Nombres de Gorbeia: Ubixeta vs Egilleor

El desorden toponímico que existe en el Parque Natural de Gorbeia es, quizá, de mayor volumen que el mismo macizo. Pero la mayoría de las veces no es un caos natural producto del uso popular, sino basado en errores impulsados (paneles, folletos, señales…) por las mismas instituciones, diputaciones forales de Bizkaia y Álava, que son quienes gestionan el parque desde que se declaró como tal en 1994.

A la vista del resultado, está claro que esos entes nunca han considerado la toponimia como un elemento patrimonial más del Parque y las cosas se han hecho «como sea», sin invertir un minuto en ello, el mínimo cariño exigible, y con una falta de sensibilidad que hace que a algunos nos duela hasta el alma. Así es que, vamos a intentar ordenar algo el estado de las cosas, dando un recorrido por varios de esos topónimos, aun sabiendo que a estos artículos les espera un futuro poco halagüeño, ya que han de luchar, en notable desventaja, contra la difusión de los errores, multiplicados hasta el infinito por los usuarios y las redes sociales. Pero por la verdad, siempre hemos de arriesgar, aunque ello conlleve dejarse un puñado de pelos en la gatera.

Majada y valle de Ubizieta (Gorbeia), con los rebaños gozando de los últimos pastos otoñales

Ayer ascendí hasta una de las cumbres más reseñables del macizo, en el cordal que desde la cima de Oderiaga desciende hacia el río Altube. Según reza la placa del buzón cimero, se trata de «Egileor-Ubieta«, aunque la mayoría la conozcamos más como Ubixeta y que, para rizar el rizo, el Parque, en las señalizaciones de las rutas para llegar hasta allí, denomina Ubitxeta. Pero, todas y cada una de estos nombres precedentes son inadecuados y no se corresponden con la realidad de su uso histórico y natural. Vayamos por partes.

Buzón de la cumbre de Egilleor, más escrita como «Egileor» y con el uso no correspondiente del nombre «Ubieta» que, por otra parte, nunca ha existido.

EGILLEOR. Basta preguntar a cualquiera de los pastores del lugar para que nos aclaren que el nombre de esa montaña es y solo es EGILLEOR. Nada de Ubieta o sus variantes. Al tratarse de un nombre de lugar (no sucede lo mismo con el uso genérico de la palabra) hay que escribirlo con «ll» y no con «il» —como aparece en la placa del buzón— pues, al pronunciarse con sonido «ll» hay que reflejarlo tal cual en la toponimia.

Por cierto, egileor (que podremos escucharla con las variantes egillor, eileor, eillor, ellor, illor…) es un vocablo en notable retroceso y que significa ‘redil‘ o ‘cabaña para el ganado’, (no creo que debamos confundirla con hegi lehor, ‘ladera o cumbre seca’, ya que aquí no daría «ll«) algo muy apropiado para este enclave pastoril que nos ocupa.

En la primera guía montañera del Gorbea (Sierra de Aralar y Macizo del Gorbea, Apraiz, 1950) se describe en textos y en gráficos tan solo el monte Egilleor (escrito es su variante Egillior): todavía no había irrumpido la forma Ubixeta que más tarde se generalizaría.

UBIXETA. Ubixeta es un nombre que nunca ha existido como tal, inventado. Su generalización se debe a una intervención foránea y por vía culta, no popular. Nada tiene que ver con el uso local y menos para nombrar esa cumbre. La equivocación surge porque esa denominación es la que se da a la majada y pequeño vallecito cercanos a esa montaña. En la placa del buzón ponen Ubieta pero tampoco es correcto ni nunca ha existido como tal.

Esta confusión parece surgir de los montañeros foráneos. Aparece como Ubilleta en los primeros catálogos de cimas para los concursos montañeros. La primera referencia que conozco del Ubixeta más generalizado, procede del mapa elaborado (1975) por el montañero Javier Malo Icíar (1929-2013), aquellos mapas de cordales que fueron el vademécum de nuestras andanzas montañeras. Lo da como Ubixeta y, entre paréntesis, la segunda forma Eguillior (transcrito literalmente).

La variante Ubieta la propone como correcta mi colega y amigo Patxi Galé en su obra Catálogo de Cimas de Bizkaia (Diputación Foral de Bizkaia, 2000), partiendo del extendido Ubixeta precedente, al confundir esa «x» (que en realidad era un invento y no algo natural propio del lugar) con un sonido protético para evitar los diptongos, similar a lo que sucede en Elorrio > Elorrixo, trikitia > trikitixa, ogia > ogixa, etc. Pero ese fenómeno fonético del sonido «x» tan común en otras zonas, es inexistente en el occidente vizcaíno, en el entorno que nos ocupa de Gorbeia u Orozko.

UBIZIETA. Esa es la denominación correcta que corresponde a la majada cercana. Insistimos, no a la cumbre. Es el plural toponímico de ur bizi, literalmente ‘aguas vivas’ y ‘manantial’ a efectos prácticos. Un nombre perfecto para nuestro enclave, con diversos y abundantes afloramientos de agua. Ubizieta significaría, por tanto, ‘(los) manantiales’. Como es sabido, en este entorno geográfico, el término ur ‘agua’ pasa a transformarse en u- (ur > u-) , al entrar en contacto con otra palabra cuyo comienzo es una consonante. Es lo mismo que sucede en Ubidea (de ur + bidea ‘canal de agua’), ubegi ‘surgencia’ (ur + begi)… De ahí que nuestro topónimo seaUbizieta y no Urbizieta.

Una babosa o limaco, se enfrenta a las «aguas vivas» de Ubizieta

Es la forma a priorizar, decíamos, porque es lo que realmente usan los lugareños e informantes locales. Ellos, en dicción popular y rápida, lo pronuncian «ubisíta» pues, como sabemos, en el occidente vasco no se distinguen la «s» de la «z«. Además, en las composiciones acabadas en vocal a la que se añade el sufijo abundancial «-eta«, por economía a la hora de articularlo, hacen desaparecer la «-e-» intermedia que sí hemos de escribir pero podemos perdonar que no se pronuncie. Como cabría esperar ese fenómeno de perder la «-e-» interior se manifiesta también en otros topónimos del municipio: Sintzieta > Sintzita, Pagoeta > Pagota, Arearrieta > Arearrita / Alarrita, Aretximinieta > Aretximinita, Mintegieta > Mintigita

Por si hubiera dudas, la documentación histórica que hemos podido localizar, no deja lugar a dudas: «un monte arbolar nombrado Oquelugorta-Ubisieta» (1866, Registro de la Propiedad, pertenencia del caserío Ugartebengoa de Orozko), así como un jaral en «Ubicieta» (también 1866, Registro de la Propiedad, pertenencia del ya desaparecido caserío Uribarri de Orozko).

Valle y agua corriente de uno de los manantiales de Ubizieta recogida en abrevadero del lugar conocido como Arabariturrieta. En la parte superior se ven las chabolas pastoriles de la majada de Ubizieta, en el collado superior el enclave del dolmen del mismo nombre y, a la izquierda, las rampas que culminan en la cumbre de Egilleor.

UBITXETA. Solamente la desidia y la falta de interés por lo que se hace pueden haber dado como fruto el nombre Ubitxeta, algo que no como tal ni parecido ha existido jamás. Para mayor dolor, también con ese engendro toponímico de Ubitxeta está catalogado el dolmen situado en el collado superior de Ubizieta. Lo tenéis calificado como «Bien Cultural, con la categoría de Conjunto Monumental, las Estaciones y Monumentos Megalíticos relacionados en el anexo I, que se hallan en el Territorio Histórico de Bizkaia» (Decreto 25/2009, de 3 de febrero en el BOPV de 6 de marzo de 2009).

Cumbre de Egilleor. En el collado del primer término, se encuentra el dolmen de la parte superior de la majada de Ubizieta (en el vallecito de la izquierda), catalogada con el nombre erróneo de Ubitxeta.
Restos del dolmen de Ubizieta (mal catalogado con el nombre de Ubitxeta): Mira al macizo de Itzina, quizá buscando la mirada de su legendaria Señora de Anboto (aquí se conoce como Anbotoko Señorea) o Mari.

Tampoco es de recibo que esa aberración toponímica la que priorice e impulse el Parque en sus señalizaciones. Porque frente a las dudas que podían existir en el pasado, en la actualidad ya está recopilada, normativizada y estandarizada la toponimia del macizo. Y disponible en, por ejemplo, el mapa municipal de Orozko, en el Nomenclátor de Nombres Geográficos Oficiales de la Comunidad Autónoma del País Vasco, como registro público, adscrito al Departamento de Cultura del Gobierno Vasco, en la aplicación GeoEuskadi del Gobierno Vasco, en el Catálogo de Cimas de Euskal Herria (Federación Vasca de Montaña), en la mismísima Guía Cartográfica de Bizkaia (publicada en 2004 por la propia Diputación y en donde, con acierto, se dio para la cumbre el nombre correcto Egilleor), en Euskaltzaindia, valiéndose del mismo contacto con los pastores del lugar, consultando a quien pudiera saber al respecto… Parece prácticamente imposible hacerlo mal. Pero se hace, como veremos en tantos y tantos casos más.

Uso y promoción de la forma inexistente Ubitxeta para hacer referencia a la cumbre de Egilleor y, quizá, su cercana majada de Ubizieta.

