Culto y honra a nuestros muertos

Al margen de la conocida visita a los cementerios, diversos eran los rituales que, en torno a la festividad de Todos los Santos y Día de las Ánimas (1 y 2 de noviembre respectivamente) se han llevado a cabo en nuestros pueblos. Costumbres tradicionales que desaparecieron paulatinamente tras los acuerdos adoptados por el Concilio Vaticano II (1962-1965), punto de inflexión en la modernización de la Iglesia y sus liturgias.

Por ello, son costumbres que resultan cercanas y familiares a la gente de cierta edad y, a su vez, arcaicas y estéticamente tenebrosas para los más jóvenes.

No vamos a hacer ninguna exposición exhaustiva del tema de la muerte y su culto porque es en extremo rico, diverso y complejo. Pero sí vamos a rememorar en unas rápidas pinceladas algunas costumbres cercanas.

SEPULTURA EN LA IGLESIA
Los enterramientos dentro de las iglesias se generalizaron en el País Vasco durante los siglos XIII y XIV y la práctica perduró hasta finales del siglo XVIII. Está costumbre quedó prohibida por Carlos III, para evitar pestes y malos olores en los templos.

Sin embargo, a pesar de no contar con muertos presentes que llorar, se continuó «montando la sepultura», aquella especie de altar familiar, en los suelos de los templos, sobre aquellos antepasados a los cuales se negaban a olvidar.
Cada familia tenía su sepultura marcada en el suelo de la iglesia. Era conocida como “jarleku” (yarleku) y era la prolongación de la casa humana dentro de la casa de Dios. Era, por otra parte, la familia la posesora del derecho a sepultura.

Hasta mediados de los 60 del siglo pasado se mantuvo la costumbre de velar la sepultura, una labor que siempre era asumida por la mujer, bien por herencia directa, bien por haberse casado y, por tanto, haber entroncado con la casa del esposo a la que ya se debía en el ámbito de los difuntos.

La sepultura consistía en una mantilla de tela y dos candeleros. En mi familia y entorno se distinguen perfectamente entre candeleros (una sola vela) y candelabros (varias velas). Sólo se usan los primeros para este ritual. El conjunto se completaba con un reclinatorio –una especie de silla apta para arrodillarse– que hacía más fácil el rezo, arrodilladas frente a los antepasados. Posa para la imagen mi tía Ana Mari (Laudio, 1934), en la iglesia parroquial de Arrankudiaga en donde, por haberse casado en aquel pueblo, heredó la responsabilidad de la sepultura.

ARGIZARI-OHOLAK
El significado de «argizaiola« es el de «argizari-oholak«, ‘tablas para la cera’. La cera o cerillas, eran una especie de cordones de cera, con su mecha y que, normalmente enrollados en unas tablas de diversas formas, se colocaban el día de los difuntos sobre la sepultura para ofrendarles luz, la guía de las almas.

Había que ir girándolas según se consumía la cerilla y no ha sido extraño que en un descuido ardiesen. Hoy en día sólo pueden observarse en uso días como Todos los Santos en Amezketa, Zerain… (Gipuzkoa) en donde las mujeres mayores del pueblo encienden esas preciosas tablillas a la vez que hacen la ofrenda de alguna moneda sobre los difuntos que bajo esas luces reposan. Antaño era costumbre poner también alimentos, a modo de ofrenda, algo que hacía las delicias de los sacerdotes ya que eran ellos quienes luego lo comían.

ARGIA
La luz de las velas ha sido la mejor manera de encaminar el alma de los difuntos para su reencuentro con los vivos. O incluso para viajar a la eternidad. De ahí que días como el de los difuntos fuese costumbre encender una vela en alguna ventana del caserío, para indicar a las ánimas de la familia por dónde entrar para fundirse con esa familia que con una mezcla de alegría y temor espera la visita. Hasta se les reservaba un plato o alimento en la mesa.

Y es que los fallecidos eran difuntos (fallecidos pero a su vez presentes) mientras alguien los tuviese en el recuerdo. Es decir, no se acababan de marchar definitivamente de nuestro entorno. Por eso no es extraño que, en casos como por ejemplo Laudio, los cargos municipales elegidos sobre los muertos el día de San Miguel, jurasen sus cargos de nuevo sobre los vigilantes antepasados, a los que no se podía deshonrar por temor a sus reprimendas.

