Las 10 torturas sufridas por San Tirso «contadas» en la ermita de Ojo Guareña

Cuentan que en el «Vexu Camin» o Camino de la Montaña Olvidado se detallan, a través de pinturas murales en paredes y techos, las 10 torturas sufridas por San Tirso en la ermita del Complejo Kárstico Ojo Guareña en la Merindad de Sotoscueva. Tirso fue un santo asiático, originario del pueblo de Cesarea de Bitinia, martirizado durante la persecución del emperador romano Decio en el año 250. Tiempo después, mercaderes  griegos trajeron algunas de sus reliquias a Emérita Augusta —ya entonces, la Mérida visigoda— y desde esta localidad extremeña su culto se extendió hacia el norte de la península ibérica. Así, en el siglo VII, es posible que mediante el asentamiento de unos eremitas la veneración por San Tirso surgiera por primera vez en el Complejo Kárstico burgalés

Hoy en día, la ermita aprovecha las cavidades de Ojo Guareña para formar la fachada del oratorio, que en la actualidad se llama San Bernabé y San Tirso, porque, posiblemente, debido a las dificultades invernales para celebrar la festividad de San Tirso en enero. Por ello, se  decide introducir y priorizar a San Bernabé y sus milagros en el axioma y celebrar su festividad en junio. 

Volviendo a las 10 torturas de San Tirso, se descubre, según parece, que el santo asiático era un asombroso atleta a tenor de la decena de sufrimientos que hubo de soportar con serena firmeza; seguramente, por el espantoso martirio contado por los monjes medievales para un público analfabeto y deseoso de escuchar las virtudes del estoico tormento por la fe cristiana.

La primera angustia que se puede ver en Ojo Guareña se produce cuando el juez Cumbricio ordena descoyuntar los miembros al santo, pero San Tirso aguanta. Luego, en la segunda, se conmina a los soldados a arrancarle las pestañas, cortar sus párpados y deformarle la cara para que se mofen de él, pero el santo se mantiene firme en su fé cristiana. El magistrado, lleno de ira por el fracaso, decreta que le rompan los dientes y sea azotado, sin embargo San Tirso sigue soportando el martirio. El cuarto suplicio (en la foto superior) es cuando los esbirros echan plomo fundido sobre San Tirso, pero el líquido rebota y salpica a todos los espectadores que se encuentran alrededor. En el quinto tormento el juez establece situar espadas boca arriba para lanzar el cuerpo del santo contra ellas, pero tampoco funciona y San Tirso sale indemne. 

La quinta pena es decretada por otro juez, Silvano, que decide escaldar a San Tirso en una caldera, pero el mártir se encomienda a Dios y el perol se rompe. En el sexto martirio otro togado entra en escena, Baudo, que ordena que aten al santo varón con cadenas y le arrojen al mar, pero unos ángeles le desatan y le llevan a la orilla. La séptima sentencia es más dura pues trasladan al santo al circo para que le devoren las fieras, pero estas se acercaban a San Tirso y le lamían las heridas. De nuevo, la ira del gobernador exige azotarle en el templo de Apolo para que renuncie al cristianismo, sin embargo cuando se ejecuta el castigo las estatuas del templo se desploman.

Llega el último martirio, y los jueces deciden cortar al beato con una gran sierra, pero los dos verdugos no logran su cometido; cuando, de pronto, se escucha una voz indicando a San Tirso que «ha llegado tu tránsito a los cielos». Todos quedan postrados mientras los jueces responsables del martirio expiraban entre horribles padecimientos, los mismos que habían realizado a San Tirso.

La ruidosa rivalidad de la exaltación del judío de Baena

Cuentan que en el Camino Mozárabe, en la etapa cordobesa que finaliza en Baena celebran durante la Semana Santa la efeméride del prendimiento de Jesús, que se fundamenta en la representación de la entrega y traición de Judas Iscariote. Hoy en día, el Sanedrín de los judíos de Baena simboliza esta exaltación mediante una muchedumbre de unos dos mil individuos, divididos en cuadrillas de «coliblancos y colinegros», que rivalizan con sus ruidosos tambores durante todos los días de las procesiones de la Semana Santa. Esta es una tradición que se pierde en el siglo XV —sin documentación escrita— y que a lo largo de los tiempos ha sufrido alteraciones y justificaciones de todo tipo sin que en la actualidad las respuestas se apoyen en hechos concretos.

