Intxaur-saltsa: nueces y bacalao

La intxaur-saltsa es un característico postre navideño, del que mucho se ha hablado pero poco se conoce en realidad. Por eso vamos a intentar ordenar un poco los datos conocidos. También tiene mucho de desbarajuste la receta ya que casi resulta imposible encontrar dos iguales y, a excepción de la intxaur ‘nuez’ que da nombre al postre, ni en los componentes hay unanimidad. Pero, a pesar de todas esas dificultades, nos animamos hasta a ofrecerte una antigua receta para que no falte en tu mesa esta Nochebuena: intxaur-saltsa con bacalao. Vamos a ello.

EL NOMBRE. Antes que nada adelantaremos que la forma académica de escribir el nombre de nuestro postre es intxaur-saltsa o intxaur saltsa, en dos palabras (el guion intermedio es opcional), en vez de intxaursaltsa, a pesar de que esta sea la forma que más se usa en la actualidad. Así lo normativiza el Euskaltzaindiaren Hiztegia (diccionario académico), con acierto, basado en las formas documentadas. Por el contrario, no es muy atinada la descripción «Intxaurrez, esnez eta azukrez egiten den jaki gozoa, Eguberrietan hartzen dena» que se da del término, como más adelante comprobaremos.

En casos como el de mi familia, mi madre lo ha conocido como intxaur-saltsa y mi padre, sin desconocer la anterior, también como nogada, con la misma raíz léxica que nogal, es decir, nuez. Ambos en el municipio de Laudio. Y esas dos denominaciones ya nos ponen sobre la pista de lo que luego vamos a encontrar.

¿DESDE CUÁNDO? Por muy románticos y ancestrales que nos sintamos, solo sabemos de la intxaur-saltsa desde mediados del XIX, relativamente tarde, sin ninguna referencia anterior. Se lo debemos al lekeitiarra Eusebio Mª Azkue (1813-1873), padre del conocido lingüista y folklorista Resurrección Mª, el primer presidente de Euskaltzaindia, la Real Academia de la Lengua Vasca.

Cita por primera vez la intxaursaltsa en una poesía, Gabon afari bat (‘una cena de Nochebuena’) dentro de la obra Parnasorako bidea, publicada con carácter póstumo a partir del original muy retocada por su hijo (Bilbao, 1986).

En aquellos versos, en la descripción de una alegre cena navideña, habla de «Neure Maria dabil goizerik intxaursaltsea gietan» (‘anda mi María desde la mañana haciendo la intxaursaltsa‘). Más tarde, a medida que el comensal que lo relata se va alegrando con las libaciones, grita entusiasmado «Urra Maria! Urra guztiok au da intxaur saltsa gozoa!» (‘Hurra María, hurra todos: esto sí que es una intsaur-saltsa sabrosa’).

Otro de los manuscritos de la obra original de E. Azkue —pero no recogido en Parnasoko bidea— lo ofrece el sacerdote de Arrigorriaga José Antonio Uriarte (1812-1869) en su Poesía Bascongada. Y ahí, con la grafía original, también habla de «Ai ze intxaur saltza gozua! Penitenzia egiteori eztok insaur salsea».

De parecida datación a la original de Eusebio Azkue —cuya fecha exacta original desconocemos— sería la de que nos refiere la periodista bilbaína especializada en la visión histórica de la cocina, Ana Vega Pérez de Arlucea: «En diciembre de 1858, el intelectual vitoriano Ladislao de Velasco (1817-1891) publicó un largo artículo en el diario Irurac Bat sobre cómo había pasado en una ocasión la Nochebuena con una familia de las montañas guipuzcoanas: «La pequeña mesa crujía bajo el peso de un enorme plato de berzas con aceite que parecía un volcán, tal humo despedía; y sucesivamente se mostraron el bacalao en salsa y asado, los besugos, sin olvidar el Inchursalsa (salsa de nueces) y para terminar la fiesta, manzanas cocidas y asadas y una verdadera caldera de arroz con leche».

LA PRIMERA RECETA CONOCIDA, DE FORUA. No podemos dilucidar cuál es, entre tantas variantes, la receta original. Pero sí la primera documentada con cierto detalle. Se la debemos a la gran red de informadores que puso en marcha José Miguel Barandiaran y que, hizo que se preguntase en diversos pueblos, lo que se supiese sobre lo tradicional de fiestas. Es la información recogida en Forua (Bizkaia) en donde el informante Marcos Magunagoikoetxea dice del menú navideño que «Los baserritarras creen que si prescinden de ciertos guisados la noche del Gabon, no celebran como se debe esta fiesta. Estos guisados son la oriyo-aza (ensalada de berza) la intxursaltxa (nogada), los caracoles, bacalao a la vizcaína, compotas de peras y manzanas, etc. Ponen especial cuidado en no prescindir, sobre todo, de la oriyo-asa y de la intxursaltxa». Era por aquel entonces una comida emblemática de aquellas Navidades. Entusiasmado con su menú, Marcos recogió de su tía María Juana Magunagoikoetxea la receta del postre que nos ocupa. Y dice así: «A fin de que el lector se forme una idea de lo que es la intxursalsa, me ha parecido bien apuntar aquí el modo de preparar este guiso y los ingredientes que entran a formarlo. La intxursalsa (de intxur, nuez) no es otra cosa que un guiso hecho con pan de nueces. Una vez partidas las nueces y separado el pan de los cascos, colócanse en una pañada limpia sobre una mesa y se aplastan con una botella hasta hacerse polvo. Bien batidas, se echan en una cacerola con agua y se ponen al fuego. Después de bien cocidas las nueces, se les hecha unas cucharadas de aceite crudo y se revuelve todo el contenido con un palito; agrégase un poco de harina, o faltando ésta, unas migas de pan para engrosar la salsa, unas briznas de bacalao y azúcar en abundancia. Una vez bien cocido, se presenta a la mesa. Todo el compuesto tiene un color que tira a amarillo, y es de un gusto exquisito». Aquella recopilación de varios pueblos se publicó en Eusko Folklore de 1922, una publicación anual fundado un año antes por José Miguel de Barandiaran y que se editó como publicación de Eusko Ikaskuntza-Sociedad de Estudios Vascos.

Intxaursaltsa con base a leche. Ángela Bilbao, Orozko 2004.

OTROS PUEBLOS. Al margen de la referencia a Forua anterior, en la misma recopilación etnográfica, se recoge la intxaursaltsa como segundo plato en las cenas navideñas de Bedia (Bizkaia). Según el informante Tiburcio de Ispitzua (sic): «La cena típica de este día la constituyen: 1º El origo-asea (berza en ensalada). 2º La intxaursaltza (salsa de nuez). 3º La makalo-saltza (bacalao en salsa). 4º El besugo asado. 5º Las manzanas asadas, con las que se hace un postre muy estimado al que se da el nombre de almimera. Las manzanas preferidas son las sosas (sagar gasak), las cuales, después de asadas, las hacen pedazos y las ponen en vino, echándoles azúcar encima. 6º Café y licores. Entre éstos, los más comunes hasta hace poco eran el chilibrán (a secas), chilibrán de café, chilibrán de melocotón y mistela». En la intxaur-saltsa, una nota al pie nos remite a «Véase su descripción entre las costumbres de Forua». Es decir, también con bacalao.

En Amorebieta, el informante Félix de Zamaloa, arranca la descripción de las Navidades aclamando que «El intxaur saltza es manjar imprescindible en las cenas de Gabon (Nochebuena), Gabonzar (Nochevieja) y Gabontximur (la noche del día cinco de enero), sobre todo en las aldeas. Lo preparan en la misma forma que lo refiere el sr. Magunagoikoetxea (párrafo FORUA), con la diferencia de que no le echan aceite y en lugar de migas de pan, usan harina de trigo». De nuevo, con del bacalao como ingrediente. También nuestro postre tiene reflejo en la encuesta de Berriz (Bizkaia) en donde León Bengoa dice que «Nunca falta el conocido intxaursaltza con el cual se acaba la cena», es decir, ahora como plato final o postrero, postre. Lo mismo se recoge en Zalla : «Nunca falta el conocido intxaur saltza con el cual se acaba la cena».

