ASTILLAS MÁGICAS: DE NAVIDAD A SAN JUAN

Se trata de un curiosísimo ritual del que ya nada sabemos. Al parecer, en la hoguera de San Juan —noche el 23 al 24 de junio— se quemaban unos trozos de madera que se habían reservado expresamente para esta función, en la noche de Navidad. Y más probablemente, se encendería con ellos.

La referencia de esta costumbre la tenemos en Laudio y la recogió Jose Miguel Barandiaran en 1935 de mano de un informante local, «D. de Isusi» . Y nosotros lo rescatamos ahora de unas notas manuscritas, sin publicar y desconocidas.

Dicen así: «Día 24 de diciembre, Nochebuena. Este día acostumbran gran cantidad de caseros hacer astillas de un palo gordo y grueso y luego meterlo al horno donde hacen los panes y, hecha esta operación, luego que está bien seco, lo guardan hasta el día de San Juan, quemándolo en la fogata del día».

Un tesoro de testimonio ya que es un modo ritual popular de enlazar los dos solsticios, el de invierno con el de verano, por medio del fuego, el símbolo del sol en la tierra, lo que realmente se celebra en estas dos fechas.

Y, mucho nos tememos —en realidad no tenemos duda alguna— , que aquellas astillas fuesen parte del tronco navideño del que ya hemos hablado en otras ocasiones, aquel que por su tamaño introducían hasta la cocina ayudados de una yunta de bueyes. Así es que, disfrutemos de todo el conjunto de tradiciones del día de hoy, porque no hay jornada más cargada de magia en todo el calendario: fresno, árboles que sanaban hernias, ritos con un sol que bailaba

Los árboles que sanaban niños en el día de San Juan

Tenía que ser exactamente en la medianoche de la víspera de San Juan, reconfortados en la espera con la calidez desprendida de los rescoldos de la aún humeante fogata. Justo en el preciso momento en que comenzaba el día de todo el año en que con más altanería lucía el sol: el 24 de junio, festividad de San Juan. Es ahí cuando se da un curioso ritual conocido también fuera de nuestras fronteras, que fusiona el culto al sol con el de los árboles, para atribuirles en su conjunción un poder sanador más cercano a la magia que a la religión, por mucho que lo quisieran disfrazar con el culto a San Juan Bautista. Sin duda, un recurso desesperado frente a la impotencia que generaba la falta de salud y la alta mortandad infantil.

Curiosamente documentamos uno de esos casos en el pueblo de Laudio de hace un siglo, aquel que fue y no es, pues en la actualidad es un ritual absolutamente desconocido.

Ya nos avisa R. Mª Azkue de esta extraña costumbre que se daba en el país de los vascos: «Para curar un niño herniado, la víspera de San Juan a media noche suelen levantarle hasta la copa de un roble dos Juanes en algunos lugares; en otros, tres Juanes; en alguna parte, Juan y Pedro. Y mientras suenan las doce campanadas del reloj, suelen mover al niño de mano en mano entre exclamaciones de tori (toma) y har ezak (recíbelo), har ezak (recíbelo) y tori (toma)».

No recoge sin embargo, la variante —también practicada en otras zonas de Vasconia— de abrir el árbol y pasar la criatura por la hendidura para que sanasen ambos a la par, transmitiendo el potencial vital y regenerador del árbol al chiquillo/a.

Grabado que representa el ritual de pasar un bebé por el árbol sanador en la noche del día de San Juan en Castilla

Y ese es casualmente el curioso —incluso extravagante— testimonio que un tal Isusi envía al investigador José Miguel Barandiaran desde Laudio en 1935. Relata el informante lo que en su día le contó su convecino Jorge Ibarrondo Galíndez, un afamado carretero y acérrimo carlista laudioarra nacido en el caserío Zabalaberrio en 1856 (bisabuelo de la actual directora del instituto Laudio).

La nota textual dice:

«Día 24 de junio. San Juan. 1º Si este día se quiere curar a un niño de la hernia, dicen que no hay más que abrir con un hacha el tronco de un laurel y que tres Juanes pasen al niño por la abertura mientras el reloj da las doce. Para que el resultado sea favorable, se requiere que el laurel que ha sido abierto no se seque.