Para finalizar quisiera justificar este desasosiego difícil de disimular. Y es que, por principios propios, soy la persona más clemente y comprensiva frente a cualquier error humano que pudiera cometerse, porque de esos somos todos partícipes, yo el que más. Pero a su vez soy intransigente con la dejadez, con el no intentar hacer las cosas lo mejor posible por no perder un minuto, con la desidia, con el «qué más da», tan común en las administraciones públicas, en las que tomo parte: quizá por eso me duela aún más.

Uso correcto de los topónimos Egilleor (cumbre) y Ubizieta (majada y valle) en el mapa publicado por el Ayuntamiento de Orozko (2011), subvencionado por el Gobierno Vasco y con revisión toponímica por parte de Euskaltzaindia

EN RESUMEN:

EGILLEOR es la forma correcta y única para nombrar la cumbre. Es la denominación inequívoca que me facilitaron los informantes cuando, entre 2000 y 2011, estuve recopilando la toponimia de Orozko por aquellos parajes. No sirve por tanto valerse del mantra de que la toponimia y las lenguas son algo vivo que evolucionan, porque no es este el caso: su nombre sigue siendo Egilleor y así lo usan sus naturales.

UBIZIETA es la forma adecuada de escribir el topónimo que hace referencia a la majada pastoril y el valle lleno de manantiales sobre el que se asienta. No sirve para denominar la cumbre, que ya tiene su denominación específica. En la dicción local, la forma usada es Ubisita. Coincide con las formas históricas documentadas, siempre Ubizieta. Su significado es el de «manantiales».

UBIXETA, UBIETA y UBITXETA son variantes inadecuadas, que ni han existido ni existen en el uso local. Son formas introducidas por vía artificial y culta, producto de montañeros, cartografía, gestión por parte del Parque, redes sociales, publicaciones… engendradas fuera de ese municipio de Orozko y del macizo, consecuencia de no haber contrastado el uso local del topónimo. No es, por tanto, una evolución toponímica o lingüística. El uso equívoco de esos nombres es algo comprensible en otras épocas pero incomprensible e inaceptable hoy en día, menos por entes públicos.

Hagamos pues entre todos, un último esfuerzo de fidelidad y cariño a nuestra tierra, para devolver a esos altivos parajes sus nombres genuinos, fuera de denominaciones extrañas e invasoras que no hacen sino dañar el patrimonio cultural local.

Biguri, Urquijo y Ugarriza

Quiso Antonia que fuesen mis manos las encargadas de recoger y custodiar esa entrañable obra de arte que durante décadas habían admirado en casa. Mª Antonia Martínez Aldaiturriaga —hoy con 87 añazos aunque sin perder ni un ápice de su vitalidad— había localizado mi teléfono y me llamó para concertar una «cita a ciegas», el pasado día 16. Antonia, al margen de otras muchas virtudes, lleva sobre sus espaldas la historia de haber puesto en marcha y dinamizado diversos grupos culturales de mujeres cuando, hace casi medio siglo, aquello parecía una herejía que atentaba contra los pilares de la familia. Cuando la igualdad era una quimera, ella luchaba con uñas y dientes por conseguirla y por devolver a las mujeres esa autoestima que el oscuro régimen político-militar les había arrebatado… Pero ya hablaremos de ello en otra ocasión…

BIGURI. Me había citado porque, consciente de su edad y del cúmulo de objetos que posee, quería hacerme entrega de un cuadro que su marido, Antonio Biguri Rubina (1929-2010), había encargado años atrás a un pintor de Orozko, un objeto que había tenido en gran estima mientras vivió. Al igual que Mª Antonia, también Biguri había sido alguien de armas tomar en eso de la organización festiva, cultural o deportiva… todo lo que fuese popular. Destacó especialmente en el ámbito del ciclismo, al que se entregó en cuerpo y alma. Pero también en ese campo tradicional y popular, lo que le llevó a encargar el dibujo.

URQUIJO. El cuadro, que puede verse en las imágenes adjuntas, es un retrato del músico laudioarra Ruperto Urquijo Maruri (1875-1970) usando la técnica del puntillismo. Además del memorable personaje, completa la escena un fondo en el que se aprecian la bucólica aldea de Urigoiti (Orozko), con los icónicos farallones de Itzina y la cumbre de Gorbeiagana al fondo, coronada por la cruz que tanta fama le ha dado.

Ruperto Urquijo Maruri en la obra de Simón Ugarriza, con la aldea de Urigoiti detrás, las peñas arrecifales de Itzina y Gorbeiagana, culminada por su cruz

Sin duda, ello se debe a que Ruperto compuso hace un siglo el zortziko Lusiano y Clara que, tras unos retoques por otras manos ajenas, pasaría a convertirse en la archiconocida canción de En el monte Gorbea. Una romántica historia en la que relata la desdichada relación entre un pastor que debía pasar el verano en Gorbeia, cuidando rebaños de ovejas, y dejando abajo a la arratiana Clara, de la que se había enamorado perdidamente. Habla también de la cruz cumbrera que, por aquel entonces, era algo relativamente novedoso en el lugar.

Ruperto Urquijo, aquel muchacho que aprendió música imitando con una flauta las calandrias mientras cuidaba su rebaño de ovejas en las faldas de Ganekogorta…

Autorretrato que me hice sujetando el cuadro para enviárselo a modo de gratitud a Mª Antonia Martínez, el mismo día de la entrega.

UGARRIZA. La obra pictórica se la había encargado Biguri a un tal Simón Ugarriza Zorrozua (1939-1993) orozkoarra que tenía ya cierto reconocimiento por ese estilo de retratos y, además, por obras realizadas con curiosas piedras de rebuscadas formas que encontraba por su Gorbeia del alma: las fuentes de la plaza de Ibarra (Orozko) o de Pagomakurra (Gorbeia, Zeanuri) son suyas.

Casualmente, al igual que sucedía con Ruperto, también él aprendió a dibujar y perfeccionó su técnica de un modo autodidacta, sacando provecho a aquellos tiempos muertos mientras vigilaba su rebaño de ovejas en el monte.

Quiso la fatalidad que, en un día en que transportaba esas piedras tan llamativas de sus construcciones, sufriese un accidente en torno al puerto de Bikotx-gane y perdiese allí la vida, cuando contaba con 54 años. Fue un día como hoy, 28 de junio, pero de hace 27 años. Yo mismo recuerdo la conmoción social que aquella desgracia supuso.

Por eso he querido esperar hasta el día de hoy para publicar estas líneas. Para dar las gracias a ese trío que con tanta generosidad tanto aportó al pueblo: Biguri, Urquijo y Ugarriza que hoy, seguro, nos miran desde arriba orgullosos de que aquel cuadro que les une entre sí y que refuerza nuestra historia popular, esa íntima y alejada de los grandes acontecimientos.

El cuadro en cuestión está en el Ayuntamiento de Laudio, para que pueda verlo y honrarlo quien lo desee. Porque estas cosas no se pueden encerrar en una casa: es mejor hacerlas de todos, para que quien quiera las goce o disponga.

Por si fuera poco, existe otra versión similar del mismo dibujo que Ugarriza hizo algún tiempo después para la sociedad Los Arlotes y que da la bienvenida a quien se adentra en su entrañable local. Fue asimismo la imagen usada en la carátula del disco que en honor a Ruperto Urquijo se grabó entre varios grupos en 1992.

Disco grabado en 1992 en cuya portada figura el retrato de Ruperto Urquijo que realizó Simón Ugarriza

Un recuerdo para todos ellos: para en infatigable Biguri y para aquellos dos artistas que vieron nacer su arte mientras pastoreaban. Y , cómo no, mis más sinceros agradecimientos a Mª Antonia por su generoso acto: es un honor y un auténtico placer.

Zapatos contra tormentas

El 3 de mayo y el 14 de septiembre son las dos fiestas que el cristianismo dedica al culto de la cruz como símbolo de fe. Pero en las creencias populares son asimismo las fechas que acotan el período de tormentas, es decir, la mayor amenaza para las cosechas y, en consecuencia, el peligro de la aparición de hambrunas.

Estando a su merced la mismísima supervivencia de las comunidades humanas en las que convivieron nuestros antepasados, no es extrañar que entre esas dos fechas se repitiesen en el mundo rural multitud de rituales populares dedicados a ahuyentar las tormentas, a desviar su capacidad de destrucción hacia otros lugares ignotos.

TRES DE MAYO. Todo empezaba el 3 de mayo, día del supuesto descubrimiento de la cruz en la que ejecutaron a Jesucristo (podéis leer el relato de los hechos en tono de humor e informal en Helena, cada día más buena). Y aquellos trozos de árbol, de madera, se convierten a partir de entonces en un símbolo de adoración, atribuyéndoseles virtudes mágicas, sobrenaturales.

En realidad, no dista nada del ritual pagano previo de los mayos, árboles totémicos que en esta misma fecha se hincaban —e hincan— en las plazas de los pueblos u otros lugares específicos, costumbre precristiana extendida por toda Europa y bien estudiada.

BENDICIONES DEL CAMPO. Marca esta fecha además el arranque del período de máxima producción de la naturaleza y, en su versión doméstica, de la agricultura. Es por ello por lo que este 3 de mayo se multiplican los rituales protectores de los campos, con bendiciones, exhibiciones de imágenes santos, colocación de cruces o cera bendecida en fincas, colocación de mayos, etc. en una serie de costumbres en las que es muchas veces difícil discernir entre lo que es de origen cristiano y lo profano o pagano.