TERRITORIOS. Aunque cuando busquemos referencias en internet encontremos una y otra vez que la intxaur-saltsa «es un postre típico de Navidad en los caseríos vascos, especialmente en la zona de Gipuzkoa» lo cierto es que en aquellas encuestas con visión de atlas etnográfico, las primeras disponibles (1922), no se cita nuestro postre en ninguno de los municipios de los nueve pueblos Gipuzkoa y sí, como hemos visto en las referencias previas, en cinco municipios de Bizkaia. Tampoco parece conocerse en Álava. Ello no quiere decir que no existiese ya que ahí tenemos la referencia de Ladislao de Velasco (1858) más arriba citada. Pero sí llama la atención que no se recoja en ninguna de las encuestas etnográficas, algo que contrasta con las de Bizkaia en las que tantas pasiones parece levantar el postre navideño. Por lo que nos genera dudas.

EL BACALAO. En estos tiempos actuales, nuestro postre ha desvariado tanto que se elabora hasta con natas. Por eso nos sorprenderá que sea el bacalao uno de los ingredientes que aparece en las recetas más antiguas. Más adelante os pongo una video-receta «de familia» para elaborarla y os juro que es la más exquisita intxaursaltsa, bastante más que la hecha con leche, y que por otra parte en ningún momento adivinaríamos que uno de sus componentes es ese pescado.

Si nos fijamos, en aquellas encuestas etnográficas de hace un siglo, prácticamente en la totalidad de las cenas de Nochebuena está presente el bacalao en salsa: era una jornada de vigilia por aquel entonces y la carne no tenía presencia en la mesa. Aquellas grandes bacaladas no faltaban en ninguno de los hogares. Por su fuera poco, cuando el día de Santo Tomás se pagaba la renta de los caseríos, era costumbre que los propietarios regalasen como presente navideño una gran bacalada a los inquilinos, con la que volvían felices al hogar.

También los jóvenes que servían en otras casas, solían disponer de unos días festivos en Navidad y se les obsequiaba con una bacalada que llevaban a la casa familiar. Así, no es extraño que conjugasen aquel pescado con las nueces para elaborar el postre.

Los baserritarras de vuelta casa con besugos y bacaladas, tras pagar la renta anual del caserío el día de Santo Tomás. Cuadro Día de Santo Tom´ás pintado por José Arrue para el calendario (1950) de Arcadio Corcuera.

NUECES Y PESCADO. Porque… desde muy atrás es conocida en las tierras castellanas la nogada o «salsa de nueces» —de ahí sin duda nuestra denominación intxaur saltsa— para acompañar a pescados, una salsa que cruzó con gran éxito el océano para encandilar las mesas sudamericanas en donde, también hoy en día, la nogada goza de gran predicamento.

Al parecer, ya en la cocina medieval sefardí se mencionaba la elaboración de platos con esta especie de salsa, elaborada con un majado de nueces o almendras, según la materia prima disponible (José M. Estrugo, Los sefardíes, 2002). De esta última opción —almendra— surgieron los mazapanes que no distan mucho en textura ni en sabor de la intxaursaltsa elaborada con bacalao ya que, en paladar, continuamente nos recordará al mazapán.

En cualquier caso, la nogada o salsa de nueces es algo extendido en las cocinas españolas del XVIII o posteriores. Sirva como ejemplo esta definición de «nogada» dada por Pedro Labernia, (Diccionario de la lengua castellana: con las correspondencias Catalana y Latina, 1848) para el ámbito de los Paisos Catalans: «Nogada, salsa hecha de nueces y especias con que regularmente se suelen guisar algunos pescados». Salsa de nueces, intxaursaltsa, la nogada como la denomina aún mi padre…

Ángela Bilbao (Orozko,1924-2012), posando pacientemente en 2004 para un reportaje fotográfico que le hicimos sobre la elaboración del poste navideño llamado intxaur-saltsa. Ella la elaboraba con leche.

LA RECETA. Como ya hemos adelantado, en la práctica no hay dos iguales. Ya quedamos sobre aviso de la infinita variedad cuando publicó Niko Astobitza un artículo con recetas de Orozko de la intxaursaltsa, en el nº 9 de AUNIA (2004) aquella revista que tanto trabajo pero tan buenos momentos nos dio.

Yo, a estas alturas, a la vista de todos los precedentes, intuyo que la elaborada con bacalao es la genuina, receta que posteriormente se haría más repostera valiéndose de la leche, también chocolate hasta llegar a las aberraciones —perdón— de las actuales intxaursaltsas de pastelería, cremas y natas que, por muy sabrosas que estén, no hacen honor a la esencia. Bien que se venda como «interpretación moderna» del postre pero no como intxaursaltsa en sí, porque no deja de ser un pequeño engaño o fraude al comprador.

Intxaursaltsa con bacalao como ingrediente

De las variedades que he probado, sin duda la elaborada con bacalao me parece la más extraordinaria. Se la debo a una tía mía que, con la condición de que no apareciese su cara, se ha ofrecido a explicarlo en un vídeo. Es Carmen Olabarria Arza, del caserío Kastainitza (Laudio) y que heredó la receta de su madre (Felisa Arza, 1915-2001) que, a su vez, la aprendió mientras de joven servía en casa de Miguel Urquijo Maruri, comerciante que fue también alcalde de Llodio (período 1938-1948). Se la enseñó la cuñada del alcalde Miguel, Francisca Furundarena Azpidi, nacida en Motriko en 1861, y que fue esposa de Ruperto Urquijo Maruri (1875-1970) el celebre compositor laudioarra, autor de la canción Lusiano y Clara que hoy todos conocemos como En el monte Gorbea. Casi nada el recorrido…

Felisa Arza (1915-2001) sirvió en casa del alcalde Miguel Urquijo. Allí aprendió la receta de Francisca Furundarena Azpidi, nacida en Motriko en 1861, y que fue esposa de Ruperto Urquijo Maruri (1875-1970). Felisa se la enseñó a su hija Carmen, que es la que nos la ha hecho llegar a nosotros.

Las cantidades que da, con dos kilos de nueces, son para cuatro cazuelitas como las que muestra. Aquí tenéis el VÍDEO (pinchad encima) animaos a hacedla y… ¡os juro que estas Navidades seréis muy felices!

LA RECETA en tres pasos (Carmen Olabarria Arza)


BAT. Pelaremos 2 kg de nueces (para cuatro cazuelitas de 13 cm de diámetro) cuya carne, limpia ya de residuos, se pasará por el horno, bien extendida en una bandeja, para extraerle la humedad.

Introduciremos esas nueces junto a una tajada de bacalao desalado (sin haberla ni cocido ni cocinado antes) y una rebanada de pan casero (de horno de leña) que esté seco en una trituradora. No lo echaremos a picar todo de golpe sino un poco cada vez: unas pocas nueces, un pedazo del bacalao y algún trozo del pan. Cada vez que acabemos de picar uno de esos lotes, lo echamos a una cazuela ancha, reservándolo. Es mejor hacerlo poco a poco que de golpe.

Lo triturado ha de quedar fino: pensad en que hay que conseguir una textura similar a un mazapán.

BI. Por otra parte, cocemos en 0,75 cl de agua (el volumen de una botella de vino), con un palo de canela y una tajada desalada de bacalao: importante que sea la cola, porque tiene más gelatina. 15-20 minutos de hervor suave.

Lo colamos y nos quedamos solo con el agua (el resto, bacalao y canela de ese agua, se desechan).

HIRU. Añadiremos esa agua de la cocción a la cazuela en la que tenemos todos los ingredientes que habíamos triturado. Lo vamos revolviendo y echamos el azúcar (750 gr). Seguimos mezclándolo e hirviendo la mezcla a fuego lento durante 20-25 min. Según se vaya cociendo la plasta blanquecina irá adquiriendo un color más oscuro. Es ahí cuando ya la tenemos en su punto.

Solo nos queda verter esa masa sobre las cazuelitas y esperar a que se enfríen (las intxaur-saltsas no se consumen calientes).

En un lugar fresco aguantan perfectamente varios días o una semana sin perder cualidades. Que aproveche: puedo dar fe de que el resultado es exquisito y que, a mí al menos, me parece bastante más deliciosa que la elaborada con leche. Eso de entre las recetas clásicas: de las variantes modernas prefiero ni hablar.