Las órdenes de los Franciscanos y Dominicos se instalaron en Baena en 1550 e instauraron la celebración de la Semana Santa, posiblemente, mediante la «comedia» del prendimiento de Jesús en el huerto del Getsemaní. Así, el origen del judío baenense, según algunos antropólogos e historiadores, se justifica en la orientación antisemita de Baena y pueblos de alrededor, que se mantiene hasta el siglo XVIII, como verdugo o arrepentido, evolucionando su penitencia hasta transformar su aspecto hacia la mitad del siglo XIV mediante el uniforme militar y el tambor; de hecho, el persistente ruido de los «coliblancos y colinegros» ha sido considerado como la expresión de la rabia e impotencia por la muerte del redentor que le perdonará y liberará para siempre.

En total son unos dos mil cofrades los que componen las agrupaciones baenenses, siendo la más numerosa la de los «colinegros», que suponen tres cuartas partes del total. Se desconoce la separación de las cuadrillas entre «coliblancos y colinegros» aunque algunos historiadores aseguran que los «coliblancos» pertenecen a una clase social superior a la de los «colinegros», pero esta afirmación no se sostiene pues en ambas cofradías hay cofrades de todas las clases sociales. 

La fotografía de Robert Capa «La Muerte de un miliciano» se recuerda en el pueblo cordobés de Espejo

Cuentan que en el Camino Mozárabe, en la etapa cordobesa que finaliza en Cerro Muriano, se captó la «Muerte de un miliciano», fotografía del fotoperiodista Robert Capa, una de las imágenes más simbólicas y estremecedoras de la Guerra Civil española. Posteriores investigaciones, han situado la instantánea de esta «muerte en directo» en las cercanías de la localidad de Espejo, pueblo que se atraviesa en el Camino Mozárabe, en la jornada que finaliza en la localidad cordobesa de Santa Cruz. Una escultura recuerda en Espejo (en la foto) este hecho de la Guerra Civil. En principio, Cerro Muriano saltó a la fama mundial cuando la imagen se publicó en el semanario francés VU el 23 de septiembre de 1936, pero adquirió una gran relevancia cuando el 12 de julio de 1937 se publicó en la revista americana LiFE ilustrando un reportaje titulado «Muerte en España: la guerra civil ha segado 500.000 vidas en un año».

Robert Capa era de origen húngaro y se llamaba en realidad Endre Ernö Friedmann y, según dijo inicialmente, la fotografía fue tomada en Cerro Muriano el 5 de septiembre de 1936 justo cuando un miliciano es abatido por las balas del enemigo, pero el fotoperiodista nunca determinó el lugar exacto y las particularidades que rodearon la histórica imagen, quizás por la prematura muerte del Robert Capa, al pisar una mina en la Guerra de Indochina el 25 de mayo de 1954. Para entonces Roberto Capa había hecho célebre su máxima del fotoperiodismo: «Si tus fotos no son lo suficientemente buenas, es que no te has acercado lo suficiente».

El tiempo puso en duda la verdad y certeza sobre quien, cómo y donde se logró la «Muerte de un miliciano» porque, en aquel momento, Capa estaba acompañado por su socia la alemana y también fotógrafa, Gerda Taro, a quien, según algunos historiadores, se le ha atribuido la foto; su fallecimiento, meses después, aplastada bajo las cadenas de un carro de combate en el Frente de Brunete en plena guerra civil, terminó por olvidar esta posible autoría.

También se ha puesto en duda la casualidad de la instantánea y la ausencia de la herida de bala en el cuerpo soldado, identificado como «Taino» Borrell García, miliciano oriundo de Alcoy; aunque otros historiadores han establecido que se trata del oficial Rafael Medina, encargado de la defensa de Espejo en esta parte del frente.

