La bruja de Lezeaga: entre el mito y la realidad

Lezeaga —Lesiaga en dicción popular actual— es un conocido paraje del municipio de Laudio. Pero Lezeaga es también conocido entre nosotros por ser, según la tradición local, el territorio dominado por una legendaria bruja. Esa bruja es, asimismo, el personaje icónico de los carnavales actuales.

Pero en todo ello hay tal mezcla de conceptos, tal revoltijo de verdades y de falsedades, que se hacen necesarias unas líneas para ordenar un poco los datos.

PERSONAJE DE CARNAVAL. Si buscamos en Internet informaciones sobre la bruja de Lezeaga, encontraremos infinidad de referencias que hablan de una tradición ancestral del carnaval, cuyo origen se pierde en los tiempos y según la cual el pueblo de Laudio ajusticia ese personaje, descargando las iras sobre él y quemándolo como rito de purificación pagano. Basta con visitar la sacrosanta Wikipedia para encontrar referencias de este calado: «El Carnaval de Llodio tiene caracteres de carnaval urbano, aunque ha conservado alguna tradición del pasado rural de la localidad. Es el caso del personaje de la Bruja de Leziaga (sic), que recuerda la leyenda de la mujer que habitaba en la cueva de Letziaga (sic), se mesaba los cabellos con peines de oro y atraía con sus hermosas canciones a los pastores llodianos que se acercaban a la cueva».

Es algo rotundamente falso pero que, una vez en la red, se copia y difunde como se inflama un reguero de pólvora. Sin embargo, curiosamente no encontraremos en ella ni una sola reseña a su realidad histórica. Y, a falta de otras referencias, también se está transmitiendo erróneamente en nuestros centros de enseñanza. Así es que, como hemos adelantado, vamos a esbozar unas líneas que pongan un poco de orden en ello, aunque quizá ya el daño sea irreparable.

Contrariamente a esas referencias de la Wikipedia y la infinidad de páginas de carnavales rurales, tradiciones vascas, etc. no tenía nada que ver el dichoso personaje con el carnaval, ni es ninguna «tradición del pasado rural de la localidad» ni existe ninguna referencia a que atrajese «con sus hermosas canciones a los pastores llodianos que se acercaban a la cueva«. Es un invento moderno quizá para describirlo de un modo más idealizado. Pero nada de ello es realidad.

El origen. Al final del franquismo, bullían mil proyectos en la sociedad y los jóvenes que en ello participábamos, intentábamos recuperar todo aquello que sentíamos como muy nuestro y que, por su connotación de vasco, había prohibido el franquismo décadas atrás. También los Carnavales, inicialmente vetados en plena contienda, en 1937 y ratificada su prohibición en forma de ley en 1940, hace ahora 60 años. Eran tiempos en los que tocaba reconstruir lo arruinado por el dictador y su genocidio cultural.

Cuando muchos de nosotros, ilusionados, intentábamos recuperar «nuestra identidad» hicimos varias reuniones para ver cómo plantear los nuevos carnavales. Yo contaba con 16 años y nos reuníamos en el instituto, donde estudiaba. Por mi juventud, participé en alguna de las reuniones si bien el peso lo llevaban los que eran algo más mayores. Se acordó que había que hacer un carnaval como en los pueblos más referenciales y recrear un personaje icónico al que ajusticiar como acto de purificación del mal acumulado y así dar paso a una nueva época de prosperidad y felicidad. Se trataba de copiar o imitar lo mejor que se conocía en Euskal Herria.

Esa figura del mal se encarnaba ya de modo tradicional en los carnavales populares de Laudio y todo el Alto Nervión con la figura de un gallo que se paseaba en una cesta por todas las casas mientras los jóvenes pedían para hacer una merienda. Al final era ajusticiado y muerto. Pero por aquel entonces la costumbre local nos parecía muy desvalida, pusilánime, y necesitábamos algo más potente y emblemático: lo de fuera siempre era mejor que lo nuestro.

J. C. Navarro. En aquellas reuniones, como representante municipal y secretario —la implicación municipal en este tipo de iniciativas era muy grande, con el novedoso gobierno de Herri Batasuna, liderado por el alcalde Pablo Gorostiaga— actuaba el funcionario Juan Carlos Navarro Ullés que, a su vez, era y es un reputado historiador local. Entre tanta divagación desnortada, él mismo, que tenía voz pero no voto, sugirió que por lo que escuchaba y por lo que parecía que se buscaba, tan solo existía un ser de leyenda con el mínimo renombre para poder adecuarse y convertirse en personaje identitario. Y, tras las oportunas explicaciones, convenció a todos, más que nada porque no se vislumbraba otra opción posible. Es más, la comisión le encargó a él mismo que se hiciese cargo de la elaboración física del personaje. Algo de calidad porque iba a salir año tras año y había que quedar a la altura que las circunstancias merecían.