RITOS CONTRA LAS TORMENTAS. Salvo alguna muy ocasional plaga, la gran amenaza de pérdida de las cosechas eran las tormentas de pedrisco, algo que en un instante podía arruinar el trabajo de todo un año. De ahí que abundasen los rituales para protegerse frente a ellas: tañido de campanas en ermitas, conjuros, ramos o velas bendecidas, colocación de hachas con el filo hacia arriba, toques campaniles de tentenublo —»¡detente, nublo!»— rogativas a Santa Bárbara, uso de hachas o puntas de flecha neolíticas o piedrecillas, fósiles, espinas de espino blanco… como amuletos protectores, etc.

Era asimismo una temporada de gran agitación para sacerdotes y sacristanes ya que, a diario, tras la misa, solían salir al pórtico para bendecir los cielos contra la amenaza de las tormentas. Debían acudir raudos también a tocar las campanas si se intuía la tempestad, fuese la hora que fuese. Era tal el esfuerzo que los feligreses solían hacer un pago extraordinario por el servicio.

ZAPATO ARROJADO CONTRA LA NUBE. Pero, dentro de este maremágnum de liturgias dirigidas a modificar el discurrir natural de los acontecimientos meteorológicos, quisiera centrarme en la costumbre popular de arrojar los sacerdotes un zapato contra el nublado, para asustarlo y desviarlo hacia otro destino. Probablemente sería el último recurso usado, el de máxima urgencia, cuando todas las medidas protectoras previas habían fracasado y el desastre era inminente.

LAUDIO. La referencia de esta costumbre la recogí en su día de Txomin Lili (1930-2019) el laudioarra que mejor supo atesorar todas las costumbres (Ver Txomin Lili, la última leyenda). Me contaba en 2005 que «…la gente decía que los curas que salían en sandalias cuando había una tormenta grande, al pórtico y dicen que tiraba la zapatilla para el monte para que vaya para allá, pero allí si pilla un caserío… ¡aquello que jode! Salía el cura para mandar la tormenta para el monte y salía al pórtico y algunos rezos y algunas cosas y, con las zapatillas, enchancletado, tiraba para el lado que quería echar la tormenta» Finalizó el relato con un expresivo «¡Qué cojones va a ir! Iría para donde tocaría, como siempre…» que le devolvió del añorado pasado a la actualidad.

Txomin Lili (1930-2019) el último laudioarra oriundo que sabía de zapatos que los sacerdotes arrojaban contra las tormentas de pedrisco

OROZKO. También recordaba haber visto realizar esa operación Sofia Etxebarria (Egurrigartu, 1926-2010) en la iglesia de Olarte (Ibarra, Orozko), con un asustado sacerdote que, mostrándose en chancletas frente al nublado de pedrisco, le arrojó su zapato. Relataba, quizá con ciertas dosis de humor popular, que aquel zapato lo encontraron después los pastores en un muy alejado lugar de Gorbeia, en las faldas del monte Oderiaga, en el enclave llamado Algorta. Cuando se lo devolvieron, el sacerdote negaba que fuese suyo, avergonzado quizá por haber recurrido a artes tan poco canónicas. Sé de esta referencia gracias a la amiga luiaondoarra Anuntxi Arana que la recogió en su recopilación y estudio de los relatos míticos del valle de Orozko (Orozko haraneko kondaira mitikoak, 1996).

Aldea de Urigoiti (Orozko) tras una fuerte tormenta primaveral. Tan solo unos rastros de arco iris al fondo nos reencuentran con los temores del pasado y las costumbres para hacer frente a las tormentas.

OTROS. Como siempre, es inconmensurable la aportación de relatos similares recogidos durante toda su vida por el prolífico sacerdote R. Mª Azkue (1864-1951), y cuyos breves apuntes publicó en su obra Euskalerriaren Yakintza. Contaba Azkue que «El sacerdote que en los días de truenos salía al pórtico a hacer los conjuros, solía ponerse un calzado en chancletas para que el diablo no le llevase al mismo sacerdote» o que «Un párroco a quien yo conocí en una de esas villas, en la cuarta, creyéndolo así, solía ponerse sus zapatos en chancletas las veces que había de conjurar la tempestad». Así también que «En Elorrio (B), si ha de creerse a mi colaboradora, vio ella a un sacerdote en un día de truenos hacer los conjuros sudando copiosamente, y no pudiendo vencer al demonio le arrojó un zapato, y el tal calzado no apareció nunca más».

Para finalizar, relataba los recuerdos de infancia en su Lekeitio natal: «En Lekeitio (B), muchachitos que me precedieron cuatro o cinco años, solían ir al pórtico los días de conjuro, creyendo que allí verían al aire un zapato del sacerdote. Se decía en esta villa que en cierta ocasión un sacerdote, no pudiendo de otra manera vencer al diablo, diciéndole «¡toma!», le arrojó uno de sus zapatos».

DEL MÁS ALLÁ. Ahondando un poco más en esta última referencia, es de resaltar que en sentir popular, las tormentas de pedrisco no son meras perturbaciones atmosféricas sino que se interpretan como un ataque del mal frente al bien, con un origen en el más allá, en la parte infernal de nuestra existencia.

Conocí en cierta ocasión a la orozkoarra Ángela Bilbao (1924-2012), madre de un buen amigo, José Ángel, muy activo en la recuperación de elementos de interés etnográfico (ericeras, tejeras…). Era Ángela asimismo la hija del sacristán de Urigoiti (Orozko), el encargado de tañer las campanas cuando se avistaban las tormentas, una labor que tras su fallecimiento, asumió la misma Ángela hasta que dejó de practicarse en los años 50 del siglo pasado. Es curiosa la visión, alejada de la actual, que aquella mujer tenía de los nublados que surgían del cielo amenazando las cosechas. Traducido de su euskera original decía que «desde el tres de mayo hasta la otra Santa Cruz bendecía la tormenta. Y tenían a la tormenta… el llegar la tormenta era «del lado malo» [«parte txarrekoa»]. Con el «del otro lado» querían decir que eran cosas del infierno o que surgían de allí». Continuaba relatando que «...acudían mi padre [sacristán] y el sacerdote al pórtico y bendecían el nublado. Y tengo escuchado en cierta ocasión que, igual estando allí el sacerdote, la tormenta le arrebató el zapato. Quitarle la tormenta el zapato de su lado y cosas así».

Ángela Bilbao (1924-2012), posando pacientemente en 2004 para un reportaje fotográfico que le hicimos sobre la elaboración del poste navideño llamado intxaur-saltsa. Ella fue, como lo fue su padre, la encargada de tocar las campanas contra las tormentas en Urigoiti, Orozko.

También esa idea de interactuación de las tormentas con la vertiente malvada de los seres del más allá, nos la refuerza el también orozkoarra Moisés Larraondo, (1926-2020) buena persona y mejor conocedor de nuestras leyendas. Contaba que (traducido del original en euskera recogido por Anutxi Arana, 1996) «llegó la tormenta y su piedra, dispuesta a arrasar todo. Y [allí el sacerdote] bendiciendo y bendiciendo con el hisopo, haciendo cruces y oraciones y más oraciones. Y la lamia y la tormenta cada vez más briosas. Allí tenía a las lamias al lado, observando, lamias en tropel, vestidas con calzas rojas y con aspecto de abejas. Y, en una de esas… ¡el sacerdote arrojó el zapato! Y con el despiste de aquel revuelo, se llevaron el zapato por ahí las lamias. Y en aquel preciso instante dejaron ya de sonar los truenos…».


Moisés Larraondo mostrándome en 2005 su gran tesoro: las piedras arrojadas por los gentiles y con las que incluso jugaban a bolos por los aires (son en realidad proyectiles usados en el año 1351 en un asedio contra el castillo del monte Untzueta)

Moisés es una persona que afortunadamente aún vive entre nosotros. Ahora en Laudio, al cuidado de su hija Zorione [PS: fallecido en diciembre de 2020]. Quizá sea la última persona que sepas explicarnos esa extraña relación entre el mal, los seres del más allá y los zapatos de los sacerdotes, confluyendo todo ello a través de las tormentas, símbolo del mal y la destrucción. Desde luego que será de los pocos humanos que percibirá el día de mañana, 3 de mayo, con una intensidad tan mágica y especial que el resto de los mortales seremos ya incapaces de sentir. Descarguen su furia pues los rayos, truenos y centellas contra la desmemoria de nuestras costumbres, tradiciones y modos de sentir populares. No seré yo quien les arroje el zapato…


NOTA: No sé a ciencia cierta cómo interpretar esta costumbre tan extraña. Pero la intuición me lleva a otra realidad que, al menos en lo que conozco, no parece que se haya investigado aún. Se trata de unas siluetas que suelen aparecen dibujadas en tejas concretas de nuestros caseríos y que seguramente habrán tenido una función protectora para la casa y que hoy desconocemos. Son una especie de chinelas, antiguo calzado que a modo de babuchas se usaba en chancletas.

Tampoco podemos obviar que arrojar un zapato a alguien o mostrarle su suela es una gran ofensa en el mundo islámico, pues el calzado es considerado impuro, al ser la parte del cuerpo más baja y por lo tanto más sucia al estar en contacto con el suelo. De ahí que no se permita su presencia en mezquitas, etc. En realidad, es una creencia generalizada en todo Oriente. Tiene su reflejo en la Biblia cuando Dios le dijo a Moisés (Antiguo Testamento, Éxodo 3:5) «No te acerques aquí. Quita el calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es».

