Mercado de Santo Tomás y tres de Laudio

Al igual que en otros muchos pueblos de Bizkaia (no es un lapsus), también en Laudio era costumbre abonar la renta anual del caserío el 21 de diciembre, festividad de Santo Tomás. Para ello, aquellos baserritarras inquilinos, solían bajar a Bilbao pues era allí donde normalmente vivían las acaudaladas familias, propietarias de muchas de esas edificaciones. Llevaban capones y/u otros productos del caserío para complementar el aporte monetario.

Y, aprovechando aquella incursión en la ciudad, llevaban otros productos a modo de vendeja.

A la bonita estampa hay que sumar que, en las décadas a caballo entre el XIX y el XX se daba en Bilbao un pintoresco mestizaje entre la cultura urbana, moderna y floreciente de la belle époque bilbaína y el vistoso mundo rural, muy condicionado por la tradición y el inmovilismo promulgado desde las esferas ideológicas y políticas.

Mercado de Santo Tomás en la plaza Vieja, junto a San Antón. Cinco años después se comenzaría a celebrar en la Plaza Nueva

Y ahí es cuando aparecen tres personajes, amigos entre sí, que compartieron sus vidas entre Bilbao y Laudio. Siendo como soy oriundo de este municipio, barro para casa a la hora de ubicar a estos tres populares artistas.

FELIX GARCI-ARCELLUZ (1869-1920). Se trata de un polifacético personaje bilbaíno que, durante muchos años, vivió en Laudio, en una casona que ya no existe, frente a la iglesia, en uno de los lugares más relevantes de la población.

A él debemos, entre otros muchos más méritos (en especial los relatos costumbristas de Klin-Klon), que el mercado de Santo Tomás se celebre desde 1915 en la Plaza Nueva, de un modo más organizado, funcional e higiénico. El anterior, más improvisado y popular, se llevaba a cabo en la Plaza Vieja, en las proximidades del puente de San Antón.

JOSÉ ARRUE (1885-1977). Ya para el año siguiente, el sagaz pintor abandotarra José Arrue había hecho un cuadro reflejando el mercado organizado por su íntimo amigo Félix. Años más tarde (1952), lo reeditaría para ser una de las láminas promocionales de los célebres calendarios encargados por el empresario Arcadio Corcuera. Posteriormente hizo más dibujos con la temática de este pintoresco mercado navideño. También José Arrue, nacido en Abando, pasó la mayor parte de su vida en Laudio, donde falleció, está enterrado y es un personaje muy querido.

Baserritarras, supestamente de Orozko, cogiendo el tren en Areta (Laudio) para acudir a Bilbao con los productos del mercado. Estación de Areta, de José Arrue.

RUPERTO URQUIJO (1885-1977). Ruperto recorrió el camino contrario a los anteriores ya que, siendo nacido y oriundo de Laudio, ya de muy joven fue a Bilbao a trabajar como ebanista y allí vivió hasta que regresó definitivamente a Laudio en 1925, es decir, cuando contaba con 50 años. Es conocido sobre todo por el zortziko Lusiano y Clara (1915) que, posteriormente, Luis Aranburu lo haría famoso convertido en la canción «En el monte Gorbea».

Allí, en los círculos de la cultura bilbaínos, conoció a Felix Garci-Arcellus y a José Arrue por lo que es normal que, en muchas ocasiones, veamos canciones, dibujos o relatos de uno y otro entrelazadas entre sí. A los tres les apasionaba lo mismo: reflejar aquel mundo rural idílico, tan identitario como país, y que desgraciadamente se desvanecía frente a los tiempos modernos.

Regreso del mercado. Día de Santo Tomás de José Arrue





Los de Atxuri en la romería del Yermo

Desde que tenemos noticias documentales de su existencia en la Edad Media, era Santa María del Yermo un templo de gran renombre y proyección, ligado a grandes linajes algo que convierte a nuestro templo en sobresaliente. Pronto se le atribuyen cualidades milagrosas y ello supone que la gente codicie enterrarse allí, que se firmen numerosas donaciones testamentarias para el santuario y que comience a peregrinar gente hasta allí, buscando la solución divina a sus cuitas humanas. Y pronto se convierte en renombrada la fiesta su romería.

PERO EN ESTA OCASIÓN queremos hacer especial mención al punto álgido de sus romerías, en las décadas a caballo entre el XIX y el XX ya que se lo debemos a una cuadrilla de entusiastas jóvenes que se reunían en la taberna de Paloca (Atxuri) y que se encargaron de llevar a miles y miles y miles de bilbaínos hasta la romería de Laudio, un pueblo que se vio abrumado por el gentío que, desde la ciudad, acudía a aquel delicioso paraje de montaña.


La sociedad vasca de fines del XIX vivía sumida en una gran crisis emocional, de pérdida de valores, tras habérsele arrebatado definitivamente sus fueros (1876). Eran tiempos de revisión romántica del pasado y de la idealización de las añoradas esencia e identidad vascas que veían como, día a día, se desvanecían.

