Hasta mediados del siglo XX era costumbre en Laudio y alrededores una práctica, con una marcada impronta de socialización: los chicos hacían un regalo a las chicas en el día de Año Nuevo. Cinco días después, en el día de Reyes, se volverían las tornas ya que correspondía a las muchachas obsequiar a los expectantes chavales. Todo sucedía en el entorno urbano, en los alrededores de la plaza del pueblo. Por lo general, el presente consistía en un caramelo u otro elemento de poco valor en lo material pero inmenso en lo que simbolizaba y suponía en sí.
Sobre esa aparentemente cándida costumbre se cimentaron muchas de las familias del pasado y del presente ya que si los regalos eran recíprocos y correspondidos solía interpretarse como que ahí podía germinar una bella historia de amor. Era en muchas ocasiones el primer paso para una relación.
AGUILANDO
Aquel cortejo se conocía como «dar / pedir el aguilando» y citando esa palabra es como se entablaba la relación entre jóvenes de ambos sexos: «Eh, Maritxu: ¡Aguilando!»
Y no es un error, ya que de esta denominación que todavía usan nuestros mayores surge —tras un salto involuntario entre dos consonantes— el término aguinaldo que hoy todos conocemos. De todos modos, tanto aguilando como aguinaldo están aceptadas. Hay quien asegura que el primigenio aguilando proviene la figura de un «águila» en alguna moneda antigua, si bien otros opinan que dicho vocablo podría surgir de la locución latina hoc in anno, cuyo significado literal es ‘en este año’, en referencia precisamente a la propina que se daba al personal de servicio como regalo de fin de año.
Al respecto, es inevitable el citar la costumbre practicada en la Roma clásica de gratificar a empleados domésticos, soldados y otros subordinados con una propina en el solsticio de invierno, en las fiestas Saturnales, el precedente de nuestra Navidad. Dos mil años atrás…
Por otra parte, en otros pueblos de nuestro entorno se conservó hasta no hace mucho —ahora se ha recuperado en algunos lugares— la costumbre de ir haciendo cuestaciones por las casas de nuevo tanto el día de Año Nuevo como en el día de Reyes. En otros municipios y también en Laudio –al menos algún vecino del barrio de Olarte– mantenían asimismo la costumbre de ir con los pequeños pidiendo por las casas al son de «Aguilando rechinel, con amor a San Miguel, San Miguel está en la puerta, con la capirucha puesta; si le dan o no le dan San Miguel allí estará». Sin duda esas costumbres y la de los obsequios entre parejas de Laudio parten de una raíz común.
APALAZIO
En los valles que flanquean la montaña de Gorbeia (y en otros más del territorio de Bizkaia) y en donde no se perdió el euskera, esa cuestación infantil de Reyes se conoce como «Apalazio Eguna«, denominación sinónima de «Erregeen Eguna«, ‘día de los Reyes Magos’. Este curioso término se repetía en una machacona canción utilizada con el fin de apelar a la dadivosidad de los moradores de la casa bajo la que se estaba cantando: «Apalazio zalduna, Hiru Erregeen eguna, zotzak eta paluak…»
En Orozko, por ejemplo, las cuestaciones de Urteberri eguna (‘Año Nuevo’) y de Apalazio eguna también iban asociadas a uno de los dos géneros, soliciándoselo al otro y viceversa, tal y como sucedía en Laudio.
Algún que otro despistado ha recurrido a la poco exigente etimología popular para dilucidar rápidamente que el origen de la palabra apalazio es el de «los Reyes Magos iban «a [el] palacio» (portal) del niño Dios«.
Nada más alejado de la realidad. La palabra apalazio no es sino una adecuación al euskera de aparición (apparitio en latín) y que se trata a su vez de la traducción literal del griego epifanía, que es como se denomina también esta fecha. El significado de todas ellas es el mismo y hacen referencia a la primera ‘manifestación, aparición, muestra’… de Dios ante los humanos ya que, a pesar de estar presente desde el origen de los tiempos, nadie lo había visto y percibido hasta entonces. Pero ahora sí, con transformación en un Jesús humano de hueso y carne —de ahí el término encarnación, nombre de mi madre—, toda la humanidad podía tocar, escuchar, besar y hasta ejecutar a aquel dios.
LA IGLESIA HACE MAGIA
Para ello, para dar pompa, realce y suntuosidad a esa idea de que Dios se muestra al mundo y que éste se postra ante él para admirarlo, la Iglesia se montó un auténtico galimatías en estructura piramidal a partir de una única referencia que tan sólo se cita por el evangelista Mateo: «Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos diciendo: «¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? […] Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra».
Fuera de aquí, todo es invención y fábula. Y vamos a dar un somero repaso a todo ello.
CUÁNDO NACIÓ JESÚS
Lo primero es el día. Si Jesús nació el 24 de diciembre no puede ser que los reyes adorasen al «recién nacido» un 6 de enero, 13 días después, sin moverse de un refugio provisional. A pesar de que la diferenciación como jornadas de culto entre la Natividad y la Epifanía es al parecer anterior, el desfase en fechas se debe a un ajuste en los calendarios, cuando se pasó del calendario juliano al gregoriano para compensar los errores acumulados durante siglos. Como el «salto de varios días en el calendario» lo promovió un papa de la Iglesia católica (Gregorio XIII en 1582) fue adoptado inmediatamente por los estados católicos europeos pero no por los estados de la iglesia ortodoxa. De ahí que en varios países de esa órbita se celebre también actualmente el nacimiento de Cristo en la noche del 5 al 6 de enero. Es decir, festejamos lo mismo pero con diferentes sistemas de medición.
