25 de marzo y la vida

Hasta no hace tanto, y todavía recordada por la gente de mayor edad, la fiesta del equinoccio, la de la entrada de la primavera, era el 25 de marzo. Y se celebraba con gran solemnidad, ya que la Iglesia, una vez más, adaptó aquellas celebraciones paganas previas a su credo. Así, aquel culto al renacer de la naturaleza quedó suplantado por el supuesto anuncio que el arcángel Gabriel hizo a María, anunciándole su embarazo. A partir de entonces, aquel dios etéreo e intangible pasaba a ser algo real y con rasgos humanos. De ahí que esa fiesta del 25 de marzo se conociese tanto como la Anunciación (del embarazo) como la de la Encarnación (porque comenzaba a engendrarse el dios de «carne» y hueso).
Pero dejemos estos aspectos a un lado y veamos qué recordamos aún de aquella fiesta de culto y reverencia a la naturaleza y la primavera.

Petirrojo alimentando a una cría de cuco. Imagen, web «Mis animales»

EL KUKU. En la tradición popular de Llodio se creía que el día 25 de marzo era cuando llegaba el cuco o cuclillo —kuku, ave migratoria de característico canto— hasta nosotros para permanecer hasta el día de su partida, 29 de junio, día de San Pedro. Es decir, hasta el inicio del verano. Entonces vuela hasta Orozko, al barrio de Murueta donde celebran los sampedros, merienda opíparamente y emprende el vuelo para no volver hasta el año siguiente.

A pesar de su poco honesto comportamiento, ya que pone los huevos en nidos de otras aves, engañándolas, el cuco es un pájaro que se considera de buen agüero y se creía que traía la bonanza, el buen tiempo o la primavera. Por eso, en el ámbito rural, nunca se le ataca o molesta o respetan sus desproporcionadas crías.

LA PROSPERIDAD. Es creencia popular, también hoy en día, que «…cuando se oye cantar al cucu, si se tiene dinero en el bolsillo, se andará bien de dinero durante el año; en cambio, si tienes el bolsillo planchado, así también andarás», tal y como le refiere el laudioarra Daniel Isusi a Barandiaran en 1935.

LA VIDA. Fuera de nuestro entorno y extrapolándolo a otras creencias de escala más universales, desde la época clásica y como ya hemos contado en otras ocasiones, se creía que el cuco era en realidad un gavilán que se transformaba en cuco, según su deseo. Tenía la exclusiva virtud de vivir unas épocas en el inframundo de los muertos —cuando no lo vemos— y, otras, en el de los vivos. Para colmo, era capaz de interactuar ente ambos estadios, pudiendo hacer que los seres se debatiesen entre la muerte o a la vida.

Heredera de aquella antigua convicción será, con seguridad, la creencia popular general, también muy conocida en el ámbito vasco, de conjeturar que, cuando una persona o animal enfermo o moribundo escucha el cuco, sanará o al menos vivirá un año más.

AUMENTO DE LA LUZ Y LA AGRICULTURA. Por otra parte, a medida que se prolongaban las horas de luz, aumenta también la posibilidad de acometer más trabajos. Y más que posibilidad, se trataba de una necesidad en el caso del cultivo de los campos, en plena actividad.
De ahí que se considerase que, a partir de esta fecha equinoccial, se podía fraccionar la labor al haber aumentado su volumen, gracias a que anochecía más tarde. Lo recuerda un dicho popular bien conocido entre nosotros: «Nuestra Señora de marzo, merienda y descanso».

Feliz primavera. En especial para José, Germán y Teresa Sagardui, fallecidos trágicamente en Okondo y que ahora, en su nueva vida, estarán conversando con los kukus que cada primavera visitaban su caserío de Garrastatxu en Markuartu.

Un ritual olvidado en Santa Lucía

No quisiera finalizar el día de hoy, 13 de diciembre, Santa Lucía, sin rescatar un rito totalmente olvidado. Se practicaba en Laudio en donde contamos con una ermita de Santa Lucía, de gran renombre, y en la que en épocas pasadas se llevaban a cabo diversas supercherías para mejorar o conservar la vista, siempre al margen pero paralelamente al dogma cristiano.

Santa Lucía en Ermualde, Laudio

AGUA. Una de ellas, la más conocida y que he visto practicar hoy mismo, consistía en lavarse los ojos con el agua que brota de la fuente de la ermita, ya que el manantial transcurre bajo el altar.

ACEITE. Otra costumbre milagrosa, bien documentada pero ya olvidada, consistía en frotarse los ojos con el aceite de la lamparilla que iluminaba el altar. Hoy no se practica porque la iluminación es eléctrica y ya no hay iluminación con aceite.


LOS OJOS DEL ALTAR. Pero existe un tercer ritual que ya nadie conoce en Laudio y que, al parecer, sí se guardaba su recuerdo fuera del municipio. No olvidemos que este lugar fue centro de grandes peregrinaciones y afamadas romerías. La recogió no sabemos dónde ni de quién Gurutzi Arregi (1936-2020), la gran estudiosa de las ermitas vizcaínas en cuya órbita ha de contextualizarse la de Santa Lucía de Laudio. Lo publicó, sin mayor detalle, en su trabajo Prácticas de Medicina popular en ermitas y santuarios (1985) dentro del libro-homenaje de Eusko Ikaskuntza a Aingeru Irigarai.