Por ello, al margen de pasear y dejarse ver, a la nueva sociedad bilbaína le encantaba usar ese recién aparecido tiempo libre para reencontrarse con la esencia rural que se desvanecía, gozándola de un modo quizá artificioso o recreado. Así se ponen de moda, por ejemplo, las casas txakoli —una especie de merenderos a donde se iba a pasar el día festivo— u otros lugares en los que pudiese disfrutarse del tipismo vasco, aquello que ya se intuía desaparecer.

Llegada de romeros bilbaínos a la romería de Santa Lucía. Obra de 1925 reinterpretada para un calendario de 1952 del empresario Arcadio Corcuera.

De ese modo, surgen en el Bocho cuadrillas de jóvenes con gran iniciativa, como lo fueron el Kurding Club —por las «curdas» que cogían— o, especialmente relevante para nuestro caso, el grupo de la taberna de Paloca, en Atxuri, sobrenombre con el que se conocía a Anastasio Bergara Etxabe (1838-1920) un comerciante de vino y que también lo vendía al por menor, de chiquiteo.

Desde aquel punto de encuentro comenzó una cuadrilla de clientes asiduos a organizar en sucesivos años expediciones de bilbaínos a la romería del Yermo, en donde se encontrarían con lo más auténtico del paisanaje rural, algo que durante muchos años se convirtió en un clásico. Recuerdo de aquella intensa relación entre poblaciones, también se comenzó a apodar Paloca a la taberna que los Urquijo tenían en la plaza de Laudio, gestionado años después por Miguel Urquijo Maruri, el hermano del compositor Ruperto y también alcalde. Por cierto, la joven camarera del local era Maricrus, tan presente en los cánticos populares de Ruperto.

Ayudaría el hecho de que el bar de Paloca era en lo político un conocido foro del pensamiento liberal, coincidente con la del Marqués de Urquijo, lo que facilitaría la sintonía en el devenir de nuestra historia.

Aquella gran avenida de bilbaínos, se vio además facilitada por otra aportación de los tiempos modernos, el ferrocarril, que había cambiado nuestro mundo desde que 1863 nos uniese con Bilbao. Se fletaban trenes especiales para transportar a los miles de bilbaínos que acudían al reclamo de la fiesta. También, como es bien recordado en el pueblo, prostitutas que arribaban para dar rienda suelta al negocio del fornicio. De ahí que en los ambientes locales de Laudio, de carácter mayoritariamente conservador —carlista— y rural, observasen con mucho recelo aquellas modernidades que atentaban contra la decencia, por lo que disfrutaban más y de un modo más natural y propio el día de San Antonio, dejando los desmanes de la de Santa Lucía para los foráneos. Por eso entre nuestros laudioarras mayores aún se conoce la fiesta de Santa Lucía como «la romería de los vizcaínos«. Pero no adelantemos acontecimientos…

Sea como fuere, las noticias de prensa de aquella época reflejan a la perfección el ambiente que se vivía por aquel entonces. Y cómo aquellos jóvenes entusiastas del Paloca organizaban con detalle el evento. Hasta se ocupaban de señalizar el camino por donde «…subiendo van los romeros, por Bentabarri [Larraskitu] ya se les ve pasar…» que cantase Ruperto Urquijo. Dice lo siguiente el Noticiero bilbaíno de 8 de mayo de 1886:

«Se preparan para el día 14 solemnes funciones y fiestas en el santuario de Santa Lucía de Yermo, donde además de las misas de costumbre, habrá romería con tamboril y ciegos, esperándose que este año acudirá aún más gente que en los anteriores, puesto que se han arreglado los caminos y senderos, particularmente el que desde Bilbao se dirige a dicho santuario por San Roque y Pagasarri, poniéndose jalones con señales para que nadie se extravíe».

Cada año se intenta mejorar la edición anterior y, gracias a aquella aportación foránea, la fiesta de Santa Lucía va ganando en grandiosidad y suntuosidad. Se dan entrañables escenas en las que se funden dos mundos antagónicos, el de lo moderno y lo tradicional, el de lo urbano frente a lo rural. Nos sobrecogen solamente con imaginarlas:

«Anteayer asistieron a la romería de Santa Lucía de Llodio diecisiete individuos de buen humor todos vecinos de Atxuri y que suelen reunirse en la taberna de Paloca. Los expedicionarios hicieron el viaje en un coche particular que iba adornado con banderas. Entre los romeros figuraban uno vestido de municipal y otro de heraldo. En el trayecto entre Bilbao y Llodio fueron disparando cohetes. Al llegar a Llodio todos los romeros se colocaron en correcta formación, el heraldo que llevaba una corneta se puso a la cabeza y entraron en el pueblo ejecutando una marcha vascongada al estilo antiguo. Todos los aldeanos al paso de la comitiva se descubrían. Llegaron los expedicionarios al punto en donde se celebraba la romería y allí el Ayuntamiento en Comisión salió a recibirles. El alcalde les manifestó que por su antecesor sabía que eran gentes de buen humor y que les daba permiso para que se divirtiesen todo cuanto quisieran. Poco antes de empezar la fiesta fueron retratados con el Ayuntamiento, la Guardia Civil y un asno que conducía un enorme pellejo de vino. Después fueron retratados haciendo el aurresku. Terminada la comida se presentó el Ayuntamiento en la casa en donde se hallaban los expedicionarios para darles las gracias por la visita. Los romeros una vez terminada la romería regresaron a esta Villa a donde llegaron a las 10 de la noche prometiendo volver el año próximo y sumamente reconocidos por el comportamiento del Ayuntamiento de aquella localidad» (Noticiero bilbaíno, 16 de mayo de 1894).

