Nueve olas en el vientre

Es muy probable que hoy a la media noche encontremos a alguna muchacha metida en la playa. Esperará a que nueve olas le acaricien el vientre, con un poco de suerte después de haber hecho el amor, para que así obre por fin el milagro y consiga ese embarazo tan deseado. Será la reedición de un ancestral remedio contra problemas de fertilidad en las parejas.

Galicia es el último dique del tiempo contra el que se estrellan rituales y prácticas milagrosas que han desaparecido hace décadas o siglos de otros lugares. Por eso, aprovechando las vacaciones, fui buscando la preciosa ermita románica de la Virgen de la Lanzada (Sansenxo, Pontevedra) edificada sobre un saliente de mar ocupado desde la antigüedad por un importante castro (siglo VIII a.C. – IV d.C.).

Imagen nocturna de la ermita de la Virgen de la Lanzada con su playa, en donde nueve olas han de bendecir el ritual de esta noche

El lugar es enigmático, sugerente, impregnado de tanto hechizo que no es difícil concebir el desarrollo de esos rituales allí.

Ermita románica de la Virgen de la Lanzada, construida sobre un saliente rocoso que penetra el el mar. También algunos han interpretado esa característica con la forma de un pene, lo que daría origen a las creencias mágicas sobre la fertilización

Poco hubo que preguntar entre los lugareños más mayores para que me respondiesen de modo alborotado cómo «no sé qué chavala» o «no sé qué otra» que durante años estaban inmersas en un infructuoso tratamiento médico de fertilidad, probaron con el ritual del baño nocturno en la Lanzada y funcionó: «casualidad o no, por probar nada se pierde: y a ellas les funcionó». Siempre añadiendo la frase talismán de que los médicos que las trataban se quedaron sorprendidos y no sabían explicar lo sucedido. El argumento popular es siempre tan contundente que desarma cualquier duda del que pregunta.

La magia de la piedra y el agua actúan más fuertes que nunca la noche previa al último domingo de agosto (imagen de Internet)

El baño en cuestión ha de llevarse a cabo justo en la media noche que da inicio al último domingo de agosto, día de la romería en la ermita. También se realiza, en menor medida, en la noche de San Juan o, apurando la desesperación, en cualquier otro día. Pero la noche más apta, la más practicada, la que mejores resultados da, dicen, es la de agosto. El acto del coito, que sin duda fue parte inherente del ritual, hoy en día no se practica in situ por razones obvias.

Retablo barroco presidido por San Martín de Tours y la Virgen de la Lanzada. Obsérvese cómo por los laterales unas aberturas permiten pasar a la parte posterior del retablo para practicar otro rito.

A partir de ahí, depende de donde se consulte, todo son variantes. Algunas fuentes aseveran que lo mejor era, previamente al baño, hacer el amor en una oquedad de roca que se dice que es la cuna de la Virgen. Tiene incluso unas escaleras que por un túnel descienden desde la ermita hasta ella. Otras al parecer se conforman con el sentarse o tumbarse en «la cuna» tras el baño, acompañada del hombre, y desear con muchas fuerzas el embarazo. Conocidos otros rituales de fertilidad similares en Galicia, esa roca transmitiría unos poderes sobrenaturales sobre el cuerpo, facilitando la preñez. Cómo no, el relacionarlo con la cuna de la Virgen es una adecuación posterior que el cristianismo hace sobre el ritual popular pagano.

Otras muchachas más recatadas tan solo depositan flores allí, en la piedra que baña el mar, como pude comprobar yo mismo. Y se conformaran con soñar con sentir algún día una criatura en su vientre.

Oquedad rocosa que se interpreta como la «cuna» de la Virgen. Ahí es donde se realizan los rituales de fertilidad. Pueden apreciarse los restos de ramos de flores ofrendados por parejas que buscan descendencia y tienen problemas para ello

Sea como fuere, confluyen allí tres elementos en esa liturgia tan curiosa: la ermita con su Virgen, como purificadora y cristianizadora de todo ello, y los dos elementos mágicos paganos: la piedra con sus efectos mágicos sobre el cuerpo y el mar. Sobre este último, dice la tradición que la muchacha ha de introducirse en la playa cercana, en plena oscuridad, para que nueve olas le rocen en el vientre, a modo de bendición, una por cada mes de embarazo.