Era el año 1981 y para el año siguiente, 1982, ya salió por primera vez la bruja de Lezeaga como personaje carnavalesco de Laudio. Por cierto, unos carnavales que, siguiendo la tradición, tenían su día fuerte en el martes y no en el sábado previo actual. Como hemos adelantado, fue el mismo J. C. Navarro el responsable de encargar una máscara que, en el instante previo a ser quemada, se sustituía rápidamente por una más basta y sin calidad. La figura la realizó un artesano apodado Txekun que formaba parte del grupo de teatro de calle Akelarre, de Bilbao, con sede y taller en el muelle de Marzana, tal y como en su día me refirió el mismo Navarro.

Imagen de la primera bruja de Lezeaga que desfiló los años 1982 y 1983. Foto cedida por Patxo Santamaría

Pero en 1984 algún gamberro quemó la máscara original y hubo que construir otra, con menos pretensiones por si sucedía lo mismo y tirando de jóvenes artesanos locales: Fontso Isasi, Javi Ramírez y César Fombellida. A partir de ahí, todo es rodar en el tiempo hasta este año que nuestro personaje ha desfilado en 2020 por trigésimo novena (39ª) vez.

Imagen de la figura actual del personaje de carnaval, la Bruja de Lezeaga

EL MITO. Son bastantes las referencias populares de brujas —en euskera sorgin— en Laudio pero es cierto que existe una cuyo renombre alcanza a todo el pueblo: el de la bruja de Lezeaga.

En teoría, según creencias aún bien conocidas entre los de más edad, habitaba en la parte baja del barranco de Iñarrondo —pegante a Lezeaga— y por allí hacía sus fechorías, aunque se la recuerda siempre como un personaje no maligno. E, insistimos, nada de «engatusar a los pastores» como en tantas referencias de Internet encontramos.

Las únicas y exiguas referencias que disponemos hablan de una bruja que hace el papel similar al de las lamias, a tenor de lo escuchado en cierta ocasión por J. C. Navarro (el que dio la idea del personaje para nuestro carnaval) a Eugenio Perea quien, acompañando de niño a su padre, se estremecía al pensar que debía pasar junto a las rocas del barranco de Iñarrondo donde, según se decía, solía peinarse la conocida bruja. Aunque él nunca la llegó a ver, aseguraba haber presenciado púas de peine y cabellos en el lugar.

Santuario de Santa María del Yermo enclavado en plena montaña, lugar de antiguas leyendas populares

También al hacer el Marqués de Urquijo las obras para la primera conducción de aguas potables al municipio en 1879, las muchas de averías y fugas iniciales fueron atribuidas en los ámbitos populares a la bruja de Lezeaga, que al parecer no estaba muy conforme con que perturbasen su territorio y tomaba la venganza a su manera, rompiendo y desajustando las tuberías. No sería de extrañar que fueran actos de sabotaje, pues la toma de esas «aguas de todos» para uso del nuevo palacio del marqués, fue muy contestada popularmente. No conocemos más testimonios que aporten novedades: tan solo reseñas que no hacen más que dar más difusión y amplificar la leyenda.

Que conozcamos, la primera referencia documental de nuestras brujas la da Becerro de Bengoa en su libro Descripciones de Álava (1880) en donde, al describir las canteras de los montes que rodean el municipio de Laudio, dice: «…y las de Leshéaga (sitio de las cuevas) con sus tradiciones sobre las brujas». No conocemos nada anterior. Pero nos habla de brujas y no de una concreta como hoy nos es incuestionable.

REVISIÓN HISTÓRICA. Es llamativo que alguien tan versado en el tema como lo fue José Miguel de Barandiaran, al estudiar e intercambiar muchas informaciones sobre ese lugar a principios de XX, nos hablase de que, sobre el santuario en la zona superior de Lezeaga, «es tradición en Santa María del Yermo que antiguamente aparecían lamias peinando sus cabellos«. Lamias pero nada de «la bruja».

Al igual que cuando nos habló de una muchacha que, por encantamiento de las brujas que habitaban en la cavidad de Sorginzulo en Lezeaga, se convirtió en una de ellas por conseguir un puente. Recogió el sacerdote de Ataun en sus notas manuscritas que «a la cueva donde se metieron, la teme la gente, pues dicen que suele presentarse en ella la chica convertida en bruja» tal y como lo publicamos en su día: La maldición de Lezeaga. Sin embargo no llegó a publicar en sus trabajos esta leyenda que le habían referido. Era consciente de que era una fábula clonada en infinidad de lugares y debió detectar que era algo de novedosa creación.