RRomeros llegando a Santa Lucía, una de las últimas obras de José Arrue (pinchar en el enlace)

El asunto fue a más y al año posterior acudió de manos de aquellos entusiastas nada menos que el Orfeón Bilbaíno, que se sumó a la banda de música local y los tamborileros locales.

El año siguiente, 1896, aquella «delegación del bilbainismo» quizá alcanzó su punto álgido al organizar con una comisión de nada menos que veintitrés miembros del Paloca, diversos actos, preparados con varios meses de antelación para que nada pudiese fallar. Ellos mismos buscaban la financiación de aquello que «regalaban» a la fiesta de Laudio. Nos lo cuenta así el Noticiero bilbaíno de 29 de enero de 1896:

«La romería de Santa Lucía que en Llodio se verificará este año promete verse más concurrida que en años anteriores. Veintitrés individuos de esta villa, algunos de ellos muy conocidos por su jovialidad, han dispuesto reunir fondos para celebrar con la debida pompa el día de la festividad citada. Al efecto uno de los expedicionarios ha redactado un reglamento cuya magnífica portada e introducción demuestran las envidiables cualidades caligráficas de su autor. Para fines del próximo mes harán también dichos romeros un cartel a varias tintas que ha de resultar sorprendente si ha de juzgarse por el Reglamento que hemos visto. Este cartel que ha de anunciar los festejos que celebren se expondrá en el establecimiento que en Achuri tiene el concejal señor Vergara», en referencia a Anastasio Bergara, Paloca.

De nuevo acudió para cantar la misa el Orfeón Bilbaíno y hubo diversos actos institucionales de hermanamiento, con intercambio de discursos, agradecimientos y regalos, muy al estilo de la época. El presente más reseñable de ellos es el bello cuadro de Marcelino Gómez que entregaron al alcalde del momento, Luis Plaza, y que desde entonces se exhibe con orgulloso en el salón de plenos de la casa consistorial de Laudio.

Cuadro regalado por la «Sociedad Expedicionaria» de los muchachos del Paloca, exhibido en el salón de plenos municipal

De ahí en adelante, la romería fue en aumento de visitantes, con refuerzo del servicio de ferrocarriles, aunque ya con menos relevancia de aquel grupo del Paloca. Probablemente tuvo que ver un acontecimiento político ya que el tal Paloca, un relevante personaje también el lo político, en una votación crucial en diciembre de 1898, traicionó a su grupo en Bilbao y votó a favor de sus adversarios, los carlistas. Aquel transfuguismo fue algo muy denostado por todo su entorno y vilipendiado por la prensa liberal. Un detalle que, desde luego, no iban a dejar pasar por alto el marqués Estanislao Urquijo ni toda su cohorte política local.

En cualquier caso, nuestra romería continuó exitosa hasta la Guerra Civil, sin el impulso de los del Paloca pero viva por su inercia y, dicen, es a partir de los trágicos acontecimientos bélicos cuando todo comenzó a declinar.

También se cree que aquellos promotores bilbaínos hicieron buena amistad con un chaval de Laudio. Y que por eso, alguna década después y en varias ocasiones, bajaron a Bilbao unos laudioarras montados en unas carrozas tiradas por bueyes. Era el músico Ruperto Urquijo (1875-1970), que pretendía devolver el favor con el mismo ánimo de alegrar el espíritu trabajando la convivencia en buena armonía. Si es que el mundo es un pañuelo. A partir de ahí, todo es sabido. Todo salvo el siempre incierto futuro, que tan solo depende de nosotros.

NOTAS: Cuba. No gozó el compositor Ruperto Urquijo de los años más esplendorosos de los expedicionarios del Paloca pues se encontraba en la guerra de Cuba, de donde regresó enfermo en marzo de 1897. Era aquella contienda bélica la preocupación social del momento, lo que pesaba sobre el ambiente. También con gris reflejo en las fiestas del Yermo, tal y como lo recogen las noticias del momento: « Hoy ha tenido lugar la consabida peregrinación a Santa Lucía del Yermo con un tiempo delicioso para implorar por la intersección de tan milagrosa santa la terminación de la guerra de Cuba y librar de las demás calamidades que afligen por el presente a nuestra querida y valerosa patria. Han asistido los 29 pueblos que componen el Arciprestazgo de Ayala que han dado un contingente de 2200 personas y unidos a este número los que han asistido de los demás pueblos circundantes en el Santuario pasaban de 3500. […] Arraigó con entusiasmo y voz potente sobre el objeto de la peregrinación dando valor a muchas desconsoladas y afligidas familias cuyos valerosos hijos, abandonado el hogar paterno, han ido a guerrear con heroísmo por la integridad de la patria. Hubo momentos en que hizo llorar a la gente y sobre todo a muchísimas madres que no dejan de suspirar por sus hijos […]. A expensas del Excmo. Marqués de Urquijo se obsequio a los peregrinos con ración abundante de carne y pescado con su correspondiente pan y vino» (Noticiero bilbaíno, 16 de septiembre de 1896).

