En un paseo matinal por el monte, entre chubasco y chubasco, acabo de escuchar al cuco o cuquillo o, como lo llamamos en casa, el kuku. Y, como acontecimiento alegre que es, no puedo evitar publicar esta breve nota antes de ducharme.
En mi entorno familiar siempre se ha dicho que su aparición viene de la mano de la Virgen de Marzo (día 25) y así nos lo recordaban con el dicho «Finales de marzo, primeros de abril, si no ha venido ya ha de venir», si bien la experiencia me dice que es difícil escucharlo antes de entrar en abril. Curiosamente desde muy pequeño comencé a anotar, no sé por qué, la fecha en la que por primera vez escuchaba al kuku.
También en casa damos por hecho que permanecerá junto a nosotros hasta el día de San Pedro, 29 de junio, para emprender el viaje “a otra parte”.
Conocemos hasta ciertos detalles de esa partida: a cualquier baserritarra de mi comarca (Laudio, Aiaraldea) que le preguntemos nos contestará sin dudar que primero vuela hacia Murueta —un barrio de Orozko, Bizkaia—, y allí come o merienda —según versiones— para recargar fuerzas antes de emprender ese fatigoso vuelo hacia nadie sabe dónde. Recordemos que en Murueta se celebran las fiestas de San Pedro con gran prodigalidad y renombre.
El saber popular de nuestros pueblos vecinos ha recogido muy bien esa cita del calendario: «Sanjoanetan kuku, sanpedroetan mutu» (‘por San Juan aún canta el cuco mientras que para San Pedro enmudece’).
Es curioso el caso del kuku… Por su proceder pérfido, impostor y embustero —engaña a otras aves en la cría de sus polluelos—, debería ser la más odiada y despreciada de las aves. Sin embargo, nunca escucharemos que alguien ha matado un ejemplar. Eso se debe a que es un ave migratoria y por ello desde muy antiguo, quizá desde la misma Prehistoria, está considera como anunciadora de la bonanza en lo climatológico, fertilidad de los campos, etc. Propiciadora de la vida, al fin y al cabo.
Esta ave representa en cierto modo la eternidad, a través de repetición incesante de ciclos anuales. Hasta hace bien poco el escuchar el primer canto del cuco se interpretaba en nuestro pueblo —y otros, ¡claro!— como que una persona o animal enfermo había superado su crisis de salud, prolongando la vida durante al menos un año más. Seguro que a más de uno le suena esto al leerlo…
Tampoco estará muy alejado de este concepto el uso de la figura del cuco en los relojes centroeuropeos, especialmente los suizos.
Parecido trato de favor, comprensión y afecto reciben otras aves migratorias por parte de nuestra población rural: las golondrinas o cigüeñas que, a pesar de poder ser muy molestas en ocasiones, jamás serán molestadas o maltratadas por un baserritarra. Ello se debe a su carácter casi divino o, mejor dicho, celestial ya que en la creencia popular acuden cada primavera «desde el cielo».
Así, no es extraño que la referencia de la llegada de estas aves migratorias se haya usado para forjar el término «zoriona« (‘felicidad’): txori + ona ‘buen ave, pájaro de buen agüero’.
Es más y por rizar el rizo: no es que se pensase que esas aves acudían animadas por la mejoría del tiempo en primavera —la realidad— sino que eran ellas mismas las que traían consigo ese período de bienestar, luz y calidez. De ahí que se las relacione con la abundancia y fertilidad: el dinero en el bolsillo al escuchar el cuco, los bebés de las cigüeñas… o que, por ejemplo, en la cultura vasca las golondrinas sean tenidas como «las aves de Dios» por lo que nunca se las perturbaba.
Por cierto, que a mí el canto del kuku me ha pillado con la cartera medianamente llena, lo que presupone que, según las creencias populares, voy a gozar de un año sin estrecheces económicas. De nuevo ligado a la prosperidad y felicidad.
Para acabar, citemos también que la llegada del kuku suponía el más duro espacio del año, el período primaveral de hambruna, con las reservas esquilmadas a pesar de estar viendo un campo que prometía mucho pero cuyos frutos aún no se podían gozar: «Kukua etorri, gosea etorri; kukua joan, gosea joan» (‘con la llegada del cuco llega el hambre, con la marcha del cuco marcha el hambre’).
Pues nada. Recibamos como se merece al cuco, cuclillo o, sin más, «kuku» como en nuestra casa, vuestra casa, lo conocemos. Ese pájaro tan querido, a pesar de ser un truhan, bribón, vago, malandrín y sinvergüenza como ningún otro. Aquí está de nuevo entre nosotros, en otro ciclo, cargado de bondad y buenos augurios para los humanos y de perversidad y cara dura para las aves.
Y a la ducha… que me estoy quedando helado…