Que aproveche y que jamás quede en el olvido ese postre que tantas navidades nos ha endulzado.

Nueve olas en el vientre

Es muy probable que hoy a la media noche encontremos a alguna muchacha metida en la playa. Esperará a que nueve olas le acaricien el vientre, con un poco de suerte después de haber hecho el amor, para que así obre por fin el milagro y consiga ese embarazo tan deseado. Será la reedición de un ancestral remedio contra problemas de fertilidad en las parejas.

Galicia es el último dique del tiempo contra el que se estrellan rituales y prácticas milagrosas que han desaparecido hace décadas o siglos de otros lugares. Por eso, aprovechando las vacaciones, fui buscando la preciosa ermita románica de la Virgen de la Lanzada (Sansenxo, Pontevedra) edificada sobre un saliente de mar ocupado desde la antigüedad por un importante castro (siglo VIII a.C. – IV d.C.).

Imagen nocturna de la ermita de la Virgen de la Lanzada con su playa, en donde nueve olas han de bendecir el ritual de esta noche

El lugar es enigmático, sugerente, impregnado de tanto hechizo que no es difícil concebir el desarrollo de esos rituales allí.

Ermita románica de la Virgen de la Lanzada, construida sobre un saliente rocoso que penetra el el mar. También algunos han interpretado esa característica con la forma de un pene, lo que daría origen a las creencias mágicas sobre la fertilización

Poco hubo que preguntar entre los lugareños más mayores para que me respondiesen de modo alborotado cómo «no sé qué chavala» o «no sé qué otra» que durante años estaban inmersas en un infructuoso tratamiento médico de fertilidad, probaron con el ritual del baño nocturno en la Lanzada y funcionó: «casualidad o no, por probar nada se pierde: y a ellas les funcionó». Siempre añadiendo la frase talismán de que los médicos que las trataban se quedaron sorprendidos y no sabían explicar lo sucedido. El argumento popular es siempre tan contundente que desarma cualquier duda del que pregunta.

La magia de la piedra y el agua actúan más fuertes que nunca la noche previa al último domingo de agosto (imagen de Internet)

El baño en cuestión ha de llevarse a cabo justo en la media noche que da inicio al último domingo de agosto, día de la romería en la ermita. También se realiza, en menor medida, en la noche de San Juan o, apurando la desesperación, en cualquier otro día. Pero la noche más apta, la más practicada, la que mejores resultados da, dicen, es la de agosto. El acto del coito, que sin duda fue parte inherente del ritual, hoy en día no se practica in situ por razones obvias.

Retablo barroco presidido por San Martín de Tours y la Virgen de la Lanzada. Obsérvese cómo por los laterales unas aberturas permiten pasar a la parte posterior del retablo para practicar otro rito.

A partir de ahí, depende de donde se consulte, todo son variantes. Algunas fuentes aseveran que lo mejor era, previamente al baño, hacer el amor en una oquedad de roca que se dice que es la cuna de la Virgen. Tiene incluso unas escaleras que por un túnel descienden desde la ermita hasta ella. Otras al parecer se conforman con el sentarse o tumbarse en «la cuna» tras el baño, acompañada del hombre, y desear con muchas fuerzas el embarazo. Conocidos otros rituales de fertilidad similares en Galicia, esa roca transmitiría unos poderes sobrenaturales sobre el cuerpo, facilitando la preñez. Cómo no, el relacionarlo con la cuna de la Virgen es una adecuación posterior que el cristianismo hace sobre el ritual popular pagano.

Otras muchachas más recatadas tan solo depositan flores allí, en la piedra que baña el mar, como pude comprobar yo mismo. Y se conformaran con soñar con sentir algún día una criatura en su vientre.

Oquedad rocosa que se interpreta como la «cuna» de la Virgen. Ahí es donde se realizan los rituales de fertilidad. Pueden apreciarse los restos de ramos de flores ofrendados por parejas que buscan descendencia y tienen problemas para ello

Sea como fuere, confluyen allí tres elementos en esa liturgia tan curiosa: la ermita con su Virgen, como purificadora y cristianizadora de todo ello, y los dos elementos mágicos paganos: la piedra con sus efectos mágicos sobre el cuerpo y el mar. Sobre este último, dice la tradición que la muchacha ha de introducirse en la playa cercana, en plena oscuridad, para que nueve olas le rocen en el vientre, a modo de bendición, una por cada mes de embarazo.

El lugar se practican más rituales mágicos. Por unas aberturas laterales puede pasarse a la parte posterior del retablo. Allí hay dos escobas con las que hay que barrer un trozo de suelo para limpiar también, por intercesión de la Virgen, el mal de ojo y la mala suerte. Es Galicia, la última gran reserva de las creencias populares…

Los más estudiosos de este curioso ritual, no dudan en relacionarlo con lejanos cultos paganos precristianos, ya recogidos en la mitología clásica, especialmente en referencia al nacimiento de la diosa Afrodita, diosa Venus para los romanos. «Venus es la concha y la concha es el sexo femenino. La playa tiene forma de concha y el mar con su fuerza penetra en la arena, de tal manera que la espuma representaría el semen» rezan las informaciones sobre el lugar. Poco más se puede pedir: que la suerte sea favorable y que ninguna muchacha que desee ser madre se quede sin poder conseguirlo. O al menos, que se entreguen al gozo bajo la luz de la luna. Que cuanto más se intente, más posibilidades hay de que se dé un final feliz.


Los de Atxuri en la romería del Yermo

Desde que tenemos noticias documentales de su existencia en la Edad Media, era Santa María del Yermo un templo de gran renombre y proyección, ligado a grandes linajes algo que convierte a nuestro templo en sobresaliente. Pronto se le atribuyen cualidades milagrosas y ello supone que la gente codicie enterrarse allí, que se firmen numerosas donaciones testamentarias para el santuario y que comience a peregrinar gente hasta allí, buscando la solución divina a sus cuitas humanas. Y pronto se convierte en renombrada la fiesta su romería.

PERO EN ESTA OCASIÓN queremos hacer especial mención al punto álgido de sus romerías, en las décadas a caballo entre el XIX y el XX ya que se lo debemos a una cuadrilla de entusiastas jóvenes que se reunían en la taberna de Paloca (Atxuri) y que se encargaron de llevar a miles y miles y miles de bilbaínos hasta la romería de Laudio, un pueblo que se vio abrumado por el gentío que, desde la ciudad, acudía a aquel delicioso paraje de montaña.


La sociedad vasca de fines del XIX vivía sumida en una gran crisis emocional, de pérdida de valores, tras habérsele arrebatado definitivamente sus fueros (1876). Eran tiempos de revisión romántica del pasado y de la idealización de las añoradas esencia e identidad vascas que veían como, día a día, se desvanecían.

Por ello, al margen de pasear y dejarse ver, a la nueva sociedad bilbaína le encantaba usar ese recién aparecido tiempo libre para reencontrarse con la esencia rural que se desvanecía, gozándola de un modo quizá artificioso o recreado. Así se ponen de moda, por ejemplo, las casas txakoli —una especie de merenderos a donde se iba a pasar el día festivo— u otros lugares en los que pudiese disfrutarse del tipismo vasco, aquello que ya se intuía desaparecer.

Llegada de romeros bilbaínos a la romería de Santa Lucía. Obra de 1925 reinterpretada para un calendario de 1952 del empresario Arcadio Corcuera.

De ese modo, surgen en el Bocho cuadrillas de jóvenes con gran iniciativa, como lo fueron el Kurding Club —por las «curdas» que cogían— o, especialmente relevante para nuestro caso, el grupo de la taberna de Paloca, en Atxuri, sobrenombre con el que se conocía a Anastasio Bergara Etxabe (1838-1920) un comerciante de vino y que también lo vendía al por menor, de chiquiteo.

Desde aquel punto de encuentro comenzó una cuadrilla de clientes asiduos a organizar en sucesivos años expediciones de bilbaínos a la romería del Yermo, en donde se encontrarían con lo más auténtico del paisanaje rural, algo que durante muchos años se convirtió en un clásico. Recuerdo de aquella intensa relación entre poblaciones, también se comenzó a apodar Paloca a la taberna que los Urquijo tenían en la plaza de Laudio, gestionado años después por Miguel Urquijo Maruri, el hermano del compositor Ruperto y también alcalde. Por cierto, la joven camarera del local era Maricrus, tan presente en los cánticos populares de Ruperto.