Ojos del altar

Ese ritual tan extraño hoy en día consistía en que «En el frontis del altar de Santa Lucía hay un relieve que representa dos ojos humanos. Los que sufren de la vista o también en prevención de alguna enfermedad de ojos, besan primero los ojos del relieve y después los tocan con los suyos propios«. El efecto milagroso debía ser de gran renombre, ya que «A la ermita de Santa Lucía de Llodio acuden los que sufren de la vista» tal y como nos recuerda la añorada autora.

Repitiendo el ancestral ritual que hoy nadie recuerda

¿DÓNDE ESTÁN ESOS OJOS? El elemento en cuestión es una especie de ojos en el centro del altar y que hoy pasan totalmente desapercibidos. Pero sin duda esa fue la intención del tallista Félix de la Peña cuando, en pleno barroco (1758) , cuando más se multiplicaban las supercherías, elaboró el frontal del altar que muestra esos ojos en su centro, sin duda en alegoría a la protección de la vista a través del culto a la santa.

El hecho de ubicarlos a baja altura obliga a quien practique el rito a arrodillarse y a mostrarse humilde frente al altar.

Una flecha indica el lugar del retablo en donde se encuentran los ojos

¿POR QUÉ LA VISTA? A pesar de que el martirio de Santa Lucía se describe como un degollamiento en la hagiografía más canónica, es cierto que en la Edad Media surgieron diversas leyendas que adornaron su muerte con otros suplicios, especialmente relacionados con la vista, sus ojos y con el alargamiento del día —mejor si decimos de las tardes, ya que las mañanas siguen acortando— pues su nombre está relacionado con la «luz».

Se decía que los que la ejecutaron se habían enamorado perdidamente de sus bellísimos ojos y que ella, para que no le hicieran renegar del cristianismo, se los arrancó y los entregó a sus enemigos para que la dejasen en paz. Otras versiones hablan de que fueron sus captores los que se los arrancaron en una de las muchas torturas sufridas antes de que le rebanasen el cuello por no renunciar ni al cristianismo ni a su virginidad.

Una pintura del retablo representa el momento en que Santa Lucía se arrancó los ojos para entregárselos a sus enemigos

Sea como fuere, esa nueva interpretación arraigó fuertemente en el pueblo, convirtiéndose en la patrona de la vista y sus enfermedades, así como el de las tejedoras, costureras, bordadoras… ya que se exigía mucha capacidad visual para desarrollar su labor, normalmente limitada a las muchachas jóvenes.

Sea como fuere hoy he tenido el placer de mirar frente a frente a esos ojos del altar de Santa Lucía, después de muchas décadas sin que nadie lo hiciera. Por mi parte no ha faltado un ápice de amor. Que me corresponda protegiéndome la vista… eso ya es cosa de ella.


2 de febrero: más que bendecir velas

Acabo de regresar de bendecir unas velas porque hoy, 2 de febrero, es su día: Día de Candelas o Candelaria. Y no unas velas cualquiera sino unas expresamente compradas para la ocasión en la cerería Donezar de Iruñea, el último establecimiento artesanal que se dedica a aquella labor gremial que conoció mayores glorias que hoy. Porque en días especiales como hoy todo capricho parece poco.

Las velas bendecidas en esta fecha tan señalada adquirían un poder mágico, sobrenatural y se usaban –junto al agua bendita– como desesperado último auxilio frente a aquellas situaciones que superaban lo humanamente alcanzable y que, por ello, necesitaban de la intercesión divina.

Velas artesanas de Donezar, en plena actuación milagrosa contra la tormenta de viento y granizo que hemos vivido en el mismo día de ser bendecidas

Encender una vela que se había bendecido un 2 de febrero era la mejor de las soluciones para hacer que una tormenta se aplacase, para que no descargasen su temible fuerza los rayos, para retornar al cauce habitual un desbordado río o aminorar la fuerza del mar que amenazaba a los marineros, para ayudar a los moribundos agonizantes a poner fin a su existencia corporal, para orientar a las almas de nuestros difuntos a la hora de regresar a casa en fechas como Todos los Santos o Navidad u otras que andaban penando, errantes en cruces y rincones, por no haber cumplido una promesa en vida o cualesquiera otra razón. Igual que para ahuyentar brujas y otros seres maléficos cuando crujía el caserío, temblaban las tejas o se mostraba especialmente inquieto el ganado. Porque las velas y la cera en sí estaban consideradas como el más apropiado vínculo material para enlazar lo humano con lo divino, lo terrenal con lo celestial.

Bendición de las velas en la parroquia de San Pedro de Lamuza, Laudio, con José Mª García

RITOS PREVIOS. Pero en el fondo, como siempre suele suceder con nuestros ritos y creencias, bajo esta fiesta cristiana –que por otra parte conmemora la presentación de Jesús en el templo tras cumplir los 40 preceptivos días de purificación tras el parto– subyacen otros símbolos de creencias más arcaicas, ancestrales si se quiere, previas a la cristianización y que nos transportan a lo más intenso, puro y esencial de nuestra cultura y existencia. Vamos a repasarlas aunque sea someramente.