El lugar se practican más rituales mágicos. Por unas aberturas laterales puede pasarse a la parte posterior del retablo. Allí hay dos escobas con las que hay que barrer un trozo de suelo para limpiar también, por intercesión de la Virgen, el mal de ojo y la mala suerte. Es Galicia, la última gran reserva de las creencias populares…

Los más estudiosos de este curioso ritual, no dudan en relacionarlo con lejanos cultos paganos precristianos, ya recogidos en la mitología clásica, especialmente en referencia al nacimiento de la diosa Afrodita, diosa Venus para los romanos. «Venus es la concha y la concha es el sexo femenino. La playa tiene forma de concha y el mar con su fuerza penetra en la arena, de tal manera que la espuma representaría el semen» rezan las informaciones sobre el lugar. Poco más se puede pedir: que la suerte sea favorable y que ninguna muchacha que desee ser madre se quede sin poder conseguirlo. O al menos, que se entreguen al gozo bajo la luz de la luna. Que cuanto más se intente, más posibilidades hay de que se dé un final feliz.


Espina de espino

Con las primeras luces del día de hoy, el cielo ha comenzado a mostrar sus iras, tronando con fuerza y exhibiendo fulgurantes relámpagos en el amanecer. Quizá en honor y gloria de San Miguel, el arcángel de la guerra y protección, del que hoy —8 de mayo— celebramos su día.

Fuera de leyendas, poco esfuerzo tenemos que hacer para imaginarnos con qué pavor vivirían nuestros antepasados situaciones similares que, aún hoy en día sabiendo su porqué, sigue estremeciéndonos.

De ahí que, desde el principio de los tiempos, se hayan experimentado mil y una artimañas para protegerse ante tal muestra de destrucción de la naturaleza. Muchas y muy variadas.

Elorri zuria, espino blanco o albar, árbol inhibidor del rayo. Era costumbre introducir una de sus espinas en el pelo o dentro de la txapela.

ELORRIA. Nos llama la atención que sea el espino blanco (crataegus monogyna, «elorri zuria» en euskera) el árbol sobre el que reposaban las esperanzas populares, suponiéndosele una infalibilidad protectora frente a los mortíferos rayos. Quizá por sobreentenderse que era de espino la corona de Cristo, aunque en realidad subyacen bajo todo ello creencias más antiguas, de poderes sobrenaturales atribuidos a árboles de hoja perenne, a simple vista, inmortales.

Cruces en la puerta y rama de espino en el lateral, como protección en un caserío de Aizarnazabal (Gipuzkoa)

Sea como fuere, bien sabían los carboneros, pastores, arrieros o quien se viese sorprendido por una tormenta en un páramo, lo más efectivo era cobijarse bajo un espino. Porque, como si de un enclave sacro se tratase, allí jamás podría sacudir el rayo. Aún hoy en día nos insistirán que eso es así, argumentando su experiencia de años de observación. Justo lo contrario a resguardarse bajo un castaño o, mucho peor, bajo un haya pues son los árboles preferidos por las centelladas.

Pero lo bueno del espino es que, por suerte para aquella pobre gente, creían que era tan versátil que podía convertir en portátil su poder mágico: se llevaba a donde se necesitase. La perfección.

Cruces de espino en una de las chabolas pastoriles del collado de Zelatun, en el monte Ernio (Gipuzkoa)

No es de extrañar por tanto que, como recuerdan aún muchos de nuestros mayores, se pusiesen cruces de madera de espino en heredades, barreras o en las puertas de las viviendas, para hacer inalcanzable al mal aquella porción de mundo humanizada.

Más arriesgado era quien osaba a caminar en plena tormenta, completamente convencido de que era indestructible frente al rayo por el simple hecho de llevar una flor de espino introducida en el ropaje del pecho. O por encerrar en la palma de su mano un ramillete de hojas cuando más atronaba el firmamento. O… por haber sido precavidos al insertar una espina de espino dentro de la mata de pelo o en el interior de la txapela. Si es que podíamos haber empezado por ahí. ¿O alguien duda de que la txapela vasca tenga superpoderes?

Post scriptum: nada más meterse el sol, justo después de publicar estas notas al atardecer, volvió a hacer presencia la tormenta, con un despliegue de aterradores rayos que hicieron retumbar los cimientos de la tierra y el corazón del más sereno de los seres. Así parecía cerrar el círculo el día, pavoneándose ante los humanos, acabando como empezó.

Hay situaciones en las que parece que la magia existe. No puede ser una simple coincidencia el hecho de que cada tema ande con su loco. Porque a mí… a mí siempre me encuentran esos temas y sucesos.









