Txomin Lili: La última leyenda

Hoy acudiremos a un funeral, el de Domingo Lili “Txomin” (Olarte, Laudio). Y despediremos a una gran persona en lo humano pero, sobre todo, a un inmenso museo en lo que a rituales, leyendas, costumbres, palabras… se refiere.

El mismo sábado pasé por su caserío –hacía mucho que no salía de él– por si sonaba la flauta: él había hecho mucha sidra de joven en su caserío y quería preguntarle al respecto. Sobre eso o cualquier cosa, pues nunca dejaba de sorprender en sus respuestas. Pero no hubo suerte: la casa estaba vacía. Luego he sabido que ya agonizaba en el hospital…

NADIE COMO ÉL atesoró las últimas creencias, palabras, leyendas… de aquel Laudio que hace muchas décadas ya perdieron el resto de vecinos. Relatos vivos de aquellas épocas en las que los cambios se cocinaban a fuego lento, nada que ver con las actuales ollas rápidas que nos hacen galopar sobre la historia vertiginosamente.

Txomin Lili, Olarte auzuneko bere etxearen aurrean (2005)

ÚLTIMO EUSKALDUN MONOLINGÜE. Quizá toda aquella sabiduría le vino de la mano de su padre, Segundo Lili Urquijo (1880-1968), el último euskaldun monolingüe del municipio de Laudio: nacido en el cercano caserío Zenagorta de Olarte, cuando acudió a las escuelas en Luiaondo no sabía nada de castellano, algo que ya en su día resultó llamativo en el entorno. Y es que el bagaje cultural y las formas de interpretar el universo que nos rodea son un gran baúl que viaja a lomos de la lengua que lo transmite. Y perdiéndose ésta también malogramos aquello.

Al ser mi madre del mismo barrio que Txomin, en la más tierna infancia acudíamos al caserío a pasar unos períodos veraniegos, ayudados por una burra que transportaba las maletas desde la Venta bañada por el Nervión hasta aquel altivo lugar. Y allí me dieron cariño vecinal Segundo y, sobre todo, Txomin, al que recuerdo mejor: nos columpiaba pacientemente en sus piernas y nos cantaba y contaba mil cuentos. No tuvo esposa ni hijos y por ello quizá disfrutaba tanto con los ajenos, como con aquel Felisín –así me llamó hasta el último de sus días– que ahora tanto le añora.

Como homenaje, no se me ocurre nada mejor que acercaros el extracto de unas líneas que sobre él y “sus brujas” publiqué hace catorce años ya (“Koipetsu: el capricho de las brujas”, Aunia 10, 2005).

Nunca dejaré de quererte y mucho menos de admirarte. Donde estés, descansa en paz. Felisín.

CUEVA DE LAS BRUJAS. «Menos dudas ofrece el relato que [sobre brujas] Domingo Lili Urraza nos refiere. Txomin, que es como cariñosamente se le conoce, es una persona afectuosa, cordial y que no duda en ofrecer su inmenso cúmulo de conocimientos a quien necesite de su ayuda. Duda entre el interés suscitado por la temática de las preguntas y el miedo a que esos «cuentos de atrás» puedan suponer una mofa para con él. Sólo desde el calor del fuego de su caserío Bekoetxe, en el barrio de Olarte, se siente seguro para contarnos, pausada pero rítmicamente, esos relatos que tanta emoción producen al ser escuchados.

La mayoría de los habitantes de Olarte han oído hablar de la cueva, desaparecida al hacer la presa del mismo nombre, que existió frente al caserío Lekuona. El sólo hecho de escuchar su tenebroso nombre era suficiente para aterrorizar a los niños y algún que otro mayor del lugar. Se conocía como la «Cueva de las Brujas».

BRUJAS Y PERRO DE LEKUBATXE. Pero lo que ya nadie parece recordar es lo que Txomin nos narra. Dice que, en infinidad de ocasiones, su difunto padre le contó cómo en las cercanías de la cueva y próximas al regato que bajo ella trascurría, solían estar peinándose unas brujas. Éste elemento distintivo nos acerca, sin duda alguna, al antiguo mito de las lamias. Comenta también que dicha cavidad se unía subterráneamente con otra que existía en Lekubatxe, en un remanso del Nervión a la altura de la zona céntrica de Luiaondo [hoy pasa sobre el lugar el parque lineal del Nervión]. De este pueblo es Felipe Markuartu, otro de nuestros informantes, y recuerda haber oído a su madre que las brujas salían a peinarse al lugar conocido como La Era, una pequeña elevación frente al citado lugar y muy próxima al caserío donde se ubica la «Taberna Urriztia» [cerrada desde diciembre de 2004].