Realmente las velas que algunos madrugadores hemos bendecido hoy representan la victoria de la luz frente a las tinieblas, de lo humano frente a lo no humano y mitológico, de la primavera frente al invierno, del bien frente al mal o, por simplificarlo, de la vida frente a la muerte.

No es casualidad que el 2 de febrero coincida en una concatenación de días rebosantes de rituales con los que buscamos una vida mejor o la misma la supervivencia: Candelaria,  San Blas, Santa Águeda, carnavales rurales, basaratuste (ofrendas al bosque)… Sin duda estamos en el epicentro del calendario de nuestra simbología tradicional, en ese punto de inflexión en el que hay que dar paso a la vida frente al mal y la oscuridad, la fiesta que marca el centro el invierno.

También subyacen bajo esta fecha los cultos previos que se rendía en diferentes épocas de la historia de la Humanidad, a las divinidades Demeter griega y su posterior Ceres romana, con sus precedentes y más lejanas Isis egipcia o Astarté fenicia. Todas ellas, concatenadas en la historia, celebran el despertar de la naturaleza tras el letargo invernal por medio de esas diosas, siempre femeninas, que son guía de la agricultura, alimento de la tierra joven y fértil y artífices de que se repita con éxito cada cada año ese ciclo vivificador entre la muerte y la vida.

EL OSO. En toda Europa existe la creencia popular de que el día de hoy es la fecha en la que el oso abandona su hibernación para salir de la madriguera (la marmota en las Américas).

Nuestros antepasados, sin duda, lo percibirían como la reaparición del mal, no solo por los daños que como alimaña les causaba, sino porque surgía de las cavernas, de las entrañas de la tierra, de la oscuridad en donde reina el mal y los seres mitológicos no humanos. Hay por ello quien apunta que quizá muchos de nuestros gentiles o basajaun avistados en los bosques serían en realidad osos, interpretados por aquellos atemorizados personajes que les tocó vivir tan duras condiciones.

Tampoco es casualidad que la misma doctrina cristiana ubicase el infierno, el diablo… en un idealizado interior de la tierra, readecuando para su beneficio las antiguas creencias previas. El mal, por ello, reaparecía estos días desde los avernos de nuestro mundo.

Apresamiento del oso en carnaval rural de Ituren, carnaval 2019

CARNAVALES. De ahí que las representaciones populares de los carnavales rurales, los de verdad, culminen en muchas ocasiones con el apresamiento y muerte del oso, tras una purificación del entorno con el sagrado sonido de los grandes cencerros: Vijanera, joaldunak de Ituren y Zubieta, Markina… Simbolizan así la victoria del bien sobre el mal, de lo humano y divino sobre lo diabólico… de la vida sobre la muerte. Así es que disfrutad de esta fecha que nos transporta mucho más allá de la bendición de unas simples velas: es el fin del invierno y a partir de estas fechas renace una vez más la naturaleza que nos mece en nuestra existencia. No es pequeño motivo para una celebración

Dicen que decían los mayores de Okondo

Dicen que decían los mayores de Okondo [Araba] que en el amanecer del día de San Juan el sol salía bailando, pozarren gainera, berarentzat egunik garrantzitsuena zelako, aginte gehienekoa.

Por eso, dicen que decían los mayores de Okondo, no era de extrañar que las brujas se apareciesen a los humanos entre Markuartu y Arasketa y que, como las de toda Euskal Herria, estuviesen inquietas la noche anterior a San Juan, haiek ohituta zeudelako gauean ibiltzen eta gau hura urteko laburrena, kezkagarriena zelako. Arriskuan zuten gaueko izakien erresuma… «Eguna egunekoentzat, gaua gauekoentzat» zioen esaera zaharrak. Nola ez ziren kezkatuta egongo ba…

Dicen que decían los mayores de Okondo que por ello se solían poner unas ramas de fresno en la puerta de casa, para protegerse, zerbait egin behar zutelako izaki bihurri haien trikimailuetatik babesteko. Elorria ere jartzen zuten edo, oraindik ere zaharragoei entzunda, unas cruces de madera. Todo era poco para librarse de su perturbador mal humor.

Una de ellas era la afamada bruja que vivía en la Cueva del Conejo, sí, la cueva encima del barrio de Laburu, de La Ventilla hacia arriba. Ez zuek hark umore onik, ez. Batez ere orain kontatuko dizuedan historian.

Dicen que decían los mayores de Okondo que en cierta ocasión un muchacho de Okondo le robó aquel peine de oro con el que tantas horas pasaba acicalándose el rubio pelo al sol. Eta hartu zuen haserrea egundokoa izan zen. Era guztietako biraoak bota zituen sorginak lau haizeetara, jakin gabe nork zeukan lapurtutako orrazia: «Ekarri nire orrazia, bestela galduko dizut zure ondorengo askazia«, «Dame el peine leré, que si no te mataré«. El peine nunca apareció ni se supo a ciencia cierta quién lo había robado, pero algo se podía intuir porque no fueron pocas las desgracias que, generación tras generación, cayeron sobre la desdichada familia de un muchacho del caserío Aspuru. Aunque otros dicen que el muchacho sería del cercano caserío de Beraza ya que una noche aparecieron muertos todos sus cerdos de la txarrikorta sin razón alguna. Sorginaren madarikazioari egokitu zitzaion zorigaitzezko gertakizun hura. Edonola, algo habría cuando así sucedió… Dicen que decían los mayores de Okondo

