En Gorbeia al pastor se le llama pastore y no artzain, término este último desconocido en la zona. No se trata de una carencia lingüística, como pudiera pensarse, sino la descripción de una realidad histórica. Porque en esa montaña, a pesar de lo que durante décadas mamamos de los gurús de la antropología, las ovejas son relativamente recientes. Tanto que incluso nos atrevemos a poner nombre y apellidos a sus primeros pastores de ovejas de Orozko, siendo esa la principal aportación de este artículo.
Por eso, porque no se pastoreaban ovejas, aquí no hay artzain (‘ardi + zain, cuidador de ovejas’) sino pastore, es decir, el que gestiona los pastos. Pero con la cabaña vacuna, caballar e incluso porcina, lo habitual antes de la irrupción de las ovejas. No es ninguna hipótesis nueva sino algo ya constatado incluso arqueológicamente en diferentes investigaciones (Alfredo Moraza, Joxean Mujika…). Pero no nos extendamos.
Tampoco puedo olvidarme, porque se lo debo, de cómo el padre de mi ex cuñado —José Ramón Uzkiano Larrieta (1929-2007) de Delika, ganadero de vacas— me discutía que las ovejas eran «nuevas» en «la sierra» (Gibillo / Guibijo) y que, ilegítimamente casi, habían ocupado los pastos que siempre habían sido para vacas. Yo se lo rebatía —de esto hace ya unos 30 años— hablándole del incuestionable Barandiaran y su teoría de la coincidencia de las majadas de ovejas con los monumentos megalíticos. Es decir, que los rebaños de ovejas estaban ahí desde la Prehistoria. Y es ahora cuando, aunque sea a título póstumo, he de humillarme y darle la razón: estábamos equivocados. Algo incomprensible ya que no hay más que dar un repaso por la documentación para cerciorarse que eso era así y solo así.
Pero, centremonos de nuevo en Gorbeia. Si nos fijamos en la primera referencia documental del pastoreo en ese macizo (un pleito por los pastos y aguas de Arraba, Gorbeia, en 1520) se habla de «…que los ganados vacunos e rosines [caballar], así de dicho valle de Orozco como de la dicha anteiglesia de Ceánuri, puedan andar libre de los seles antiguos...». Nada de ovejas. Luego, en el mismo documento, se citan «…los ganados e puercos del dicho valle de Orozco«, pues, además del vacuno, grandes piaras de cerdos se alimentaban con los frutos de las hayas, en montanera. Pero, de nuevo, nada de ovejas. Tan solo al final y de manera casi testimonial se citan los echapastos ‘rebaños de ovejas’ que eran tan insignificantes que no podían considerarse como tal: «En cuanto toca a los echapastos, asentaron que, si algún vecino o vecinos de los dichos pueblos trajeren algunos ganados hasta tres o cuatro cabezas para provisión y mantenimiento de su casa, no se entienda ser echapasto«. Es decir, tres o cuatro ovejas para autoconsumo, no un rebaño.
En efecto, el pastoreo de ovejas como hoy lo conocemos irrumpe en Gorbeia a principios del XIX, hace en torno a 200 años. Ello genera no pocos conflictos y desencuentros con los pastores tradicionales de ganado mayor. En Zeanuri existen varios expedientes al respecto que ya analizaremos en otro momento. Las disputas residían principalmente en la edificación de nuevas chabolas y en que la oveja necesitaba de praderías limpias de arbolado, algo que por el contrario venía bien para el sesteo del ganado mayor tradicional.
Pero por una epidemia en el ganado vacuno y, sobre todo, por el ansia insaciable de los propietarios de ferrerías, se facilitó la «ocupación» a la chita callando de la montaña por parte de ovejeros y sus rebaños. Y es que en esas épocas las ferrerías agonizaban por falta de madera que convertir en carbón: se trataba del bien más preciado del momento y eran sus potentados propietarios, la mayoría titulares de mayorazgos, los que ocupaban los cargos políticos. Así es que no dejaron escapar aquella oportunidad para hacerse con un bien común —los árboles públicos— en beneficio de sus intereses particulares. Ellos conseguían madera y los pastores de ovejas pastizales. Y los demás, a callar y resignarse. Así es como se creó gran parte de ese paisaje deforestado de Gorbeia que hoy tan secular nos parece.
