Dice la tradición popular que el kuku —cuco, cuculus canorus— es el único animal que sabe pronunciar su nombre. Un don que lo hace destacar de entre el resto de bestias de la Tierra y que ya nos ofrece una pista sobre su carácter casi humano o, yendo más allá, casi divino.
Sin ir más lejos, en mi entorno familiar (Laudio, Álava) siempre se ha creído que nos abandona el día de hoy, 29 de junio, San Pedro. Y para ello, acude primero a Murueta (un cercano barrio de Orozko, Bizkaia, de fiesta en esta fecha) en donde da cuenta de una opípara merienda antes de acometer el gran viaje a no se sabe dónde. Hay quien asegura que vuela a la misma Roma para escuchar misa en este día del titular del Vaticano.
Su deseada llegada se produjo supuestamente el 25 de marzo, coincidente con la simbólica fecha del embarazo de la Virgen, y nos abandona hoy, tras impregnarnos de buena suerte, tres meses después. El euskera recuerda bien esa exactitud de fechas con el refrán Sanjoanetan kuku, sanpedroetan mutu ῾cu-cu por fiestas de San Juan pero mudo por las de San Pedro῾.
Al sur de la península ibérica, fuera ya del ámbito de la cultura vasca, se comenta que es por San Juan cuando emprende su partida: Por San Juan, el cuco se vuelve gavilán. Y es que ha sido creencia generalizada que el cuco en realidad no migra sino que se metamorfosea para, haciendo uso de sus poderes casi mágicos, convertirse en gavilán durante el resto del año.
No es una creencia nueva sino ya constatada hace más de dos milenios por Plinio el Viejo. O cuando lo cita el griego Aristóteles para explicar desesperadamente que aquella superstición tan generalizada en su tiempo era falsa ya que, a pesar del parecido entre ambas especies, el cuco tenía las garras mucho menores y el pico sin curvar: no era una especie sino dos. Pero no parece que tuvo mucho éxito porque, a pesar de lo evidente de su razonamiento, aquella creencia pagana en lo sobrenatural del cuco ha superado siglos, religiones y diversas culturas para continuar aún arraigada en el ámbito rural popular. Todo un milagro…
En realidad, aquella semejanza entre el cuco y el gavilán que tanto desconcertaba a nuestros antepasados, no es sino es una estratagema de la evolución de las especies ya que, al poner los cucos los huevos en los nidos de otras aves (no hacen su nido sino que parasitan otros de otras especies menores), ganan con ese “disfraz” el tiempo necesario para hacer su puesta, pues las avecillas titulares huyen espantadas creyendo que se trata la rapaz depredadora y así no se percatan de la fechoría que el astuto cuco les acaba de hacer.
Pero, de vuelta a las creencias, quizá la más asombrosa y sobrecogedora que se ha asociado a esta ave casi divina, es la capacidad para dar o quitar vida.
En efecto, dentro de las creencias célticas europeas y en las que tanto tenemos para hurgar si pretendemos conocer en profundidad nuestra cultura, se creía que el cuco era un animal al servicio de hadas y otros númenes mitológicos. Y que tenían la capacidad exclusiva para volar entre el mundo de los muertos y el de los vivos tantas veces como quisieran. Disponían incluso de la capacidad de para profetizar y adivinar la duración de la vida de una persona o animal, cuando serían padres, etc. Era por tanto un ser que enlazaba el presente con el futuro como ningún otro animal.
No es extraño por tanto que, tras un salto de varios milenios, observemos aún actualmente que es suficiente con que un enfermo escuche el primer canto del cuco para librarle del riesgo de fallecimiento. Al igual que cualquier animal doméstico moribundo sanará si tiene la fortuna de escuchar el característico canto del ku-ku. Son estas creencias aún corrientes y que, sin ir más lejos, escucho en mi entorno habitualmente.
Tampoco creo que sea casualidad que, esa ave que porta la vida y la buena suerte, aparezca entre nosotros, según las conjeturas populares, el día del embarazo de María, el 25 de marzo. El comienzo de la vida, el arrancar de la naturaleza, el inicio de la primavera… aquello que traían las aves migratorias, txori onak, y que se convertía en prosperidad y felicidad, zoriona.
Por otra parte sabemos que en las Hébridas —archipiélago en la costa occidental de Escocia— cuando alguien escuchaba el cuco sintiendo hambre era un mal augurio y los problemas y desgracias recaerían uno tras otro sobre él. Pero sucedía lo contrario si se escuchaba con la tripa llena, saciado. Sin duda alguna es la misma superstición, tan extendida entre nosotros, de la necesidad de disponer dinero en el bolsillo cuando se le escucha por primera vez. Por cierto, no podemos dejar de hablar de Escocia sin citar las grandes piedras rituales cuyo origen se atribuye a un culto a la llegada del kuku.
Para finalizar, es su partida la que marca la entrada al verano, el fin de las estrecheces para dar paso a la abundancia que la naturaleza ya ofrece a raudales. Kukua etorri, gosea etorri; kukua joan, gosea joan decían nuestros antepasados vascos: ῾venir el cuco y viene el hambre; marchar el cuco y marcha el hambre῾. Por eso el verano y el posterior otoño son dos estaciones sin apenas rituales populares, porque no hay que pedir al destino una buena suerte que ahora campa por sí sola.
Y poco más que añadir. Tan solo el deseo de que nuestro kuku se esté dando ahora un buen banquete en Murueta de Orozko. También voy yo dentro de un rato a aquella romería, con la ilusión de verlo antes de convertirse en gavilán, antes de que emprenda el vuelo al mundo de los muertos, el de nuestros antepasados, esos que tanto añoramos y a los que tanto debemos en este tipo de creencias y supersticiones populares que no podemos olvidar. La vida o la muerte… el ser o no ser: esa es la cuestión.