Vuelve, cari

Por el respeto que les tengo, pero he estado a un tris de no escribir esta columna. Total, ¿para qué? En pleno resacón futbolero -a los hinchas del viaje relámpago a Bucarest les deben de doler hasta las pestañas- me pregunto si hay vida después del partido. Y si es así, si en concreto hay alguien al otro lado de este post. No me mientan por compasión. Entenderé que hayan sido abducidos por las noticias rojiblancas. Tal es así que con su permiso -el suyo, querido lector incombustible, y el de mis incondicionales padres- voy a aprovechar estas líneas para hacer un llamamiento personal: Vuelve, cari. Se lo digo al padre de mis criaturas, que el miércoles se fue a ver el encuentro en las pantallas gigantes de San Mamés y está desaparecido en combate.

Teniendo en cuenta que lo más tarde que ha llegado a casa en los últimos años fue un día que se quedó a ver con los niños los fuegos artificiales, estoy empezando a preocuparme. Más que nada porque se despidió diciendo que si ganaba el Athletic, iba a hacer el Camino de Santiago en goitibehera y si perdía, con más razón, para suplicar que ganara la otra final. Y este es capaz.

En el 84 ya se tiró cuesta abajo y sin frenos desde la Basílica de Begoña y no vean qué pedazo de cicatriz. De lado a lado del cráneo. Pena que no se abra, cual cremallera, para reiniciarle el seso. En su último sms, previo al partido, decía que había alquilado un banana boat para surcar la Ría detrás de la gabarra. Vuelve, cari, y llama a tu madre, que quiere saber si vas a ir a comer el domingo.

Patas de gallo

Menos mal que no soy famosa, porque tiene que dar mucha pereza tener que alisarse, además de la melena, las patas de gallo. Total, para que luego te pillen en un renuncio y termines encabezando el ranking de las diez celebrities con más pellejo colgando del antebrazo. Porque la cara se estira, pero las manos las delatan. Tanto que a veces parece que se han trasplantado los pliegues de una septuagenaria. Además, internet lo ve todo y alberga infinitos listados: famosas antes y después de operarse, de maquillarse, de engordar… Hasta hay un ranking de pilladas sin bragas. Que la cosa está chunga, pero se me ocurren maneras más dignas de ahorrar.

Como decía, qué suerte ser anónima para poder envejecer a gusto, sin necesidad de tunearse las tetas o asalchicharse los labios. Porque hay retoques que causan estragos. El otro día vi a Ana Torroja en la tele y se daba un aire a Sylvester Stallone. Si se planta en mi fiesta con esa jeta, me da algo. De seguir así, va a conseguir que Millán, cuando la imitaba en Martes y Trece, se parezca más a la original.

Ahora que ya han regulado los transgénicos, podrían sacar una normativa para que las recauchutadas adviertan en sus currículos de que contienen aditivos y conservantes. Más que nada para hacer un plan de prevención de riesgos laborales, por si algún día les explota algo. Y por aquello de predicar con el ejemplo, columnistas del mundo, a ver si nos animamos y vamos renovando las fotos, que algunos mantienen el retrato de cuando eran becari@s.

Vivir en el curro

Se les ha ocurrido a algunos empresarios -me imagino que después de organizar un think tank con dueños de fábricas clandestinas de chinos– que para salir de la crisis tenemos que currar más horas. No se sabe si diurnas o nocturnas, porque los padres de niños pequeños somos capaces de trabajar incluso dormidos. Tampoco han concretado si la jornada se extenderá tanto que no compensará regresar a casa. Si fuera así, podrían facilitarnos sillas de oficina abatibles, con opción a sonda, para poder echar una cabezadita y orinar sin necesidad de abandonar el puesto. A priori puede resultar claustrofóbico, pero más apretadas están las gallinas y no dicen ni pío. Tampoco estaría de más que nos proporcionaran trajes-pijama reversibles, de ejecutivo por fuera y franela por dentro.