 Las sospechas en cuestión, ha sido resueltas al encontrar una serie de cuarenta fotos, en la desordenada herencia de 70.000 negativos de Roberto Capa, que se identifica al anarquista, momentos antes, posando en la trinchera en actitud festiva con los fusiles en alto. Los expertos historiadores del fotoperiodista cuentan que, posiblemente, el follón que armaron los militares republicanos atrajo la atención de los franquistas en la trinchera contraria, que dispararon sus armas, justo en el momento en que Robert Capa presionaba el botón de disparo de su cámara.

Finalmente, los historiadores acotaron el lugar de la «Muerte de un miliciano» al identificar, en definitiva, el Cerro del Alcaparral en la localidad de Espejo como el emplazamiento estratégico, donde se situaban las trincheras, a través de esa sucesión de cuarenta fotos de Robert Capa, mediante el análisis de localizar detalles como los cortijos, caminos y colinas montañosas. 

La leyenda de Valverde de Lucerna se cumplió en Ribadelago

Cuentan que en el Camino Sanabrés cerca de la etapa que finaliza en Puebla de Sanabria se localiza un pueblo, llamado Valverde de Lucerna, sumergido en las profundidades del Lago de Sanabria. La verdad, se halla en una leyenda cuyo origen se encuentra en el libro escrito por Miguel de Unamuno titulado San Manuel Bueno, mártir; la historia religiosa de un párroco, lleno de bondad y fe, por encima de su indecisión, la cual no puede evitar, por las dificultades y miserias de los feligreses de su aldea, que viven inmersos en una economía de subsistencia. Unamuno viaja en 1930 a Sanabria y allí descubre la leyenda de un pueblo sumergido en el Lago de Sanabria donde en las noches de San Juan se escucha el tañido de las campanas de la Iglesia bajo las aguas del pantano. La historia, que se remonta al año 1109, termina por convertirse en una premonición, la cual cobra vida en la catástrofe ocurrida el 9 de enero de 1959 en el pueblo de Ribadelago al romperse la presa de Vega de Tera, de la Hidroeléctrica Moncabril, fundada por Javier Martín-Artajo, hermano del ministro franquista de Asuntos Exteriores. 

El origen del mito de Valverde de Lucerna comienza con la llegada de un peregrino pidiendo cobijo y limosna, en una gélida noche de ventisca, al que nadie atendió, excepción de unas mujeres panaderas que le cobijaron y dieron pan. El insólito caminante —cuentan— era Jesucristo, quien como castigo por la falta de caridad de los vecinos haría inundar el pueblo salvo la panadería de las mujeres; personalizada, hoy en día, en una pequeña isla que puede verse en el Lago de Sanabria. En realidad, esta leyenda «llega» trasladada en el siglo X desde el Bierzo  por los monjes cistercienses de Santa Maria de Carracedo, hasta el monasterio de San Martín de Castañeda del pueblo de Galende, a quienes el rey de León, Sancho I «El Gordo», concede a los frailes la propiedad del lago y sus tierras cercanas, además, del derecho exclusivo de pesca; los aldeanos de Sanabria ni siquiera podían capturar truchas para mitigar el hambre.


Miguel de Unamuno tiene así conocimiento de todos estos detalles y escribe:

Ay, Valverde de Lucerna,

hez del lago de Sanabria,

no hay leyenda que dé cabria

de sacarte a luz moderna.

Se queja en vano tu bronce

en la noche de San Juan,

tus hornos dieron su pan,

la historia se está en su gonce.

Servir de pasto a las truchas

es, aun muerto, amargo trago;

se muere Riba del Lago,

orilla de nuestras luchas.