Barrer antes de acostarse

Dentro de la maraña de costumbres tradicionales que se practicaban en el hogar vasco, hay una superstición relacionada a algo tan humilde y cotidiano como es el barrer la cocina. Y llama la atención por ser capaz de atribuirle una función simbólica protectora.

Barrer la cocina, sí, pero no en cualquier momento sino justo antes de acostarse: es ahí cuando la magia del acto adquiría su máximo poder.

Precioso retrato de una familia vasca, obra de Eulalia Abaitua (1853-1943)

Desdichadamente, no creo que exista nadie hoy en día que conozca o practique esa costumbre protectora. Pero sí es común entre la gente mayor —sin ir más lejos mis padre y madre— el recuerdo del acto diario de barrer la cocina como última labor antes de acostarse, quizá como vestigio de aquel curioso ritual.

Es R. Mª Azkue (1864-1951) quien una vez más nos aporta en Euskalerriaren Yakintza sus referencias, que juegan con la ventaja de haber sido escuchadas hace prácticamente un siglo. Pero, incluso así, ya para aquel entonces le contestaban en Arratia que «Nuestros antepasados nos enseñaron a barrer la cocina al ir a la cama. No sé para qué era». No se sabía el porqué.

Más suerte tuvo en su Lekeitio natal en donde le aseguraban los más mayores que «A la noche, al acostarse, si se deja bien barrida la cocina, bailan después en ella los ángeles; en caso contrario, las brujas».

Joven barriendo de Francisco de Goya (1746-1828)

No sabemos qué extrañas creencias —o simples miedos— subyacen bajo esas referencias. O si se debe, sin más, para algo tan pragmático como el evitar la presencia de los roedores. Pero gracias al dicho investigador sabemos que pronto se recurrió a la religiosidad para enmascarar aquellas más supersticiones populares: «La noche del sábado, la Madre Virgen suele venir a la cocina a dar un vistazo» recogió en Barkoxe (Zuberoa).

Pero, a su vez, nuestra intrincada geografía ha posibilitado otras variantes de esas creencias, incluso discordantes entre sí. Por eso hay quien afirma que no puede barrerse la cocina al anochecer, pues eliminaríamos también la buena suerte que, invisible, impregna el hogar. O, de barrerse, dejar apilado lo recogido, sin tirarlo, hasta la mañana siguiente. Pero quedémonos con la primera de las versiones, la de barrer.

Porque cierto es que la escoba se usaba como símbolo de la purificación ya desde la Romanización, bien como tal, —scopa, escoba— bien con ramilletes de ramas de diversas plantas o arbustos, utilizadas para la limpieza ritual doméstica. Por ejemplo, en caso de un funeral. También en el ámbito público, como parte de la pureza ceremonial (La escoba y el barrido ritual en la religión romana, de Santiago Montero Herrero, 2017).

Interior de una cocina de caserío

En realidad no sabemos si tiene que ver con aquello tan lejano o no. Así es que, una vez más, nos asomamos al vacío del tiempo, al del desconocimiento de lo que fuimos. Por eso reflotamos hasta aquí la vieja costumbre, para insuflarle vida de nuevo, con la esperanza que que alguien algún día consiga aportar un rayo de luz.



Santa Ines, bart egin dot amets

Hasta hace un siglo todavía era habitual escuchar conversaciones en el euskera local de Laudio. Es entonces, cuando el sacerdote, etnógrafo y lingüista R. Mª Azkue recogió una expresión con la que se calmaba a la gente, especialmente a los niños, tras haber sufrido una pesadilla.

Decía así: Andra Santa Ines, bart egin dot ame(t)s: ona bada, berorren partez; txarra bada, bat bere ez. (‘Señora Santa Inés, anoche he tenido un sueño: si es bueno, gracias a su merced, si es malo, nada de nada’).

Era la fórmula popular que usaban nuestros laudioarras para depurar aquel cuerpo incomodado mientras dormía, el remedio para calmar a los asustados paisanos que habían pasado el mal trago de una pesadilla. En otras poblaciones frases casi idénticas se repetían tres veces al acostarse, a modo de protección contra los malos sueños.

Azkue da esta jaculatoria más arriba citada como propia de Laudio pero no deja de ser una de las muchas variantes que, añadiendo unas palabras o fragmentos del texto protector, circulaban por toda Euskal Herria. Daños colaterales de la transmisión oral…

LAS PESADILLAS. Los sueños y especialmente los malos, las pesadillas, eran interpretadas por aquel entonces como una intromisión de entes malignos en nuestras conciencias, una especie de ocupación corpórea, siempre aprovechando la falta de atención al dormir y el ambiente nocturno, el hábitat por excelencia de los entes diabólicos y malhechores.