El vecino de Laudio, Jorge de Ibarrondo, me relató un cuento referente a lo dicho, ocurrido cerca de su caserío.

Dice que Juan Ibarra, Juan Zubiaur y Juan Larrazabal (este último en duda) tomaron a un niño loco (por lo visto, el remedio también sirve contra la locura) y verificaron la operación con un laurel de Julián Zubiaur, vecino del relator y de los otros tres Juanes.

El laurel aún existe y cuenta que también el niño se puso bien.

Las palabras que dijeron al hacer la operación son: «tómalo Juan el 1º, dámelo Juan el 2º y tómalo Juan el 3º (no sé si dirían en vascuence porque es muy fácil que a mí, como sé poco vascuence, me lo dijese en castellano)»».

Restrospectiva (1965) de Zabalaberrio en Laudio. En sus cercanías se hizo, seguramente por última vez, el ritual del árbol sanador. Lo relató Jorge Ibarrondo Galíndez, de dicho caserío.

Podríamos extendernos mucho más para añadir que el laurel es desde la época clásica venerado como árbol divino, especialmente relacionado con el culto al sol y al fuego. No en vano era el usado para renovar los fuegos de la casa, el suberri, porque frotando dos de sus maderas entre sí pronto aparecía el fuego. Era también elemento adivinatorio porque «si cuando se quemaba ardía con ruido, creían que denotaba felicidad […] Pero si se encendía callada, era triste agüero» según nos contaba Garcilaso de la Vega. En resumen, este árbol —entre los clásicos atribuido a Apolo— era mágico y sobrenatural como ninguno ya que «Tenían los antiguos que el laurel era contra los demonios y que encendido les daba fuerzas para adivinar. Declaraban con el laurel santidad y cordura, que son cosas que habemos de pedir de veras a Dios» (Ana Mª Alarcón, 1980).

Al laurel se le han atribuido cualidades mágicas y sobrenaturales desde la antiguedad. Es el símbolo del sol y del fuego y con él se prendía el fuego renovado del hogar

Podríamos extenderno mucho más, sí… Pero quizá sea mejor no hacerlo y centrarnos en gozar con la intensidad que se merece este día mágico del sol. Porque es especial y único como ninguno. Feliz jornada de San Juan.

125 años de la tercera ermita de San Juan

Casualmente en este año en que no hay celebración alguna, cumple 125 años la ermita de San Juan, en Larrazabal (Laudio): 1895-2020. Y, hablando con propiedad, debiéramos decir que los cumple «la tercera ermita» pues es así. Por ello vamos a hurgar un poco en su historia.

Pero antes de avanzar, me gustaría recordar la denominación de «ermita de San Juan Astobizaco» (en euskera sería San Joan Astobitzako) que usaban los más mayores del lugar, en referencia sin duda al entorno de la primera ermita.

Imagen de la ermita en 1986, con varios caseríos al fondo

LA PRIMERA ERMITA. Nada sabemos de su origen pero todo parece indicar que en origen se trataba de un templo medieval. Lo sospechamos por la advocación elegida, por las referencias a imágenes de santos que en un momento dado se hacen desaparecer por anticuadas, por el saber de la existencia de una comunidad aldeana en el lugar: es Pedro de Goiriçabalen (un caserío del lugar) el representante máximo municipal, el que solicita a los Reyes Católicos la integración de Laudio en Álava en 1492.

También la memoria popular nos recuerda que estaba ubicada donde se encuentra el chalet del antiguo propietario del almacén de gas cercano, próximo al antiguo caserío de Astobitza, cuya referencia quedaría en la antigua denominación de la ermita, «San Juan Astobizaco» (San Joan Astobitzako).

La primera constancia documental que disponemos de ella es mucho más tardía, de 1704, aunque es probable que entre el supuesto origen en la Edad Media y esa fecha se fuese renovando el edificio. La primera noticia se la debemos a la realización de unas importantes reparaciones de cantería en el edificio, por su mal estado. A pesar de ello, no debieron ser muy efectivas ya que un par de décadas después, en 1723, se dice que la ermita se encuentra «ruynosa y maltratada».