A veces, por envidias o recelos, llegaban a confundirse, intencionadamente, los humanos con las brujas. Que se lo cuenten si no a aquella pobre Catalina de Otaola a la que llevó a juicio en 1517 su potentado vecino de Okondo Martín de Urtizaustegi, acusándola de «hechicera pública y secreta, encantadora y sorgina«. Tal cual… En fin, no perdamos el hilo…

Dicen que decían los mayores de Okondo que no había rito más importante para la salud que llenar un recipiente con agua de cualquier fuente en la noche de San Juan. Pero, al igual que a la hora de cortar las protectoras ramas de fresno, debían hacerlo antes de que despuntase el sol. De no proceder así, perdía su poder mágico y protector. Para más inri había que proceder además sorteando las tretas de las omnipresentes brujas. Y de los duendes, aquí llamados «familiares» que a buen seguro los había.

Por no hablar de los gentiles que, dicen que decían los mayores de Okondo, vivían en la Cueva de los los Gentiles, en el barranco de Asuntza, en Okongogoiena, debajo de Kastillozar… el castillo que aquellos mismos gigantes habían probablemente construido.

Ez da harritzekoa gertu dagoen Aretxarro haitzuloan Historiaurreko gizakien aztarnak agertu izana. Leku miresgarria da Okondoko bazter hura eta horregatik han eta betiko bere hildakoak uztea erabaki zuten gure arbasoek. Ba al da betikotasunean egoteko leku liluragarriagorik Mareazuloko ingurumaria baino? Okondo eta itsasoa bat egiteko, izaki mitikoek eraikitako lur azpiko zuloa. Ederra… Baina itzul gaitezen utzitako bidera…

 

Nada había tan único y especial como la noche previa al día de San Juan, una noche que, desde una eternidad atrás, se disputaba entre los incómodos seres mitológicos de la oscuridad y los resignados okondoarras que a duras pena conseguían sobrevivir en aquel valle, en aquel húmedo valle… Una noche peligrosa y en la que el mejor remedio era traer la luz del sol a la noche. Pero, ¿cómo? Haciendo una gran fogata [porque aquí son fogatas y no hogueras], eguzkiaren ordezkaria lurrera ekarriz, nolabait esateko. Sorgin eta iratxoek jasaten ez zuen sute handi bat, bai. Horra, norberak garbitzeko zuen guztia botatzen zen, azken finean, horixe zelako sute hura: purifikazio erritual bat.

Sin embargo, lo más celebrado era el saltar sobre las brasas, una vez desaparecidas las llamas. El alma del fuego… ya que, dicen que decían los mayores de Okondo, ello preservaba de la enfermedad de la rabia y de las mordeduras de las serpientes a quien lo hiciese. Tampoco era extraño hacer pasar el ganado, con el mismo fin protector, sobre las cenizas ya apagadas.

Herri euskalduna zen Okondo, oso, eta ia sagardoa baino ez zuten edaten baserritar haiek. Ez zuten besterik nahi. Sagardoak indar eta bizitasuna ematen zizkiolako gorputzari. Hala esan zigun Jose Paulo Ulibarri entzutetsuak… Era por otra parte la sidra y el tocino asado, aquí llamado «koipetsu», lo que hacía perder el sentido a las brujas. Y una y otra vez se lo pedían o robaban a los sufridos okondoarras. Dicen que decían los mayores de Okondo

Pero, al margen de estas historias locales, las brujas y otros seres de la noche siempre están ahí. Y hoy más que nunca, agazapados en cualquier rincón, esperando a salir para hacernos de las suyas. No tenéis más que mirar a vuestro alrededor y fijaros con atención. Por nada del mundo os olvidéis de hacer hoy una gran fogata, de poner una ramita de fresno en vuestra puerta o de echar un trago de agua antes del amanecer. No vaya a ser que luego se os arrepienta. Pero tranquilos, que esta noche amenazante acaba rápido… enseguida saldrá el sol bailando por el horizonte, sobre Markuartu. Y algo habrá de cierto en toda esta historia, porque dicen que así lo decían los mayores de Okondo

Meltxora Larrinaga (1937) okondoarrari eskainia, berak, beste inork ez bezala, dakielako Markuartuko zein iturritatik dabiltzan sorginak…


[A Melchora Larrinaga (1937), última gran depositaria de los tesoros de Okondo y que, a pesar de haber nacido el día de San Pedro, conoce como nadie qué grandes son la noche y el día de San Juan]

 

 

El parto de la Vijanera

Cuando en un tema de investigación no tenemos datos lo suficientemente sólidos como para salir de la más peregrina especulación, lo ideal es contrastar el fenómeno que nos interesa con otros similares y así, por simple comparación, dilucidar algunas carencias del primero o proponer algunas nuevas interpretaciones.

Con esa intención, la de enriquecer el conocimiento de los carnavales y ritos de invierno de nuestra geografía vasca, viajé hasta Silió (Cantabria, entre Torrelavega y Reinosa) a visitar la Vijanera, una sobrecogedora mascarada rural que pasa por ser uno de los más madrugadores carnavales —el primer domingo de enero— de los que se celebran en Europa.