Quizá arrojando lo más inmundo, lo más despreciable, a la tormenta, se pretendía influir en su voluntad. Pero son hipótesis, meras elucubraciones, a las que les falta algún paso para que podamos imbricarlas definitivamente con esas historias populares nuestras, tan bonitas, relatadas más arriba.

Bideo bat honi buruz, euskaraz:
https://www.youtube.com/watch?v=hLz-T-3O6hU a

El arin-arin y el conficto social en una romería de Arrue

El cuadro Romería (1920) de José Arrue no refleja solo la arcadia feliz del mundo rural vasco como siempre hemos pretendido verlo, sino también un conflicto ideológico que rasgó la convivencia social del momento. Hagamos por tanto otra lectura de la obra.

Desde el primer vistazo observamos que, dentro del gentío congregado en la romería de San Miguel —ermita que, según la creencia popular local, se tiene por el primer templo del municipio de Orozko— nos plantea Arrue un acto central más relevante, solemne, principal en la escena: es el baile del aurresku presidido por las autoridades y al son del txistu, la expresión más tradicional y genuina de la fiesta.

Pero a su vez, en una esquina del cuadro, reforzando aún más su carácter marginal, nos muestra a unos jóvenes que, ajenos a la liturgia del acto central, bailan alegres y con los brazos en alto un puerro o arin-arin, al son de acordeón, pandero y un txistulari. Son la última consecuencia del inconformismo del momento, la ruptura del orden establecido, los antisistema que añoran la libertad de la modernidad y no la tradición. Nadie como el maestro José Arrue para reflejar con extremado detalle —pictórico e histórico— esos dos mundos que chocan entre sí.

El cuadro Romería de José Arrue (1920) no representa una arcadia del mundo rural vasco, sino también la confrontación de dos danzas, dos sociedades, dos formas de entender la vida, separadas por el devenir del tiempo.

AÑORANZAS. La sociedad vasca de fines del XIX vivía sumida en una gran crisis emocional, de pérdida de valores, tras habérsele arrebatado definitivamente sus fueros (1876). Consecuencia de ello, se implantó entre la población una añoranza romántica del pasado, una idealización de la esencia e identidad vascas que, como en toda lectura del tiempo pasado, aparentaba ser mucho más idílica que la certeza histórica.

En realidad, no todo el problema residía en la pérdida de las guerras y los Fueros, ya que al desastre generalizado se sumaba la amenaza de algo imparable y que comenzaba a hacer tambalear la idealización de identidad tradicional inamovible de nuestro pueblo: llamaba a la puerta la modernidad, adversario número uno para muchos sectores sociales, otro enemigo contra el que combatir.

TIEMPOS MODERNOS. Y no eran poco fundados los recelos ya que, de la mano de aquellos nuevos aires, había llegado la industrialización fabril de gran parte de Bizkaia, con la aparición pareja del proletariado y también de la inmigración, especialmente a partir de 1863, cuando las Juntas Generales de Bizkaia suprimieron la prohibición de exportar mineral de hierro más allá de los límites del Señorío y, poco más tarde (1876), la explotación ilimitada de sus minas, produciendo una borrachera económica que duró como sabemos hasta la extenuación de sus menas. Ello convirtió la ría bilbaina en un hervidero de barcos y comerciantes, de locales y extranjeros y de enriquecidas familias que convivían en una ciudad tan apretujada y densa que no cabía en sí misma.

Para más inri de los que defendían la inamovilidad social y cultural secular, había aparecido el ferrocarril (Bilbao-Castejon, 1863) y la comunicación con el resto de Europa era ya una realidad. Así, viajes que parecían impensables unas décadas atrás eran ahora normales y accesibles en precio. Y se abrireron los horizontes…

A ese nuevo mundo burgués bilbaíno, tan elitista y refinado, habían llegado también desde bastante tiempo atrás los elegantes y palaciegos bailes de salón que, como el vals, polka… tanto furor hacían. Un baile con contacto entre hombres y mujeres, algo inaceptable y escandaloso para la sociedad vasca más tradicionalista —carlistas—, el clero y quien tomaría el verdadero relevo: Sabino Arana y el nacionalismo que aparecería poco después (PNV, 1895), muy moralista en sus inicios.

El contacto físico, la mera cercanía o insinuación visual entre ambos sexos era tenido por muchos —y más en el ámbito rural— como algo sucio que atentaba no solo a la honorabilidad de la muchacha implicada —era sobre las mujeres sobre las que recaía la presunción de culpabilidad— sino un ataque fulminante a la honestidad, honra y honor de toda su familia.

Para las jóvenes muchachas de Orozko, así como para las de otras zonas rurales, era muy común y socorrido el bajar a servir a Bilbao. Y es allí, en sus vivencias urbanas, en donde se entusiasman mirando aquellos bailes que danzan sus señoras, con toda la elegancia y boato del mundo. A partir de entonces, el baile «a lo agarrado» —llamado baltseo entre los baserritarras— se extiende como la pólvora de mano de aquella gente joven que ve otra alternativa de vida, con historias de ambientes muy diferentes de los que se comenta existen en Londres, París… y ya no quiere escuchar el alegato a la tradición del mundo rural porque no le ofrece más que una vida privada de los colores naturales de su primavera. Por ello, pronto se suman a la corriente de modernidad los jóvenes de las aldeas, que escuchan ansiosos lo que aquellas sirvientas, arrieros, etc. les cuentan sobre la ciudad y el resto del mundo. No aceptan ya limitarse a los bailes serios y sin ese contacto tan necesario para dar rienda suelta a esa juventud que les brotaba por cada poro.

Las autoridades locales —civiles y eclesiásticas— se escandalizan y maldicen una y otra vez la influencia de esos diabólicos bailes, enemigos venidos de fuera, atentado contra las estructuras tradicionales de la convivencia social, religiosa y, sobre todo, de la decencia.

IRRUPCIÓN DEL ACORDEÓN. Por si fuera poco, aquellos nuevos bailes venían acompañados de un nuevo instrumento, infinitamente más rico en matices que la gaita o txistus habituales, como lo era el acordeón. Aunque el invento era anterior (1829) llega por primera vez a Euskadi de mano de Juan Bautista Busca (1839-1902). Nacido en el Piamonte italiano, llegó a Gipuzkoa a trabajar en las obras del ferrocarril —en lo que eran especialistas por su dilatada experiencia tuneladora en los Alpes— y se instaló en Zumarraga en 1864.

Detalle del margen del cuadro en donde se refleja el arin-arin y, más atrás, los jóvenes buscando lugares apartados en donde entablar una conversación y, quizá, fraguar una nueva historia de amor.

Su aparición fue arrolladora y se expandió con la velocidad de un rayo, haciendo furor entre los jóvenes. Es por ello por lo que el clero calificó a la acordeón como infernuko hauspoa, ‘el fuelle del infierno’ por la ruptura con lo anterior —dominado por los txistularis, entonces conocidos como danbolin, tamborilero…— y su notable incitación a los bailes considerados pecaminosos.

En cierto modo, aquella fractura entre lo tradicional y lo aperturista tuvo su reflejo en la dualidad entre el txistu y la triki. Y, precisamente esta última, por no ser tenida como símbolo para sustentar el canon del vasquismo, al no estar tan sometida al control de la pureza conceptual, adoptó y reprodujo sin complejos en las romerías cada una de las modas musicales que estaban de actualidad, lo que le hizo definitivamente imponerse —aún en la actualidad— como instrumento fresco y jovial y no tan solemne y hierático como el txistu, sin libertad de movimientos por la función que se le asignó.

HECHA LA TRAMPA. Pero los ambientes retrógrados eran asimismo conscientes de que la nueva moda era ya irrefrenable, que había que buscar una solución que contuviese la nueva oleada de podredumbre moral. Así, aunque a regañadientes por algunos sectores ultraconservadores, se decide relajar la permisividad de los bailes públicos, para sujetar aquella avalancha del gusto por el baile a lo agarrado.

Es de ese modo como, en un giro de 180 grados, se da carta blanca a la entrada de danzas hasta entonces desconocidas en el mundo rural, como los son el fandango o el arin-arin —también es de nueva irrupción la biribilketa— que, aunque sean descaradas al dejar bien a la vista las turgencias y formas de la mujer especialmente al levantar los brazos, servirán como sucedáneo para refrenar aquellas ansias juveniles.

FANDANGO Y ARIN-ARIN. Es así como aquellas personas e instituciones que luchaban contra estos nuevos bailes y danzas, comienzan en esta nueva fase a admitir primero y a promover después el fandango y el arin-arin, como estrategia para resolver la dicotomía del «baile a lo suelto» frente al «baile a lo agarrado». Ahora se proponen incluso como modélicas de «lo propio», creando la percepción irreal y manipulada de esas danzas que ha llegado hasta nuestros días.

DE LO URBANO A LO RURAL. En realidad, esas danzas se expanden desde el ámbito urbano hacia lo rural, justo lo contrario de la percepción que actualmente podemos tener. En nuestro caso, desde el Bilbao urbano viajan hasta el Orozko de baserri, seduciendo cada nuevo pueblo que atraviesa. También viaja la moda hacia el resto de Euskal Herria: de ahí que en territorios más alejados sea conocida como Bizkai-dantza.