Recuerdos de Santa Lucía. Junto a aquellas masas humanas que acudían desde la capital de Bizkaia llegaba también la modernidad a nuestro pueblo y, por ello, todas las costumbres y estética «de antes» parecían desvanecerse.

A eso canta Ruperto Urquijo (1875–1970) en su centenaria canción «Recuerdos de Santa Lucía«. Quedaos especialmente con el mensaje de su letra, cargado de añoranzas con el pasado:

«Ya no se ven las aldeanas bailando junto a la ermita. Ya no se ven las aldeanas, ya son aldeanas artistas. Ya no se ven guapas mozas con sus vistosos pañuelos, delantal, trenzas hermosas a poca altura del suelo. Ya no bailan las aldeanas guapas, con el sello que las distinguía. No tienen las alegres paseras el sello de aquellas porque se perdió. Ya no tienen las alegres pascuas la belleza pura y natural que le daban las aldeanas guapas en día tan bello… bello sin igual»

PODÉIS VERLO Y ESCUCHARLO AQUÍ:
https://www.youtube.com/watch?v=p4I-twxPR7k

Segunda obra regalada. Además del cuadro que se exhibe aún en el salón de plenos de Llodio, se hizo entrega de otra obra de arte de la que nada más hemos sabido. La había elaborado con gran esmero Benito Ordeñana, profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao. La describen así las noticias de la época: «El trabajo es un verdadero capricho […] lleva dibujada en el fondo una diligencia con los tamborileros vestidos de casaca roja y tricornio en el testero, dentro los alegres expedicionarios [los muchachos del Paloca de Atxuri] y a la zaga un lacayo de sombrero de copa y levita» (Noticiero bilbaíno, 25 de mayo de 1896).

Fecha de la fiesta. Siempre se celebraba el lunes de Pentecostés que, como su nombre en griego indica, son cincuenta días tras la resurrección de Cristo. Una fiesta cristiana que, una vez más, tiene su origen en los ciclos de la agricultura. Sea como fuere, dicho de un modo más pragmático y sin connotaciones ideológicas, la fecha elegida era el lunes situado cincuenta días después del primer domingo tras la primera luna llena de la primavera. ¡Qué cosas! Pero, desde 2013 y a petición de los vecinos del lugar que organizaban la fiesta, se celebra el último lunes de mayo.

La taberna de Paloca. Se trata de un edificio construido en 1848 en el que Anastasio Bergara, alias Paloca, ocupaba tanto la planta baja, donde se halla la taberna-almacén, como el primer piso, de vivienda. Fue uno de los bares modestos en lujos pero emblemático en el chiquiteo bilbaíno. Con el tiempo fue decayendo, convirtiéndose en un bar muy vulgar, en el que en sus últimos años, la clientela solo acudía por las chicas de sexo fácil que allí ofrecían sus encantos y/o miserias. Sabemos que a primeros de 1968 ya estaba definitivamente cerrado, más de un siglo después de su apertura. Quien nos diría que aquel antro iba a ser tan relevante para la historia de Laudio.

Ver para creer: ¡que santa Lucía nos conserve la vista!

Imagen del año pasado, con aquello del «Al mal tiempo, buen vino». Este año nos quedamos sin la legendaria romería consecuencia de la pandemia.

el UCHALABETE bilbaíno

Hacía ya varios siglos que la Justicia había abandonado a los habitantes humildes de aquellas callejuelas bilbaínas. Los había dejado huérfanos de ley, desamparados sin ecuanimidad social alguna para sobrellevar sus angustiosas existencias. Los tribunales civiles no podían atenderlos por estar demasiado ocupados en cubrir todos los desmanes que los ricachones cometían, un día sí y otro también, para enriquecerse sin escrúpulos. Y la divina… qué decir de la justicia divina en un siglo como aquel, el XIX, en el que un clero gordinflón alentaba bajo palio constantes guerras con las que desheredó de toda esperanza a sus más humildes súbditos. Dios, una vez más, paseaba despistado mirando más al cielo que a la tierra

¿QUÉ ERA EL UCHALABETE?
Es ahí cuando el pueblo llano atrapa a la justicia por sus más nobles partes y crea el uchalabete, una fórmula propia para resolver los problemas más cotidianos y domésticos de la gente humilde, lejos de avarientos leguleyos que no podían costearse. Un método que, al parecer, hizo furor en aquel Bilbao de hace siglo y medio.