Por medio de diversos personajes y actos, los vecinos del lugar escenifican la eliminación de lo nocivo del año saliente y se preparan, tras purificar el entorno, para recibir al nuevo año que nace allí mismo en forma de animal, símbolo de prosperidad y bonanza. Son prácticas que se remontan a los orígenes de nuestras culturas, con varios siglos de antigüedad. Por ello sentí al escuchar aquellos atronadores cencerros que estaba conectando con algo muy íntimo y sensible de mi existencia y antepasados, con unas emociones que habían permanecido hasta entonces ocultas para mí. A ver si os gusta.

No había justificación posible. Salir a la carretera en plena alerta amarilla por vientos y lluvias, desoyendo todos los avisos e inmerso en unos aguaceros que arreciaban sin cesar era una imprudencia de manual, se mirase como se mirase. Por no hablar del feo imperdonable hecho a la familia a quien planté en el encuentro propio de la fecha. Ganando puntos… Pero a estas alturas me da ya igual acabar en el infierno cuando me llegue la hora. Porque no podía pasar un año más sin vivir y sentir la Vijanera, aquel carnaval rudo y tempranero con el que tanto había soñado.

Así, en la jornada de Reyes, a media mañana y aún relamiendo el roscón del desayuno, me eché a la carretera para hacer los 165 km que me separaban de la rural población de Silió, en el municipio cántabro de Molledo, en donde se había de producir el ritual de la Vijanera un año más.

Y allí estaba yo, con la única compañía de mi soledad, deambulando la tarde y noche anterior a la fiesta por entre aquellas casas humeantes, con la incesante nieve que ya caía sin compasión. Porque para sentir estas cosas, para que te conmuevan y zarandeen las entrañas, hay que vivirlas así.

Algún mayor del lugar me susurró que los jóvenes de la Vijanera estarían toda la noche de fiesta y que podría unirme a ellos. Pero no buscaba bullicio sino clausura emocional. Dejaría para ellos su vigilia, para que ayudasen a romper al amanecer del nuevo día, el de la fiesta, siempre el domingo siguiente al día de Año Nuevo.

Sea como fuere, ya a las seis de la mañana retumbó el primer cañonazo de pólvora que, en una noche negra como pocas y con unos aguaceros incesantes, sonó esperanzador pues daba a entender que ya comenzaba un nuevo día: el esperado. Me encontraba en la más estremecedora soledad, en una autocaravana, en las afueras del pueblo, en medio de la nada. Otro bombazo y otros más hasta que la tenue luz rompió el día. Y más… se intuía que la jornada iba a ser alocada.

Por más que había intentado informarme en el pueblo la tarde anterior, nadie era capaz de precisar nada de la mascarada, porque ni los mismos organizadores deben saber a ciencia cierta cuál será el recorrido exacto de los primeros personajes ni los horarios. Todo se improvisa. Así es que poco a poco fuimos los visitantes y locales apostándonos por diversos puestos desde los que, con un poco de suerte, poder inmortalizar la fiesta con nuestras cámaras.

La Vijanera es un carnaval rural de gran raigambre y que, a pesar de celebrarse antiguamente en otros pueblos de la comarca, hoy pervive tan sólo en Silió.

Se recuperó tras un lapsus impuesto por la prohibición expresa del franquismo. Para rememorar aquel carnaval previo al dictador, quizá la mejor referencia sea la ofrecida hace más de un siglo por Hermilo Alcalde del Río (Las pinturas y grabados de las cavernas prehistóricas de la provincia de Santander, 1904). Dice así:

«El último día del año [como vemos la primitiva coincidía más rigurosamente con el inicio de año] se celebra en determinadas aldeas una fiesta llamada de la vijanera o viejanera, que consiste en ciertas danzas que pudiéramos denominar salvajes. Al romper el día, los individuos que toman parte activa en el festival y que suelen ser los dedicados al pastoreo principalmente, se lanzan a la calle cubiertos de pies a cabeza con pieles de animales y llevando colgados a la cintura innumerables cencerros de cobre. Enmascarados con tan original y salvaje disfraz, corren, saltan y se agitan como poseídos de furiosa locura, produciendo a su paso un ruido atronador e insoportable. Entregados a este violentísimo ejercicio pasan el día, y entre ellos será el héroe de la fiesta quien haya derrochado mayor energía y agilidad en sus movimientos y sea el último en rendirse al cansancio. Al caer la tarde se congregan en el límite fronterizo a la aldea vecina, sin traspasar los linderos que las separan, y allí esperan a los danzantes de ésta, si en ella se ha celebrado igual festejo. Cuando se encuentran de frente ambos bandos, se preguntan en alta voz: ‘¿Qué queréis, la paz o la guerra?’ Si los interrogados responden ‘la paz’, avanzan unos y otros, se confunden en fraternal abrazo y dan principio seguidamente a la danza final. Si, por el contrario, la respuesta es ‘la guerra’, lánzanse los unos contra los otros y se muelen a golpes hasta que sus cuerpos, ya rendidos y quebrantados por el ejercicio del día, dan por tierra tan bien asendereados y maltrechos, que es precisa la intervención de los vecinos pacíficos para irles transportando a sus hogares. Y así es como termina esta fiesta que, hoy, ya sólo en muy contadas aldeas se celebra».

