Hemos olvidado ya el 2 de noviembre, Día de las Ánimas, que contó con un arraigo extraordinario en nuestras costumbres hasta que fue eliminado por el revolucionario concilio Vaticano II (1963-65). Eliminado decimos porque desde la misma Iglesia se consideró como excesivo al entender que había logrado ya los objetivos para los que fue creado, más contando con la celebración de la víspera, 1 de noviembre, día de Todos los Santos. Pero… ¿por qué en su día se había duplicado aquella fiesta?
SUSTITUCIÓN DE RITOS PAGANOS. Insistimos de nuevo en que nos encontramos frente a unos rituales antiquísimos, paganos, bien constatados entre los celtas. Conmemoraban el fin de año, la muerte de la actividad de la naturaleza y, por ello, el contacto con los difuntos que, al contrario que hoy en día, se daba por hecho que convivían junto a los vivos a pesar de encontrarse en una dimensión invisible al ojo humano.
Pero estar, estaban. Y por ello se les esperaba y recibía en estas fechas como quien acoge a un familiar o amigo añorado que no hemos visto hace tiempo. Fechas de recogimiento hogareño y de confraternización. Algo similar a nuestras navidades actuales.
SUSTITUCIÓN. Hasta que irrumpió la Iglesia Católica, el movimiento sustituidor por excelencia en lo que se refiere a tradiciones populares paganas y que no dudaba en enmascarar la celebraciones existentes para poder hacerse con su control y así beneficiarse del éxito que previamente gozaban entre la población. Por ello creó la festividad de Todos los Santos. «Todos los santos», sin dejar ninguno, para que tuviese el empaque necesario y así poder absorber un acontecimiento ritual de tanta raigambre popular. Con unos antecedentes en el siglo VIII, su celebración se extendió por orden papal a todo el orbe cristiano en el siglo IX.
Pero, a pesar del éxito conseguido, el pueblo llano no se contentaba con honrar a los santos de vida ejemplar, aquellos que promulgaba la Iglesia y, por el contrario, continuaba aprovechando estas fechas óptimas para reencontrarse con «sus» muertos que eran sin duda los que sentían y querían cerca: el padre, la hermana, la criatura o aquel amigo que se había llevado al lado oscuro una férrea amistad. Honraban algo terrenal, cargado de imperfecciones a menudo, y no tanto aquellas lejanas idealizaciones celestiales.
REFUERZOS ANTE LO IMPOSIBLE. Por ello, siglos más tarde, la Iglesia hubo de «reforzar» aquellas fechas que no conseguía controlar, creando para ello otra festividad ad hoc con la que apuntalar su credo canónico entre los fieles. Y así surgió el Día de Ánimas que, tras varios balbuceos, Roma adoptó como definitivo en el siglo XIV, medio milenio después de instaurar la de Todos los Santos. Ello ayudó asimismo a reforzar la idea del Purgatorio —también ideado por la Iglesia católica— y así se podía por fin pedir y orar por esas almas que, errantes por no haber cumplido algo que dejaron pendiente en vida, nos visitaban con cierta frecuencia. Algo tan interiorizado en el tozudo vulgo que parecía imposible de superar.
TRADICIONES VASCAS. En las tradiciones vascas de hasta no hace un siglo, el Día de Ánimas era de más raigambre y celebración que el de Todos los Santos, costumbre que perduró más en el tiempo en las zonas rurales. Demasiado importante como para no dedicarle unas líneas en este blog, siempre subversivo ante el imperante olvido de lo nuestro… Va por vosotros, antepasados.