Con todo, a mediados del XIX (1845) las ovejas eran aún algo minoritario y no ocupaban todavía la parte alta del macizo. Así nos las describe Pascual Madoz con la información que le envían de los pueblos cuya demarcación territorial ocupa el macizo: «Criase en este monte, cuyos pastos son lo más substancioso de Vizcaya, mucho ganado vacuno y caballar y alguno, aunque poco, lanar en lo más bajo de su falda«. No deja lugar a dudas. Poco y en las zonas bajas de la montaña.
Pero la sorpresa es que, además y como ya hemos adelantado, tenemos echado el ojo a aquellos pioneros pastores de ovejas en Orozko, extraños al municipio y suponemos que nada bien vistos en el pueblo. Los conocemos gracias al primer censo de estadística del municipio (1825) en el que, de entre sus 2.867 habitantes, tan solo dos matrimonios se declaran «pastores» de oficio, como ocupación distintiva frente al ganadero normal que tenía su explotación agropecuaria integrada en el caserío y que se recogen con «labrador».
MIGUEL Y MANUELA. El primero de ellos es Miguel de Basoa que llega al barrio de Zaloa procedente de Zeanuri con 16 años —probablemente para servir— y se casa con la muchacha local Mª Manuela de Zaballa, dos años mayor que él. Cuando se recogen en el censo estadístico (1825) tienen tres hijos y vive con ellos la madre de Miguel, viuda de 60 años, María de Leiza, en el caserío Bixiola, hoy más conocido como Bekoetxe.
Al citar la profesión, el matrimonio se declara como «labrador» igual que el resto de los numerosos vecinos del barrio pero añaden el oficio de «y pastor«, algo inaudito e inexistente en aquel Orozko de principios del XIX. Sin duda, este matrimonio, quizá acuciado por la necesidad —estamos en una época de dura posguerra— se arriesga a jugársela con aquella novedosa oportunidad laboral.
ANTONIO Y TERESA. El otro de los dos pastores es Antonio de Garmendia que, a la hora de tomarle sus datos (1825) contaba con 42 años. Había llegado desde Zaldibia diez años atrás junto a su esposa Teresa de Alberdi, un año más joven, natural de Zegama y su hijo ahora ya (1825) con 18 años. Vivían en la hoy desaparecida casa de Uria o Urikoa. Pero no en la principal, sino en una vivienda «accesoria» —lo que denota su pobreza— y que en la fogueración de 1796 se describe de este modo: «…tiene también esa casa [la principal de Uria] otra antigua en su inmediación, con destino a albergue de ganados y pajar«. Bajo el mismo techo dormía también un criado de 16 años, Aniceto de Añibarro, natural de Orozko y que con seguridad haría los papeles de zagal en el cuidado del rebaño.
Este matrimonio, al contrario que el anterior, se declara nítidamente como «pastor«, es decir, el oficio en estado puro.
Hablando con el historiador Alberto Santana sobre estos pastores guipuzcoanos de Zaldibia y Zegama y sobre la extrañeza de que no fuesen locales, me comentó que entre la guerra de la Independencia (1807-1813) y la primera guerra carlista (1833-1840) hubo una gran migración de pastores pobres del Goierri de Gipuzkoa hacia Bizkaia para, acuciados por el hambre, establecerse en este territorio. En algunos lugares se generaron grandes conflictos, planteándose incluso en algunos municipios la prohibición de que se avecindasen, ya que con su pastoreo de rebaños de ovejas desforestaban los bosques para crear pasto. Todo nos coincide… Añadía este historiador de conocimientos insondables que en esas fechas es aún una especialización laboral rara, como sucede con nuestros nuevos pastores inmigrantes de Orozko y que, en casos como en el ayuntamiento de Bermeo, los describen en los documentos con cierto pavor al percibir su irrupción como una auténtica invasión humana.
En origen, sus destinos son pastizales más bajos —Bermeo, Larrabetzu, Amorebieta…— por lo que intuimos que el acceso a las faldas de Gorbeia —barrios de Zaloa y Urigoiti de Orozko en nuestro caso— sería un poco más tardía y bastante más aún la ocupación de las alturas del macizo montañoso.
Por eso a mi compañero Juanjo Hidalgo y a mí nos extrañaba que todas las chabolas de pastores tuviesen apariencia de relativamente nueva y no prehistórica cuando las andábamos catalogando semana tras semana en aquellos jóvenes años de 1984-1987. Como, con cierta pena y a regañadientes, acatábamos que no se llamasen artzain sino aquel poco lucido pastore. Quién nos lo iba a decir. No neolíticos sino de hace cuatro días y encima llegados de Gipuzkoa. La que hemos liado: si José Miguel Barandiaran levantase la cabeza…