En su desaparición debieron tener su influencia las críticas por parte de las autoridades clericales y las civiles, que no veían con buenos ojos la actuación de aquellos pastores asilvestrados. En la cercana población de Arenas de Iguña [donde se perdió para siempre la Vijanera] se recoge su prohibición en las ordenanzas locales de principio del XX: «…se prohíbe terminantemente lo que en los pueblos de este distrito se llama Viejenera con pellejos y campanos, por parecer impropio de un país culto y los perjuicios que se ocasionan al vecindario y en mayor escala a los transeúntes. Los contraventores incurrirán en la multa de una a dos pesetas, sin perjuicio de lo que proceda por la inobediencia».

Sin embargo, tan sólo medio siglo atrás, no parecía en absoluto turbar a las autoridades: «Se dio a los mozos de La Vijanera diez y siete reales por media cantara de vino blanco» (acuerdo del concejo de La Serna de Iguña, 1853). La Iglesia, por el contrario, siempre fue beligerante con esta costumbre: «…unos feos mascarones semejantes y aún más ridículos bichos que los que se visten de disfraces por Carnestolendas […] Los bichos más ridículos que los que se visten de disfraces por Carnestolendas deben corresponder a los del 1 de enero cuya tradición se mantuvo viva durante la Edad Media, según acabamos de ver…» dictaminó nada menos que la Inquisición en 1786.

En la actualidad es una celebración con fuerza, bien organizada y que atrae anualmente a infinidad de curiosos. El otro día tomaron parte unos 170 participantes que adoptan las formas de diversos, innumerables y complejos personajes, cada uno con su función. Todas las figuras —también las femeninas— están reservadas a los hombres que no dudarán en ataviarse para parecer lo más femeninos posible. Esta característica no debe interpretarse como fruto de una supremacía social masculina sino algo más profundo ya que, por lo general, en todo ritual de fecundidad, de incitación a la activación de la naturaleza, etc. corresponde a lo masculino, por considerarse la naturaleza, con su flora y fauna, femenina.

En este mismo diario Deia, hemos leído interpretaciones diferentes al respecto (Juan Antonio Urbeltz: Carnaval de langostas), respetables, pero que, ante la presencia de ciertos elementos nos invitan a pensar en la interpretación clásica del despertar de la naturaleza.

Antiguamente la Vijanera se celebraba el último o primer día del año. Con ello entroncamos con aquellas costumbres que ya se amonestaban así: «No se permite hacer el becerro ni el ciervo el día 1 de enero, ni celebrar costumbres diabólicas».

También me parecieron a mí diabólicas las dos interminables horas de espera apostado junto a una alambrada. Pero, por fin, irrumpieron montaña abajo unos extraños personajes que simulaban ser animales, árboles… No dudaron en pelearse y revolcarse entre los prados totalmente encharcados, frente a nuestra atónita mirada. En teoría se escenifica el apresamiento del oso, la representación de la maldad. La irrupción del temido plantígrado da inicio a la fiesta y, tras pasear encadenado por todos los escenarios de la mascarada popular, será ejecutado. Es este violento hecho el que pone punto y final a los actos de la Vijanera, por entenderse que el bien ha subyugado y vencido al mal.

Todos los personajes parecían agitados y enardecidos por el rítmico e incesante sonido de los zarramacos , los personajes más notables de la fiesta, provistos de grandes zumbas (‘campanos’) bien sujetas a sus espalderas de piel de oveja. También las pocas horas de sueño –si las hubiese– ayudarían a hacer volar a ese personaje, lejos de la persona que lo porta, como si se tratase de un desdoblamiento de personalidad.

Estremece el pensar que restos fosilizados de estos carnavales existen por toda Europa, guardando grandes similitudes entre sí, lo que nos habla de su arcaísmo. O referencias tan antiquísimas como las de San Agustín (354 – 430) sobre las fiestas de inicio del año y que nos asoman a la vertiginosa negrura de los tiempos: «¿Hay locura mayor que la de cambiar, con un vestido deshonroso, el sexo viril para adoptar la figura de una mujer? […] ¿Mayor que vestirse con una piel de animal, semejarse a la cabra o al ciervo, de forma que el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, se parezca al demonio?».

Al margen de estos personajes que descienden de las montañas, otros flanqueados por sus correspondientes zarramacos hacen enloquecer mientras tanto el casco urbano, esperando juntarse con aquellos que poco a poco descienden de las empinadas laderas, para fundirse en un solo grupo hasta el final de la fiesta.

Una vez reunidos, todo se transmuta en locura y nada tiene sentido aparente. Como imbuidos por el infernal sonido de los cencerros, los zarramacos parecen entrar en una especie de trance en el que se mezclan la agitación convulsiva de sus cuerpos con la extenuación física, lo diabólico con lo humano. La lluvia incesante añadía más vistosidad al acto, empapados y con chorros de agua que limpiaban su negra tez según se deslizaban por el rostro.

Corren todos a “la raya”, el límite de Silió con el pueblo vecino para reclamar la territorialidad al desafiante grito de «¿Queréis, la paz o la guerra?» un límite que a través de la historia se ha ido pugnando con diferentes poblaciones.

Hoy, sin enemigos que hagan frente a la comitiva, todo es alborozo al sentirse vencedores. Atronan entonces los cencerrones quizá para olvidar que en situaciones similares se daban antaño grandes heridos e incluso muertos en estas contiendas.