Otra escena de una romería en Orozko, con el perfil del monte Ganekogorta al fondo, en el que el moderno baile a lo agarrado o baltseo ya parece integrado incluso entre la gente de más edad. También el moderno instrumento llamado acordeón, el fuelle del infierno. La ilustración la realiza José Arrue para la editorial Verdes en 1929, casi una década después de nuestro cuadro Romería. La evolución social, la modernización, son ya indiscutibles.

Es así como con el paso del tiempo y a pesar de los recelos, el fandango y el arin-arin, que en el siglo XIX habían sido tildados por varios autores de foráneos y desvergonzados, aparecen como aceptables frente a la invasión de baile a lo agarrado. Y, por oposición a este, acabarán por ser considerados incluso como modélicos o falsamente genuinos: todo parecía lícito para intentar refrenar la ola del perverso baile «a lo agarrado».

Algo similar parece suceder con la acordeón, cuya expansión parte al parecer de los más urbano, «del baile popular del lugar llamado La Casilla en Abando/Bilbao desde 1882 hasta 1923, atendiendo particularmente a la consolidación de un modelo novedoso de articulación de la danza y de la amenización musical en ese espacio que presuntamente fue replicándose por otros ámbitos del País Vasco» (Berguices, 2016).

ORIGEN DEL FANDANGO. El fandango, como su nombre sugiere, no nos es propio a los vascos, sino la adaptación de una de las danzas españolas, muy común en la región andaluza, desde donde se extendió a las comarcas de Levante y de ahí al resto principalmente a través de representaciones escénicas. Era tenido como de cierto escándalo por su transgresión. Y sabemos de su presencia en la Bizkaia urbana desde muy antiguo:  «…en Bilbao se baila de lo lindo, sobre todo el fandango…» (1727).

ORIGEN DEL ARIN-ARIN. El arin-arin o puerro proviene de la contradanza en origen inglesa y cuyo mismo nombre castellano de contradanza surge de countrydance. Nació como decimos en Inglaterra y se adaptó algo más tarde en Francia, desde donde se extendió. Aunque la mayoría de los investigadores apuestan por la línea de que fuesen los mismos ingleses quienes la trajesen a Bilbao, gracias al intenso intercambio cultural unido al comercio del mineral.

También se conoce entre nosotros bajo la denominación de zakur-dantza ‘baile de perros’ — quizá impuesta por algún crítico con la nueva moda— y como porrua, puerro o porrusalda ‘sopa de puerro’, especialmente en alusión al arin-arin cantado.

En 2017 el grupo de danzas Batasuna (Orozko) se hizo cargo de la representaci´ón del cuadro Romería de José Arrue, para integrar sus escenas en un proyecto audiovisual llamado Zerumugan que nunca llegó a ver la luz. Tomaron parte más de 300 figurantes.

Aquel baile de origen extranjero sube desde la ciudad hasta las más aisladas aldeas rurales, ahora impulsadas como lo ideal, lo genuino, para intentar refrenar la ola del perverso baile a lo agarrado.

Para cuando José Arrue pintó en 1920 el cuadro Romería ya estaba el arin-arin integrado en la fiesta. Pero su sagaz ojo, oriundo del ambiente más urbano de Bilbao y que ya había viajado por Barcelona, París o Italia, sabe discernir las dos realidades: la tradicional y la moderna, la del pasado y la del porvenir. Por eso refleja ese nuevo baile como probablemente se percibía por aquel entonces en Orozko, pueblo en donde la tradición había encontrado uso de sus últimos refugios, flanqueado por las faldas del monte Gorbeia. Marginado en la escena y seguramente en lo social, nos aparece el baile extraño, solo con gente joven, la más modernamente ataviada y sin ningún mayor entre ellos. Para colmo de los más incomodados, acompañado de acordeón y pandero y rondando aquellos lugares apartados que, contraviniendo lo establecido, buscaban los jóvenes para fraguar su amor. Habían llegado para quedarse los tiempos modernos…

En la recreación de la romería en 2017 me correspondió el personaje que, junto a una jarra, pan y vino, observaba el luego de los bolos. Fotografía regalo del fotógrafo Mikel Isusi que aprovecho como modo de agradecimiento a la inconmensurable labor desarrollada durante meses por el grupo de danzas Batasuna y que, en mi caso, sirvió además para encarnar y materializar un sueño personal. Eskerrik asko, lagunok.

= La evolución de esos nuevos (entonces) tradicionales (ahora) bailes es demasiado compleja como para detallarla aquí. Recomiendo la lectura del artículo La creación del baile al suelto vasco (2012) del investigador, txistulari y artista José Ignacio Ansorena Miner.

= La obra de José Arrue cuenta con el reciente soporte de su nueva web oficial. No dejéis de visitarla.

= La referencia del primer trikitilari en Euskadi, proveniente del Piamonte italiano y que se instala en Zumarraga, la tomo del trabajo de investigación del también acordeonista Gorka Hermosa.

= Tras la publicación del post, me han hecho llegar la tesis doctoral Organología popular y sociabilidad: El baile de La Casilla de Abando-Bilbao y la expansión del acordeón en Bizkaia (1880-1923) de Berguices Jausoro, Angel (2016) que enriquece lo expuesto y que ha servido para añadir post scriptum algún párrafo más al texto inicial.

Más cadáveres que ataúdes

En estos difíciles días está circulando por las redes el recuerdo de la mortífera gripe que sacudió al país en 1918, hace poco más de un siglo. Tan grande fue la mortandad —la mayor conocida hasta entonces, con 260.000 fallecimientos en España— que, hasta en rincones tan apartados como los valles de Orozko hubo que recurrir el antiguo pero denostado sistema de transporte de los cadáveres sin caja: no había ni tiempo ni recursos suficientes para elaborar tantos ataúdes. Vamos con unos apuntes sobre ello.

Hasta la modernización que en todos los ámbitos insertó la Ilustración (siglo XVIII), lo habitual era transportar los difuntos a la vista, amortajados y atados con cuerdas sobre unas angarillas o andas sobre las que se tambaleaban o empapaban en días de lluvia. Tenebroso.

ATAÚDES. Por ello, aquella innovadora sociedad del Siglo de las Luces no podía convivir con la vieja costumbre, carente del mínimo decoro y dignidad que exigían los nuevos aires. Así es que, paulatinamente, comenzaron a transportarse los cadáveres dentro de unas cajas de madera llamadas ataúd, en la que se enterrarían los seres queridos sin tener que pasar por el funesto mal trago de ver el cadáver. Porque ojos que no ven…

Al cambio de costumbres populares, para que se empezase a portear y enterrar al muerto encajado, ayudarían la nueva corriente y obligaciones de enterrar los cadáveres en el exterior de las iglesias y no dentro como se había realizado entre los siglos XIII-XIV y el XVIII. A ello ayudarían la epidemia de garrotillo —disentería— y de tabardillo que, en 1760 y en 1765 respectivamente, castigaron a Orozko con numerosas pérdidas humanas.

CEMENTERIOS. Sea como fuere, la moderna sociedad dieciochesca no podía ya permitir aquellos pestilentes olores que inundaban el interior de los templos y que podrían ser un foco de propagación de enfermedades. Está costumbre quedó expresamente prohibida por Carlos III (1788) pero tuvo uno y mil conflictos con las insumisas feligresías rurales, muchas veces espoleadas en su rebeldía por los astutos sacerdotes que no querían perderse las golosas ofrendas que sobre las fuesas —fosas, tumbas— hacían los fieles.

Iglesia parroquial de San Bartolomé de Olarte, en Ibarra (Orozko), con las peñas de Itzina como fondo y los muros del tardío cementerio en primer plano. Foto de Indalecio Ojanguren, 1952.

Como muestra, la parroquia que nos ocupa, la de San Bartolomé de Olarte en el barrio Ibarra (Orozko, Bizkaia) no construyó el cementerio exterior hasta 1871, tras más de un siglo de reiterados incumplimientos de la orden. Probablemente todos los cadáveres que hasta el nuevo recinto llegaban, lo harían ya dentro de un fastuoso ataúd. Hasta que el devenir de los acontecimientos hizo retomar las costumbres usadas desde siglos atrás…

Portada del manual bilingüe con consejos para hacer frente a la devastadora «grippe» de 1918, publicado por la Diputación Foral de Bizkaia, en cuyo archivo conserva el documento mostrado.

Era mayo de 1918 cuando se detectó en España el primer caso de la que se llamaría la grippe española, a pesar de haberse originado en Estados Unidos. Y su letal poder recorrió y asoló toda la geografía, en la epidemia más grave sufrida por la humanidad en el siglo XX. De su mano también se encaprichó de los rincones de Orozko «Balbe», como aquí denominan a la personificación de la muerte.

SIN ATAÚDES. Tan fulgurante y cuantioso fue el número de fallecimientos que en lugares como este que acabamos de citar de Orozko se vieron sorprendidos, sin tiempo ni material para fabricar los ataúdes necesarios, por lo que recurrió a retomar el sistema antiguo que ya tan solo los más ancianos recordaban. Así lo confirman diversos orozkoarras en las variadas encuestas etnográficas realizadas durante todo el siglo XX y la memoria actual de muchos habitantes que escucharon con asombro lo que en su día les contaron los mayores.