SANTA INÉS. Se da por hecho que el recurso específico a Santa Inés, se debe sin más a lo adecuado de su nombre para rimar con amets ‘sueño’, ya que en otras tantas versiones frases similares se recitaban en alusión a San Andrés. O incluso a la Virgen de Codés en la zona navarra. Pero es Santa Inés la que se impone sobre todas las demás en ese uso popular contra las pesadillas.

Asimismo, lo cierto es que la figura de Santa Inés fue muy venerada en el País Vasco de otras épocas.

INÉS RUIZ DE OTALORA. Lo que es menos conocido es que esa santa es un personaje histórico real, propio de Euskal Herria: se trata de Inés Ruiz de Otalora, una piadosa arrasatearra, de clase social alta, fallecida en Valladolid en 1607 con unos 40 años de edad como han demostrado los estudios realizados por Aranzadi bajo la dirección del conocido antropólogo forense Pako Etxeberria.

Inés Ruiz de Otalora era viuda de Rodrigo de Ocáriz, también mondragonés y grefier —una especie de secretario— de la Casa Real de Felipe II en Valladolid.

Los hijos que habían tenido Inés y Rodrigo fallecieron siendo niños, por lo que no tuvieron herederos.

Sabemos además que el cuerpo de Inés recibió sepultura en el convento de San Francisco de Valladolid pero, sabiendo que su última voluntad había sido la de descansar eternamente en su villa natal de Mondragón, se exhumó el cadáver para proceder a su complejo traslado hasta la villa guipuzcoana. Desde entonces, allí reposa junto a su esposo, en la capilla que la adinerada familia construyó en el interior de la iglesia parroquial de San Juan. La conocen allí como Amandre Santa Ines.

Pero ¿de dónde su santidad? Fue al desenterrarla para el transporte, cuando observaron que su cuerpo se mantenía incorrupto, momificado, algo que se interpretó como milagroso. Pronto el rumor se extendió como la pólvora y su leyenda de santidad fue creciendo, más cuanto más alejados en el espacio y el tiempo.

Imagen del cuerpo momificado de Inés Ruiz de Otalora, Santa Inés, foto del Diario Vasco de 09 11 2018, con motivo de unas visitas guiadas. El cuerpo, no visitable, se encuentra en una capilla familiar situada en el lado de la epístola de la parroquia de San Juan de Arrasate (Gipuzkoa)

CUERPO INCORRUPTO. En la mentalidad de aquella época, un cuerpo incorrupto se interpretaba como un designio celestial que, por la razón que fuese, había decidido que aquel cuerpo debía permanecer y eternizarse en la Tierra a pesar de estar su alma en el Cielo de los justos. Porque aquel resto humano había sido elegido para repartir bondad entre los humanos, para hacer de interlocutor entre la tierra y el cielo, para ser el transmisor directo del mensaje del dios cristiano.

Son las reliquias de los santos, aquellos elementos especialmente codiciados a partir de la Edad Media porque hacían «portátil» la intercesión milagrosa de Dios allí donde lo necesitásemos. Y, no lo olvidemos, porque generaban grandes riquezas a las iglesias que las custodiaban.

En el caso de Inés, suponemos que el haberse tratado de un personaje distinguido, acaudalado y especialmente bien relaccionado con la Iglesia —también en lo económico—, habría tenido mucho que ver con la leyenda de su supuesta santidad.

CORONAVIRUS. En cualquier caso, y aunque no crea en esas historias he de reconocer que, en estos días, me gustaría vivir en el Laudio de un siglo atrás para poder interpelar a Santa Inés y que nos sacase ella de esta dura pesadilla que nos ha tocado vivir. Andra Santa Ines, bart egin dot ame(t)s…

NOTAS: son casi ilimitadas las variantes de la frase para tratar las pesadillas de un modo sobrenatural a través de nuestra geografía. Probablemente la mejor recopilación sea la de «Sueños y pesadillas en el devocionario popular vasco» del sacerdote José Mª Satrústegi y publicada en Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, nº 47 (1969). También es bastante completa la recopilación de Resurrección María Azkue en Euskalerriaren Yakintza, tomo I, en el apartado dedicado al mundo de los sueños, capítulo sexto de la obra.