Ayudaría el hecho de que el bar de Paloca era en lo político un conocido foro del pensamiento liberal, coincidente con la del Marqués de Urquijo, lo que facilitaría la sintonía en el devenir de nuestra historia.

Aquella gran avenida de bilbaínos, se vio además facilitada por otra aportación de los tiempos modernos, el ferrocarril, que había cambiado nuestro mundo desde que 1863 nos uniese con Bilbao. Se fletaban trenes especiales para transportar a los miles de bilbaínos que acudían al reclamo de la fiesta. También, como es bien recordado en el pueblo, prostitutas que arribaban para dar rienda suelta al negocio del fornicio. De ahí que en los ambientes locales de Laudio, de carácter mayoritariamente conservador —carlista— y rural, observasen con mucho recelo aquellas modernidades que atentaban contra la decencia, por lo que disfrutaban más y de un modo más natural y propio el día de San Antonio, dejando los desmanes de la de Santa Lucía para los foráneos. Por eso entre nuestros laudioarras mayores aún se conoce la fiesta de Santa Lucía como «la romería de los vizcaínos«. Pero no adelantemos acontecimientos…

Sea como fuere, las noticias de prensa de aquella época reflejan a la perfección el ambiente que se vivía por aquel entonces. Y cómo aquellos jóvenes entusiastas del Paloca organizaban con detalle el evento. Hasta se ocupaban de señalizar el camino por donde «…subiendo van los romeros, por Bentabarri [Larraskitu] ya se les ve pasar…» que cantase Ruperto Urquijo. Dice lo siguiente el Noticiero bilbaíno de 8 de mayo de 1886:

«Se preparan para el día 14 solemnes funciones y fiestas en el santuario de Santa Lucía de Yermo, donde además de las misas de costumbre, habrá romería con tamboril y ciegos, esperándose que este año acudirá aún más gente que en los anteriores, puesto que se han arreglado los caminos y senderos, particularmente el que desde Bilbao se dirige a dicho santuario por San Roque y Pagasarri, poniéndose jalones con señales para que nadie se extravíe».

Cada año se intenta mejorar la edición anterior y, gracias a aquella aportación foránea, la fiesta de Santa Lucía va ganando en grandiosidad y suntuosidad. Se dan entrañables escenas en las que se funden dos mundos antagónicos, el de lo moderno y lo tradicional, el de lo urbano frente a lo rural. Nos sobrecogen solamente con imaginarlas:

«Anteayer asistieron a la romería de Santa Lucía de Llodio diecisiete individuos de buen humor todos vecinos de Atxuri y que suelen reunirse en la taberna de Paloca. Los expedicionarios hicieron el viaje en un coche particular que iba adornado con banderas. Entre los romeros figuraban uno vestido de municipal y otro de heraldo. En el trayecto entre Bilbao y Llodio fueron disparando cohetes. Al llegar a Llodio todos los romeros se colocaron en correcta formación, el heraldo que llevaba una corneta se puso a la cabeza y entraron en el pueblo ejecutando una marcha vascongada al estilo antiguo. Todos los aldeanos al paso de la comitiva se descubrían. Llegaron los expedicionarios al punto en donde se celebraba la romería y allí el Ayuntamiento en Comisión salió a recibirles. El alcalde les manifestó que por su antecesor sabía que eran gentes de buen humor y que les daba permiso para que se divirtiesen todo cuanto quisieran. Poco antes de empezar la fiesta fueron retratados con el Ayuntamiento, la Guardia Civil y un asno que conducía un enorme pellejo de vino. Después fueron retratados haciendo el aurresku. Terminada la comida se presentó el Ayuntamiento en la casa en donde se hallaban los expedicionarios para darles las gracias por la visita. Los romeros una vez terminada la romería regresaron a esta Villa a donde llegaron a las 10 de la noche prometiendo volver el año próximo y sumamente reconocidos por el comportamiento del Ayuntamiento de aquella localidad» (Noticiero bilbaíno, 16 de mayo de 1894).

RRomeros llegando a Santa Lucía, una de las últimas obras de José Arrue (pinchar en el enlace)

El asunto fue a más y al año posterior acudió de manos de aquellos entusiastas nada menos que el Orfeón Bilbaíno, que se sumó a la banda de música local y los tamborileros locales.

El año siguiente, 1896, aquella «delegación del bilbainismo» quizá alcanzó su punto álgido al organizar con una comisión de nada menos que veintitrés miembros del Paloca, diversos actos, preparados con varios meses de antelación para que nada pudiese fallar. Ellos mismos buscaban la financiación de aquello que «regalaban» a la fiesta de Laudio. Nos lo cuenta así el Noticiero bilbaíno de 29 de enero de 1896:

«La romería de Santa Lucía que en Llodio se verificará este año promete verse más concurrida que en años anteriores. Veintitrés individuos de esta villa, algunos de ellos muy conocidos por su jovialidad, han dispuesto reunir fondos para celebrar con la debida pompa el día de la festividad citada. Al efecto uno de los expedicionarios ha redactado un reglamento cuya magnífica portada e introducción demuestran las envidiables cualidades caligráficas de su autor. Para fines del próximo mes harán también dichos romeros un cartel a varias tintas que ha de resultar sorprendente si ha de juzgarse por el Reglamento que hemos visto. Este cartel que ha de anunciar los festejos que celebren se expondrá en el establecimiento que en Achuri tiene el concejal señor Vergara», en referencia a Anastasio Bergara, Paloca.

De nuevo acudió para cantar la misa el Orfeón Bilbaíno y hubo diversos actos institucionales de hermanamiento, con intercambio de discursos, agradecimientos y regalos, muy al estilo de la época. El presente más reseñable de ellos es el bello cuadro de Marcelino Gómez que entregaron al alcalde del momento, Luis Plaza, y que desde entonces se exhibe con orgulloso en el salón de plenos de la casa consistorial de Laudio.

Cuadro regalado por la «Sociedad Expedicionaria» de los muchachos del Paloca, exhibido en el salón de plenos municipal

De ahí en adelante, la romería fue en aumento de visitantes, con refuerzo del servicio de ferrocarriles, aunque ya con menos relevancia de aquel grupo del Paloca. Probablemente tuvo que ver un acontecimiento político ya que el tal Paloca, un relevante personaje también el lo político, en una votación crucial en diciembre de 1898, traicionó a su grupo en Bilbao y votó a favor de sus adversarios, los carlistas. Aquel transfuguismo fue algo muy denostado por todo su entorno y vilipendiado por la prensa liberal. Un detalle que, desde luego, no iban a dejar pasar por alto el marqués Estanislao Urquijo ni toda su cohorte política local.

En cualquier caso, nuestra romería continuó exitosa hasta la Guerra Civil, sin el impulso de los del Paloca pero viva por su inercia y, dicen, es a partir de los trágicos acontecimientos bélicos cuando todo comenzó a declinar.

También se cree que aquellos promotores bilbaínos hicieron buena amistad con un chaval de Laudio. Y que por eso, alguna década después y en varias ocasiones, bajaron a Bilbao unos laudioarras montados en unas carrozas tiradas por bueyes. Era el músico Ruperto Urquijo (1875-1970), que pretendía devolver el favor con el mismo ánimo de alegrar el espíritu trabajando la convivencia en buena armonía. Si es que el mundo es un pañuelo. A partir de ahí, todo es sabido. Todo salvo el siempre incierto futuro, que tan solo depende de nosotros.