Incluso –continúa el siempre sorprendente Txomin– se comenta que una vez entró un perro por la cueva de Olarte y que apareció allí, en Lekubatxe, prueba popular, irrefutable y repetida en infinidad de localidades, para tratar de explicar algo que la lógica nos dice que es imposible. Pero no perdamos de vista a las lamias.

Dicen los estudiosos de la mitología vasca que una de sus características es el hecho de alimentarse con lo que pedían a los humanos, especialmente pan, sidra o tocino, alimento éste por el que sentían una especial debilidad.

QUERÍAN KOIPETSU: OTRA COSA NO. Nos sorprende Txomin cuando, continuando con el relato, nos refiere lo siguiente: «Salían a peinarse fuera y a Mari, la del caserío aquel de Lekuna, que le pedían koipetsu, tocino. Que querían tocino, koipetsu: otra cosa no»

El haber conocido personalmente en su infancia a la entonces ya mayor Mari, la de Lekuona, le hacer dudar durante un instante sobre la credibilidad de su propio relato. Pero pronto pone los pies en el suelo y nos deja claro que lo que tantos miedos le produjo en la niñez, no puede ser en ningún modo cierto: «¡Allí van a estar las brujas, en invierno, con el frío que hace! ¡En un agujero…!»

EL SACERDOTE SALOMÓNICO. Probablemente, lo que en su día más hizo tambalear la seguridad de sus planteamientos fueron las palabras de aquel sacerdote que acudió a visitar a su abuelo enfermo, en el vetusto caserío de Zenagorta. Dice que, ante la extremada gravedad del asunto y por ir descartando posibilidades, el padre de Txomin, Segundo, preguntó al sacerdote sobre algo que le venía perturbando desde tiempo atrás: la existencia o no de las brujas. El religioso, ni corto ni perezoso, evitando meterse en camisas de once varas, le contestó sin dudarlo que, efectivamente, las brujas existían aunque no se debía creer en ellas. […]

Txomin Lili, con su hoz

CONVERTIRSE EN BRUJA. Pero lo realmente emocionante de lo que nos relata este baserritarra de Laudio llega cuando deja caer en la entrevista unas vagas alusiones a los aquelarres y que, casi con seguridad, sean las únicas y últimas que podamos recoger en este municipio. Por lo excepcional que supone el hecho de haberse transmitido hasta el siglo XXI, estas referencias merecen ser transcritas literalmente, con la sencillez y parquedad en detalles del relato pero con su indudable valor documental. Dice así Txomin: «…Yo al padre le solía decir: ¿y brujas, cómo se hacían brujas pues? Y dice que iban a una campa, se ponían en pelota, con el culo para arriba y que decían «yo quiero ser bruja, yo quiero ser bruja». Y venía el demonio, les besaba el culo y, sin más, se hacían brujas«.

En este asombroso relato parecen entremezclarse dos cosas. Por un lado está el acceso carnal que el diablo tenía con las brujas y brujos que acudían al aquelarre, y por otro la referencia de las creencias vascas a la manera de convertirse en bruja. La más conocida es la de besar el trasero al diablo.

Txomin luchaba en cuerpo y alma contra las epetxas (chochín) pues, según la creencia popular local, portaban la mala suerte y llamaban a la muerte. Probablemente una de ellas, la última, pasó desapercibida para él y le ganó la vida

[…]

ÚLTIMOS TRSTIMONIOS. Hemos recogido en apremiantes encuestas etnográficas los últimos coletazos, la mínima expresión de lo que debieron ser hasta no hace demasiado tiempo las diferentes manifestaciones mitológicas de Laudio. Unos relatos especialmente salvaguardados en los barrios más olvidados de Laudio, Olarte e Izardui (Isardio) y que aún generan recelos entre los informantes ante la posibilidad de que puedan verse publicados. Quizá no sepan nuestros protagonistas que esto ya no sirve para ridiculizar a nadie, que es algo que no genera ningún interés en una sociedad embalada exclusivamente hacia aquello que pueda rentabilizar. Es la agonía de una mitología que ha sido dogma respetado durante siglos y que ahora la gente desprecia por su infantilismo. Pero estas creencias populares son mucho más; son la memoria colectiva de un pueblo sin la cual no podríamos saber cómo somos realmente»