En realidad consiste en un «sorteo que consistía en ocultar en una mano un objeto pequeño cualquiera, dejando vacía la otra y presentárselas ambas al compañero para que acertara cuál era la llena» tal y como lo describiera en su Lexicón bilbaíno (1896) Emiliano Arriaga.

Así, cuando una discusión o elección entre dos opciones no tenía solución equitativa posible, se recurría a esa suerte, consistente en provocar una situación en la que la mera casualidad determinase la resolución del conflicto y que, precisamente por ser casualidad, era aceptada como resultado justo por ambas partes.

Podría ser algo similar a dirimir las disputas con un cara o ceca aragonés o con un cara o cruz castellano. Pero para estos últimos era necesaria una moneda, un tesoro no conocido en aquellos bolsillos agujereados por las hambrunas y la miseria. Pero para el uchalabete servía cualquier piedrecilla del suelo o pequeño objeto. Por ello, como toda buena bilbaínada que se precie, el uchalabete era el mejor, más popular y polivalente que aquellas fórmulas de suerte al azar.

En el fondo el resultado no era tan casual, ya que podía jugarse con cierta picaresca, ahuecando la mano para engañar al contrario, sin saber el de enfrente si ello se debía al objeto encerrado en la palma o a una maniobra de despiste. Por eso era tan sugerente y divertido aquel uchalabete que recogen varios diccionarios del momento…

¿ANGELICAL O DEMONÍACO?
Era un método tan perfecto que recurrían a él hasta los seres de las dimensiones no humanas. El mismísimo Miguel de Unamuno nos relata que «un día apostaron a quién saltaba más, se fueron a la entrada de Los Caños, echaron a uchalabete quién saltaría el primero. Le tocó al diablo, saltó y dejó en el suelo, en una losa, la huella de su pie deforme, huella como de coz de borrico. Saltó después el ángel y...» (El Nervión de 9 de abril de 1891)

Así era cómo la tradición popular había interpretado la creación de unas oquedades en la roca, visibles desde el concurrido paseo de Los Caños y que la gente atribuía a las archiconocidas pisadas del ángel y del diablo.

Aunque… hoy en día ya no puedan verse porque las enterró el cemento. Como hizo desaparecer luego la esencia y gracia de lo bilbaíno.

Algo similar sucedió con nuestro uchalabete, ahogado en la modernidad y hoy totalmente en desuso y que, de tener alguna discusión, lo resolveríamos con ese castellano travestido en estética vasca, tan en uso en el Bilbao actual: bien podría ser un karaokruz.  Porque en los bolsillos bilbaínos no faltan hoy abundantes monedas (¿o no?), vil metal que aun así no sirve para recuperar aquella idiosincrasia orgullosa de lo castizamente bilbaíno (¿o no?).

Y es en ese tan tortuoso camino del tiempo como perdimos no sólo la dichosa palabra sino la misma justicia popular que conllevaba. Así es que, desaparecido el uchalabete, tan sólo nos quedan la justicia civil y la celestial, esas que siempre amparan al poderoso y aplastan al pobre. Porque, os desvelo el secreto mejor guardado de la historia, la palabra uchalabete no era sino el eusquérico “huts ala bete”, ‘[mano] llena o vacía’, reflejo también de nuestro tan lamentable estado social actual: unos con tanto y otros sin nada. Huts ala bete…

 

Los chicos de la aldea

 

En Laudio somos gente de aldea. Por mucho que nos empeñemos en autoengañarnos con el espejismo de los últimos cien años de industrialización, pesan mucho más en nuestro carácter los siglos y siglos que hemos pasado recogiendo castañas, viendo orgullosos crecer las txahalas o colocando a cada txarrikuma en la teta correspondiente de la makera. Sin duda, somos de aldea…

Eso conlleva también que seamos algo resentidos y que, cuando nos hacen alguna faena, aguardemos a la espera de un momento dulce para ejercer la venganza: lo que más nos va. Y ese estado de acecho lo podemos apuntalar hasta cuando haga falta: de generación en generación, de familia a familia y por los siglos de los siglos… amén.

Por eso creo que hoy es el día para resarcirnos de una afrenta que les hicieron a nuestros colegas hace nada menos que cien años algunos tuercebotas uniformados de Bilbao. Fue el 10 de febrero de 1918 y multaron y / o metieron al calabozo a unos muchachos que sólo querían cantar. Vayamos al relato de los hechos…

Ya desde 1912 llevaba una cuadrilla de chavalotes del barrio de Gardea (Laudio) construyendo unas carrozas carnavaleras. Sobre ellas cantaban e interpretaban unas obrillas teatrales musicales que llevaban de un lado para otro, tiradas por una yunta de bueyes.

En diversas ocasiones bajaron incluso hasta Bilbao, buscando un público más numeroso y agradecido que el local, que no percibía en aquellas muestras de arte aldeano nada más allá de la gracia o la trastada juvenil, ya que sus letras eran en ocasiones y como corresponde al carnaval, reivindicativas y satíricas.