NOTAS: Cuba. No gozó el compositor Ruperto Urquijo de los años más esplendorosos de los expedicionarios del Paloca pues se encontraba en la guerra de Cuba, de donde regresó enfermo en marzo de 1897. Era aquella contienda bélica la preocupación social del momento, lo que pesaba sobre el ambiente. También con gris reflejo en las fiestas del Yermo, tal y como lo recogen las noticias del momento: « Hoy ha tenido lugar la consabida peregrinación a Santa Lucía del Yermo con un tiempo delicioso para implorar por la intersección de tan milagrosa santa la terminación de la guerra de Cuba y librar de las demás calamidades que afligen por el presente a nuestra querida y valerosa patria. Han asistido los 29 pueblos que componen el Arciprestazgo de Ayala que han dado un contingente de 2200 personas y unidos a este número los que han asistido de los demás pueblos circundantes en el Santuario pasaban de 3500. […] Arraigó con entusiasmo y voz potente sobre el objeto de la peregrinación dando valor a muchas desconsoladas y afligidas familias cuyos valerosos hijos, abandonado el hogar paterno, han ido a guerrear con heroísmo por la integridad de la patria. Hubo momentos en que hizo llorar a la gente y sobre todo a muchísimas madres que no dejan de suspirar por sus hijos […]. A expensas del Excmo. Marqués de Urquijo se obsequio a los peregrinos con ración abundante de carne y pescado con su correspondiente pan y vino» (Noticiero bilbaíno, 16 de septiembre de 1896).

Recuerdos de Santa Lucía. Junto a aquellas masas humanas que acudían desde la capital de Bizkaia llegaba también la modernidad a nuestro pueblo y, por ello, todas las costumbres y estética «de antes» parecían desvanecerse.

A eso canta Ruperto Urquijo (1875–1970) en su centenaria canción «Recuerdos de Santa Lucía«. Quedaos especialmente con el mensaje de su letra, cargado de añoranzas con el pasado:

«Ya no se ven las aldeanas bailando junto a la ermita. Ya no se ven las aldeanas, ya son aldeanas artistas. Ya no se ven guapas mozas con sus vistosos pañuelos, delantal, trenzas hermosas a poca altura del suelo. Ya no bailan las aldeanas guapas, con el sello que las distinguía. No tienen las alegres paseras el sello de aquellas porque se perdió. Ya no tienen las alegres pascuas la belleza pura y natural que le daban las aldeanas guapas en día tan bello… bello sin igual»

PODÉIS VERLO Y ESCUCHARLO AQUÍ:
https://www.youtube.com/watch?v=p4I-twxPR7k

Segunda obra regalada. Además del cuadro que se exhibe aún en el salón de plenos de Llodio, se hizo entrega de otra obra de arte de la que nada más hemos sabido. La había elaborado con gran esmero Benito Ordeñana, profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao. La describen así las noticias de la época: «El trabajo es un verdadero capricho […] lleva dibujada en el fondo una diligencia con los tamborileros vestidos de casaca roja y tricornio en el testero, dentro los alegres expedicionarios [los muchachos del Paloca de Atxuri] y a la zaga un lacayo de sombrero de copa y levita» (Noticiero bilbaíno, 25 de mayo de 1896).

Fecha de la fiesta. Siempre se celebraba el lunes de Pentecostés que, como su nombre en griego indica, son cincuenta días tras la resurrección de Cristo. Una fiesta cristiana que, una vez más, tiene su origen en los ciclos de la agricultura. Sea como fuere, dicho de un modo más pragmático y sin connotaciones ideológicas, la fecha elegida era el lunes situado cincuenta días después del primer domingo tras la primera luna llena de la primavera. ¡Qué cosas! Pero, desde 2013 y a petición de los vecinos del lugar que organizaban la fiesta, se celebra el último lunes de mayo.

La taberna de Paloca. Se trata de un edificio construido en 1848 en el que Anastasio Bergara, alias Paloca, ocupaba tanto la planta baja, donde se halla la taberna-almacén, como el primer piso, de vivienda. Fue uno de los bares modestos en lujos pero emblemático en el chiquiteo bilbaíno. Con el tiempo fue decayendo, convirtiéndose en un bar muy vulgar, en el que en sus últimos años, la clientela solo acudía por las chicas de sexo fácil que allí ofrecían sus encantos y/o miserias. Sabemos que a primeros de 1968 ya estaba definitivamente cerrado, más de un siglo después de su apertura. Quien nos diría que aquel antro iba a ser tan relevante para la historia de Laudio.

Ver para creer: ¡que santa Lucía nos conserve la vista!

Imagen del año pasado, con aquello del «Al mal tiempo, buen vino». Este año nos quedamos sin la legendaria romería consecuencia de la pandemia.

El «pan jaiko»

Con el nombre de pan Jaiko se denominaba un pan especial que, con fines más allá que el simple alimento, se consumía en Laudio en día de hoy —Domingo de Resurrección en el credo católico— y mañana. Es poca, poquísima, la gente que lo recuerda y por ello queremos hablar de él, en especial por dar testimonio de esa denominación inédita jaikoy que sin duda hace referencia al carácter ‘festivo’ del mismo, a partir de jai ‘fiesta’.

En lo morfológico, era un pan más plano que lo habitual y con forma de triángulo, características que lo hacían inconfundible.

Mi padre (1934) y madre (1941) lo recuerdan de su infancia como un pan especial, muy apreciado que, de vez en cuando y sin fechas concretas, se cocía aprovechando la hornada de pan semanal. Otra tía mía —Carmen Olabarria (1938), del caserío Kastañitza— recuerda afortunadamente con más detalle cómo su madre Felisa Arza (1915-2001), les preparaba aquel pan para estos días concretos, domingo y lunes pascuales, adornándolo con un huevo en su centro. En lo personal, me ha resultado imposible recabar más información, a pesar de haberlo intentado con bastante gente.

Felisa Arza (1915-2001) preparaba el característico pan de tres puntas con un huevo para sus hijos. Era el pan jaiko, propio de las fiestas pascuales

Sabemos por informaciones de otros municipios que se trata de la Pazkopila —’torta pascual’— y que se ha conocido con otras denominaciones populares como ranzopil (San Román de San Millán), arrazobi (Agurain), arraultzopil (Ganboa), mokotza (Gorozika, Zornotza, Arratia), mokorrotea, paskopille (Bermeo y Busturia), Cornite (Santurtzi), besotakoi (Zerain), kaapaxue (Elosua-Bergara), karapaixo (Arrasate, Eskoriatza), garapaio, karrapio, Samarko opila (Oiartzun, en referencia a San Marcos, 25 de abril, día en que se repartía), morrokua (Dohozti), adar-opil (Bera)… según recoge el Atlas Etnográfico de Vasconia en todos los territorios de Euskal Herria, a través de infinidad de encuestas sistemáticamente realizadas hace varias décadas.

PADRINOS Y MADRINAS. Nombres como el de besotakoi de más arriba — de besoetako ‘padrino’ o ‘madrina’— nos advierten de otra característica, olvidada ya en Laudio, y que consiste en la costumbre de que ese pan lo regalen padrinos y madrinas — en especial las madrinas— a sus ahijados. Simboliza probablemente el hecho de que, suceda lo que suceda en la vida, se garantiza la continuidad familiar porque, como sabemos, los padrinos son los sustitutos legítimos en caso de fallecimiento de los padres.

Esta costumbre no es en absoluto exclusiva de Euskal Herria sino que es de carácter general: «pola Pascua os padriños regálanlles ós afillados ovos, roscas ou bolos de pan» (Carlos Sixirei, 1982)

Pan jaiko elaborado para la ocasión por la panadera artesanal Aida Fuentres Iza, a semejanza de las mokotza de Arratia. El de Laudio era —según los escasos testimonios disponibles— más plano y con un solo huevo central o ninguno y sin chorizo. Aunque con seguridad no existían cánones rígidos y la variedad sería amplia

TRES PUNTAS. No descartaría en absoluto que esas tres puntas que caracterizan a la mayoría de los panes pascuales citados representen la Trinidad, el sanctasanctórum irresoluble de la multiplicidad de la divinidad cristiana. Tampoco que nuestro pan esté directamente ligado a la liturgia cristiana: no olvidemos las oblatas u obladas, ofrenda que se lleva a la iglesia y se da por los difuntos, que regularmente es un pan o rosca.

Tres es asimismo el número mágico en la cultura vasca, la cantidad concreta de vueltas que no se pueden dar a una iglesia, cementerio o casa si no queremos caer en una maldición eterna. Como tres eran las vueltas que debían dar a un árbol aquellas personas que deseaban convertirse en brujas.

De todas formas, también existen estos panes con forma alargada, redonda, de rosco, etc: se trata de lo mismo.