La ermita se componía del templo religioso y de «…una casa, con unas pocas heredades y castaños… » (1791). Al igual que sucedía en otras ermitas, la casa se alquilaba al ermitaño o mayordomo de la misma y siendo éste el encargado de coordinar las reparaciones, controlar las cuentas, etc. Además se le arrendaban seis ovejas pertenecientes a la ermita –hasta la mitad del XVIII fueron doce pero la mitad murieron a consecuencia de un duro invierno y no fueron repuestas–, costumbre que duró hasta el último cuarto de dicho siglo.

El pastor Vicente Urquijo (qepd) en 1986. La primera ermita conocida constaba de el templo en sí, una casa, unas heredades y castaños así como una docena de ovejas por las que que ermitaño había de pagar una renta en Todos los Santos.

Los pagos de las rentas por el disfrute de la casa con sus posesiones y ovejas se abonaban el día de Todos los Santos, yendo el dinero a parar a una bolsa en la que se guardaban los capitales. El pequeño saco se custodiaba, junto a los de las otras ermitas, en «el arca de tres llaves» que estaba en la sacristía de la parroquia principal del municipio: la de San Pedro de Lamuza. Una llave la tenía el alcalde, otra el sacerdote y otra el beneficiado —un grado eclesiástico inferior al sacerdote— más antiguo y debía abrirse el arcón en presencia de los tres, para evitar los muchos robos y excesos en los gastos que se habían dado antes de la existencia de esa caja de caudales.

Anualmente se celebraban en dicha ermita las fiestas de San Juan Bautista y San Lorenzo y se componía de tres altares, siendo el tercero de ellos para una imagen de Santa Isabel. No sería de extrañar que se tratasen de imágenes medievales.

LA SEGUNDA ERMITA. Siendo tan ruinoso su estado, deciden los feligreses del lugar construir una ermita de nueva planta, ya que iba a costar menos que reparar la antigua y, probablemente, porque necesitarían ampliar su capacidad ya que se han producido grandes crecimientos demográficos.

La segunda ermita se ubicaba en el actual almacén de gas, próxima a la primera y desde donde acarreaban algunos materiales re aprovechados. La gente mayor del lugar aún recuerda la ubicación de ambos templos por la gran cantidad de teja que aparecía en ambos enclaves cuando lo sembraban con trigo.

En su construcción se reutilizan los materiales «…llevados a dicha ermita para la obra nueva (…) por haberse demolido…». Claro está, cuentan además con «…la licencia de demoler la ermita vieja y hacer nueva» (ambas citas de 1765). A excepción de los gastos por los permisos, los trabajos profesionales y las doce jornadas de acarreo de una pareja de bueyes, el resto del derribo se da por pagado con un «…pellejo de vino que bebieron las más de cincuenta personas que sin jornal asistieron el trece de junio a demoler dicha ermita».

Por fin, tras varios años de obras, se bendice el nuevo templo en 1787. Todo indica, sin embargo, que en dicho período intermedio conviven los dos edificios, el supuestamente demolido y la nueva construcción. Así parece desprenderse de citas que, hablando de la ermita existente como de un templo con funcionamiento normal, hacen referencia a «…la nueva obra que se ha comenzado» (1766) o trata de «…de la otra comenzada» (1767). Es más, faltándole aún dos décadas para ser finalizada se celebran sin embargo, cada año y puntualmente, las festividades de San Juan y San Lorenzo. Por ello podría pensarse que la documentada demolición de la primera no fuese total.

Pero estamos ya inmersos en la segunda mitad del siglo XVIII, una época de auténtico azote para muchas de nuestras ermitas. Es por ello por lo que gran parte de las actualmente desaparecidas lo hacen en este período.

La razón es que la Iglesia ha tomado la firme decisión de gestionar todo su patrimonio de una manera más eficaz y moderna. Pretende reducir el número de pequeños templos que no le resultan demasiado rentables o que no disponen unas condiciones mínimas como para poder ser considerados como casas dignas de Dios. Apuesta ya por la concentración en templos principales y no por la atomización de la labor pastoral.

Quizá por ello, inmersos en un cierto ambiente de desilusión, la ermita deja de renovar el pequeño rebaño de ovejas que arrienda anualmente como fuente de ingresos. Así lo refleja el apunte de 1776 que dice que «…seis ovejas que tenía la otra ermita, pero por haber perecido no se cargan en adelante». También se ve obligada a sacar a remate –subasta– por primera vez, varias entresacas y esquilmos de los árboles que posee (1786).