En la imagen, ritual de la vela en la ventana con una recreación en la que posa magistralmente Jasone Uriondo (una buena y paciente amiga de Orozko), en una imagen con extraordinaria belleza expresiva.

LIMBOS
También es Jasone Uriondo la que, ataviada con mantilla y ropa de luto de época, posó para la fotografía en el limbo de Sagarminaga (Orozko). Estos lugares son algo sorprendente y estremecedor a su vez. Y de un modo milagroso se han mantenido en la memoria de algunos pocos mayores de Orozko. Lo trataremos en otra ocasión con más detenimiento. Eran unos pequeños terrenos circulares en los que se enterraban aquellos bebés que habían fallecido sin bautizar y, por tanto, no podían ser inhumados en el interior de las iglesias. En otros lugares eran enterrados bajo el alero de la casa, envueltos en tejas que simbolizaban el hogar, algo que no hemos constatado en esta zona. Sí, por el contrario, el enterramiento en estos limbos. En la fotografía, el limbo de Sagarminaga (Orozko).

REFLEXIÓN
El modo de tratar a los difuntos como si estuviesen presentes, con esa «no ruptura» de vínculos, hacía sin duda más llevadero el duelo y la pérdida de un ser querido. Hoy en día, por el contrario, resulta más dramático y brusco al saber que de un día para otro se pierde el ser querido.

Como hemos dicho al principio, el mundo de la muerte es realmente complejo. Hoy hemos dado unas simples pinceladas, esperando haceros rememorar rituales no tan lejanos. Un saludo y felices días de Todos los Santos y de Ánimas.

 

 

Todos los santos y nuestros rituales populares

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RITUALES

Al margen de la conocida visita a los cementerios, diversos eran los rituales que, en torno a la festividad de Todos los Santos y Día de las Ánimas (1 y 2 de noviembre respectivamente) se han llevado a cabo en nuestros pueblos. Costumbres tradicionales que desaparecieron paulatinamente tras los acuerdos adoptados por el Concilio Vaticano II (1962-1965), punto de inflexión en la modernización de la Iglesia y sus liturgias.

Por ello, son costumbres que resultan cercanas y familiares a la gente de cierta edad y algo arcaicas y estéticamente tenebrosas para los más jóvenes.

No vamos a hacer ninguna exposición exhaustiva del tema de la muerte y su culto porque es en extremo rico, diverso y complejo. Pero sí que vamos a rememorar en unas pinceladas algunas costumbres cercanas, basándonos en algunas imágenes.

= SEPULTURA EN LA IGLESIA =
Los enterramientos dentro de las iglesias se generalizaron en el País Vasco durante los siglos XIII y XIV y la práctica perduró hasta finales del siglo XVIII. Está costumbre quedó prohibida por Carlos III, para evitar pestes y mal olor. Sin embargo, a pesar de no contar con muertos recientes que llorar, se continuó “montando la sepultura” en el lugar que correspondía a la familia. Cada familia tenía por tanto su sepultura marcada en el suelo de la iglesia. Es conocida como “jarleku” (yarleku) y es la prolongación de la casa y es ésta la posesora del derecho a sepultura. A mediados del XIX el concepto de la “etxea” va perdiendo su sentido original y pasa a trasladarse esa carga simbólica a la familia, al apellido.

Hasta mediados de los 60 del siglo pasado se mantuvo la costumbre de velar dicho lugar, una labor que siempre era asumida por la mujer, bien por herencia directa, bien por haberse casado y, por tanto, haber entroncado con la casa del esposo a la que ya se debía en el ámbito de los difuntos.

La sepultura consistía en una mantilla de tela y dos candeleros. En nuestra comarca se distinguen perfectamente entre candeleros (una sola vela) y candelabros (varias velas). Sólo se usan los primeros para este ritual. El conjunto se completaba con un reclinatorio que hacía más fácil el rezo, arrodilladas frente a los antepasados. Posa para la imagen mi tía Ana Mari Montalbán (Laudio, 1934), en la iglesia parroquial de Arrankudiaga en donde, por haberse casado en aquel pueblo, heredó la responsabilidad de la sepultura.