SÍMBOLO EQUINOCCIAL. El pan es el alimento con más variedad de carga simbólica y ritual entre todos los que existen. Pero, además, en esta ocasión incluimos el huevo, famoso «huevo de Pascua» en infinidad de culturas, y que representa el nacimiento o, mejor dicho, el renacimiento, la inmortalidad o la eternidad.

Todo ello se corresponde con las primigenias fiestas de culto al equinocio que acabamos de superar, cuando la luz, una vez más, ha triunfado sobre la oscuridad y nos promete prosperidad y abundancia, bien simbolizado por el huevo.

Aquellas fiestas paganas son adoptadas para sí por la Iglesia, difuminando el sentido original, y adaptándolo a sus necesidades. Pero están íntimamente ligadas. De ahí que nuestro Domingo de Resurrección —hoy— sea el primer domingo posterior a la primera luna llena de la primavera, es decir, tras el equinoccio que da paso a la primavera.

ABERRI EGUNA. La Pascua en sí es una fiesta de origen judío y rememora en su origen el rescate y liberación que Yahveh hizo del pueblo judío que estaba en manos de los egipcios. Idea que, dicho sea de paso, sirvió como modelo a Sabino Arana para declarar este domingo como fecha del renacimiento de la patria vasca o Aberri Eguna.

Tanto el huevo como el pan jaiko simbolizan el renacer de la luz y la vida. Es ese el sentido que Sabino Arana, basado en los textos bíblicos, quiso dar (aunque nunca lo confesase expresamente) en su ideario al Aberri Eguna, día de la patria vasca, celebrado en el Domingo de Resurrección .

También aquella Pascua judía rememoraba el cuarto día de la creación del mundo y que según el Génesis, separó luces y tinieblas y organizó día y noche, luna y sol o, entre otras, las estaciones del año, dando prioridad a la luz que había de gobernar el universo.

Imagen de la celebración de la pascua judía que, además del cordero sacrificado (ritual de fertilidad), incluyen el huevo y un pan fino. Imagen: Shutterstock (tomado de la red).

Con el mismo sentido del resurgimiento de la oscuridad y muerte hacia la luz y vida eterna, plantea el cristianismo posteriormente la resurección de Cristo el día de hoy.

JAIKO. El nombre laudioarra de jaiko ‘de fiesta’ hace sin duda referencia a un aspecto olvidado hoy: la salida de un período largo de penitencia —la Cuaresma, al igual que la fiesta de salida del Ramadán musulmán — que se celebraba con el repique de campanas que han permanecido silenciadas durante la Semana Santa y, sobre todo, con el consumo de carne, normalmente cordero —o cabrito—, acompañado del vino y la alegría que se habían prohibido hasta entonces.

Tal era el gozo de este día que, en otros lugares lejanos (Arzúa-Coruña, Lugo…) documentamos cómo las mozas rompían en la calle los cacharros más viejos o deteriorados y hasta lanzaban huchas de barro por encima de la imagen de la Virgen que era sacada en procesión (Cacheda Vigide, 1989). No sería extraño que en Euskal Herria se hubiesen dado muestras de júbilo similares.

Era la liberación de las ataduras, de las penurias y renacía la vida. Sin duda, en el ámbito popular vivida como una fiesta de los placeres humanos, mucho más allá de la idealización de la resurrección de Cristo.

También somos conscientes de que, con estas líneas, rescatamos de las tinieblas del olvido el testimonio y la denominación jaiko, resucitándolos para darle una nueva vida, otra oportunidad, también ahora pensando en la prosperidad primaveral y en la eternidad de nuestra cultura tradicional.

Cómo fabricar culebras y otras creencias

La contestación era oro molido. Nunca habíamos hablado de ello en casa, por lo que aquella respuesta me dejó estupefacto.

Era diciembre de 2018 y, en una visita rutinaria a casa de mis padres, les pregunté por una extraña creencia que el sacerdote José Miguel Barandiaran había recogido en sú día de un informante de Laudio —J. C. de Orue— en 1935.

Decía en aquellos apuntes manuscritos y aún sin publicar que «se cree [en Laudio] que las cerdas del caballo, depositadas en un lugar pantanoso o simplemente húmedo, al cabo de tres meses, se convierten en culebras».

Las serpientes surgen, según creencias populares, del contacto del agua con los pelos de yeguas o caballos.

Sabía además que aquello no era algo puntual o local sino que se trataba de una creencia generalizada, ya que teníamos otras referencias recogidas en otros pueblos por el también sacerdote R. Mª Azkue: «Un cabello puesto en una jofaina se convierte en culebra», «Las crines de yegua se convierten en culebras en el agua», «Las culebras de los arroyos son producción de los pelos del caballo» entre otras (Euskalerriaren Yakintza-I, 1959).

Al preguntarle —y sin poner mucha esperanza en la contestación—, pronto respondió mi padre, airoso, fehaciente como pocas veces, sintiéndose dueño y señor del relato: «Sí, hombre… Yo también he visto de chaval. Ya me acuerdo de una vez que, cuando éramos chavales, hizo Pedro al lado de casa. Sí, unas culebras, con pelos de yegua en un bote… Allí se veía como se les iba haciendo la cabeza, dentro del agua. ¡Bah! Pero al de un tiempo nos aburrimos y lo tiramos todo».

Se refería a Pedro, el hermano con el que estaba todos los días, su gran confidente y que acababa de fallecer un par de meses atrás.


Mi padre junto a su hermano Pedro (1928-2018) charlando sobre mil y un vivencias, como aquella de que, siendo un chaval, fabricaba culebras en un bote lleno de agua.

Dejó el relato y, pensativo, volvió a ensimismarse mientras movía una y otra vez, inquieto, las leñas del fuego bajo.

Pronto mi madre, que también había recibido con asombro aquella creencia que ella desconocía, sin pretenderlo, volvió a encauzar la conversación. «Buf, las culebras… ¡qué asco de animales! Enseguida se metían en la cuadra para poner los huevos al calor de la basura. Y lo malo es que bebían la leche».

Y es que, para quien lo desconozca, a pesar de no tener nada que ver con la realidad, dentro del conjunto de las creencias populares, se piensa que las culebras y serpientes pierden el sentido por la leche, una tentación que les resulta irresistible.

Mi madre (Olarte-Laudio, 1941) y mi padre (Markuartu-Laudio, 1934) frente al fuego de casa, el gran confesor de cuentos de serpientes y otras creencias. Son los de esa generación, los últimos guardianes del tesoro de la cultura popular acumulada durante siglos

Así contó como a «alquien conocido de no sé qué caserío» —porque así de imprecisas son y han de ser esas referencias que validan todo sin ser verdad— le había sucedido que la vaca no daba leche, ni un día ni al siguiente ni al otro, hasta que se dieron cuenta que había una culebra en la cuadra. Porque las culebras se yerguen y maman la leche de las ubres sin que los animales se den cuenta. Legendaria es la astucia de estos animales, como nos inculcaron desde la misma Biblia.

Existe la creencia generalizada de que las serpientes maman la leche de los animales. Fuera ya de Euskal Herria, se cree que también la tomaban de las madres humanas, mientras dormían

Aquella debilidad también se aprovechaba para sacarlas de la cuadra. Ahora al unísono y solapándose, los dos —padre y madre— me aseguraban que se ponían varios platos, enfilados, con un poco de leche en cada uno para así ir indicando a la culebra el recorrido que debía tomar para salir hacia la calle, para alejarla del caserío. Varios platos o no, porque a veces también valía con uno solo. Y funcionaba, vaya que si funcionaba… aunque nadie lo ha visto jamás.

Asimismo, en nuestra misma casa vivía Angelita —Ángela Goiri Egia (1925-2019)— natural de los caseríos de Izardui (Laudio) y que, por diversas razones de vecindario, para mí siempre había sido una especie de tía.

Recuerdo cómo, siendo muy chavales, nos contaba con todo lujo de detalles un caso que ha ella le habían contado recientemente. Una vez más, le había sucedido a «un chaval conocido de no sé qué caserío» que le mandaron ir a coger agua a la fuente. Con tan mala suerte que, fatigado, se durmió mientras llenaba el botijo. Recostado en el suelo, una culebra se le introdujo por la boca y se alojó en su interior. Nadie adivinaba a saber qué le sucedía a aquel muchacho que, de un día para otro, iba perdiendo salud. Hasta que a alguien más experto, se le ocurrió pensar que podría tratarse de una serpiente. Llevaron al muchacho a la fuente y lo colocaron en la misma postura, recostado y con la boca entreabierta, imitando en lo posible el estar dormido. Fuera, un plato bien colmado de leche que pronto surtió efecto: salió la culebra y por allí se perdió entre unos matorrales. Por eso nos advertía Angelita que, como moraleja, había que tener cuidado de no dormirse en el monte. Y menos con la boca abierta.