Y es que, en la actualidad, se está dando una visión revisionista a lo que conocemos como mitología vasca. Y sabemos que infinidad, muchísimas de esas leyendas, fueron creadas a fines del XIX como fábulas propias del ambiente de romanticismo de la época. Hay que hilar fino por tanto para discernir entre lo tradicional y popular y lo modrrno y cultista.

Yo, a la vista de los datos, creo que nuestra Bruja de Lezeaga, la que hoy nos parece tan irrefutable, es un personaje recreado en aquellas épocas por vía culta y no popular, para añadir una atmósfera misteriosa al entorno. Lo mismo y de la misma época que esa otra creencia tan extendida que atribuye la edificación del santuario del Yermo a los templarios.

No sería de extrañar que esas leyendas, y en especial la de «la bruja de Lezeaga», presentada como un personaje único, surgiesen del entorno del palacio del primer marqués de Urquijo apoyándose en la verdadera tradición popular de la presencia de lamias en el entorno. En una época en la que era habitual hacerlo. Quizá hasta con el fin práctico de disipar o desviar la atención popular sobre aquellas «sobrenaturales rupturas de tuberías» —probablemente sabotajes— en su conducción de aguas.

O de mano de aquellas afamadas romerías que muchachos de Bilbao organizaban en ese entorno en las décadas a caballo entre el XIX y el XX, quizá para añadir más encanto a aquellos urbanitas que acudían sedientos de cultura rural.

Que alguien tan versado en mitología y leyendas vascas como José Miguel Barandiaran no recoja nada de nuestro personaje concreto e incluso desprecie lo más próximo a ello es una prueba, a mi entender, irrefutable. Nada menos que en fechas tan tardías como 1935.

Eso sí, en todas nuestras encuestas etnográficas los mayores nos han hablado de la archiconocida «bruja de Lezeaga«. Pero todos esos informantes son hijos ya de muy avanzado el siglo veinte, varias décadas después del nacimiento del mito. Al parecer, todo es cuestión de tiempos. Que la bruja de Lezeaga me perdone. Y el mismo pueblo de Laudio, porque soy consciente de que no va a gustar: el mito siempre es más cómodo que la realidad.

Orígenes del Dolumin Barikua de Laudio

El poderosísimo primer marqués de Urquijo (Estanislao Urquijo Landaluce, 1816-1889) ocultó en la medida de lo posible que sus orígenes estaban en una humilde familia baserritarra de Murga, Ayala. Era una realidad que deslucía el título nobiliario que, con él, había instaurado en 1871 el rey Amadeo I.

ORÍGENES HUMILDES. Un nuevo rico, pero no un noble de raza,  algo que jamás pasaría por alto la aristocracia de rancio abolengo con la que se relacionaba. Dedicó Estanislao toda su vida a cometer grandes empresas políticas y empresariales, con gran éxito, tanto que amasó una ingente fortuna económica, algo inconcebible hasta el momento. Pero… no dejaba de ser hijo de unos vulgares campesinos.

PARTIDA BAUTISMAL. Misteriosamente, su partida bautismal está arrancada del libro de registros de la parroquia de Murga, un suceso que siempre se ha relacionado con la voluntad de ocultar su raigambre humilde y campesina. Un gesto para desvincularse con un pasado que, en cierto modo, le resultaba deshonroso.

Tampoco se puede obviarse el modus operandi con el que consiguió muchas de sus innumerables propiedades y caseríos, ejerciendo de prestamista y aprovechándose de la situación de miseria de algunas familias baserritarras, dejándolas en muchos casos arruinadas y desahuciadas.

Sin embargo, no podía evitar aquella irrefrenable pasión por el cultivo de la tierra, llenando de plantas, árboles y vides sus propiedades. Porque le brotaba desde los genes ya que, desde muchas generaciones atrás, no era sino un simple agricultor.

CONCIENCIA. Ese conflicto entre el ser y el no ser le debió atormentar hasta el último de sus días, sabiendo que había repudiado algo tan noble y digno como el ser agricultor. Conocería aquella frase del clásico Cicerón (106-43 a. C.) que decía que «La agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre». Y le remordería en su fuero más íntimo.

Siendo como era Estanislao una persona de fervorosas convicciones religiosas, a medida que avanzaba su vida, se vería cada vez más incomodado por esas dudas que martillearían su conciencia. Y con ellas dejó este mundo el 30 de abril de 1889.

TESTAMENTO. Toda aquella lucha interna parece reflejarse en su testamento, bien enfocado desde las primeras disposiciones no a la salvación de su ingente fortuna, que poco valía en el más allá, sino al rescate de su alma, a la redención de sus pecados. Por ello, nos habla desde un principio de encomendar su alma a Dios, de mostrar humilde y sin boatos su cuerpo en el funeral, de encargar nada menos que 20.000 misas rezadas por la salvación de su alma, así como inconmensurables donaciones a entidades religiosas y de beneficencia. Y, entre todos esos mandatos píos, nos llama la atención el encargo testamentario de ayudar, promocionar y premiar económicamente a agricultores y ganaderos de la comarca. Un reencuentro quizá entre las dos caras de una misma realidad: lo que había intentado ocultar frente a arrogante aristocracia pero que no podía esconder ante Dios. Daría así una solución post mortem a aquellos remordimientos que tanto le pesaban.

