El 25 de julio del año pasado anduve solo vagando por Santiago de Compostela en su día festivo mayor. Y no pude evitar el encontrarme con la estatua-recuerdo a «las dos Marías«, dos hermanas populares que, «muy llamativas en su comportamiento y vestimenta«, cada mediodía se dejaban ver paseando por dicha alameda. Y, siendo día de Santiago como era, concurrían allí infinidad de visitantes que, ávidos de coleccionar fotos de sus vacaciones, hacían turnos para logar el codiciado selfie junto a aquella obra de colores chillones. Hoy me lo ha recordado Facebook y me apetece traerlo hasta aquí, pasado un año.
Lo que quizá no sabían aquellos que posaban para la foto es que aquellas mujeres junto con a las que se inmortalizaban, hubieron de recurrir a los desórdenes mentales y a ejercer de chifladas como salida desesperada que su cuerpo y mente encontraron para huir de las atrocidades de la represión franquista. Solo son alegres sus colores, por tanto, ya que todo lo demás desborda la tristeza. Duele el alma.
Eran hijas de una familia de anarquistas y se comenta que tras finalizar la guerra fueron sometidas a todo tipo de atrocidades y humillaciones, a ataques nocturnos a su humilde vivienda, a sacarlas a la calle para hacer que paseasen desnudas por la calle, a someterlas a crueles torturas y, se comenta por lo bajo, también a violarlas en repetidas ocasiones. Todo para humillarlas, para hacer que tocasen fondo y, de paso, para que declarasen de una vez por todas en dónde estaban sus dos hermanos huidos, no como aquel tercero al que ya habían dado caza y muerte los pistoleros del bando ganador. Querían ejecutarlos. Para que se enterasen todos de quién mandaba en ese momento.
Especialmente Coralia, era aún una muchacha, demasiado tierna para poder soportar aquella barbarie.
La sociedad del momento, tan dada a orar por la bondad bajo el palio y a rezar por el perdón de los pecados, era por el contrario especialmente sádica en su proceder y, no conformándose con todo lo que les habían hecho pagar, se encargaron de que su vida, la de ellas, padres y hermanos, fuese una agonía económica y de que nadie encargase, por miedo y prudencia, ningún trabajo a aquella familia de costureras. Para que les ahogase la miseria.
Por eso, Coralia y Maruxa Fandiño, «las dos Marías«, apostaron por enloquecer o al menos hacerse las locas, para poder sobrevivir a aquellos crueles envites que les daba la vida. Y paseaban por esa alameda en donde hoy están las figuras cada día a las dos del mediodía (de ahí que se mofasen de ellas llamándolas también «las dos en punto«) vestidas y maquilladas con mucho colorido, para voluntariamente convertirse en el hazmerreir de aquella sociedad tan conservadora y oscura y que, en cierto modo, las dejasen de tener en cuenta.
Acabaron viviendo de la caridad de algunas almas buenas. Y falleció Maruxa en 1980 con 82 años y Coralia en 1983 con 69 años.
Duele el alma el saber de su triste existencia y que su memoria se limite a unos personajes «graciosos». Igual que duele el ver posar en su estatua a algunos turistas de pelo engominado y mascarilla verde con vistosa bandera rojigualda. Porque sin tener ni idea de quiénes eran aquellas muchachas, no sé si son conscientes de que con su discurso están dando pie a repetir esas mismas mierdas de la historia. Porque no estaban trastornadas ellas si no el mundo en el que les tocó vivir.
Ajenos a todo lo que toca tierra, no muy lejos de la estatua frente a la que me encontraba, merodeaban el rey y la reina de las Españas, Felipe y Leticia (sin «don» / «doña«) rodeados de autoridades militares y eclesiásticas engalanadas con todo el boato y lujo que la ocasión les merecía. Pero nada para aquellas humildes chavalas locas. Así es que me sumé al griterío antimonárquico de grupos de diversas ideologías que por allí andaban y también celebraban con fervor el día de la patria gallega. Cómo no, con la congoja que me envolvía. Porque, para mí, para mí… solo hay dos reinas dignas en ese paraje de Galicia, Doña Maruxa y Doña Coralia (ahora sí, con el «Doña«), de nuevo haciéndose las locas y posando sonrientes con jóvenes de nueva estética fascistoide que, seguro, tan malos recuerdos les traen.
En las imágenes, Maruxa y Coralia, tomada de la red, y la obra que las representa (1994). Por cierto, hubo de ser César Lombera, artista vasco de Barakaldo quien, tras años de insistencia, consiguiese hacer una estatua en su memoria, para que su historia no cayese en el olvido. Espero que en la otra vida hayan encontrado la paz que aquí no se les permitió. Perdón, corazones…