Parece sin embargo que gracias a las aportaciones de los feligreses y a este tipo de ingresos adicionales se consigue superar un período tan devastador para nuestros templos rurales. Logra incluso remozarse –como hemos apuntado una de las nuevas exigencias era presentar los templos con un mínimo de decencia y dignidad– y pagar en 1787 una considerable cantidad de dinero por hacer un nuevo retablo, instalar una lámpara, etc.

Es aquí cuando parecen ser destruidas las imágenes antiguas de la ermita –con probabilidad medievales– de San Juan, Santa Isabel y San Lorenzo, quizá siguiendo las recomendaciones que los visitadores enviados por los obispados hacían por estas fechas: trocear y enterrar aquellas tallas que, por su aspecto antiguo, eran consideradas como «figuras indecentes». Desgraciadamente para nuestro patrimonio, ésos fueron los drásticos gustos de la época.

Imagen de San Juan, titular de la ermita. En realidad, era una talla rechazada en la parroquia principal del valle, que estaba renovando su retablo. La consideraron demasiado rebuscada por lo que se reaprovechó en la ermita de San Juan. Así desaparecieron las antiguas imágenes de San Juan, Santa Isabel y Santiago, dejando de celebrarse la fiesta de este último a partir de entonces.

Ya en el nuevo retablo, tan solo reponen la imagen del titular, San Juan Bautista. Y por no contar ya con un elemento identificador, desaparece el hasta entonces tradicional culto a San Lorenzo, no constando el gasto de sus misas en las cuentas de aquí en adelante.

LA IMAGEN DE SAN JUAN. La imagen de San Juan que hoy se venera es en realidad una talla que se rechaza en el templo parroquial principal del valle que, en torno a 1787 se encuentra sustituyendo su retablo. Se ordena repetir y, la de inferior categoría la compra por 220 reales un sacerdote de Larrazabal, Fernando de Orue, para ponerla en la ermita de San Juan Astobitzako. Es el motivo, como hemos dicho, de que desaparezcan las imágenes originales, de mayor interés en la actualidad pero poco apreciadas en su momento por su estética desfasada.

LA ERMITA ACTUAL. Pasan cien años sin que se anoten cuentas de la ermita por lo que suponemos que fue castigada por las sucesivas guerras. También desaparecen para siempre las referencias a la casa anexa.

Plano para la edificación de la nueva y última ermita, elaborado por su promotor Gerónimo Ibárrola.

Entonces aparecerá en escena un interesante personaje, Gerónimo Ibárrola que comienza el nuevo libro de cuentas presentándose como «…primer Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Llodio, y propietario de la Cuadrilla de Larrázabal… » para seguir exponiendo «que en la mencionada cuadrilla existe una ermita dedicada a San Juan Bautista, a cuyo santo desde tiempo muy remoto tributan devoción especial los vecinos de la Cuadrilla. Su estado ruinoso y el mal punto donde estaba colocada debían producir muy en breve la desaparición de la ermita». Un espacio de tiempo tan largo y rasgado además por tres grandes guerras debió suponer un abandono casi total de la ermita y, al parecer, sus consecuencias eran patentes.

Por otro lado y valiéndonos ya de la transmisión oral, la mayoría de los informantes recuerda que la antigua ermita se encontraba en un terreno especialmente arcilloso e inestable. Se comenta que, al parecer, hubo un corrimiento de tierras que derribó parte de la ya maltrecha ermita.

Ante esta situación, el beato Gerónimo Ibarrola –que posteriormente llegará a ser Alcalde de Laudio– remueve la conciencia de los vecinos y se revela ante la inevitable desaparición del templete. Según describe él mismo en la misiva que dirige en 1894 al Obispado, para evitar la desaparición definitiva de la ermita, acordaron entre los vecinos «…abrir una suscripción (…) de la que han reunido fondos para construirla de nueva planta aprovechando los materiales de la antigua» (1894).

Según nos recuerdan sus familiares Gerónimo [en realidad debiera ser Jerónimo pero respetamos la grafía que él usaba] era una persona culta, extremadamente recta y aún más devota. Su soltería hizo que se volcase de una manera más obsesiva de lo normal con sus dos grandes pasiones: la política y la religión.