Sin saberlo, el presagio escrito por Miguel de Unamuno se convierte en espantosa riada la noche del 9 de enero de 1959 en Ribadelago aniquilando la vida de 144 vecinos (recordados en un sencillo monumento) de los que sólo se rescataron 28 cadáveres; los restantes terminaron sumergidos en lo profundo de las aguas del lago sanabrés. El embalse de Vega de Tera se quebró por la chapuza realizada durante su construcción, por la mala calidad de los materiales utilizados, porque, en aquellos días había temperaturas de 18 grados bajo cero, y porque el director gerente ordenó llenar la presa hasta los topes a pesar de las continuas filtraciones en el muro de contención. El resultado fue que más de ocho millones de metros cúbicos de agua, junto con árboles, barro, hielo y rocas, descendieron hasta Ribadelago asolando las casas del pueblo donde dormían sus pobladores.

Nunca se juzgó a ningún responsable de la administración franquista y los directivos sentenciados por el desastre resultaron, finalmente, indultados. Las indemnizaciones ofrecidas a los vecinos supervivientes fueron míseras y, además, les intimidaron tachándoles de «avariciosos». Franco ordenó construir una nueva población en una falda de la montaña que los vecinos adjetivan «Peña meada». Por allí, desperdigados, viven unas dos docenas de personas en el pueblo viejo y unas ochenta en el nuevo, a la que se puso por nombre Ribadelago de Franco, La última burla para entronizar la tragedia.

En «Santiaguiño do Monte» de Padrón predicó el apóstol Santiago

Cuentan que en «Santiaguiño do Monte» de Padrón, en el Camino Portugués, hay un lugar donde la tradición jacobea relata que el apóstol Santiago predicó en la Península Ibérica hacia el año 40 después de Cristo. Poco tiempo después, la leyenda narra que la Virgen se apareció al apóstol navegando en una barca de piedra, tripulada por ángeles, en el mar de la «Costa da Morte» para pedirle que regresara a Jerusalén para su martirio. En realidad, este enclave conocido como «Santiaguiño do Monte» es un yacimiento arqueológico, que se remonta a la Edad del Hierro hacia el siglo III antes de Cristo, donde se encuentra una pequeña ermita, una colina con una serie de piedras con una imagen de Santiago en actitud evangelizadora delante de una cruz, una fuente de la que emana un agua heladora y 130 escalones para ascender hasta donde se encuentra todo este conjunto jacobeo. En la festividad del 25 de julio tiene lugar una populosa y tradicional romería mediante una procesión desde Padrón hasta «Santiaguiño do Monte».

Alrededor de «Santiaguiño do Monte» existen multitud de leyendas que se pierden en las sombras de tiempos pretéritos. Por ejemplo, en el promontorio se encuentran una serie de piedras —perfectamente colocadas— donde descubrimos tres «gateras» que la leyenda define como: Infierno, Gloria y Purgatorio, por donde los devotos visitantes han de pasar para alcanzar el perdón de sus pecados; como fue el caso documentado del  barón  Jean  de  Von  Rosmithal,  cuñado del  rey Jorge  de  Bohemia, del que contamos su affaire ocurrido en el puente medieval de Balmaseda sobre el rio Cadagua (https://caminanteasantiago.blogspot.com/2021/08/el-incidente-de-jean-de-rosmithal-de.html). Cuenta Von Rosmithal que «yo entré con Buriano, Kmeskio y su hermano Petipescencio Mirosio y Juan Zehrowuense; este, al entrar, se sofocó y apenas pudimos sacarlo, porque el agujero por donde estaba era muy estrecho, por lo cual, desistió».

Esta no es la única leyenda, pues también se cuenta que en «Santiaguiño do Monte» hay una roca, reconocida como «la cama del santo» donde descansaba el apóstol, que la tradición oral de las villas y aldeas cercanas a Padrón (certificada por historiadores y etnógrafos), alberga un episodio en remotos tiempos: Un cantero se empeñó arrancar la piedra alegando que «todo era un cuento porque el Apóstol nunca había dormido allí», y dicha esta afirmación se cayó al suelo; lo llevaron a su casa, falleciendo poco después, aunque en un momento de lucidez pidió perdón a Santiago por el sacrilegio.