Se autodenominaban la Comparsa de Llodio y tenía su precedente en otro grupo anterior, la Charanga de Llodio, fundada en 1903.

Los carnavales de aquel entonces se limitaban al domingo, lunes y martes. Este último era el día grande, el más íntimo, y lo aprovechaban para recorrer los caseríos cantando, acompañados de un gallo y pidiendo la voluntad de puerta en puerta para hacer luego una merienda.

El domingo, también festividad grande, era sin embargo el día más apropiado para bajar a Bilbao porque en la villa, lejos de la percepción de la aldea, se aplicaba ya lo del fin de semana ocioso.

Corría por tanto el año 1918. 10 de febrero. Porque hemos dicho que fue exactamente hace un siglo.

Aquel domingo de carnaval había amanecido cálido, con un viento sur que animó más que nunca a los bilbaínos a salir a ver el desfile de carrozas que, por la situación convulsa del momento, sólo contó con dos carrozas que previamente habían tramitado el permiso para desfilar: el coro bilbaíno de Caballeros de los Campos y la docena de laudioarras que se presentaron como Los chicos de la aldea, que era lo que mejor les definía, porque eso es lo que eran y un siglo después es lo que somos.

E hicieron las delicias del respetable como nadie y la expectación y acogida fueron extraordinarias. No en vano, se daban todos los ingredientes para cosechar aquel éxito.

El primero, que en aquella época se da una exaltación y añoranza en Bilbao de aquel país rural que ven cómo se va desvaneciendo. Se frecuentan más que nunca los chacolís de Begoña y Abando y surgen obras musicales de imitación a lo baserritarra, algo que también sucede en la literatura y pintura. Y la obra y escenificación de aquella carroza reflejaban como nunca aquel gusto por lo aldeano.

Por otra parte, tenemos la composición musical de Ruperto Urquijo Maruri (1875-1970) –que por aquel entonces vivía en Bilbao– cuya letra se recogía en un folleto encabezado con un dibujo de su amigo José Arrue Valle (1885-1977), el artista de moda en aquellas épocas, retratista del mundo rural añorado.

Aquellas coplas se vendieron, siguiendo la costumbre de la época, para que la gente pudiese seguir la obra —al no haber megafonía éste era el método habitual— y de paso para sacar algún real con el que tomarse luego algunos cuartillos de vino.

Y esa fue la causa de su tragedia, el no tener en cuenta que los edictos municipales recogían bien claro que no se podía vender nada: «Queda prohibida la circulación de comparsas y estudiantinas por la vía pública, exceptuando las que lleguen de fuera de la provincia […] sin que puedan postular ni vender coplas en la vía pública ni en los cafés y otros establecimientos». Más claro, imposible.

Eran años tensos por motines, huelgas, etc. y no se dejaba que ningún detalle escapase del control policial. Hasta se había pensado en suspender aquellos carnavales por el riesgo que suponían… Pero todo aquello sonaba a chino a los chicos de la aldea y, creyéndose intocables, no hicieron ni caso. Y se armó la marimorena.

A pesar de alegar ante las autoridades que tan sólo habían pedido la voluntad por los libretos –que por cierto, también quedaba prohibido– los numerosos testimonios dejaron patentes que sí los habían vendido. Y todo acabó en un pequeño alboroto y, dicen algunos y las canciones posteriores que hacen referencia al suceso, que dieron con sus huesos en el calabozo o perrera: «En Bilbao al perrera no nos han de meter, cansiones de quimera que no nos gusta haser. Además, verdaderos bilbaínos los que son, tienen para los aldianos abierto el corasón».

Ellos sospechaban que alguien afín al Marqués de Urquijo, había dado el chivatazo de que eran gente «polémica» pero nunca se pudo probar. El marqués era una isla liberal dentro del océano carlista de Laudio y la hostilidad frente a aquel ricachón era una realidad patente en ciertos ambientes populares. Pero nos extraña que fuese así porque era el mismo marqués quien cubría los gastos de la elaboración de aquellas carrozas con forma de caserío, unas carrozas que luego quedaban en los jardines de su palacio, como un elemento pintoresco más.

En opinión de otros testimonios, a pesar de que así lo contaron y cantaron —y cantamos en la actualidad— no acabaron en ningún calabozo y todo se redujo a una reprimenda y una vejatoria y cuantiosa multa.

Y es así como aquel día de gloria acabó en desastre. Con la humillación además de quien se siente ofendido y vapuleado. Por ello es aún una anécdota muy sonada, comentada y celebrada en Laudio y alrededores, porque la tradición oral se ha encargado de mantenerla viva.