Retrato de Estanislao Urquijo Landaluce, el hijo de campesinos que llegó a ser noble, el primer Marqués de Urquijo (La Ilustración Española y Americana, 1882)

1890. Así, al año siguiente de su deceso y en cumplimiento del mandato de primer marqués, se acordó en sesión de 7 de mayo de 1890 de la Junta de Caridad del Valle [de Laudio] instaurar unos premios en diversas categorías para estimular el sector agropecuario comarcal como nunca se había hecho. Es el germen de lo que luego sería la renombrada Feria de Viernes de Dolores o Dolumin Barikua.

Quizá por su fecha de fallecimiento un 30 de abril, próxima al Viernes de Dolores — viernes previo a la Semana Santa — de aquel año y por reforzar aquella fuerte devoción cristiana, se instauró esa fecha como día de los premios. Participaban baserritarras de la comarca pero también tomaban parte en las compraventas gente de Gasteiz, Cantabria, etc. ya que la feria alcanzó gran renombre.

Hay que decir que, por las circunstancias puntuales de cada momento y dado que era una iniciativa en cierto modo privada, no se llevó a cabo todos los años. Lo mismo que nos sucede en esta ocasión, el viernes 3, con motivo de la pandemia de coronavirus.

Placa acreditativa del primer premio de 1909 expuesta en la fachada del caserío Errekakoa en el camino de Katuxa-Ibarra en Gardea. Fabricada en hierro colado, cuyo negocio controlaba el marqués. Es este caso, se trata del segundo marqués, Juan Manuel Urquijo Urrutia, sobrino del primero.

PREMIOS. Las primera edición constó, a modo de prueba, de 17 categorías consistentes en labranza, árboles frutales, toros del país, vacas del país, toros de raza suiza, vacas de raza suiza, yuntas de bueyes, terneras hasta un año, novillas, parejas de novillos de 2 a 3 años, yeguas, mulas, potros, berracos de raza extranjera, cerda con crías, cebones y, para finalizar, «recría de cebones en mayor número».

Con el paso del tiempo, la feria fue evolucionando y adquiriendo gran arraigo y éxito, tanto entre la población baserritarra que acudía al evento con sus mejores galas y productos, como en la más urbana, que gozaba de aquel encuentro con el añorado mundo rural.

Retrospectiva de la feria de Viernes de Dolores con un toro semental premiado

MUNICIPAL. Por ello, al decaer la influencia local del marquesado, fue el mismo ayuntamiento de Laudio quien se hizo cargo de la feria a partir de 1950, algo que ha llegado hasta nuestros días. Una fiesta grande, de ambiente, de las de animar el alma.

CARNE Y BULA. Aunque no tengamos pruebas documentales de ello, siempre se aseguró que el marqués había conseguido una bula especial, expedida por el mismo Papa y que permitía comer carne en esa fiesta en Laudio, a pesar de ser un viernes de Cuaresma, de rigurosa vigilia. Se aprovechaban bien de ello los que habían de cumplir con el rito de la «robla» que ponía fin a la compraventa del ganado.

DENOMINACIÓN. Para finalizar, me gustaría hacer una referencia a su nombre de Dolumin Barikua, algo que nos parece tan «de siempre» pero que en realidad no lo es. El nombre oficial de la feria fue el de Viernes de Dolores desde sus orígenes. Una referencia religiosa que, en el euskera de nuestro entorno, ha sido conocida como Doloreetako Barikua. Pero, en el renacimiento tras la dictadura franquista, se buscaba un nombre más pomposo y culto, tan brillante como el mismo evento, así es que desde el ayuntamiento se adoptó como equivalente en euskera el nombre de Dolumin Barikua en 1984, haciendo así un acertado guiño al euskera occidental popular. Desde entonces, todo es paz y gloria. Seguro que también en el alma de Estanislao.

NOTAS

A pesar de que «se hiciese desaparecer» la partida bautismal de Estanislao Urquijo Landaluce, sí entregó una copia certificada de la misma para poder formar parte del Senado, así como otra documentación diversa (pinchad sobre los enlaces).

Algunas de las informaciones dadas ya las publicó el investigador local Juan Carlos Navarro Ullés en el programa de la feria de 1990, con motivo del centenario del evento.

La propuesta de la denominación en euskera se debe a Joan Mari Iriondo Goti, uno de los grandes impulsores de la recuperación del euskera en aquellas épocas. Eskerrik asko bioi, bihotz-bihotzez.