DOCE, CUATRO O TRES REYES… QUÉ MÁS DA
Debieron ser muy soporíferas aquellas reuniones entre los más ancianos teólogos, aquellos cónclaves en los que durante años discutían para dirimir cuántos eran aquellos personajes, dado que la Biblia no lo especificaba. Algunos alegaban que cuatro; otros, igual o más tercos que los primeros, que doce, para hacerlo coincidir con el número de apóstoles o las tribus de Israel.
Al final, algún ocurrente tuvo la idea de exponer que si tres eran los regalos –oro, incienso y mirra, algo que sí cita el evangelista Mateo– no podía haber otros con las manos vacías, porque parecerían unos miserables y eso no podría suceder estando frente a nada menos que Dios. Así es que se aprobó por consenso que fueran a partir de entonces tres. Aunque hay todavía quien reivindica su lugar en la historia para el supuesto cuarto rey así como los que siguen creyendo en la docena, por ejemplo la Iglesia armenia, que los reverencia e identifica cada uno de ellos con su nombre propio tradicional. Corría el siglo III…
REY O VASALLO
Y ya metidos en harina, para dar más empaque y glamour si cabe a la adoración, también se acordó que fuesen reyes y no los magos que citaba la Biblia. En esa época mago hace referencia a ‘sacerdotes, sabios, expertos’… y, para que nos hagamos una idea, comparte la misma raíz que maestro/a (del latín magister, bien perceptible en la palabra en magisterio). Pero hacía falta más rimbombancia si cabe, unos personajes con más espectacularidad que unos sabios. Y, en una brillante operación de marketing, los reconvirtieron en nada menos que «reyes».
Tan grande les debió parecer el cambiazo que, por miedo a las represalias divinas, mantuvieron sin eliminar la palabra mago, no vaya a ser que al final fuese verdad lo del infierno en el que penan los pecadores por mentir… Y es así como tenemos unos fastuosos reyes (invención) y magos (la referencia documental bíblica) en la actualidad.
Algún siglo después llegaría lo del poner los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar, algo que se documenta por primera vez en un precioso mosaico del siglo VI de Rávena (Italia). Representa a tres «magos» —cada uno con su nombre— pero sin ningún atributo de rey.
EL JOVEN NEGRO
Pero los teólogos y cargos del clero eran insaciables en sus pretensiones y, aprovechando una vez más la indefinición de los textos bíblicos, se comenzó a representar a uno de ellos con cara negra. Con esa estratagema atribuyeron cada uno de los tres personajes a un continente: Melchor sería la idealización del máximo exponente de poder en Europa, Baltasar en África y Gaspar en Asia (no conocían América), en una forma de indicar que todo el mundo se había postrado a los pies del mesías, idealizando así una especie de jerarquización, en la que se ponía en todo momento a la Iglesia y su dogma sobre cualquier estamento civil o político imaginable.
También adjudicaron diferentes edades a los personajes en cuestión: 20, 40 y 60 años, siendo el más joven el africano y el mayor el europeo, para indicar de nuevo la supremacía de los que así lo acordaron respecto al resto del mundo.
¿Y LOS REGALOS?
Pues poca tradición hay aquí también ya que, a pesar de que nos parezca que es «de siempre», se trata de una costumbre moderna promovida especialmente por el comercio. Por supuesto que se tenía devoción a los Reyes y se celebraba su festividad. Pero no con esos regalos o juguetes que hoy eclipsan toda celebración en su esencia. El recorrido para llegar hasta este punto de los regalos es largo. Así es que atentos a la jugada, que si no igual os traen carbón…
Especialmente en las culturas nórdicas –también en alguna población vasca– se celebra cada 6 de diciembre San Nicolás [de Bari], conocido como «el Obispillo«. Para muchos marca el inicio de la Navidad y el momento de montar el belén o decorar la casa.
En las culturas de origen existe la creencia de que dicho santo dejaba el día de Navidad pequeños obsequios en forma de golosinas, etc. De ahí, se exportó a América en donde aquel nombre San Nicolás evolucionó transformándose en Santa Claus. Y es allí en donde, impulsado por un instinto mercantil, comienza a ser un personaje que a partir de 1820 trae regalos a todos y, especialmente, juguetes a los pequeños de la casa.
Con tanto éxito, pronto copiaron en España aquella moda de las «colonias de ultramar» acoplándola a nuestros Reyes y, a partir de 1850 comenzaron a traer también juguetes entre nosotros. No antes. Con ello llegó también una costumbre algo más tardía pero que encajaba a la perfección para mover las cajas de registro: la carta a los Reyes Magos.
Sabían que un menor es insaciable y no tendría jamás mesura a la hora de pedir todos los regalos del mundo a alguien que es mago y no le cuesta esfuerzo alguno conseguirlos. Y los padres, por no ver a sus hijos desconsolados y frustrados, por no defraudarles, rascarían hasta el último real de su cartera. Una exitosa estrategia comercial…
Con la nueva moda en pleno apogeo, se comenzaron a organizar las cabalgatas en la noche anterior –la primera fue en Alcoi (Alacant) en 1866– para así dar más rienda suelta a la imaginación de los niños en una noche que ya todo el mundo consideraba especial para ellos y sus sueños.
¿Y por qué no dejar que todo sea así? Yo por si acaso pondré el zapato en la ventana y agua para los camellos. Lo que no sé es si poner para doce, cuatro o tres…