Un «azkonarra» en Laudio

Lo bonito de los tesoros es que siempre aparecen por sorpresa, cuando menos se los espera. Es entonces cuando la alegría producida por el hallazgo se multiplica hasta el infinito.

Uno de esos descubrimientos lo hemos tenido hace unas semanas en Laudio cuando, al acometer las obras de reparación del tejado en un antiguo caserío de Isusi, su propietario localizó bajo el alero un extraño elemento que no llegaba a identificar y del que no sabía nada. Tras la consulta realizada, y facilitada su correspondiente respuesta, hemos pensado que era oportuna la publicación de unas notas al respecto, para el conocimiento general, dado el gran interés cultural del objeto localizado.

Laudioko azkonarra. Aurreko aldea

Se trata de un objeto precioso, escaso y con la doble vertiente del patrimonio material —el objeto en sí— y el inmaterial, porque nos enlaza con antiquísimas creencias y supersticiones populares que ya habíamos perdido. Asimismo, a pesar de que estos elementos han sido muy comunes en nuestra cultura, son pocos los que se han conservado. Y los que perduran, se exponen en museos. No sería merecedor de menos nuestro ejemplar de Laudio ya que, a pesar de contar con una vejez de un cuarto de milenio, se conserva en buen estado.

Es un artefacto que suele conocerse en la cultura vasca con el término «azkonarra«. El nombre le viene dado porque es una pieza metálica adornada normalmente con una piel de “tejón” —azkonarra en euskera—, animal comúnmente conocido entre nosotros como «tasugo».

La denominación de «azkonarra» para nuestro artilugio la recoge ya R. M. Azkue en su celebrado Diccionario (1905), como palabra propia del occidente vasco: «Collada, melena, adornos que se ponen al yugo de los bueyes y que se hacen con la piel de tejón».

Y es que para nuestros antepasados laudioarras que utilizaban aquel aparato, no había nada más deseado y fastuoso que culminar el yugo de una yunta de bueyes con una piel de tasugo. Ante su escasez, también llegaron a usarse pellejos de perros o, como todos hemos conocido, unas pieles de oveja o carnero, con buena lana. Pero nuestra pieza es algo más que una piel.

Laudioko azkonarra. Atzeko aldea

La pieza metálica que la soportaba se amarraba con fuerza a la zona intermedia del yugo, elevándose sobre él, para así aportar más grandiosidad y presencia a la comitiva que encabezaba la pareja de bueyes. Por si ello fuera poco, el conjunto se complementaba con campanillas, cintas de colores y, como hemos dicho, la inexcusable piel de tejón que en nuestro caso va elegantemente cosida al aparejo.

La yunta se adornaba así para las ocasiones especiales, sobre todo para transportar el arreo con el que la mujer contribuía a su casamiento. Muebles, tejidos varios de lino, calderas, herradas, cerámicas… acumulados durante años eran la aportación para cerrar el matrimonio, acarreándose hasta el nuevo hogar, del que la muchacha comenzaba a ser parte inherente e indisoluble. Todavía se recuerda en Laudio alguna de aquellas comitivas.

Azkonarra, Bilboko Euskal Museoan

La función de nuestro «azkonarra» era la de purificar el entorno de maleficios, malas suertes o sortilegios para posibilitar que todo fuese próspero y venturoso en aquel nuevo enlace. Por ello, el conjunto iba culminado con una cruz que todo bendecía a su paso, marcando además la superioridad del dogma católico sobre el resto de elementos del conjunto, mágicos pero paganos, vulgares pero tan arraigados en la mentalidad popular que era impensable no incluirlos. Entre ellos, siempre había unas campanillas que tintineaban con el traqueteo de los bueyes.

Según las creencias de la época, con su sonido purificaban de malas influencias el entorno, especialmente de sortilegios brujeriles y males de ojo. Algo similar a los grandes cencerros con los que se depura el ambiente en algunos carnavales rurales. Al igual que las cintas de colores que ondeaban al viento.

A ello se sumaba el sonido chirriante de las ruedas del carro, cuanto más estridente mejor, pues en nuestra cultura aquel sonido agudo tenía la función de anunciar el paso de la comitiva pero, sobre todo, otra función muy estimada, ya que una vez más se creía que su sonido espantaba a las brujas y anulaba sus malas artes.