Santa Orosia, la sanadora de los «espirituados»

Cuentan que en el Camino Aragonés, después de atravesar los Pirineos por el puerto de Somport, los peregrinos y peregrinas suelen pernoctar en Jaca, donde los «poseídos por los espíritus» acudían el 25 de junio para la participar en la procesión de Santa Orosia, venerada patrona de esta capital de la Jacetania, benefactora de las sequías, plagas y pestes y sanadora de los tullidos y los «espirituados» o endemoniados; tradición documentada desde el siglo XVI, que fue prohibida en 1947. Hoy en día, la enorme devoción de los jacetanos a Santa Orosia se traduce en una preciosa y multitudinaria procesión por toda Jaca, mientras suenan las campanas de la catedral y desde los balcones se lanzan flores al paso de las reliquias de la santa, hasta llegar a la plaza de Biscós, donde llegará el momento de la veneración de las reliquias de la patrona.

Santa Orosia —cuyo significado es «buena rosa»— fue una princesa, hija de Boriborio y Ludmila, gobernadores de la región de Bohemia, en el siglo IX, que con 15 años viajó a Aragón, acompañada por su tío el obispo Acisclo y su hermano Cornelio para casarse con un noble aragonés. Pero en los montes de Yebra de Basa el séquito se encuentra con las hordas de Mohamed Ibn Lupo que ejecuta a todos los componentes de la comitiva menos a Santa Orosia, de la se enamora, a quien requiere convertirse al Islam para tomarla como esposa; cosa que la bella princesa rechaza permaneciendo fiel al cristianismo. El caudillo cordobés, lleno de ira, ordena cortar a Santa Orosia las piernas, los brazos y la cabeza tirándolos en una cueva. 

Dos siglos más tarde, un pastor llamado Guillén de Guasillo (guiado por unos ángeles) encuentra los restos de Santa Orosia y decide llevarlos a Jaca, a excepción de la cabeza, que deja en Yebra de Basa, pero cuando el zagal entra en Jaca todas las campanas de las iglesias comienzan a repicar solas, señal que es interpretada como que la patrona entraba en la ciudad.

A partir de entonces se comienza a celebrar en Jaca la festividad de Santa Orosia, tradición documentada desde el siglo XVI, con una serie de actos litúrgicos, que arrancan el 24 de junio, cuando se agrupan los romeros en la catedral y los «espirituados» que acudían desde muchas regiones colindantes para ser curados por la santa. Primero el sacerdote les bendecía y rociaba  con agua bendita y, finalmente, eran encerrados toda la noche en la capilla de San Miguel con las manos atadas mediante ligaduras a uno de sus dedos. 

Al día siguiente, se sacaba en procesión la hornacina de plata con las reliquias de Santa Orosia  escoltada por los devotos romeros encabezados por el Pendón de la Hermandad, con las cruces parroquiales, seguidas de una gran cruz y los estandartes de las cofradías gremiales. Acompañaba el séquito una multitud de enfermos, mendigos y «espirituados» los cuales si lograban romper sus ataduras se consideraba que el demonio había sido arrojado de su cuerpo. Todo finalizaba en la plaza de Biscós, donde se abría la urna, se enseñaban los mantos y joyas de Santa Orosia y se veneraban las reliquias de la excelsa patrona de Jaca. En Yebra de Basa se celebra una romería similar con la adoración del busto-relicario del cráneo de la santa protegida con casco de plata.

Los humilladeros del Camino, pequeños lugares de devoción para rezar por las almas del purgatorio

Cuentan que a lo largo de los caminos a Santiago encontramos toda una serie de monumentos religiosos de simbolismo popular como humilladeros, «cruceiros» y cruces de término, todos ellos situados, habitualmente, a las salidas o entradas de las aldeas, pueblos, ciudades y villas. Con el paso del tiempo, el cristianismo transformó estos pequeños lugares de devoción en pequeñas capillas o ermitas para que los caminantes rezasen por las almas del Purgatorio; en realidad servían también para señalizar los caminos y como muestra de devota plegaria entre los viajeros y caminantes. Esta es una costumbre que se considera de origen pagano o romano de cara a jalonar las calzadas romanas mediante «miliarios», una columna cilíndrica que indicaba la distancia de mil pasos, la cual señalaba una milla romana equivalente a 1480 metros.

