Esa es la pregunta que el otro día me hacía una amiga. Y la respuesta es contundente: ninguno. Ninguno porque dentro del término “tradicional” puede englobarse tal amplitud que carece de sentido siquiera el plantearlo. Por ello, ahí os van estas breves notas.
EL PAÑUELO AZUL DE CUADROS
Para la mayoría de nosotros el pañuelo azul de cuadros es ahora “el pañuelo de toda la vida”. Nada más lejos de la realidad. Recuerdo a mi abuelo materno, de nombre Florencio (Laudio, 1909-2002), reprendiéndome y achacándome cómo se nos ocurría llevar en fiestas el pañuelo de cuadros que ellos lo habían relegado a las fábricas o como mucho la trilla del cereal. Pero jamás para lucir en las fiestas por lo burdos de los mismos. Se enfadaba con mi tozudez, esforzándose en hacer ver a aquel testarudo que tenía enfrente que ir con aquellos pañuelos era como ir a una fiesta o una boda con un buzo de trabajo: no tenía sentido alguno. Y estaba en lo cierto: cualquier persona de cierta edad os lo puede corroborar.
La identificación de «lo vasco y lo popular» con el mahón o azul Bergara es muy moderno. O con el dichoso pañuelito de cuadros. En realidad, su existencia es menor que un siglo y como hemos adelantado es el símbolo de lo moderno, lo fabril. Se introdujo masivamente para la industria y minería y, dado que era resistente, lo adoptó rápidamente la gente del campo y el mundo pesquero para las labores cotidianas.
Por ello, esta vestimenta en origen “para las fábricas” es la que luego identificábamos nosotros con las villas pesqueras (nosotros la llamábamos incluso ropa de “arrantzale” o “arrantzal”) y la copiamos y reprodujimos masivamente en los 70-80, como un acto casi reivindicativo popular frente al franquismo que ya desaparecía y como renacimiento de lo más puramente vasco y vasquista. Era nuestra manera de hacer país. Habíamos encontrado el santo grial textil, la quintaesencia de la tradición vasca… pero que en nuestro entorno nadie había utilizado jamás.
Además, siendo sensatos, nada tenía de vasco porque se usaba y usa en otras comunidades: por ejemplo, en Valencia es el «pañuelo fallero» por excelencia.
Pero daba igual lo que tuviésemos delante de los ojos: no queríamos ver. Nuestro eterno complejo de ser vascos de tercera nos permitía sin rubor alguno renegar de lo nuestro y adoptar lo extraño, abrazándolo como si fuese el oráculo que nos iba a inyectar aquello que nos faltaba. Visto con la perspectiva sosegada que da el tiempo, me ruborizo al comprobar cómo nos pasamos de frenada y cómo adelantamos incluso al Papa en aquello de ser papistas.
EL PAÑUELO DE MIL COLORES
Volviendo a la retahíla de mi abuelo, insistía malhumorado contra nuestra palpable necedad: no era de recibo «bajar a los sanroques» con la ropa de la fábrica.
Recordaba él que, en su juventud, de ponerse algún pañuelo, siempre había sido el más vistoso, sedoso y colorido que les era posible, fuera de cánones estandarizados y con unos altibajos en la moda que tan sólo dependían de la escasa oferta comercial existente. El pañuelo de colores era, según decía, ostentoso, bonito, el ideal “para fardar”. Aquel que todo joven baserritarra codiciaba para exhibirlo en las romerías como un pavo real despliega sus plumas. Todo con el único objetivo final de que alguna muchacha se acercarse a palpar su finura y, de paso, le dedicase una furtiva mirada.
Yo no le hacía mucho caso y seguía en mis trece, defendiendo y enfundando aquella ropa festiva azul, la más vasca de las vascas. Afortunadamente, gente con más conocimientos y sensibilidad que el que esto subscribe se ha encargado en estos últimos años a través de grupos de danzas y fiestas vascas, de «desuniformar» nuestra vestimenta y de desmontar aquel falso vasquismo que habíamos edificado décadas atrás. Y, por suerte, se han recuperado otras prendas que hoy nos resultan más extrañas pero que en realidad son más tradicionales en nuestro pueblo.
Observemos en las fotos adjuntas aquellos miembros del primitivo Rakatapla de hace un siglo, músicos o posando frente a aquella carroza y que los laudioarras hemos visto cientos de veces. Con pañuelos festivos de colores y flores… nada de cuadros azules… Lo mismo que el dibujo de José Arrue de romeros bilbaínos entrando a Santa Lucía del Yermo.
Eran pañuelos de Cachemira, normalmente importados a través de Gran Bretaña, Francia o de las colonias de Filipinas. Es la moda del XIX y que da continuidad a la costumbre sobre todo femenina de cubrirse con un mantón en invierno y vistoso pañuelo en verano, prendas ambas que no podían faltar en la vestimenta ceremonial.
Por el contrario, el uso del pañuelo en los hombres no estaba generalizado.
PAÑUELO ROJO
El pañuelo rojo viene entre otras cosas la admiración hacia los sanfermines y que se convierte en prenda muy vistosa y distintiva entre la gente pudiente, ya que se usaba sobre impoluto blanco, el color más difícil y lujoso. No servía para el trabajo, tan sólo para la distinción, por lo que su uso estaba limitado a familias con recursos y de cierto estatus. En Laudio se difundió su uso mucho con los invitados del palacio del marqués de Urquijo y con la Cofradía en una época en que los sanfermines eran la fiesta por excelencia, la que causaba admiración.
Es ahí cuando las clases populares intentar imitar a los pudientes —en nuestro caso el marqués y todos sus invitados— y se extiende en cierta manera el uso del pañuelo rojo, pero siempre con un toque más «distinguido” o incluso me atrevería a decir que clasista, diferenciado del usado por los baserritarras.
Al parecer, la incorporación del pañuelo, txapela y gerriko rojos sobre pantalón y camisa blancos, tan típicos de los sanfermines y que luego imitamos en tantas poblaciones, son un invento o idealización estética creada por Ignacio Baleztena (1887-1972), el mismo que compuso la canción «Uno de enero, dos de febrero...» sobre la música de la canción popular de Olentzero propia del norte de su territorio navarro.
AUSENCIAS Y PRESENCIAS
Al margen de ello, el uso del pañuelo ha sido una elección más bien personal y, especialmente en el mundo masculino, su uso ha estado muy limitado a ciertas ceremonias más reseñables (danzas…). Es decir: que una vez más la tradición nos dice que no hay nada tradicional. Más bien, lo que vestimos hoy son engendros propios de nuestra imaginación. Por ejemplo, la tan divulgada falda femenina de arrantzale con esos anacrónicos pololos nunca ha existido en el uso popular.
Las modas de los pañuelos o vestimentas festivas las han marcado no el devenir histórico de nuestro pueblo sino el último recurso comercial disponible: era suficiente que atracase en Bilbao un barco procedente de Filipinas para hacer tambalear toda la moda del Señorío.
Afortunadamente, ahora somos más sensatos y libres que dogmáticos en lo que a «vestimenta vasca» se refiere. Incluso existe gran creatividad de nueva moda y los atuendos festivos son ya variados.
Y es que, en esto de las tradiciones, como veis, sólo hay una verdadera: la de que no hay nada tradicional… Sed felices y excedeos, que estamos en las fechas para ello!!!