Azkonar bat

La preciada piel del tasugo cumplía la misma función. El hecho de tratarse de un animal muy común pero a su vez raramente avistado por los baserritarras—dados sus hábitos nocturnos— así como la creencia de que era un animal que procedía de las entrañas de la tierra, conviviendo con los seres “de la otra parte”, del más allá, le confirió desde épocas muy antiguas unos valores sobrenaturales, mágicos, en las supersticiones populares. Así, se pensaba que su presencia era el mejor remedio para ahuyentar el mal, en especial el temido «begizko» o «mal de ojo». Y es que todo en el tejón parecía tener poderes prodigiosos.

De ahí que las garras de tejón —algunas engarzadas en plata— colgadas al cuello de bebés o personas débiles fuesen un amuleto habitual entre los siglos XV-XVII. O que, de nuevo usado como talismán benefactor, encontremos sus cueros en cuadras o sus garras clavadas en las puertas de caseríos o usada su grasa en los remedios infalibles de los tratamientos de nuestra antigua medicina popular.

Garra de tejón engarzada para llevarla colgada al cuello como amuleto

Por eso, por sus grandes poderes mágicos, era por lo que tanto se ambicionaba la piel de tasugo colocada en elementos como el de nuestro nuevo tesoro. Ya recogieron hace un siglo los etnógrafos Azkue y Barandiaran, diciendo que los boyeros solían cubrir sus animales con piel de tejón, y «en zonas de Bizkaia y Gipuzkoa se consideraba un gran lujo el poner pieles de tejón sobre el yugo en los arreos de boda». Nada menos que para protegernos del mal de ojo, una influencia negativa que ejercen algunas personas, fundamentalmente las brujas, sobre otras personas, animales, cosas y actividades, por diversas caudas, en especial las envidias. Y no es extraño que hasta no hace tanto se atribuyesen las muertes de ganado, enfermedades, plagas en las cosechas y calamidades varias a un maleficio que no se sabía de dónde venía.

Azkonarra, tejón o tasugo.

Y nada más efectivo conocían nuestros antepasados para protegerse de tal amenaza como aquellos azkonarras, como el que casi milagrosamente hemos conservado en el siempre hechizante entorno del Yermo. Dos siglos y medio después, ya está con nosotros, bien protegido, estudiado y a buen recaudo: el azkonarra ha funcionado y una vez más nos ha sonreído la buena suerte.

El artículo, en versión bilingüe, se encuentra publicado en papel en la revista bimensual ZUIN (octubre 2019) del Ayuntamiento de Laudio.

Cuando baila el sol

Es creencia popular que el sol, rebosante de alegría por ser su festividad, aparece bailando en la madrugada del día de San Juan. Un sol femenino, como corresponde a la cultura vasca, y que se empodera(ba) hoy más que nunca sobre el mundo de lo maligno, siempre acechante desde la noche y oscuridad. Por eso hoy es la fecha con docenas de rituales ofrecidos al sol, porque hoy vence el bien sobre el mal, la luz sobre las tinieblas, el firmamento divino sobre los avernos demoníacos… Y en esas estamos.

Posiblemente se trate de una costumbre cuyo origen se remonte a la prehistoria y a las celebraciones relacionadas con el solsticio de verano. Y sería de tal arraigo que consiguió sobrevivir al raseo de la cristianización, a pesar de haber usado para su suplantación su artillería más pesada, nada menos que san Juan Bautista, el antecesor de Jesucristo, no con ciertas coincidencias con lo que hasta aquí nos ha traído: es él precursor que purifica el alma y el cuerpo con el agua del bautismo. Lo mismo que se hacía —y hace— con el sol, fuego, agua, rocío, plantas… del día de San Juan.

 

Eguzkia dantzan, pozik San Joan eguna bere eguna delako

A GORBEIA
Una de dichas costumbres, ya olvidada, era la de ascender a la cumbre de Gorbeia (1.481 m), punto culminante de los territorios vascos de Bizkaia y Araba, para admirar cuán grande era ese día el amanecer. Es sobrecogedora e inequívoca la descripción que da Pascual Madoz al hacer su Diccionario Geográfico que elaboró entre los años 1845 y 1850, con las respuestas a sus preguntas, remitidas desde todos los pueblos. Dice así en la entrada «Gorbea»: «Principalmente el día de San Juan Bautista suele ser extraordinaria la concurrencia que para los primeros albores del día se halla ya en la cima, esperando la magnífica salida del sol».

He escuchado a algunos pastores mayores el recuerdo del baile que luego hacían en el entorno de Igiriñao —majada previa a las grandes rampas que nos llevan a la cumbre— aquellos que descendían de la cumbre junto a los más remolones que habían optado por quedarse allí, con peores vistas del amanecer.