Entusiasmado con lo que me habían contado mis padres, le pregunté de nuevo por aquel relato de 40-50 años atrás. No lo recordaba ya. Falleció unos meses después.

Angelita Goiri (1925-2019) junto a su esposo Lázaro, a la que le volví a preguntar por sus lejanos relatos de serpientes

Quizá el olvido fue una respuesta natural pues, siendo como era buena cristiana e intuyendo su final, no olvidaría la maldición bíblica lanzada sobre el reptil: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu prole y su prole». Y es que desde entonces la serpiente pasó a ocupar para siempre un lugar maldito en su relación con los humanos. De ahí que nadie quiera saber nada de ellas salvo en cuentos y creencias.
Desgraciadamente, en breve habrán dejado para siempre las culebras de beber platos de leche. Más aún si eran culebras de aquellas que se metían en el caserío, aquellas que se fabricaban con pelos de yegua metidos en un bote de agua…


Notas: Aunque sea una creencia propia de Vasconia, no es exclusiva de ella, ya que es algo compartido en el tercio oeste de la península así como en varios países de Sudamérica.

De las serpientes que bebían de los pechos de las mujeres, se dice que insertaban la cola en la boca del bebé para engañarlo y para que así no despertase a la madre. Otra muestra de su legendaria astucia…

Por otra parte, al introducir los pelos en agua se retuercen y pueden dar la sensación de movimiento. O quizá se relacione esta creencia con algunos animalillos que habitan en el agua no corriente de algunas fuentes.
Quizá de ahí la costumbre, también del ámbito vasco, de purificar con una expresión jaculatoria (amén, Jesús…) aquellas aguas que se cogían tras la oración que anunciaba la llegada de la noche. O introducir un tizón encendido en el recipiente, haciendo con él la señal de la cruz.

El fuego nuevo

El fuego ha sido desde el principio de los tiempos el distintivo cultural principal de la especie humana, el elemento que inducía la reunión de los individuos, lo que cohesionaba familias y sociedades, el oráculo frente al cual se exponían todas las preguntas y respuestas unidas a la efímera existencia humana. Es, al fin y al cabo, la herramienta mágica con la que dominar el mundo y sus designios. De ahí que, durante tantos milenios de convivencia entre el fuego y las personas, lo hayamos tupido de connotaciones simbólicas.

Sin embargo, todo ello parece haberse derrumbado en los últimos tiempos y corremos el riesgo de perderlo para siempre. Ahí van pues estas reflexiones que pretenden luchar contra la normalización y globalización del olvido sistemático y resistir frente a la desmemoria popular.

FUEGO Y TEJA. Sin ir muy lejos, en la cultura vasca, el contar con un fuego perenne es lo que convertía cualquier edificación en un hogar —hogar, ‘lugar de fuego’—, el rasgo inequívoco que lo diferenciaba de cabañas u otros refugios temporales… La constatación de un fuego era lo que posibilitaba adquirir la vecindad en una población. De ahí que, en su extrapolación simbólica, se añada un trozo de teja y otro de carbón bajo todos los mojones, como muestra incuestionable de su legitimidad, porque todo aquel que viviese bajo teja y tuviese un fuego ya estaba facultado para poseer y para formar parte de aquella comunidad.

FOGUERACIONES. Es tal la importancia del fuego, que los primeros censos de población se elaboran en base a los fuegos domésticos, a las hogueras y no a las familias. De ahí su nombre de «fogueraciones«. Y es a esos fuegos a los que se les vinculan unas «almas», las personas que viven bajo su protección. Sin duda, aquella forma de actuar de la Administración recogía la forma de entender la existencia en aquellas épocas, diferentes a las actuales.

FUEGO ETERNO. Y, como el fuego del hogar era lo que hacía a alguien digno de ese lugar, no podía apagarse bajo ningún concepto durante el año. Algo similar a la llama eterna en templos o en monumentos memoriales. Por ello cada noche se cubrían los rescoldos con ceniza para avivarlos a base de soplidos o fuelle a la mañana siguiente. Como si del alma de un ser vivo se tratase… Suponemos que, al margen de las razones simbólicas, también habría que tener en cuenta las prácticas ya que era sumamente costoso encender un nuevo fuego, con eslabón y pedernal o, incluso frotando maderas entre sí.

FUEGO SOLIDARIO. Ante la importancia del fuego perenne, no es de extrañar que el mismo fuero de Navarra describa y recoja por escrito una obligación que, con seguridad, era común en la interrelación vecinal tradicional. Así lo recoge Yanguas (1828):

«EL FUEGO: Debe darse recíprocamente en los pueblos de Navarra, escasos de leña,los unos vecinos a otros, dejando para ello en el hogar, después de haber guisado la comida, tres tizones a lo menos. El que necesite de fuego acudirá a la casa del vecino con un tiesto de olla, y en él una poca de paja menuda; dejará el tiesto a la parte de afuera de la puerta de la casa, subirá al hogar, atizará el fuego, tomará ceniza en la palma-de la mano, y sobre la misma ceniza pondrá las ascuas que quisiere llevar al tiesto, dejando los tizones del hogar de manera que no se apaguen. El vecino que se escusare a dar fuego en esta forma pagará 60 sueldos de multa».

Sabemos que, en otras ocasiones, el fuego del hogar se transportaba a otros lugares en donde fuese necesario sobre una yesca atada a una cuerda mientras se hacía girar para que con el aire se avivase. Así eran encendidos muchos caleros, etc.

Fuego en el hogar de la casa que me vio nacer, en donde el tiempo parece no transcurrir

RENOVACIÓN DEL FUEGO. Aquel fuego que se mantenía vivo durante todo el año era conscientemente apagado para ser renovado en ciertos días del año. Uno de ellos, era el de la noche de Nochebuena, sin duda imitando el declive solsticial del sol que luego renace con fuerza para dar vida y prosperidad en la fecunda primavera. El apagar el viejo suponía, por otra parte, el poner fin a lo anterior, haciendo una especie de borrón y cuenta nueva.

El nuevo fuego o suberri se tomaba o de unas hogueras rituales que se hacían en comunidad esa noche en la plaza del pueblo o se hacía directamente en el hogar, quemando en muchas ocasiones unos grandes troncos traídos del bosque en un curioso ritual.

En algunas poblaciones ese tronco daba el fuego para todo el año y, en otras, lo más común, hasta nochevieja, en donde se repetía la operación de apagado y encendido de otro suberri o ‘fuego nuevo’. También en algunos lugares de Euskal Herria se han hecho suberris en Semana Santa, con penosos rituales de encendido a base de frotar maderas entre sí, para celebrar la resurrección de Cristo.

CREENCIAS EN TORNO AL FUEGO. Recuerdo cuando de jóvenes (1985), conviviendo algunos días con el pastor José Mª Olabarria en su chabola de Lexardi (Itzina, Gorbeia), nos llamaba la atención observar cómo escuchaba el fuego. Porque por sus chisporroteos, decía, se sabía de un modo infalible cuando iba a aparecer algún visitante: en él creía leer el futuro.

También disponemos de otras curiosas creencias, ligadas a la presencia de almas de los antepasados que se arriman al fuego del que en la otra vida fue su hogar. O la costumbre recogida por Azkue (Euskalerriaren Yakintza, 1935-1947) y que, entre otros, practicó mi padre en su caserío de Markuartu (Laudio): consistía en introducir a los gatos nuevos en un saco y darles tres vueltas sobre el fuego: a partir de aquel momento se les neutralizaba el instinto innato de la huida y quedaban ligados para siempre al hogar.