Elaboró incluso un plano-boceto de cómo debían ser la planta y fachada de la nueva obra. Supo, además, ilusionar e implicar en el proyecto a la práctica totalidad de los vecinos. Así, aquellos que no trabajaron directamente en la obra, aportaron árboles con los que conseguir el maderamen necesario para la edificación. También cuentan con pasión los hermanos Juan José y Antonio Arregi cómo oyeron contar a sus mayores que las losas de piedra para el nuevo pórtico las bajaron con bueyes desde la cumbre el monte Pagolar, con un esfuerzo titánico pero necesario, ya que sólo allí existían piedras alargadas, grandes y lisas.

Hasta el año 1969 la campa de la ermita estaba en pendiente como puede apreciarse en esta retrospectiva. La imagen está tomada desde el carrejo para juego de bolos que completaba el lugar

Tomaron parte en los trabajos como voluntarios tanto vecinos de Larrazabal como de Markuartu. Aún no existía como tal el barrio más populoso actual, el de Landaluze, también muy ligado a la ermita y su fiesta.

Desde 1970 una cofradía se congrega en torno a una comida en el pórtico de la ermita cada domingo posterior al día de San Juan

LA LEYENDA. La elección de la ubicación para la tercera y actual ermita se debió, según comenta su familia, a contar con un suelo más estable que el anterior y por encontrarse más próxima al antiguo cruce de caminos que se dividían para acceder a las caserías más importantes del barrio. Casualmente, el cruce estaba presidido por un gran roble, de nombre Guzurraretx ‘el roble de las mentiras’ y en cuya memoria se plantó en 2019 un retoño del Árbol de Gernika.

Pero aquel cambio de ubicación incomodaría a más de un beato, feligrés u opositor político de Gerónimo. Por ello, por justificar el cambio, crearon e hicieron correr una leyenda que justificaba la actuación y evitaba suspicacias.

Así, cuenta la leyenda local que la imagen del santo aparecía cada mañana en el lugar de la ubicación actual. Durante el día lo retornaban a su casa –la ermita vieja– pero a la noche volvía a desplazarse hasta el lugar actual. Se interpretó que aquel misterio era un deseo de San Juan y ello fue razón suficiente como para no poner en tela de juicio que la nueva ermita debía edificarse donde está hoy.

A finales de los 90 la ermita fue sometida a una desastrosa rehabilitación que modificó sus fachadas y, entre otras, perdió para siempre l retablos del siglo XVIII

SAN JUAN TIENE NOVIA. Sea como fuere, la cuestión es que hace 125 años, en 1895, se bendice el nuevo templo y parece así darse por cumplido el sueño de Gerónimo. Probablemente ya estaba convencido de ser meritorio de las glorias del cielo. Falleció en 1911. Pero quizá en sus últimas horas de vida sacase las fuerzas suficientes como para convencer a su hermano Fernando —lo eran tan sólo por parte de padre— de la necesidad de colocar a Santa Eulalia de Goienuri (otro barrio de Laudio) en el hueco que quedaba vacío en el nuevo retablo; así podría explicarse la extravagancia cometida por aquel forzudo Fernando al robar la imagen en una noche de luna llena cuando contaba con… ¡¡casi sesenta años!! Se dice que aquella rocambolesca acción se llevó a cabo en torno a 1920. Desde entonces, durante todo este siglo, se dice que San Juan tiene pareja. Así lo recogió el compositor local Ruperto Urkijo Maruri (1875-1970), en una de sus canciones populares: «Bárbaros larrasabaleros [en referencia al barrio de Larrazabal en donde se encuentra San Juan Astobitzako] / que habéis querido casar / Santaloriaga [denominación popular local de Santa Eulalia] gloriosa / con el patriarca San Juan».

Si es que precisamente amor es lo que nunca ha faltado en ese dichoso lugar… que se lo pregunten a San Juan y Santa Eulalia…

Cuando baila el sol

Es creencia popular que el sol, rebosante de alegría por ser su festividad, aparece bailando en la madrugada del día de San Juan. Un sol femenino, como corresponde a la cultura vasca, y que se empodera(ba) hoy más que nunca sobre el mundo de lo maligno, siempre acechante desde la noche y oscuridad. Por eso hoy es la fecha con docenas de rituales ofrecidos al sol, porque hoy vence el bien sobre el mal, la luz sobre las tinieblas, el firmamento divino sobre los avernos demoníacos… Y en esas estamos.