Vivir en el trabajo, además de solucionar la papeleta a algún desahuciado, reduciría el número de divorcios por falta de tiempo para discutir. Aunque siempre se podría cortar por Twitter: «Que he pensado que te den. Y que bajes la basura». Yo, sin ir más lejos, me he adelantado a los acontecimientos y le he anunciado al padre de mis criaturas un Expediente de Regulación de Esposo, por lo que pasaremos a vernos solo los fines de semana, como cuando éramos jóvenes y descerebrados. Él se queda la cría y la tortuga. Yo, el lactante y el ficus. Si pudiera meter la minicuna y el tiesto en el despacho del superjefe, pelín infrautilizado, sería perfecto. Esto nos pasa por encomendarnos a San José Obrero. Con lo mal que está la construcción…

Tembleque

Ustedes no sé, pero yo abro el periódico cada mañana temblando por ver si hoy toca que nos recorten los derechos o el presupuesto familiar. Debe ser una táctica para ver si infartamos, porque desde vacaciones de Semana Santa esto ha sido un no parar. No quiero ni pensar lo que nos harán en agosto. Con un smartphone y treinta grados a la sombra, te pueden lanzar un decretazo mientras apuran un Martini, desde cualquier chiringuito en Marbella. Deberíamos plantearnos seriamente dejar un retén de vigilancia. Al menos, para que protesten por nosotros. Aunque sea bajito y desde casa, porque los ministros aún no parecen tener claro si la resistencia pasiva va a considerarse o no un atentado contra la autoridad. Si Gandhi levantara la cabeza… Lo mismo le hacían pagar una multa por resucitar.

El otro día el susto se lo llevaron los pensionistas, a los que les cobrarán por los medicamentos. Hay viudas que no comen pollo asado porque el horno gasta mucho. ¿Seguro que hacerles abonar el sintrom es la mejor forma de ahorrar? A no ser que el efecto disuasorio que se busca lo sea tanto que algunos mayores con lo justo se dejen de medicar, con lo cual se ahorraría que no veas, pero tampoco es plan. Mariano Manostijeras aparte, nos gobierna -o eso dicen- un sujeto al que su propio socio compara con Homer Simpson. El jefe de Estado, que ha pedido perdón tras la gran cazada, no se queda atrás. Con esas autoridades, como para no temblar.

De tiros y tiros

Fue verle patear a sus primos en la boda de los Príncipes de Asturias y darse uno cuenta de que Froilán apuntaba maneras. El tiempo y el tiro que se ha pegado en un pie solo han venido a dar la razón. “Con los niños siempre pasa eso”, trataba de quitar hierro al asunto su abuela. Pues qué miedo, oiga. Si la reina no exagera, en los cumpleaños de sus nietos, en vez de gorritos de fiesta, deben repartir, junto con los ganchitos, cascos y chalecos antibala.

La madre de la criatura, la infanta Elena, admitía que había sido “un susto”, lo que, puestos a elegir, siempre es mejor que muerte. Y el tío, Álvaro de Marichalar, restaba importancia al accidente. “A todos se nos ha escapado un tiro alguna vez”, afirmaba. Perdona, pero a todos no. La única arma que, afortunadamente, empuñan los niños del común de los mortales es el mando de la wii y, de lanzar un tiro, es a puerta o a canasta y con un balón.

Ahora que la Casa Real anda estudiando cómo recortar gastos, no estaría de más que se ahorraran unos euracos en escopetas y munición. Que los demás también nos estamos apretando el cinturón y no precisamente para ajustarnos la cartuchera, sino porque, a falta de balas, se nos disparan los precios de la luz, el gas, la gasolina y los huevos. El niño, al menos, fue sincero. “Es mi culpa, mi padre nada tiene que ver”, parece que admitió Froilán tras el incidente. Las escopetas, como los lanzapelotas, las carga el diablo. A ver si también otros asumen su responsabilidad.