Los pueblos celtas marcaban, por ejemplo, las encrucijadas de sus sendas como veneración a la Naturaleza y para gozar de la protección de sus dioses. Incluso atrapados por la creencia del retorno de los muertos colocaban piedras para que los difuntos pudiesen descansar en su itinerario hacia la eternidad y, además, colocaban a los enfermos en los cruces confiando en que lograsen la sanción por mediación divina o con la ayuda de otros caminantes. Es curioso, pero hoy en día en los cruces de las rutas jacobeas se pueden encontrar pilas de guijarros depositadas por los peregrinos y peregrinas….

El simbolismo de los cruces siempre ha estado estigmatizado por el miedo a la muerte y la oscuridad, leyendas de comercio con demonios, brujas y almas en pena, pues existía la creencia de que los caminos estaban destinados durante el día para los vivos y durante la noche para los muertos aunque, como antes se ha indicado, el cristianismo transforma todo estos símbolos en lugares donde corresponde humillarse o inclinar la cabeza en señal de sumisión a la cruz y a la imagen sagrada del humilladero para que proteja con un Buen Camino al peregrino o peregrina.

Antonio de Oquendo y Zandategui, el almirante guipuzcoano al que «nunca el enemigo vio las espaldas»

Cuentan que en el Camino del Norte al pasar por Donostia San Sebastián, en la plaza de Okendo, los peregrinos y peregrinas encuentran la estatua del navegante guipuzcoano Antonio de Oquendo y Zandategui, «Gran Almirante, experto marino, heroico soldado y cristiano piadoso», según se indica en el pedestal, al que «nunca el enemigo vio las espaldas», el cual, además, supo mantener el honor a la patria en cien combates. Su vida transcurrió vinculado a la mar, entre los años finales del siglo XVI y la mitad del XVII; al recibir de su padre Miguel de Oquendo, una sólida vocación a la Corona y la Mar Océano. El monumento fue realizado por Marcial Aguirre Lazcano y promovido por el ayuntamiento donostiarra y costeado en 1894 por suscripción popular y siendo fundida la escultura en bronce mediante los cañones viejos aportados por el Ministerio de la Guerra. Antonio de Oquendo con apenas 16 años comenzó su recorrido vital en el mar Mediterráneo, en las galeras de Nápoles capitaneadas por Pedro García de Toledo, como «entretenido» sin ninguna experiencia previa, enchufado y recomendado, al rey Felipe III como consecuencia de la brillante trayectoria de su padre que había sido general de la escuadra de Gipuzkoa. 

Por entonces, Antonio de Oquendo y Zandategui era un joven barbilampiño, de pequeña estatura, y de rostro moreno, el cual se adaptó con diligencia a la vida en el mar y que, además, aprendió con celeridad los detalles y particularidades de la navegación, demostrando valor en el combate a la hora de batallar contra los piratas; hasta lograr, al de pocos años, el primer mando de los galeones el Delfín de Escocia y la Dobladilla para buscar y destruir a dos corsarios ingleses que saqueaban las costas y pueblos del Golfo de Cádiz. Finalmente, Antonio de Oquendo salió vencedor capturando una de las naves inglesas y haciendo huir a la otra. Este éxito le significó el nombramiento de jefe interino de la Escuadra de Vizcaya, que navegaba por el mar Cantábrico y las costas portuguesas, escoltando a los barcos mercantes de la Flota de Indias. 

A partir del año 1611 comienzan sus viajes transoceánicos como general de la Flota de Nueva España, continuando con las labores de vigilancia de los mercantes que transportaban metales preciosos desde América y atesorando un gran prestigio siendo nombrado por el rey Caballero de Santiago. Es en estos años cuando contrae matrimonio, por poderes, con María de Lazcano, perteneciente al linaje de los Oñacinos.