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= ARGIZARI-OHOLAK =
El significado de “argizaiola” es el de “argizari-oholak”, ‘tablas para la cera”. La cera, o cerillas, eran una especie de cordones de cera, con su mecha y que, normalmente enrollados en unas tablas de diversas formas, se colocaban el día de los difuntos sobre la sepultura para ofrendarles luz, la guía de las almas.

Había que ir girándolas según se consumía la cerilla y no ha sido extraño que en un descuido ardiesen. Hoy en día sólo pueden observarse días como hoy en Amezketa, Zerain… (Gipuzkoa) en donde las 14908305_220404321713562_7233358667134656078_nmujeres mayores del pueblo encienden esas preciosas tablillas a la vez que hacen la ofrenda de alguna moneda sobre los difuntos que bajo esas luces reposan. Antaño era costumbre poner también alimentos, algo que hacía las delicias de los sacerdotes ya que eran ellos quienes luego lo comían.

Ponemos unas imágenes de las argizari-oholak de Amezketa que pude hacer hace unos años un día como hoy, de Todos los Santos.

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También otra tipología, una de Markuartu, barrio entre Laudio y Okondo.

= ARGIA =
Como la luz de las velas ha sido la mejor manera de encaminar el alma de los difuntos para u reencuentro o incluso para viajar a la eternidad, días como hoy era costumbre encender una vela en alguna ventana del caserío, para indicar a las ánimas de la familia por dónde tenían que pasar para reencontrarse con esa familia que con una mezcla de alegría y temor espera la visita. Hasta solía ponérseles un plato o algún alimento en la mesa.

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Y es que los fallecidos eran difuntos (fallecidos pero a su vez presentes) mientras alguien los tuviese en el recuerdo. Es decir, no se acababan de marchar definitivamente de nuestro entorno. Por eso no es extraño que, en casos como por ejemplo Laudio, los cargos municipales elegidos sobre los muertos el día de San Miguel, jurasen sus cargos de nuevo sobre los vigilantes antepasados, a los que no se podía deshonrar por temor a sus reprimendas.

En la imagen, ritual de la vela en la ventana con una recreación en la que posa magistralmente Jasone Uriondo (una buena amiga de Orozko), en una imagen con extraordinaria belleza expresiva.

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= LIMBOS =
También es Jasone Uriondo la que, ataviada con mantilla y ropa de luto de época, posó en el limbo de Sagarminaga (Orozko). Estos lugares son algo sorprendente y milagrosamente mantenidos en la memoria de algunos mayores de Orozko. Eran unos pequeños terrenos circulares en los que se enterraban aquellos bebés que habían fallecido sin bautizar y, por tanto, no podían ser inhumados en el interior de las iglesias. En otros lugares eran enterrados bajo el alero de la casa, envueltos n tejas que simbolizaban el hogar, algo que no hemos constatado en esta zona. Sí, por el contrario, el enterramiento en estos limbos. En la fotografía, el de Sagarminaga (Orozko).

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El modo de tratar a los difuntos por medio de esa “no ruptura” del vínculo con los vivos hacía sin duda más llevadero el duelo y la pérdida de un ser querido. Hoy en día, como bien citaban algunos facebockeros, estamos peligrosamente perdiendo esa esencia. Y de aquí a unas décadas tan sólo nos quedará esa fiesta de Halloween, instigada por y para el consumo de dinero. Mientras, dejamos perder, incluso sin ningún interés divulgar o dar a conocer esas formas de pensamiento y comportamiento que nos han estructurado como pueblo.

En las fotografías he sobreimpreso mi nombre porque no es extraño ver fotografías de uno mismo bajo el nombre de otro. Lástima que por algunos frescos haya que poner esa “meada de perro” con la que se marca el territorio.

Como hemos dicho al principio, el mundo de la muerte es realmente complejo. Hoy hemos dado unas simples pinceladas, esperando haceros rememorado rituales no tan lejanos. Un saludo y felices días de Todos los Santos y de Ánimas.

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