De aquella cuadrilla surgiría años después el glorioso club Rakatapla (1931 aprox.) y, décadas más tarde y con un Ruperto Urquijo ya anciano, Los Arlotes (1950 aprox.). Un grupo éste cuya canción más identitaria, titulada Carnavales, grita a los cuatro viento que «Que digan lo que digan ya estamos aquí, nos traen los Carnavales…» y, por si acaso, pone en aviso a los oyentes de que todo aquello fue un error: «…no pedimos nada a nadie porque eso está prohibido pero si echan a la calle será muy bien recibido«. Con terquedad se defiende aún que no se vendieron, buscando un resarcimiento cara a la historia.

Yo soy miembro de este coro, arlote por tanto y chico de aldea a partes iguales, y a mí no se me despistan estas fechas. Por eso sé que ha pasado un siglo exacto… y aquí ando dándole vueltas sin saber cómo poner fin a aquella necesidad de venganza que nos transmitieron nuestros predecesores, que hemos mantenida encendida durante diez décadas y que no podemos cerrar en vacío. Porque las eternidades son muy tediosas.

Se me ocurre el echar el guante a la asociación bilbaína que lo desee o al mismo ayuntamiento y que nos invite a bajar a las Siete Calles a compartir unos potes y a llenar de música y color el ambiente bilbaíno, como sucedió hace ya cien años. Porque preferimos solucionarlo de una vez por todas y vivir lo que nos quede en paz. Que tan de aldea no somos ya…

ANEXO CON LOS DOCUMENTOS ORIGINALES (ARCHIVO MUNICIPAL DE BILBAO). Tienes una visión normal de los documentos. Pero si pinchas en los enlaces podrás además acceder a los documentos con gran resolución, para poder descargarlos e imprimirlos con calidad.

Bando municipal con las prohibiciones para aquellos carnavales:

[Expediente tramitado por el Ayuntamiento de Bilbao en virtud de instancias presentadas por varias comparsas y estudiantinas, solicitando permiso para desfilar por la vía pública durante el Carnaval de 1918, y de la moción del concejal Facundo Perezagua proponiendo la supresión de dicha fiesta por considerarla inoportuna ante de la situación de crisis que se atraviesa. INCLUYE: Programa de la comparsa Los Chicos de la Aldea para las fiestas de Carnaval de 1918 que incluye un dibujo firmado por José Arrúe. Impreso por la Imprenta Sucesores de Aldama en Bilbao. Bando promulgado por el Ayuntamiento de Bilbao haciendo saber al vecindario las disposiciones adoptadas para la celebración del Carnaval los días diez, once y doce de febrero de 1918]
Solicitud que junto al libreto presentó al ayuntamiento de Bilbao el laudioarra Juan Etxebarri, en representación de Los chicos de la aldea:

Detalle del encabezado del libreto, precioso dibujo de José Arrue:

Anverso del libreto con la obra a interpretar:

Reverso del mismo:

 

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Poco bilbaíno hay que ser

 

Poco bilbaíno hay que ser, poco amar tu tierra y tu pueblo, para poner en inglés el nombre a un premio con unas connotaciones tan bocheras: «Txirene of the year 2017» (‘El chirene [gracioso, revoltoso…] del año 2017′). Exclusivamente en inglés… Y no pretendo hacer ninguna crítica a ninguna asociación en concreto (menos a una tan digna como es en este caso) pero sí a una estúpida moda que nos está embadurnando hasta la ropa interior. No estoy en contra del uso del inglés pero sí de su abuso innecesario. Y voy a ser políticamente incorrecto.

Sin duda, hemos perdido el orgullo de lo que somos. No tiene ni nombre ni límites ni justificación alguna la bajeza que supone ser tan servil con el extraño a base de repudiar lo propio. Tanto mostrar en un inglés exquisito todo y, sin embargo, no poner cariño alguno con, por ejemplo, el euskera. Porque, dicho sea de paso, euskera no es escribir «txipirones a la plantxa«, «txuletón» o «bakalao a la bizkaína«. Es algo más…

¿No os dais cuenta de que lo que más le va a apasionar a un inglés visitante es encontrarse con «lo vasco» y que por ello ha venido hasta aquí? ¿No veis que para encontrar un mundo escrito en inglés se quedaría allí, en su tierra? ¿Realmente creéis que es necesario denominar ese galardón solamente en inglés? ¿Es ineludible para garantizar su existencia, repercusión o éxito? ¿Hasta ahí y no más allá llega ese bilbainismo con el que tanto se pontifica y predica al resto del mundo en los medios?

Es una corriente, una moda, esa de poner todo en inglés que algunos la percibimos como una gran humillación. No limitada a Bilbao. Ahí tenemos el Bilbao Exhibition Centre, el Urdaibai Bird Center en Gautegiz-Arteaga o, en una muestra más del «si no hago lo que en Bilbao veo, me meo», el donostiarra Basque Culinary Centre. No podían ser denominaciones bilingües o trilingües… no: tenían que ser monolingües y exclusivamente en inglés. Para que el mundo compruebe qué baratas hacemos aquí las bufonadas y hasta dónde somos capaces de arrastrarnos.

