Basurto resort

Será fruto del aburrimiento, pero cada vez que echo raíces como acompañante en Urgencias me da por hacer paralelismos entre ir de vacaciones e ingresar en un hospital. Para empezar, en ambos casos puede haber overbooking y la cara de pasmao que se te queda es la misma cuando te dicen que no tienes asiento en el avión o cama en planta. El equipaje de mano, al igual que en el aeropuerto, debe ser de tamaño reducido, porque los armarios de las habitaciones de Basurto, con todos mis respetos, son más bien escoberos. Como te pille la apendicitis en invierno y tengas que meter un abrigo, date por perdido: no te quedará hueco ni para el neceser. Quizás tendría éxito, ahora que hay que reinventarse con la crisis, un negocio de envasado de pijamas, camisones y batines al vacío. Todo es ponerse.

Una vez que eres admitido, te plantan la pulserita del todo incluido y ya puedes comerte unas lentejas, meterte un chute de oxígeno o hacerte una ecografía que todo te sale gratis total. En cuanto a la vestimenta, no te dan albornoces como en los cinco estrellas, pero sí unos camisones muy cucos con ventilación trasera. La pena es que no puedas colgar de la manilla el cartelito de No molestar y que con el trasiego que hay por las mañanas no hay quien pegue ojo a gusto. Es como un servicio de habitaciones fragmentado hasta el infinito. Una persona se lleva la jarra de agua, otra friega el suelo, otra te pone el termómetro, otra te trae un café, otra el azucarillo… Lo bueno es que conoces gente. Y siempre hace calor.

Huelga obsoleta

Vale que la reforma laboral es una canallada, pero no trabajar para defender el derecho al trabajo se antoja paradójico. Si no fuera tan grave -despedir va a resultar más barato que pagar el recibo de la luz-, serviría para hacer un chiste malo del tipo ¿Cuál es el colmo de un parado? Llamarse Curro.

En esto de las protestas, digo, a riesgo de ser más incomprendida que Calimero, no nos vendría mal invertir en I+D. Porque lo de hacer huelga se nos está quedando un pelín obsoleto. Por no evolucionar, en las manifestaciones ni siquiera se ha llegado a la pancarta digital. ¿Y qué me dicen de los megáfonos? A estas alturas deberían ser de bolsillo y con Dolby Surround. Tampoco tapizar el suelo de pasquines parece muy propio del siglo XXI. Resultaría mucho más ecológico hacerse eco de los panfletos vía WhatsApp. En los lemas, hay que admitirlo, es donde se echa más imaginación, aunque siempre se corean grandes clásicos como Con este gobierno vamos de culo.

Pero si hay algo que nunca he compartido son los llamados piquetes informativos. ¿Por qué piensa ese señor de barbas, pegatina sindical en el pecho, que entiendo mejor sus argumentos si me los explica a la puerta del trabajo? Y ahora que ya me los ha expuesto, ¿por qué no me deja pasar? A ver si va a ser que no es un piquete informativo… Alguien ha coaccionado a alguien, musitaría Gila. Lo siento, pero a mí me va más el rollo referéndum, como en Suiza. Y darles donde más les duele, en las urnas.

Corruptolíticos

Ríanse, pero si compartieran techo con una francotiradora de preguntas de poco más de un metro, vivirían temblando. Porque hay cuestiones de las que sales al paso con la Wikipedia, pero otras son de máster en paternidad. «¿Para qué sirven los novios?», te dispara un día con el morro lleno de tomate, entre tenedor y tenedor de macarrones. Y, claro, el abanico de posibilidades va desde Julián Muñoz a Brad Pitt.

Para no quedarme en blanco, me estoy preparando por si un día me suelta: «¿Para qué sirven los políticos?» Como primer paso, he acudido al diccionario: Dicho de una persona: Que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado. Vista la prensa, diría que algunos no lo han entendido bien, porque más que intervenir en los negocios del Estado, hacen negocio a costa del Estado. La diferencia en letras es nimia, pero suficiente para forrarse, gastarse 25.000 euros mensuales en cocaína o construirse un chalé.