Acto seguido se regresa al centro del pueblo, todo ello inmerso en un ambiente de hilaridad desatada y de cierto punto grosería para con el visitante, al que pueden llegar a empujar o dar algunos golpes con un palo o con piezas empapadas en agua: una generalidad más de todos los carnavales.

En un lugar determinado, se da lectura a las coplas preparadas para la ocasión y que cantan varios personajes. Hacen afiladas críticas a gobernantes, sociedad, violadores, actuaciones políticas, laborales… que son aplaudidas con gran entusiasmo por medio de los enloquecedores cencerros. Así se pone fin a lo malo del año anterior y se prepara todo para el parto del año nuevo, simbolizado por un grotesco personaje que, atendido por los médicos, da a luz a un animal, como símbolo de prosperidad para el año entrante. Se trata del «parto de la Preñá«. En esta ocasión un lechón de cerdo –muerto– apareció de entre las entrañas de aquella simulada parturienta de piernas varoniles enegrecidas de vello. No había nada que temer ya al nuevo año…

Con los cuerpos cada vez más exaltados por el alcohol ingerido, bajo la románica iglesia de San Facundo y San Primitivo se da muerte al oso que, en el caso del otro día, no dudó en yacer sobre los charcos y bajo una incesante lluvia. Para colmo de males, los niños apaleaban a esa figura que representa el mal, sin recordar que dentro de esas pieles había una persona de verdad…

En el cercano bar, unas muchachas cantaban piezas que, al son del pandero, hacían perder el juicio a los zarramacos, ya totalmente entregados al desfase, al exceso y al desfallecimiento.

Y en ese preciso instante me percaté de que, finalizado todo el ritual de la muerte del año anterior y el nacimiento del nuevo, nada pintaba allí y que debía regresar a la carretera. A pesar de que el que había hecho de médico en el parto me insistía con un «¡No me jodas, boinista! [en referencia a la txapela que cubría mi cabeza] ¡Quédate que ahora llega lo mejor! ¡No marches y vas a ver qué fiesta nos montamos!». Pero no era aquel mi lugar y sí el suyo

Por eso decidí dejar atrás a los sobrecogedores personajes de la madama, el mancebo, el marquesito, los trapajones o naturales, los traperos, el oso y su amo, el pasiego y la pasiega, el caballero, la Pepa o Pepona, el médico, la preñá, el húngaro y las gorilonas, el viejo y la vieja, los danzarines blancos y negros, el caballero, la giralda, las gilonas, la zorra, el zorrocloco, el ojáncanu, los guardias, los guapos, el afilador, la pitonisa, la bruja, el diablo… que me habían hecho compañía todo el día.

Con el alivio de descalzarme por fin las botas de goma y tras picar algo, ya en el crepúsculo del día, acometí el recorrido de los fatigosos 165 kilómetros de regreso hasta casa.

Pero fue algo más. Una sensación de emerger de un mundo onírico e irreal, de la profunda sima del tiempo de nuestra historia.

Ya en casa, dormí muy agitado, con apariciones constantes de personajes vijaneros en mis pesadillas, con zarramacos que no dejaban de ensordecerme y con extraños y recurrentes sueños eróticos, como si de una llamada a la fertilización fuesen.

Todo acabó con el sonido del despertador. Conduciendo hacia el trabajo en este día de regreso a la normalidad tras las vacaciones navideñas no daba crédito a lo vivido, en una perturbadora amalgama entre la realidad y lo soñado que de la que aún no he conseguido desligarme.

Eso sí, cada vez soy más consciente de que en ciertos momentos hay que entregarse a los insensato, a lo temerario, a la locura… como el ir a conocer la Vijanera en pleno temporal y vivirla desde dentro solo…

Dedicado a la memoria de Martín Mugurutza Mendiguren, tío, sangre de mi sangre, que nos dejó para siempre el 31 de diciembre. Como en la Vijanera, apartó lo funesto de la vida vieja y se adentró en un nuevo estado de eternidad y descanso. Por la sabiduría que me aportaste. Por llorar juntos las ausencias de seres queridos. Por las raíces. Por ti…

Todos los santos y nuestros rituales populares

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RITUALES

Al margen de la conocida visita a los cementerios, diversos eran los rituales que, en torno a la festividad de Todos los Santos y Día de las Ánimas (1 y 2 de noviembre respectivamente) se han llevado a cabo en nuestros pueblos. Costumbres tradicionales que desaparecieron paulatinamente tras los acuerdos adoptados por el Concilio Vaticano II (1962-1965), punto de inflexión en la modernización de la Iglesia y sus liturgias.

Por ello, son costumbres que resultan cercanas y familiares a la gente de cierta edad y algo arcaicas y estéticamente tenebrosas para los más jóvenes.

No vamos a hacer ninguna exposición exhaustiva del tema de la muerte y su culto porque es en extremo rico, diverso y complejo. Pero sí que vamos a rememorar en unas pinceladas algunas costumbres cercanas, basándonos en algunas imágenes.

