comulgar con sus propias ruedas de molino. La ermita sigue allí en pie 227 años después.

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= A PEDRADA LIMPIA =
En otra ocasión, casi sesenta años después (en 1848), las autoridades locales habían impuesto un toque de queda con motivo de las guerras carlistas. Pero algunos se negaron a cumplir la orden en el día de la romería y estuvieron hasta que les vino en gana. Y se generó tanta tensión que hasta algunos exaltados, amparados por la más cerrada oscuridad, atentaron contra los cargos electos (montanero y regidor, equivalente al alcalde actual), emboscándolos y apedreándolos de lo lindo «…a las doce o más de la misma noche…» contraviniendo aún más la orden dictada «…a fin de que no saliesen a la calle después de una hora regular…». No pudieron identificar a los fiesteros agresores por lo que la rabia y agravio aún fue mayor para los que habían impuesto la norma.

= 10 DE AGOSTO, ROMERÍA DE SAN LORENZO =
Jamás se ha podido ni se puede contra esta celebración que los luiaondoarras sienten por encima de todo. Y el 10 de agosto se celebrará un año más la romería de San Lorenzo en aquel bello rincón, la fiesta más importante del año. Y un año más el pueblo quedará totalmente deshabitado porque toda la población acudirá en masa. Porque siempre ha sido así…

Nadie sabe ya de aquellas viejas historias pero sí es cierto que se tiene muy-muy interiorizada la fecha de esa romería que se espera con ansia todo el año. Y desde la mañana hasta altas horas de la noche habrá gente allí, en medio de la nada, haciendo lo que a cada uno le plazca pero eso sí: todo en exceso.

Ahora ya nada es lo que era. Y al igual que desparecieron de Luiaondo los carros de lana de sus caminos, también lo hicieron aquellas jóvenes de respetable ocupación. Dicen que en esta población del siglo XXI se folla menos que antes pero se jode como nunca (a los vecinos, compañeros de trabajo, etc.). Tampoco hay prostitución pero los raros y envidiosos «putean» al prójimo como en todo el resto del mundo.

Debe ser que otra vez no me ha tocado porque a mí todos me tratan de maravilla y vivo plenamente feliz. Y respecto a lo otro, al roce, cuando y como se puede, sin penas ni glorias. Pero desde luego que con menos esplendor que en aquellas épocas doradas para la lujuria. Salud y no os quedéis sin acudir a la romería: igual hasta pilláis…

San Lorentzo