Como esto siga así -cuando las barbas de Matas veas cortar, pon las tuyas a remojar- va a surgir una nueva especie: los corruptolíticos. Quizá la Real Academia de la Lengua añada este término. Pena de orden alfabético, porque quedaría precioso al lado de capullos. Puestos a indagar, hay otra acepción de político: Cortés con frialdad y reserva, cuando se esperaba afecto. Hombre, tampoco nos pasemos. Que una no espera un beso de tornillo de Rajoy, ni que Patxi López le traiga de su luna de miel en la India, digo misión empresarial, un detallito.

Yo no he sido

Hay quien les arrancaba las alas a las moscas, quien metía mano en el cepillo de la iglesia y quien trasquilaba a sus hermanos con las tijeras de podar pero, admitámoslo, en cuestión de travesuras éramos unos simples aficionados. Nada que ver con los dos chavales que hace unos días quemaron un castillo del siglo XIV al tratar de encender un cigarrillo. Me les imagino al llegar a casa. «¿Que habéis hecho qué?» ¡Zasca! o como quiera que suene una colleja en Eslovaquia, que es donde viven los dos fenómenos. Que el tabaco mata, pero un pescozón y dos años y un día sin videoconsola minan la moral.

Al menos, los piezas tenían once y doce años. No como el hijo de Sarkozy, que ya tiene quince y no deja de joder con la pelota, que diría Serrat. No va el niñato y le tira un tomate y unas canicas a una policía… Que a tu edad, majete, lo que toca es tontear con las chicas o hacer botellón. Además, ¿a quién se le ocurre hacer una trastada con la Guardia Republicana como testigo?

 Otra cosa es perpetrarla en la más estricta intimidad y, si te pillan, alegar que ha sido sin querer. Como cuando descubres que tu hija ha estampado su nombre con un rotu permanente en el sofá. «Ama, te juro que no ha sido apropos«. Pues como no hayas entrado en trance y te haya dirigido la mano un espíritu… También puede uno negarlo, aunque no siempre funciona. Es lo que parece haberle pasado a Urdangarin, que el juez no le ha creído. Y eso que cantó: Pío, pío, que yo no he sido.

Athletignósticos

Acerquen la oreja. Lo confieso: no me gusta el fútbol. Sé que tengo que hacérmelo mirar. Que me señalarán con el dedo por la calle y que más de uno me aplicaría un correctivo. Pero en mi familia ni siquiera les interesa este deporte a los especímenes del sexo masculino. Y eso sí que es raro, raro, raro. Tanto que estoy por proponerle a la UPV que nos someta a estudio. Lo mismo que analizan la expansión del mejillón cebra o los polímeros. Porque a singulares no nos gana ni la tribu esa que vivía aislada en Paraguay.

Al menos, estos días me siento como un perro verde. Sin poder meter baza en ninguna conversación. He intentado ponerme al día, pero las secciones de deportes de los periódicos son para iniciados. O sabes de quiénes están hablando de antemano o no te coscas de ná. Tampoco entiendo a algunos aficionados. ¿Qué culpa tengo si con la que está cayendo me parece un despilfarro viajar a Manchester para asistir a un partido? ¿Entenderían ellos que yo hiciera lo mismo para ver una ópera en París?

Mientras el personal hace cábalas, calendario en mano, para asistir a la final de Copa, cambia el turno con el compañero y piensa con quién va a encajar a los niños, yo les miro como las vacas al tren. Al tren o a las fotos de Muniain y Martínez pasándoselo piporreta con unas chicas. Dicho esto, solicito urgentemente asilo político. Y tengan piedad, que soy madre de familia. Ahora, si sacan la gabarra, me avisan. Que me compro una bandera rojiblanca en un chino y me planto allá en un periquete. Euuup!