Posiblemente se trate de una costumbre cuyo origen se remonte a la prehistoria y a las celebraciones relacionadas con el solsticio de verano. Y sería de tal arraigo que consiguió sobrevivir al raseo de la cristianización, a pesar de haber usado para su suplantación su artillería más pesada, nada menos que san Juan Bautista, el antecesor de Jesucristo, no con ciertas coincidencias con lo que hasta aquí nos ha traído: es él precursor que purifica el alma y el cuerpo con el agua del bautismo. Lo mismo que se hacía —y hace— con el sol, fuego, agua, rocío, plantas… del día de San Juan.

 

Eguzkia dantzan, pozik San Joan eguna bere eguna delako

A GORBEIA
Una de dichas costumbres, ya olvidada, era la de ascender a la cumbre de Gorbeia (1.481 m), punto culminante de los territorios vascos de Bizkaia y Araba, para admirar cuán grande era ese día el amanecer. Es sobrecogedora e inequívoca la descripción que da Pascual Madoz al hacer su Diccionario Geográfico que elaboró entre los años 1845 y 1850, con las respuestas a sus preguntas, remitidas desde todos los pueblos. Dice así en la entrada «Gorbea»: «Principalmente el día de San Juan Bautista suele ser extraordinaria la concurrencia que para los primeros albores del día se halla ya en la cima, esperando la magnífica salida del sol».

He escuchado a algunos pastores mayores el recuerdo del baile que luego hacían en el entorno de Igiriñao —majada previa a las grandes rampas que nos llevan a la cumbre— aquellos que descendían de la cumbre junto a los más remolones que habían optado por quedarse allí, con peores vistas del amanecer.

Casualmente también el poeta y músico laudioarra Ruperto Urquijo (1875-1970), que tan bien describe escenas de los primeros años del siglo XX en sus canciones, es quien nos habla de aquella cándida romería en las alturas, aprovechando las excursiones en sus estancias veraniegas en el balneario de Areatza:

«Pañuelo al cuello, faja de seda, pantalón blanco limpio y plancha[d]o. Hala Ana Mari, a cuándo esperas, los txistularis ya han empezado, en todo el valle los txistus suenan, toda la gente va hacia Iturriotz. Van a la fuente, van de verbena, aúpa Ana Mari vamos los dos.
Vamos todos hoy de madrugada a la fuente clara, cantando a un compás, allí haremos chocolatada, cantando canciones de amor y paz.
Vamos todos a la bella fuente donde los pastores apagan su sed. Vamos todos como fueron siempre, vamos a la fuente porque San Juan es.
Levanta Ana Mari no tengas galbana que ya apunta el alba y las cuatro son. Levanta Ana Mari que en esta mañana es lo más grandioso ver salir el sol».

La fuente a la que hace referencia esta extraordinaria descripción es la de Igiriñao, la última en el ascenso hacia la cumbre, cercana al lugar del baile, y que se conoce como Iturriotz o incluso Lekuotz, porque —insisten todos los pastores más mayores— es su agua tan fría que a mucha gente le ha dado un pasmo al beberla. Por ello hay que extremar las precauciones…

También es reseñable la referencia de Juan Manuel Etxebarria Aiesta en su obra Gorbeia inguruko etno-ipuin eta esaundak-II (2016) relatando una vivencia [usando la traducción que ofrece el autor] de uno de sus entrevistados: «Ahora él va siempre que puede a la cruz del Gorbeia a dormir bajo la cruz en la víspera de San Juan. En la mañana de San Juan, se levanta, pisa descalzo el rocío matutino, observa la salida del sol, saca unas fotos y desciende. Dice que desde la cruz del Gorbeia aparece el sol por encima del Anboto, un poco hacia el Oiz, justo por encima del llamado “el paso del diablo”, el famoso paso peligroso del Anboto».

 

Anboto eta munduko mendiak, eguzki berria besarkatzen

EL BAILE DEL SOL
Los más dados a la ciencia opinan que, en efecto, sí se producen unas refracciones en los rayos solares que aparentan cierto movimiento del astro. Por tanto no va del todo descaminada esa creencia extendida por toda Europa y es que, una vez más, tampoco la idea del baile del sol es exclusiva nuestra.