La primera referencia escrita de esas informaciones se la debemos al lugareño de Ibarra (Orozko, Bizkaia) Pedro Mª de Sautua al que el sacerdote de su parroquia —Juan José de Bastegieta— le preguntó en junio de 1923 sobre los ritos y costumbres funerarias de los barrios de Urigoiti, Ibarra… del municipio vizcaino. Todo a petición de otro joven sacerdote, el gran José Miguel Barandiaran, que en el mismo año publicaría los datos recabados en el Anuario de Eusko Folklore.

Relataba que «en otro tiempo [en referencia a 1918 y quizá a recuerdos anteriores] en que los cadáveres eran conducidos en andas, ataban a éstas el cuerpo del difunto, pasando una cuerda por los pies, cintura y manos. En el pórtico lo soltaban y dejábanle los brazos tendidos a ambos lados del cuerpo. (Hoy se los cruzan sobre el pecho). Ahora el cadáver es colocado en una caja larga».

Portando un cadáver a la iglesia a la antigua usanza: sin ataúd, sobre unas andas y supuestamente atado «con una cuerda por los pies, cintura y manos». Iglesia de Alaitza, Álava.

También R. Mª Azkue recogió en su obra Euskalerriaren Yakintza esa costumbre que no era extraña en los valles apartados: «Antiguamente, por lo menos algunos bizkaínos, nabarros y guipuzcoanos, no solían llevar los cadáveres al cementerio en ataúdes, sino en grandes lienzos (en sudarios). En Ezkioga (G) este lienzo tenía por nombre katon; en Larraun (AN), el lienzo de las manos; en Arratia (B), sábana de las andas [en euskera lo da como anda-izara]. Lo mismo se hacía un tiempo [atrás] en Zuberoa».

Añade asimismo el anciano de Orozko que el cortejo hasta la iglesia en donde se oficiaría el funeral corría a cargo de «cuatro hombres (casados o solteros, según el estado del difunto) los encargados de conducir el cadáver: en hombros, si es de persona mayor; y si es de niño, en las manos. Para mayor comodidad, la base de la caja o del féretro se halla provista de cuatro palos o agarraderos, dos en cada lado. La orientación del cadáver, al conducirlo, ha de ser fija: los pies delante y la cabeza detrás».

ANDAS. Aquel sistema de transporte se llamaba andas. Y es mucha la gente que aún lo recuerda o ha usado. El anda es en sí un sistema de parihuelas o angarillas para facilitar el trasporte de cualquier peso por entornos de geografía complicada. Siempre suele usarse en plural —andas— y en nuestros pueblos hace referencia exclusiva al uso de ese artilugio para transportar los féretros o cadáveres entre la casa y la iglesia o cementerio.

El transporte de finados en andas era muy usado en lugares poco accesibles. Porteo del cadáver del Che Guevara tras su ejecución en Bolivia el 9 de octubre de 1967.

ANDABIDEAK. El transporte de un cadáver hasta la iglesia se hacía siempre por unos caminos, llamados «caminos de andas» o andabide o hilbide» que tenían una servidumbre específica para ello. Aunque no son necesariamente lo mismo, normalmente suelen coincidir con los caminos a la iglesia, en numerosas ocasiones reflejados por topónimos como elespide, que no es sino «eliza bide«, ‘camino a la iglesia’.

Al edificar un caserío nuevo, el transporte del primer fallecido de la casa era el que determinaba el discurrir del andabide, un camino que a partir de entonces sería intocable e inalterable y que usarían para ese menester por todas las generaciones posteriores. Era la línea mágica que unía el hogar de la familia, etxea, con la iglesia, la casa de Dios.

Esta sería la vía que una y otra vez recorrerían las ánimas de aquellos difuntos, porque con su fallecimiento no se desligaban de la casa, y se les tenía presentes.

BIDEKURTZEAK. Los que portaban el cadáver eran los anderos —andari(ak) en euskera—, que iban haciendo paradas por el trayecto para, además de descansar, obrar una serie de rezos rituales con los que ayudar al tránsito del alma del fallecido. Estos descansos y rezos solían llevarse a cabo en las encrucijadas de los caminos, bidekurtzeak, lugares perfectamente definidos y consensuados por la tradición. En esos cruces era costumbre poner una cruz para memoria de todos los difuntos y para rezar un responso. Pero también para purificar el entorno y orientar a las almas errantes, ya que en lugares así, desorientadas, era donde más se aparecían a los vivos.

CORTEJO FÚNEBRE. Podemos incluso viajar con la imaginación y recrear aquellos múltiples cortejos fúnebres de aquella población que de diezmaba con la gripe. «Poco antes de la hora —decía el entrevistado Sautua— señalada para la conducción, van llegando a la casa mortuoria muchos de los parientes, amigos y vecinos del difunto. Después llega un sacerdote de la parroquia con un monaguillo que conduce una cruz y contesta a aquél al rezarse los responsos. En seguida parte el monaguillo con la cruz; inmediatamente siguen varios hombres (casados o solteros, según el estado del difunto) con sendas hachas encendidas; detrás el sacerdote con sobrepelliz y estola, y a continuación el cadáver, conducido como se ha dicho antes. Detrás del cadáver siguen las mujeres, empezando por las parientas más próximas al difunto; después los hombres, también según el orden de parentesco, de amistad, etc. Antes los hombres vestían capa y sombrero; hoy llevan traje de fiesta ordinario».

Ay, ¡qué ingrata ha sido siempre la muerte! Porque todos los actos en la vida en cierta manera los buscamos, menos el fallecimiento que nos busca él a nosotros, a traición, como bien citan los mayores del lugar. Por eso las defunciones son tan injustas pero a su vez tan justas. Ya nos lo dijo don Quijote (2ª parte, 1615) a través de la pluma de Cervantes, pues envuelto en sudario o encajado en ataúd, al final estamos desnudos ante el acto más relevante de la vida, la misma muerte:

«…y al dejar este mundo y meternos tierra adentro, por tan estrecha senda va el príncipe como el jornalero. Y no ocupa más pies de tierra el cuerpo del Papa que el del sacristán, aunque sea más alto el uno que el otro, que al entrar en el hoyo, todos nos ajustamos y encogemos o nos hacen ajustar o encoger, mal que nos pese...»

Descansen en paz…

Ritos de invierno ¿Nos acompañas?

El invierno era el período que más incertidumbre y desconcierto infundía a nuestros antepasados. Temerosos de que su frágil suerte les abocase a morir de hambre y penurias, buscaban la supervivencia a través de pequeños “regalos trampa” con los que engañar a aquella Naturaleza que regía su destino. Era el recurso desesperado a lo sobrenatural, a lo mágico, a lo extraordinario para… intentar ir superando día a día aquel largo período de frío y oscuridad.

Untzuneta

Por ello, el invierno es la estación del año con más rituales, costumbres y tradiciones. Para poner la fortuna de nuestro lado, para seducir y engañar a la suerte, para buscar la prosperidad y, al fin y al cabo, dotar de sentido al concepto “vida”.

Interpretación de las señales de la naturaleza, llegada de aves extrañas, rituales protectores de animales, dádivas a las bestias del bosque, ritos de fertilidad u ofrendas de muerte y vida a los inconmesurables bosques se alternaban y sucedían en esta época como en ninguna otra…
Sin embargo, algo que ha formado parte inexorable de nuestros gozos y miedos en el devenir de nuestra existencia… lo hemos olvidado o descuidado por completo.

Pero nos negamos a la desmemoria popular. Y queremos luchar contra ello. Así, vamos a rememorarlo en una actividad que, espero, nos haga conectar con aquella esencia que, formando parte de nosotros, ni sabíamos que la teníamos ahí, esperándonos paciente a que la redescubramos una vez más.

Saldremos de Murueta (Orozko) para, por el pintoresco barrio de Pagatzaurtundu (Pagasandu), ascender en sacrificada pendiente, hasta el sobrecogedor y mágico bosque de hayas trasmochas de Untzuneta. Allí versaremos sobre lo humano y lo divino e, incluso, representaremos (y gozaremos) una frugal ofrenda-ingesta que nos haga soñar con una vida feliz. Por las sobrecogedoras aldeas de Sagarminaga y Asteitza, con vistas a Gorbeia y alternando bosques y pastizales, retornaremos al punto de partida: el medieval poblamiento de Murueta.

En total serán 11,2 km de camino, con un desnivel acumulado de 650 m, casi en su totalidad en la parte inicial. Sábado 5 de octubre. Salida a las 10:00 h desde el Museo de Orozko (iremos hasta Murueta compartiendo vehículos) y fin en el mismo lugar en torno a las 14:00 h. Actividad enmarcada dentro de las Jornadas Europeas de Patrimonio, coordinada por la Diputación Foral de Bizkaia y organizada por ese pueblo que tanto quiero y me quiere: Orozko. Allí os espero para daros la chapa y, espero, la satisfacción de haber aprendido algo más sobre nuestro pueblo. Ah: sí o sí, es necesario apuntarse previamente (Museo de Orozko). Sed formales que si no, nos chillan las chicas majas que lo llevan.

Las mujeres y los ajos del Berakatz Egun

Con el nombre de Berakatz Egun o el de su equivalente en castellano Día de Ajos, se conocen unas curiosas fiestas restringidas a cuatro municipios muy cercanos entre sí: Arrankudiaga, Ugao-Miraballes y Orozko en Bizkaia y Laudio en Araba.