= SEPULTURA EN LA IGLESIA =
Los enterramientos dentro de las iglesias se generalizaron en el País Vasco durante los siglos XIII y XIV y la práctica perduró hasta finales del siglo XVIII. Está costumbre quedó prohibida por Carlos III, para evitar pestes y mal olor. Sin embargo, a pesar de no contar con muertos recientes que llorar, se continuó “montando la sepultura” en el lugar que correspondía a la familia. Cada familia tenía por tanto su sepultura marcada en el suelo de la iglesia. Es conocida como “jarleku” (yarleku) y es la prolongación de la casa y es ésta la posesora del derecho a sepultura. A mediados del XIX el concepto de la “etxea” va perdiendo su sentido original y pasa a trasladarse esa carga simbólica a la familia, al apellido.

Hasta mediados de los 60 del siglo pasado se mantuvo la costumbre de velar dicho lugar, una labor que siempre era asumida por la mujer, bien por herencia directa, bien por haberse casado y, por tanto, haber entroncado con la casa del esposo a la que ya se debía en el ámbito de los difuntos.

La sepultura consistía en una mantilla de tela y dos candeleros. En nuestra comarca se distinguen perfectamente entre candeleros (una sola vela) y candelabros (varias velas). Sólo se usan los primeros para este ritual. El conjunto se completaba con un reclinatorio que hacía más fácil el rezo, arrodilladas frente a los antepasados. Posa para la imagen mi tía Ana Mari Montalbán (Laudio, 1934), en la iglesia parroquial de Arrankudiaga en donde, por haberse casado en aquel pueblo, heredó la responsabilidad de la sepultura.

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= ARGIZARI-OHOLAK =
El significado de “argizaiola” es el de “argizari-oholak”, ‘tablas para la cera”. La cera, o cerillas, eran una especie de cordones de cera, con su mecha y que, normalmente enrollados en unas tablas de diversas formas, se colocaban el día de los difuntos sobre la sepultura para ofrendarles luz, la guía de las almas.

Había que ir girándolas según se consumía la cerilla y no ha sido extraño que en un descuido ardiesen. Hoy en día sólo pueden observarse días como hoy en Amezketa, Zerain… (Gipuzkoa) en donde las 14908305_220404321713562_7233358667134656078_nmujeres mayores del pueblo encienden esas preciosas tablillas a la vez que hacen la ofrenda de alguna moneda sobre los difuntos que bajo esas luces reposan. Antaño era costumbre poner también alimentos, algo que hacía las delicias de los sacerdotes ya que eran ellos quienes luego lo comían.

Ponemos unas imágenes de las argizari-oholak de Amezketa que pude hacer hace unos años un día como hoy, de Todos los Santos.

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También otra tipología, una de Markuartu, barrio entre Laudio y Okondo.

= ARGIA =
Como la luz de las velas ha sido la mejor manera de encaminar el alma de los difuntos para u reencuentro o incluso para viajar a la eternidad, días como hoy era costumbre encender una vela en alguna ventana del caserío, para indicar a las ánimas de la familia por dónde tenían que pasar para reencontrarse con esa familia que con una mezcla de alegría y temor espera la visita. Hasta solía ponérseles un plato o algún alimento en la mesa.

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Y es que los fallecidos eran difuntos (fallecidos pero a su vez presentes) mientras alguien los tuviese en el recuerdo. Es decir, no se acababan de marchar definitivamente de nuestro entorno. Por eso no es extraño que, en casos como por ejemplo Laudio, los cargos municipales elegidos sobre los muertos el día de San Miguel, jurasen sus cargos de nuevo sobre los vigilantes antepasados, a los que no se podía deshonrar por temor a sus reprimendas.

En la imagen, ritual de la vela en la ventana con una recreación en la que posa magistralmente Jasone Uriondo (una buena amiga de Orozko), en una imagen con extraordinaria belleza expresiva.

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= LIMBOS =
También es Jasone Uriondo la que, ataviada con mantilla y ropa de luto de época, posó en el limbo de Sagarminaga (Orozko). Estos lugares son algo sorprendente y milagrosamente mantenidos en la memoria de algunos mayores de Orozko. Eran unos pequeños terrenos circulares en los que se enterraban aquellos bebés que habían fallecido sin bautizar y, por tanto, no podían ser inhumados en el interior de las iglesias. En otros lugares eran enterrados bajo el alero de la casa, envueltos n tejas que simbolizaban el hogar, algo que no hemos constatado en esta zona. Sí, por el contrario, el enterramiento en estos limbos. En la fotografía, el de Sagarminaga (Orozko).

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El modo de tratar a los difuntos por medio de esa “no ruptura” del vínculo con los vivos hacía sin duda más llevadero el duelo y la pérdida de un ser querido. Hoy en día, como bien citaban algunos facebockeros, estamos peligrosamente perdiendo esa esencia. Y de aquí a unas décadas tan sólo nos quedará esa fiesta de Halloween, instigada por y para el consumo de dinero. Mientras, dejamos perder, incluso sin ningún interés divulgar o dar a conocer esas formas de pensamiento y comportamiento que nos han estructurado como pueblo.

En las fotografías he sobreimpreso mi nombre porque no es extraño ver fotografías de uno mismo bajo el nombre de otro. Lástima que por algunos frescos haya que poner esa “meada de perro” con la que se marca el territorio.

Como hemos dicho al principio, el mundo de la muerte es realmente complejo. Hoy hemos dado unas simples pinceladas, esperando haceros rememorado rituales no tan lejanos. Un saludo y felices días de Todos los Santos y de Ánimas.

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