 

Ardiak, bazkan pozarren, egun berria heldu delako

Especial arraigo goza, aún hoy en día, en las zonas rurales de Galicia: «No día de San Xoán, baila o sol pola mañán» dice su celebrado refrán. Allí lucharon inútilmente durante décadas contra esta creencia un gran número de ilustrados y eruditos. Con poco éxito…

Es llamativa la desesperada reflexión del fraile predicador Benito Jerónimo Feijoo que, en 1740, la tildó de creencia ridícula: «Lo que baila el sol esos días, es lo que baila todos los demás del año en las mañanas claras y serenas; y es que al salir se representan sus rayos como en movimiento, o como jugando unos con otros, y esto quiso el vulgo que fuese bailar el sol».

DESDE GORBEIA
Al publicarse estas notas estoy en la cumbre de Gorbeia, pasando la noche previa a San Juan en su cumbre, para ver desde este púlpito el grandioso amanecer sobre el macizo de Anboto. Hay algún que otro nostálgico más que aún mantiene la tradición…

Porque a las costumbres, creencias y tradiciones, es decir, a lo que en esencia somos, hay que velarlas en dura vigilia para poder sentirlas, interiorizarlas y fundirnos con ellas, del mismo modo que los caballeros habían de hacer con sus armas antes del nombramiento o el cetrero con su nuevo halcón.

Y aquí estoy, locamente enamorado, esperando que la simpar doncella Eguzki me haga perder el sentido al concederme uno de sus milenarios bailes…

 

Dicen que decían los mayores de Okondo

Dicen que decían los mayores de Okondo [Araba] que en el amanecer del día de San Juan el sol salía bailando, pozarren gainera, berarentzat egunik garrantzitsuena zelako, aginte gehienekoa.

Por eso, dicen que decían los mayores de Okondo, no era de extrañar que las brujas se apareciesen a los humanos entre Markuartu y Arasketa y que, como las de toda Euskal Herria, estuviesen inquietas la noche anterior a San Juan, haiek ohituta zeudelako gauean ibiltzen eta gau hura urteko laburrena, kezkagarriena zelako. Arriskuan zuten gaueko izakien erresuma… «Eguna egunekoentzat, gaua gauekoentzat» zioen esaera zaharrak. Nola ez ziren kezkatuta egongo ba…

Dicen que decían los mayores de Okondo que por ello se solían poner unas ramas de fresno en la puerta de casa, para protegerse, zerbait egin behar zutelako izaki bihurri haien trikimailuetatik babesteko. Elorria ere jartzen zuten edo, oraindik ere zaharragoei entzunda, unas cruces de madera. Todo era poco para librarse de su perturbador mal humor.

Una de ellas era la afamada bruja que vivía en la Cueva del Conejo, sí, la cueva encima del barrio de Laburu, de La Ventilla hacia arriba. Ez zuek hark umore onik, ez. Batez ere orain kontatuko dizuedan historian.

Dicen que decían los mayores de Okondo que en cierta ocasión un muchacho de Okondo le robó aquel peine de oro con el que tantas horas pasaba acicalándose el rubio pelo al sol. Eta hartu zuen haserrea egundokoa izan zen. Era guztietako biraoak bota zituen sorginak lau haizeetara, jakin gabe nork zeukan lapurtutako orrazia: «Ekarri nire orrazia, bestela galduko dizut zure ondorengo askazia«, «Dame el peine leré, que si no te mataré«. El peine nunca apareció ni se supo a ciencia cierta quién lo había robado, pero algo se podía intuir porque no fueron pocas las desgracias que, generación tras generación, cayeron sobre la desdichada familia de un muchacho del caserío Aspuru. Aunque otros dicen que el muchacho sería del cercano caserío de Beraza ya que una noche aparecieron muertos todos sus cerdos de la txarrikorta sin razón alguna. Sorginaren madarikazioari egokitu zitzaion zorigaitzezko gertakizun hura. Edonola, algo habría cuando así sucedió… Dicen que decían los mayores de Okondo