Pero quizá sea conveniente viajar hasta Galicia, recurrente último reductode oficios, creencias, etc. que fueron anteriormente comunes, para redescubrir cómo vivían nuestros antepasados su relación con el mágico elemento del fuego. Nos lo contó el historiador Manuel Murguía —esposo de Rosalía de Castro— en 1885, en base a los apuntes que tomó en los Ancares de Lugo. Recogió la superstición de considerar al fuego como si se tratase de un ser animado, al que había que alimentarlo cada mañana avivándolo a partir de los rescoldos de la noche anterior. «Dejarlo morir —nos contaba— equivale a un sacrilegio y se paga caro[pues] la desgracia perseguirá de cerca a la casa y los que la habitan [puesto que] un fuego muerto indicaba un lugar desierto». Aquel fuego que hacía las veces de ente protector del hogar renacía cada primero de enero: «Se limpia el hogar, se arroja el fuego de la noche y se enciende de nuevo. Para que sea propicio debe durar todo el año [y] en determinados días le arrojan flores. Cuando cuecen el pan le dan su porción, echan sobre él algunas cucharadas de grasa (manteca de cerdo) y así que se levanta la llama dicen que «el fuego se alegra». Nada sucio se arroja a la lumbre, pero muy en especial las cáscaras de los huevos, porque con ellas quemaron a san Lorenzo […]siendo éste el nombre con el que llaman al sol, mientras que el gallo y la gallina son símbolos de la abundancia por los huevos que producen: serán la personificación del sol». En Bergantiños (A Coruña), además, se recoge que «cuando uno saliva sobre el fuego, le increpan diciendo: «Judío, no escupas en el fuego,que salió por la boca del ángel«. [También] estaba prohibido mantener relaciones sexuales frente a él», tal y como nos cuenta el profesor emérito de la Universidad de Málaga, Demetrio-E. Brisset en su trabajo La rebeldía festiva (2009).

Poco más que contar, porque si no me recriminan que hago textos demasiado largos para la demanda de inmediatez en las comunicaciones actuales. Olla rápida porque, ahora, ni la placentera lectura puede cocinarse a fuego lento.

Tan solo quisiera comentaros antes de cerrarlo, que me emociona leer, escribir y sentir cosas así. Porque me transportan a lo más íntimo de mi ser, a nuestros orígenes. Porque me hacen sentir el aliento agónico de unas culturas populares que jadean doloridas y nos claman ayuda al percibir que nadie mira ya los fuegos de llama. Ya solo hay sitio para las hogueras de pantalla digital.

Un saludo desde el fuego de la casa que, hace ya bastantes años, nací. En él espero para celebrar la navidad. Espero que, al menos, hasta que me extinga yo, no se extinga él.

Felices fiestas y felices vosotros/as: solo es cuestión de mantener la llama encendida.

Castañas, almas y el odioso Halloween

Me sugerían el otro día que profundizase algo más en el triángulo existente entre el odioso Halloween, las almas de los antepasados y la castaña, fruto talismán que en estas fechas parece adquirir poderes sobrenaturales para interactuar entre el mundo que vemos y el del más allá.

Pero, en referencia a lo vasco, poco podemos contar que no sea una mera intuición o la extrapolación por comparación de otras referencias más alejadas que sí conocemos. Porque es evidente que nadie que esté vivo hoy en día ha oído hablar de aquellas lejanas creencias, creencias tomadas por tan vulgares y aldeanas que nadie se compadeció de ellas para dotarlas de eternidad en un documento escrito. No tenemos nada ni lo vamos a encontrar…

Quizá el consumo de castañas como culto a los antepasados tenga que ver con la adoración a la aparente inmortalidad o vida eterna del castaño pues, a pesar de tener el tronco viejo, hueco y sin corazón, continúa produciendo nuevos vástagos que traen frutos año tras año.

Sin embargo, no deja de resultar llamativo que en las encuestas etnográficas de inicios del siglo pasado aparezcan unas fiestas de la castaña para celebrar en el bosque la culminación de la cosecha del preciado fruto, siempre en una fecha pegante a la de Todos los Santos. O que el primer dinero conseguido con su venta se destinase puntualmente cada año a ofrecer una misa para los difuntos, para ayudar a aquellas almas cautivas en la eterna indefinición del purgatorio. Asimismo, en similares épocas (1920) y en encuestas realizadas en Zeanuri, se recoge que se recolectaban las castañas entre San Miguel (29 de septiembre) y Todos los Santos (1 de noviembre), dándose por entendido que los frutos que permaneciesen en el árbol fuera de ese período eran para esos mismos «todos los santos». Es decir, para los difuntos a los que se tiene presentes en esas fechas, más que en cualquier otro período del calendario.

Más suerte en la recogida de datos tuvieron en Asturias, gracias a unos milagrosos apuntes publicados por C. Cabal en 1925. Ahí se habla de creencias populares agonizantes, limitadas a pocas personas ya por aquel entonces, pero que debemos interpretar como la punta de un gran cúmulo de supersticiones populares que, muy probablemente, se compartirían por toda la cornisa cantábrica.

Castañas asadas en una fiesta popular

Decía en sus anotaciones que en el día de difuntos y más aún en el día anterior «…se comen las castañas en el campo a la vera de la hoguera y, al acabar, se dejan unas cuantas y se dice de este modo: «¡Este, pa(ra) que les coman les difuntos!»». Recogido en Tereñes, Ribadesella.

El mismo autor trae también a su obra otra referencia publicada en 1900 en Portugal en la que se asevera que «…en tierras de Portugal suele ponerse una mesa a las doce de la noche y colocar en ellas las castañas para la cena de los muertos» (año 1900).

Ya en fechas más cercanas, el profesor gallego Xosé Ramón Mariño, nos cita en su obra Antropoloxía de Galicia (2000) que, «fue costumbre en toda España y en Italia comer castañas cocidas y asadas en el cementerio y también en la casa» citando a varios autores anteriores. Añade que, «en Portugal, a las doce de la noche —en referencia a la festividad de Todos los Santos— ponen una mesa con castañas para los muertos» así como que «En Asturias dejan unas pocas castañas del magosto —fiesta tradicional de la castaña— para que las coman los difuntos» aclarándonos el autor que, en algunos rincones de la Galicia rural, se mantenía esa costumbre todavía en el período 1926-1965.

Fiesta de la castaña en el último fin de semana de octubre. Apilaiz (Apellániz), Araba.

Asimismo comenta que, a principio del siglo XX y en Viana do Bolo (Ourense), en la tarde del 1 de noviembre se iba al bosque a preparan la merienda del magosto a base de castañas. Al volver, los lugareños dejaban sin apagar aquella lumbre del bosque, sugestionados con la creencia de que allí se calentarían los espíritus de los difuntos que por allí pululaban por ser su festividad. Es decir, la fiesta de la castaña en esa fecha era una jornada de encuentro y convivencia entre los dos estadios de la misma realidad: la de los vivos y la de los difuntos, nunca llamados «muertos» porque, como es sabido, al fallecer no morían sino que «comenzaban una nueva vida» en otra dimensión difícilmente perceptible para los humanos vivos.

Para finalizar, ya en la red de redes, localizamos en El Correo Gallego (28 10 2007) un artículo del historiador y periodista Luis Negro Marco en el que dice que «Hasta el siglo XVII, existió la creencia de que por cada castaña que se comía el día de Todos los Santos y el siguiente de Difuntos, un alma era librada al Purgatorio».

Todo parece indicar por tanto que la ingesta de la castaña estaba en otras épocas muy cargada de simbolismo popular y que era el conducto casi mágico que ayudaba a conectar a los vivos y los seres queridos fallecidos. Y a través de ella, de una humilde castaña asada, nos asomamos hoy a un profundo pozo de arcaicas creencias, mitos y vertiginosos reencuentros con lo que desde hace milenios somos. Una muestra más que, con un poco de imaginación, nos transporta a aquel pasado en el que los vascos y otros muchos pueblos europeos éramos fieles adoradores de bosques y árboles.

No sabemos nada ya, pero todo podemos intuirlo, sentirlo o llenarlo de emociones. Porque, como dijo el gran Jorge Oteiza, «siempre el vacío, la nada, es una poética de la ausencia»

Lástima que, al contrario que en el pasado, nos resulte hoy difícil de creer que podamos hablar con nuestros antepasados para que nos cuenten aquellas vivencias de la historia con más detalle. Bueno, difícil… a no ser que comamos unas mágicas castañas.