La aportación de este artículo pretende ser el rescate del papel preponderante de la mujer en ese día, un día en el que, como si de autoridades locales se tratasen, lideraban las danzas ceremoniales propias de la jornada.

Devolvamos a la actualidad el prestigio social femenino, ese que los estudiosos del folclore intentaron ocultar hasta hacerlo casi desaparecer de la memoria colectiva.


Detalle del cuadro Berakatz Eguna (c. 1914) de José Arrue, con el aurresku del baile (personaje delantero) ataviado con ajos, en Orozko.

Solamente por esa concreción geográfica y su exclusiva denominación los Berakatz Egun merecen ser considerados como unos elementos patrimoniales de interés. Pero además, como veremos, su valor es mucho más rico que lo que nos muestran los vestigios que han llegado hasta nosotros, los últimos rescoldos de una gran hoguera cultural que ardía en honor a la mujer y que, desgraciadamente, los tiempos modernos se empeñaron en extinguir o devaluar.

PARA QUÉ. La finalidad del Berakatz Egun siempre ha sido la de poner fin a un ciclo festivo, la de ser la jornada de cierre de unos días dedicados a la celebración y a la diversión. Y, a pesar de su carácter postrero y de relajación frente a los días más grandes que le preceden, quizá por aliviarse de la carga de tanta solemnidad que pesaba sobre los días especiales, con el paso de los siglos se convirtió en el día popular por excelencia. En Arrankudiaga y Orozko sigue siendo así. En Ugao-Miraballes sucede lo mismo, disfrazado de alubiada. Son sus días grandes, quizá no los más solemnes, pero sí los de más arraigo entre la población.

No contó con la misma suerte en Laudio en donde el refuerzo de otras fechas, especialmente en el último siglo, hizo que el Berakatz Egun quedase paulatinamente relegado, hasta casi desaparecer. Sin embargo, es significativo que cuando el sacerdote e investigador José Miguel Barandiaran (1889-1991) encuesta a gente de Laudio en 1935 para preguntar sobre las fiestas locales de carácter popular, éstos tan solo reseñen el Berakatz Egun (y no otras más populares hoy , como el Día de las Morcillas) de entre todo el ciclo de los sanroques. No es casualidad.

FECHAS. Como ya hemos citado, el Berakatz Egun o Día de Ajos siempre ha de poner fin a un conjunto festivo. En el caso de Arrankudiaga las fiestas se celebran desde la Asunción —15 de agosto— hasta el domingo siguiente, que es el día de la Cofradía, con comida en el pórtico de su iglesia. Es en el día posterior, siempre lunes, cuando celebran el concurrido Berakatz Egun, hoy identificado por la ingesta popular de morcillas. El caso es calcado al «lunes de Cofradías«en Ugao—lunes siguiente a la Cofradía original y que ya no se celebra como tal—, fiesta popular donde las haya y, desde hace unas décadas, se identificada con las alubiadas que llenan cada rincón del municipio.

Cuadro Sokadantza (1915) de Javier Ziga

En Orozko, su día grande es el de San Antolín —2 de septiembre— un santo que siendo secundario en la también secundaria iglesia de Sta. María (la principal está advocada a San Juan Bautista), concertó las mayores devociones, quizá por la presunción milagrera de sus reliquias. Así nos lo contaba Pascual Madoz (1845) con la información que le enviaron desde el Valle: «…en la [iglesia] de Santa María se halla la efigie y reliquia del dedo índice del glorioso mártir San Antolín a cuya festividad concurre en corporación el ayuntamiento pleno con el clero». Suponemos que al ambiente festivo ayudaría también el que «en los primeros días del mes de septiembre se celebra anualmente feria de ropas, lienzos y linos, que es de bastante concurrencia» (Diccionario geográfico, 1802).


Detalle del cuadro Berakatz Eguna (c. 1914) de José Arrue, con el aurresku del baile (personaje delantero) y músico ataviados con ajos, en Orozko.


Como en tantos lugares sucede, el período festivo se compone de tres jornadas: el día del santo, el de su repetición y el siguiente y postrero, nuestro Berakatz Eguna que, en este caso de Orozko, coincide por tanto siempre con el 4 de septiembre.

Algo similar sucede en Laudio que, en su conjunto de tres días de festividad, celebraba San Roque, su repetición —llamada San Rokezar (‘San Roque (el) viejo’)— y el día final, Berakatz Eguna, siempre el 18 de agosto. De nuevo tres días, algo que choca con la estructura actual de fiestas, más extensas, que todos hemos conocido. Por ello hemos de aclarar que, tal y como publicamos en otra ocasión, el día 15 de agosto se incorporó al conjunto festivo en 1909 y es debido a la inauguración de una controvertida estatua. Por otra parte, la Cofradía —en origen, el domingo siguiente a San Roque— y su jornada previa aparecen siempre desligadas del conjunto festivo y con carácter absolutamente independiente respecto al mismo.


Detalle del cuadro Berakatz Eguna (c. 1914) de José Arrue, con el aurresku del baile (personaje delantero) ataviado con ajos, en Orozko.

DÍA DE LAS MUJERES. Especialmente en Laudio se recuerda el Día de Ajos como uno de los más participativos en el primer tercio del siglo pasado, previo a la guerra fratricida (1936-39). Era el día de asueto de la servidumbre —femenina— del palacio del marqués y de las casas pudientes y, en alegres cadenetas o soka-dantzas, iban a buscarlas los muchachos, ávidos de encender la chispa del amor en sus corazones. El recuerdo de aquella fiesta la recogió el grupo Untzueta Dantza Taldea en el trabajo “Berakatz Eguneko Aurreskua” dentro de la revista local Bai (1996). La referencia a la palabra clave —aurresku— la tomaron de un antiguo programa de fiestas en que aparecía citada.

AURRESKU DE MUJERES. Y no iban desacertados al enfocarlo desde el prisma del aurresku, el baile de los vascos por excelencia y que era mucho más complejo de lo que hoy en día estamos acostumbrados a presenciar. Una de las partes principales del baile eran aquellas cadenetas o soka-dantzas que recorrían calles y plazas.

El puesto más honorífico de aquel baile colectivo, el de más reconocimiento social, era el del dantzari que encabezaba la cadeneta. Era la ‘mano delantera’, el que da nombre al mismo aurresku (aurre + esku), en contraposición al bailarín que la cerraba, el atzesku (atze + esku) o ‘mano trasera’, el segundo en del rango de honores.

OCULTACIÓN DE LA MUJER. A pesar de la infinidad de trabajos etnográficos y de investigación profunda del folclore realizados entre el XIX y XX, la presencia de la mujer quedaba restringida a un papel irrelevante en el aurresku, siempre para engrandecer el rol brillante del hombre (obras de Labayru, Aita Donostia…). Sirva como muestra esta contundente aseveración del gran estudioso Aita Donostia (1886-1956), probablemente a sabiendas de que no reflejaba la realidad que él había de conocer: «El hecho es que la mujer vasca no baila en el verdadero sentido que la palabra tiene entre nosotros. Asiste al baile y toma parte en él; pero como bien se ha dicho, es para «ser bailada», para que ante ella muestre el varón sus habilidades». Y en base a aquellos autores está tan arraigada esa creencia errónea que aún hoy en día leemos en la wikipedia que «…era costumbre sacar por pareja del aurreskulari (bailarín de aurresku) a la señora o hija del alcalde, la que no hacía más que presenciar la fiesta, ya que en este baile la mujer no baila, sino que es bailada»

Pero no puede ser mero fruto del despiste o la casualidad que se pasasen por alto y de refilón todas aquellas referencias en las que la mujer lideraba, con todos los honores sociales correspondientes, el baile del aurresku. Quizá se deba esa ocultación a la condición religiosa de la mayoría de estudiosos de nuestros bailes como ya se ha apuntado en algunas ocasiones o, sin más, al machismo que con más fuerza que nunca llegaba de la mano del mundo obrero fabril, en el que el hombre adquiría el papel predominante al llevar un sueldo a casa, dejando a la mujer un cometido doméstico y devaluado al no aportar a la economía doméstica riqueza en metálico.

En realidad, son muchísimos ya los documentos históricos conocidos que desde las épocas más antiguas nos hablan de aquellos bailes o días especiales en los que la mujer disponía de toda la relevancia y reconocimiento social imaginable, quedando su papel en el baile diferenciado del masculino y no supeditado a este. Al respecto clarificadora por concisa es la obra Así bailan las mujeres en Bizkaya (sic) de Iñaki Irigoien publicada recientemente (2019) por el Museo Vasco de Bilbao junto a Bizkaiko Dantzarien Biltzarra.

Grabado de Christoph Weiditz (c. 1529) en el que representa cómo «bailan las mujeres en Bizkaia«. Su pose es la característica del aurresku o aurreskulari, el papel m´ás estimado por relevante. Es la primera constatación de que, a pesar de lo que tantas veces se ha publicado, las mujeres no participan solo «para ser bailadas por los hombres» sino que ellas lideran también unas ceremoniosas danzas en las que «bailan a los hombres».