A veces, por envidias o recelos, llegaban a confundirse, intencionadamente, los humanos con las brujas. Que se lo cuenten si no a aquella pobre Catalina de Otaola a la que llevó a juicio en 1517 su potentado vecino de Okondo Martín de Urtizaustegi, acusándola de «hechicera pública y secreta, encantadora y sorgina«. Tal cual… En fin, no perdamos el hilo…

Dicen que decían los mayores de Okondo que no había rito más importante para la salud que llenar un recipiente con agua de cualquier fuente en la noche de San Juan. Pero, al igual que a la hora de cortar las protectoras ramas de fresno, debían hacerlo antes de que despuntase el sol. De no proceder así, perdía su poder mágico y protector. Para más inri había que proceder además sorteando las tretas de las omnipresentes brujas. Y de los duendes, aquí llamados «familiares» que a buen seguro los había.

Por no hablar de los gentiles que, dicen que decían los mayores de Okondo, vivían en la Cueva de los los Gentiles, en el barranco de Asuntza, en Okongogoiena, debajo de Kastillozar… el castillo que aquellos mismos gigantes habían probablemente construido.

Ez da harritzekoa gertu dagoen Aretxarro haitzuloan Historiaurreko gizakien aztarnak agertu izana. Leku miresgarria da Okondoko bazter hura eta horregatik han eta betiko bere hildakoak uztea erabaki zuten gure arbasoek. Ba al da betikotasunean egoteko leku liluragarriagorik Mareazuloko ingurumaria baino? Okondo eta itsasoa bat egiteko, izaki mitikoek eraikitako lur azpiko zuloa. Ederra… Baina itzul gaitezen utzitako bidera…

 

Nada había tan único y especial como la noche previa al día de San Juan, una noche que, desde una eternidad atrás, se disputaba entre los incómodos seres mitológicos de la oscuridad y los resignados okondoarras que a duras pena conseguían sobrevivir en aquel valle, en aquel húmedo valle… Una noche peligrosa y en la que el mejor remedio era traer la luz del sol a la noche. Pero, ¿cómo? Haciendo una gran fogata [porque aquí son fogatas y no hogueras], eguzkiaren ordezkaria lurrera ekarriz, nolabait esateko. Sorgin eta iratxoek jasaten ez zuen sute handi bat, bai. Horra, norberak garbitzeko zuen guztia botatzen zen, azken finean, horixe zelako sute hura: purifikazio erritual bat.

Sin embargo, lo más celebrado era el saltar sobre las brasas, una vez desaparecidas las llamas. El alma del fuego… ya que, dicen que decían los mayores de Okondo, ello preservaba de la enfermedad de la rabia y de las mordeduras de las serpientes a quien lo hiciese. Tampoco era extraño hacer pasar el ganado, con el mismo fin protector, sobre las cenizas ya apagadas.

Herri euskalduna zen Okondo, oso, eta ia sagardoa baino ez zuten edaten baserritar haiek. Ez zuten besterik nahi. Sagardoak indar eta bizitasuna ematen zizkiolako gorputzari. Hala esan zigun Jose Paulo Ulibarri entzutetsuak… Era por otra parte la sidra y el tocino asado, aquí llamado «koipetsu», lo que hacía perder el sentido a las brujas. Y una y otra vez se lo pedían o robaban a los sufridos okondoarras. Dicen que decían los mayores de Okondo

Pero, al margen de estas historias locales, las brujas y otros seres de la noche siempre están ahí. Y hoy más que nunca, agazapados en cualquier rincón, esperando a salir para hacernos de las suyas. No tenéis más que mirar a vuestro alrededor y fijaros con atención. Por nada del mundo os olvidéis de hacer hoy una gran fogata, de poner una ramita de fresno en vuestra puerta o de echar un trago de agua antes del amanecer. No vaya a ser que luego se os arrepienta. Pero tranquilos, que esta noche amenazante acaba rápido… enseguida saldrá el sol bailando por el horizonte, sobre Markuartu. Y algo habrá de cierto en toda esta historia, porque dicen que así lo decían los mayores de Okondo

Meltxora Larrinaga (1937) okondoarrari eskainia, berak, beste inork ez bezala, dakielako Markuartuko zein iturritatik dabiltzan sorginak…


[A Melchora Larrinaga (1937), última gran depositaria de los tesoros de Okondo y que, a pesar de haber nacido el día de San Pedro, conoce como nadie qué grandes son la noche y el día de San Juan]