Soy natural de Laudio, un municipio alavés para los vizcaínos y vizcaíno para los alaveses. Una porción de Bizkaia (alma) que pertenece a Álava (cuerpo), una tierra de todos y de nadie.
Y como por ser hoy San Prudencio —patrón de Álava, día festivo— tocó anoche convivir con la «tradicional» tamborrada. Por ello expongo unas reflexiones mañaneras de cómo he percibido yo esta fiesta. Más que nada para que se documente al menos en un lugar, para que no se pierda en el olvido.
Recuerdo cuando, bastante jóvenes aún, desde una comisión organizadora nos llegó el aviso de que teníamos que articularnos las asociaciones y jóvenes para empezar a celebrar San Prudencio, una festividad que hasta entonces no había tenido ninguna repercusión ni incidencia en Laudio, por sentirse en nuestro pueblo como algo ajeno. Aquí, nada del santo de Armentia: celebrábamos como buenos vizcaínos la fiesta de San Ignacio, en Gorbea y la peregrinación nocturna a Begoña. Hasta el mayor de los ateos. Y punto.
¿Qué os voy a contar de un pueblo en el que, al no disponer de un escudo propio, hemos usado y usamos como escudo municipal el del Señorío de Bizkaia?
Pues bien. Aquel aviso consistía en que la Diputación había puesto muchísimo dinero para que empezásemos a festejar San Prudencio. Lo nunca visto, pues las ayudas forales siempre han tenido grandes dificultades para atravesar el bosque de Altube. Pero esta ocasión era diferente, se disponía de todo el dinero necesario y más, porque era para una buena causa: para “alavesizar” nuestras costumbres y sentimientos, algo en lo que andábamos muy flojos. Nos iban a «hacer personas».
Se celebró entonces el primer concurso de caracoles —plato típico en la fiesta de San Prudencio de Armentia, Gasteiz— que tuve la suerte de ganar junto a un primo mío. Unos chavales que los cocinábamos por primera vez… porque, a pesar de los esfuerzos para movilizar el mayor número de gente para la “nueva” fiesta, sólo consiguieron que participásemos cuatro cazuelas. Así sentíamos San Prudencio en nuestro pueblo…
A parte de eso, se organizaron diversos actos —yo andaba en alguno— para dar el mayor boato al 28 de abril. Tras presentar presupuestos sucedió algo nunca visto: una llamada de atención de la Dipu para que gastásemos mucho más, que aquello tenía que empezar a ser algo memorable, que iba en serio. Había que empezar a celebrar San Prudencio en nuestro pueblo con toda la fuerza posible.
Aquello me levantó todas las sospechas y me sonó a gato encerrado. Por eso mismo, en ese preciso instante decidí al menos no tomar parte en la primera tamborrada para la que tanto estábamos ensayando. Y ya lo pensaría mejor para otro año. Porque tanto interés en activarla a base de diluir nuestra esencia o esa tendencia vizcainista que siempre hemos tenido, no me parecía muy limpio.
Está claro que aquellos esfuerzos por alavesizarnos, para reconstruirnos “a la vitoriana”, han dado sus resultados y aquella balbuceante tamborrada original es un acto indiscutible hoy en día, algo que ya no tiene marcha atrás. Y aquello tan común por aquel entonces de decir que sin duda éramos Bizkaia, ya no es una reivindicación que se escuche. Ha quedado relegada a una añoranza de la gente de cierta edad, nada que ver con las generaciones jóvenes. Los centros de enseñanza han hecho bien su labor y para todos estos peques que tan ilusionados toman parte en la plaza, cuando crezcan, su tamborrada será una tradición de las más llodianas, de las de siempre.
Pero permitidme que me acoja al derecho de no sentirla como “mía” y sí a percibirla como “extraña” hasta el final de mis días. Porque no es algo que sienta como propio ni que hayan sentido mis antepasados. Porque fue una actuación estratégica bien diseñada y con mucho dinero de por medio. Porque había que amputar el sentimiento natural de Laudio para injertarnos otro nuevo.
Porque, para mí, esa tamborrada es tan propia y extraña a la vez como las saetas que se canten en nuestra Semana Santa en las últimas décadas o la celebración de Halloween o de la Feria de Abril que también se celebra. Se hacen, la gente las goza, pero no son mis celebraciones.
Por eso y con todos mis respetos para la tamborrada, a quienes dan el callo organizándola, a quienes participan… LAUDIO BIZKAIA DA. Y os recuerdo que, en Laudio, San Prudencio siempre ha sido un peste… ¡¡y lo saben!!
Por muy inútil que sea decirlo, lo digo. Ya está servida la polémica. Txis Pun.