Casualmente también el poeta y músico laudioarra Ruperto Urquijo (1875-1970), que tan bien describe escenas de los primeros años del siglo XX en sus canciones, es quien nos habla de aquella cándida romería en las alturas, aprovechando las excursiones en sus estancias veraniegas en el balneario de Areatza:

«Pañuelo al cuello, faja de seda, pantalón blanco limpio y plancha[d]o. Hala Ana Mari, a cuándo esperas, los txistularis ya han empezado, en todo el valle los txistus suenan, toda la gente va hacia Iturriotz. Van a la fuente, van de verbena, aúpa Ana Mari vamos los dos.
Vamos todos hoy de madrugada a la fuente clara, cantando a un compás, allí haremos chocolatada, cantando canciones de amor y paz.
Vamos todos a la bella fuente donde los pastores apagan su sed. Vamos todos como fueron siempre, vamos a la fuente porque San Juan es.
Levanta Ana Mari no tengas galbana que ya apunta el alba y las cuatro son. Levanta Ana Mari que en esta mañana es lo más grandioso ver salir el sol».

La fuente a la que hace referencia esta extraordinaria descripción es la de Igiriñao, la última en el ascenso hacia la cumbre, cercana al lugar del baile, y que se conoce como Iturriotz o incluso Lekuotz, porque —insisten todos los pastores más mayores— es su agua tan fría que a mucha gente le ha dado un pasmo al beberla. Por ello hay que extremar las precauciones…

También es reseñable la referencia de Juan Manuel Etxebarria Aiesta en su obra Gorbeia inguruko etno-ipuin eta esaundak-II (2016) relatando una vivencia [usando la traducción que ofrece el autor] de uno de sus entrevistados: «Ahora él va siempre que puede a la cruz del Gorbeia a dormir bajo la cruz en la víspera de San Juan. En la mañana de San Juan, se levanta, pisa descalzo el rocío matutino, observa la salida del sol, saca unas fotos y desciende. Dice que desde la cruz del Gorbeia aparece el sol por encima del Anboto, un poco hacia el Oiz, justo por encima del llamado “el paso del diablo”, el famoso paso peligroso del Anboto».

 

Anboto eta munduko mendiak, eguzki berria besarkatzen

EL BAILE DEL SOL
Los más dados a la ciencia opinan que, en efecto, sí se producen unas refracciones en los rayos solares que aparentan cierto movimiento del astro. Por tanto no va del todo descaminada esa creencia extendida por toda Europa y es que, una vez más, tampoco la idea del baile del sol es exclusiva nuestra.

 

Ardiak, bazkan pozarren, egun berria heldu delako

Especial arraigo goza, aún hoy en día, en las zonas rurales de Galicia: «No día de San Xoán, baila o sol pola mañán» dice su celebrado refrán. Allí lucharon inútilmente durante décadas contra esta creencia un gran número de ilustrados y eruditos. Con poco éxito…

Es llamativa la desesperada reflexión del fraile predicador Benito Jerónimo Feijoo que, en 1740, la tildó de creencia ridícula: «Lo que baila el sol esos días, es lo que baila todos los demás del año en las mañanas claras y serenas; y es que al salir se representan sus rayos como en movimiento, o como jugando unos con otros, y esto quiso el vulgo que fuese bailar el sol».

DESDE GORBEIA
Al publicarse estas notas estoy en la cumbre de Gorbeia, pasando la noche previa a San Juan en su cumbre, para ver desde este púlpito el grandioso amanecer sobre el macizo de Anboto. Hay algún que otro nostálgico más que aún mantiene la tradición…

Porque a las costumbres, creencias y tradiciones, es decir, a lo que en esencia somos, hay que velarlas en dura vigilia para poder sentirlas, interiorizarlas y fundirnos con ellas, del mismo modo que los caballeros habían de hacer con sus armas antes del nombramiento o el cetrero con su nuevo halcón.

Y aquí estoy, locamente enamorado, esperando que la simpar doncella Eguzki me haga perder el sentido al concederme uno de sus milenarios bailes…

 

Acabo de escuchar al kuku

Kuku

En un paseo matinal por el monte, entre chubasco y chubasco, acabo de escuchar al cuco o cuquillo o, como lo llamamos en casa, el kuku. Y, como acontecimiento alegre que es, no puedo evitar publicar esta breve nota antes de ducharme.