Porque, se quiera o no, actuar así no sólo es una herramienta para la internacionalización. Porque lleva implícito además un toque de ofensa a lo más íntimo, algo que subliminalmente nos condiciona para pensar que nuestros idiomas «no están a la altura», que no sirven para la modernidad. Que somos de segunda, vamos: nada que ver con el balsámico Athletic que todo lo sana. Y luego nos extrañamos porque nuestros no hablan en euskera al salir del cole.

Encima en un premio a un txistulari de esa talla. ¿Tratáis en inglés con él? ¿Toca acaso en su virtuosismo piezas musicales inglesas? ¡Qué dolor!

Hay gente que sería capaz de traicionar a sus padres por conseguir una mejora laboral. O por un coche con 50 CV más. Yo, afortunadamente, no. Porque para mí hay valores intrínsecos que no son negociables ni con dinero ni con nada. Porque es la identidad propia y esa nunca ha de ponerse en venta. Porque ahí no pueden admitirse rebajas de… ¡Black Friday!.

Yo soy nacido en Laudio y vivo ahora en Luiaondo. Durante siglos ambos pueblos se han roto la espalda dando servicio al comercio que iba a Bilbao. Y por Bilbao hemos prosperado y somos lo felices que hoy somos. Al igual que Bilbao se engrandeció y floreció en gran medida gracias al trabajo de la gente de aquí y de toda la cuenca del Nervión. Por eso sentimos como algo nuestro el suelo de esas siete calles cada vez que lo pisamos. Y lo amamos y adoramos. Y lo recorremos de puntillas y con toda la admiración y reverencia del mundo. Por eso nos duelen estas torpezas tanto o más que a los locales.

No seamos los «Majaderos of the century» y queramos la villa y su idiosincrasia un poco más. También a sus idiomas y sobre todo a nuestro euskera. Hay que ser menos chulos y más orgullosos. Y siempre yendo a tope de dignidad…

Porque poco bilbaíno hay que ser para tratar tan mal lo que más quieres.  Maite zaitugu, Bilbo!

 

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Santo Tomás, mi abuelo y la renta del caserío

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Día de Santo Tomás. José Arrue artistak Arcadio D. de Corcuera S. A. enpresaren 1952ko egutegirako egokituriko margolana

Hoy, 21 de diciembre, es el día de Santo Tomás (San Tomas en euskera).

Quisiera tener un recuerdo para mi abuelo Martín Mugurutza Zendegi (1896-1972) que cada año, tal día como hoy, bajaba a pagar la renta anual del caserío en Markuartu (Laudio) al gran propietario y adinerado Enrique Escauriaza. Era en Bilbao, en donde todo bullía con la gran feria creada unas décadas atrás por Felix Garci-Arcellus, un personaje bilbaíno que vivió muchos años en Laudio.

Bilbo. Baserritarrak azokara bidean

La renta a abonar era en su caso una cantidad más bien simbólica de dinero, algún par de gallinas y unos huevos. También de vez en cuando unas nueces… o lo que había, porque mucho más no se podía.

El propietario, a sabiendas de que aquellos inquilinos necesitaban el dinero más que ellos, correspondía con buenos regalos, generalmente una gran bacalada, con la que mi abuelo volvía feliz y orgulloso en el tren.

Los regalos recibidos igualaban o superaban por tanto el valor de la renta. Debía de ser, como en la actualidad, que el espíritu de la Navidad hace que el día de hoy sea tan especial.

Y es que, con la perspectiva del tiempo, me he dado cuenta de que lo que hacía feliz a aquel propietario era el ayudar a una familia que estaba más para recibir que para dar. Porque, siendo adinerado y terrateniente como era, poco le apasionaba acaparar anualmente un mísero capital que en nada le iba a cambiar la vida. No buscaba la usura.

Asimismo, por lo que veo, nuestros antepasados han sido más de honradez que de dinero porque, sin faltar de nada, tampoco nunca les sobró. Pero, lo que son las cosas, ahora me doy cuenta que es la honradez y no las riquezas, la que me ha hecho sentirme una persona afortunada y feliz.

Porque —eso me lo han inculcado bien— no hay cosa más grande y reconfortante en esta vida que el ser decente y vivir en paz con uno mismo, sin desear aquello que no se puede alcanzar o, lo peor, que ni siquiera se necesita.

Y es que la humildad, la gratitud y la conformidad son los grandes capitales que realmente te hacen pudiente, porque son los que facilitan la libertad, «el mayor tesoro que los cielos dieron al hombre», como apuntase el loco caballero andante de La Mancha. No el dinero. Definitivamente, creo que es la necesidad y no la opulencia la que esculpe las más modélicas personas.

No me diréis que estas enseñanzas no son la mejor de las herencias…

La imagen del encabezamiento es El día de Santo Tomás, pintado por José Arrue en aquellos años en que mi abuelo bajaba a pagar la renta. Era José Arrue también íntimo amigo de aquel soñador Félix Garci-Arcelus que decidió en 1915 hacer una gran feria para reforzar aquel comercio rural generado en el día de Santo Tomás con la bajada de tantos y tantos baserritarras a Bilbao para pagar sus rentas.