Es ahí — además de en otras varias publicaciones especializadas— en donde se habla de cómo en diversas poblaciones, el tercer día festivo es el propio de las mujeres y su aurresku. Unas mujeres que en absoluto se limita a la servidumbre doméstica como se recordaba en sus últimos rescoldos en Laudio sino por la mera condición de ser mujer, eso que se pretendió luego ocultar. Es en épocas anteriores a la omisión de la presencia histórica femenina en las danzas cuando ya tenemos noticia de ellas. Por ejemplo, Ignacio Iztueta nos dice ya en 1824 que, generalmente, las señoras casadas bailan a sus maridos el tercer día de las fiestas patronales, fecha dedicada en aquella época particularmente a las mujeres y que, en diversos pueblos, todavía recordaban o practicaban. Las mujeres a los maridos, el orden tradicional invertido. Sin duda, ahí hemos de entroncar nuestro Berakatz Eguna.

Otro ejemplo cercano de fiesta con el aurresku (soka-dantza) presidido por señoritas de categoría social destacada es el que, de casualidad, recogemos en la romería del santuario de La Blanca, en la cercana población de Llanteno, Ayala. Algo que a priori podría parecer impensable. Nada menos que inmersos ya en el siglo XX. E insistimos en el «de casualidad» porque aquello que parecía ser costumbre hace un siglo ya no se recuerda entre sus habitantes. Decía así el corresponsal de El Noticiero Bilbaino (09-08-1905) enviado a Artziniega:

«Un incidente que no había podido prever hízome abandonar la romería cuando esta daba señales de verse más animada. Así es que no presencie el famosísimo aurresku hecho por muchachas acerca del cual me han informado en medio de los mayores elogios…».

Noticia del aurresku liderado por mujeres, «famosísimo» por aquel entonces en la romería del santuario de La Blanca, en la montaña de Llanteno, Ayala (Álava). Noticia de 1905.

POR QUÉ AJOS Y MUJERES. En la obra Así bailan las mujeres en Bizkaia antes citada se nos habla del tercer día festivo, de Ubidea y Otxandio, con el aurresku, su solemnidad y honores reservado a las mujeres: «En la década de 1940, en el pueblo de Ubidea, no habiendo tamborilero en el lugar, se contrataba al de Otxandiano, y a su son, el tercer día de las fiestas de San Juan, se bailaban aurreskus dirigidos por las mujeres, ya que el uso de la plaza les pertenecía a ellas. En aquel tiempo, también se daba este hecho en la villa de Otxandiano, bailando dicho tercer día de sus fiestas,al cual denominaban «Koziñera egune»». Y esta última denominación puede ser el indicio que nos sustente la hipótesis que a continuación planteamos.

La mujer, al margen de su función o clase social, era la encargada de recibir invitados en los grandes días festivos así como de supervisar o cocinar las abundantes viandas que se iban a disfrutar en los banquetes. Por eso eran días de tensión que, supuestamente, desaparecerían al día siguiente y final, el Día de Ajos, apto para liberarse del trabajo y centrarse en disfrutar de la fiesta.

Por otra parte, es de creencia popular general que la sopa de ajo es el mejor depurativo tras los excesos de las comilonas y, sobre todo, de la excesiva ingesta de alcohol. De ahí que aún en muchas fiestas populares se prepare al amanecer, para ir a la cama en un estado lo más sobrio posible. Y, como ya he publicado en más de una ocasión, es fácil que ese fuese el menú del «día después» y que de ahí adquieran su símbolo del ajo, los Berakatz Egun que aquí tratamos. Era además un plato fácil de preparar y que dejaba el tiempo libre necesario a las mujeres para celebrar su día por excelencia. Pero insistimos, no debió ser algo limitado a las servidumbres sino a toda la estructura social que sustentaba la mujer.

Detalle del cuadro Berakatz Eguna (c. 1914) de José Arrue, en Orozko. Dos hombres, aparentemente ebrios, rompen la armonía del baile. Era tal la solemnidad e importancia social de la danza que solía haber un alguacil o persona encargada de expulsar a los personajes que no danzaban con el decoro adecuado


ADORNOS DE AJOS. Esa exaltación del ajo como elemento festivo, se convirtió en una especie de adorno inexcusable y simbólico al menos en casos como el de Laudio. Aunque en la actualidad nadie lo recuerde, disponemos de una preciosa información que se recoge en 1935, en unas notas en las que un informante de Laudio —Daniel Isusi— responde a las cuestiones hechas por José Miguel Barandiaran sobre las fiestas populares y sus rituales populares. Como antes hemos apuntado, es curioso que de todos los sanroques, el informante sólo haga mención al Berakatz Egun, seguramente por ser la jornada festiva con más arraigo popular. Son datos inéditos, desconocidos hasta hoy, ya que aunque se conservaron las notas manuscritas en Ataun, el conocido sacerdote no las publicó jamás. Con todos los ingredientes deseados dentro de ellas, dicen así:

«Día 18 de agosto. Día de Berakatza. El día 18 de agosto desde tiempo inmemorial se viene celebrando en Laudio la fiesta de Berakatza, llamada en general, «día Berakatzeun (sic) o de los ajos«.

Actualmente la fiesta se halla muy reformada y solo se observa que las señoritas que presiden la verbena, corrida de toros por la noche, etc. vayan adornadas con grandes collares de ajos; pero dicen mis padres que, en su juventud, se celebraba dicha fiesta en el mismo día que actualmente pero que los números de la fiesta tan solo consistían en un gran número de bailes baskos [sin duda en referencia al aurresku]. Los bailarines debían presentarse al público, completamente adornados con ajos así como el balcón del ayuntamiento, etc. Se puede decir que actualmente no se conserva de la fiesta más que el nombre».

Notas sobre el Berakatz Egun de Laudio, recogidas por J. M. Barandiaran aunque sin reflejo en sus publicaciones (1935)


Hoy no se conoce referencia alguna de aquellos ajos que se usaban como adorno característico de dicha fiesta y, de no ser por esta nota, se habría perdido para siempre. Algo similar sucedería con el caso de Arrankudiaga, del que no tenemos ninguna referencia a los ajos aunque, no lo dudo, existiría.

«…las señoritas que presiden la verbena, corrida de toros por la noche, etc. vayan adornadas con grandes collares de ajos...» Laudio, 1935.

Tan sólo en Orozko es costumbre aún hoy en día el mostrar un diente de ajo colgado del pañuelo festivo o prendido de la camisa en su día de Berakatz Eguna. Debe de ser el recuerdo residual de algo más complejo y de lo que ya hoy nada sabemos.

Por otra parte, una vez más, debemos a José Arrue (1885-1977) el documento gráfico de aquellas fiestas. En un cuadro titulado Berakatz Eguna y que expone en 1914, refleja el Orozko de hace un siglo. Muestra en él a unos muchachos que adornan sus sombreros —elemento imprescindible en los aurreskus descritos en el XVIII — y trajes con ajos y acompañan en la soka-dantza las jóvenes muchachas, aparentemente de diversa condición social, por el centro del pueblo.

En este caso, el aurresku o dantzari que encabeza el baile, el puesto más honorífico, corresponde a un varón ataviado con los ajos. Se echa en falta que sea una mujer, como todo parece indicar que fue. Sin embargo sí es mujer la atzesku —el puesto final— el segundo en importancia tras el aurresku delantero, lo que ya nos da una pista. Parece una muchacha distinguida, no una aldeana al uso de las que tantas veces dibuja.


Detalle del cuadro Berakatz Eguna (c. 1914) de José Arrue, con la atzesku del baile (personaje que cierra la cadeneta) femenina, en Orozko. Aparenta ser una muchacha distinguida, digna de ocupar el honroso puesto.

Quiero pensar que unas décadas atrás ocupaba también el puesto delantero una mujer honorable. Pero para cuando se pintó el cuadro ya estábamos en el siglo XX y nada era lo que había sido. La modernidad había llegado para quedarse y un mundo lleno de novedosas cámaras fotográficas, fábricas, vapores, carbones, ferrocarril, bancos, altos hornos, coches… devoraba compulsivamente el recuerdo de todo el pasado hasta relegarlo al olvido. Así abandonamos también a la mujer, su baile y sus ajos. Por mi parte os aseguro que será un placer comenzar a recuperar el tiempo perdido…

NOTAS:
= Por adecuación al calendario festivo, desde 1999 el Berakatz Egun de Laudio se celebra el miércoles previo al último domingo de agosto. Es decir no en el tradicional 18 de agosto sino en una fecha que fluctúa entre el 21 y el 27 del mes.

= El baile vasco es muy complejo y lo que hoy conocemos como aurresku (un dantzari mostrando los respetos a un personaje homenajeado) es la mínima expresión de un baile con diferentes partes y códigos de funcionamiento. Por ello, cuando hablamos del aurresku histórico, hacemos más referencia a la soka-dantza y bailes entre hombres y mujeres. Para más información, léase esta nota de la enciclopedia Auñamendi.

= La gente mayor de Laudio, ya no euskaldunes, usan en castellano la denominación Día de Ajos pero también Beracacégun, un término eusquérico pero con una pronunciación castellanizante. En cualquier caso, su uso está ya muy restringido.

= El ajo ha sido considerado como un elemento con poderes sobrenaturales y muy válido para hacer frente a los maleficios que acechan desde el exterior. No sólo en Euskal Herria sino, al menos, en gran parte de Europa. Por ello, los collares de ajos han sido usados a modo de talismán protector. Sin embargo, por simple intuición, no creo que sea el camino a explorar a la hora de interpretar nuestro Berakatz Eguna.