En mi entorno familiar siempre se ha dicho que su aparición viene de la mano de la Virgen de Marzo (día 25) y así nos lo recordaban con el dicho «Finales de marzo, primeros de abril, si no ha venido ya ha de venir», si bien la experiencia me dice que es difícil escucharlo antes de entrar en abril. Curiosamente desde muy pequeño comencé a anotar, no sé por qué, la fecha en la que por primera vez escuchaba al kuku. 

También en casa damos por hecho que permanecerá junto a nosotros hasta el día de San Pedro, 29 de junio, para emprender el viaje “a otra parte”.

Kuku kumea

Conocemos hasta ciertos detalles de esa partida: a cualquier baserritarra de mi comarca (Laudio, Aiaraldea) que le preguntemos nos contestará sin dudar que primero vuela hacia Murueta —un barrio de Orozko, Bizkaia—, y allí come o merienda —según versiones— para recargar fuerzas antes de emprender ese fatigoso vuelo hacia nadie sabe dónde. Recordemos que en Murueta se celebran las fiestas de San Pedro con gran prodigalidad y renombre.

El saber popular de nuestros pueblos vecinos ha recogido muy bien esa cita del calendario: «Sanjoanetan kuku, sanpedroetan mutu» (‘por San Juan aún canta el cuco mientras que para San Pedro enmudece’).

Es curioso el caso del kuku… Por su proceder pérfido, impostor y embustero —engaña a otras aves en la cría de sus polluelos—, debería ser la más odiada y despreciada de las aves. Sin embargo, nunca escucharemos que alguien ha matado un ejemplar. Eso se debe a que es un ave migratoria y por ello desde muy antiguo, quizá desde la misma Prehistoria, está considera como anunciadora de la bonanza en lo climatológico, fertilidad de los campos, etc. Propiciadora de la vida, al fin y al cabo.

Esta ave representa en cierto modo la eternidad, a través de repetición incesante de ciclos anuales. Hasta hace bien poco el escuchar el primer canto del cuco se interpretaba en nuestro pueblo —y otros, ¡claro!— como que una persona o animal enfermo había superado su crisis de salud, prolongando la vida durante al menos un año más. Seguro que a más de uno le suena esto al leerlo…

Tampoco estará muy alejado de este concepto el uso de la figura del cuco en los relojes centroeuropeos, especialmente los suizos.

Parecido trato de favor, comprensión y afecto reciben otras aves migratorias por parte de nuestra población rural: las golondrinas o cigüeñas que, a pesar de poder ser muy molestas en ocasiones, jamás serán molestadas o maltratadas por un baserritarra. Ello se debe a su carácter casi divino o, mejor dicho, celestial ya que en la creencia popular acuden cada primavera «desde el cielo».

Así, no es extraño que la referencia de la llegada de estas aves migratorias se haya usado para forjar el término «zoriona« (‘felicidad’): txori + ona ‘buen ave, pájaro de buen agüero’.

Es más y por rizar el rizo: no es que se pensase que esas aves acudían animadas por la mejoría del tiempo en primavera —la realidad— sino que eran ellas mismas las que traían consigo ese período de bienestar, luz y calidez. De ahí que se las relacione con la abundancia y fertilidad: el dinero en el bolsillo al escuchar el cuco, los bebés de las cigüeñas… o que, por ejemplo, en la cultura vasca las golondrinas sean tenidas como «las aves de Dios» por lo que nunca se las perturbaba.

Elaiak

Por cierto, que a mí el canto del kuku me ha pillado con la cartera medianamente llena, lo que presupone que, según las creencias populares, voy a gozar de un año sin estrecheces económicas. De nuevo ligado a la prosperidad y felicidad.

Para acabar, citemos también que la llegada del kuku suponía el más duro espacio del año,  el período primaveral de hambruna, con las reservas esquilmadas a pesar de estar viendo un campo que prometía mucho pero cuyos frutos aún no se podían gozar: «Kukua etorri, gosea etorri; kukua joan, gosea joan» (‘con la llegada del cuco llega el hambre, con la marcha del cuco marcha el hambre’).
Cuco-cantando
Pues nada. Recibamos como se merece al cuco, cuclillo o, sin más, «kuku» como en nuestra casa, vuestra casa, lo conocemos. Ese pájaro tan querido, a pesar de ser un truhan, bribón, vago, malandrín y sinvergüenza como ningún otro. Aquí está de nuevo entre nosotros, en otro ciclo, cargado de bondad y buenos augurios para los humanos y de perversidad y cara dura para las aves.

Y a la ducha… que me estoy quedando helado…