Los años pasan y tras diversas vicisitudes en la vida de Antonio de Oquendo, los holandeses amenazan las costas del Caribe, adueñándose de puertos estratégicos, ocupando la región brasileña de Pernambuco, productora de caña de azúcar, con el fin de instaurar el monopolio de este comercio entre sus dominios, además, del tráfico de esclavos entre África y América. Pero el rey Felipe IV puso al mando de Antonio de Oquendo una flota compuesta por un total de dieciséis galeones españoles y cinco portugueses acompañados de doce carabelas con 3.200 soldados de refuerzo para recuperar Pernambuco.

La flota holandesa estaba compuesta por dieciséis buques y 1.500 hombres al mando de Adrian Hans-Pater que «plantó batalla» en la Bahía de Todos Los Santos a la armada española capitaneada por el galeón Santiago de 700 toneladas gobernada por Antonio de Oquendo. Después de siete horas de cañonazos entre las naves de los líderes, el buque de Hans-Pater se prendió fuego quedando el almirante guipuzcoano vencedor de la contienda. 

La última batalla de Antonio de Oquendo llegó en la Guerra de los Treinta Años cuando tuvo que vérselas en el Canal de la Mancha con la armada de Tromp, quien impuso una nueva estrategia en las batallas navales al evitar el clásico abordaje, que empleaba el almirante vasco, eludiendo el combate directo; cuatro naves holandesas mortificaron, sin éxito, con más de mil quinientos cañonazos el galeón Santiago, que se resistió a flote. El almirante guipuzcoano se mantuvo firme sin entregar el estandarte real, aunque, finalmente, gravemente enfermo pudo llegar a La Coruña para morir acompañado de su esposa e hijo. Antonio de Oquendo y Zandategui está enterrado en el Monasterio de Las Bernardas de Lazcano.

El «cuélebre» de Santa Maria de Celón que devoraba los cuerpos y las almas de los peregrinos

Cuentan que en el Camino Primitivo, en el concejo de Allande, se encuentra la parroquia románica de Santa Maria de Celón, donde subsiste el mito del «cuélebre», un demonio convertido en serpiente alada por la mitología asturiana, que devoraba los cuerpos sepultados en el convento y se apoderaba de las almas de los peregrinos y peregrinas que  pernoctaban en aquella capilla. Ni siquiera los monjes benedictinos, que habitaban atemorizados e impotentes aquel monasterio del siglo IX, se atrevieron a combatir al reptil en aquellos años de la Edad Media, pues consideraban que un enfrentamiento directo sería una imprudencia tal que conduciría al valiente a una muerte segura. Hoy en día, los habitantes de la comarca de Allande todavía recuerdan la leyenda, la cual se vincula con el arcángel San Miguel derrotando a Satanás y conduciendo las almas de los elegidos al paraíso.


Pola de Allande es un lugar de paso del Camino Primitivo, que Alfonso II «El Casto» inició desde Oviedo por las tierras asturianas de Salas, Peñaseita, Tineo, Berducedo, Fonsagrada y Allande, atravesando una tierra montañosa y hostil, aislados valles de verdes prados y bosques espesos, camino del Puerto del Palo en dirección a  Santiago de Compostela; en estos inhóspitos lugares es donde la  leyenda de Santa Maria de Celón cobró «vida propia».

Los monjes benedictinos alojaban a los peregrinos y peregrinas en su monasterio, avisándoles de la presencia del «cuélebre» que por las noches entraba por un orificio de la pared para reclamar los exhaustos cuerpos y las atemorizadas almas de los que allí descansaban. Pero, una noche, un peregrino hizo frente a serpiente asestando con su cayado un terrible golpe en la cabeza del reptil hasta matarla.

Este mito del «cuélebre» se extiende con diferentes acepciones a lo largo y ancho de muchas culturas: Egipto, países escandinavos, celtas y germánicos, así como en China, India, Japón y el lejano Oriente. En Asturias se producen tradiciones de serpientes que asedian a los habitantes de los pueblos cercanos desde cuevas, como por ejemplo, en Ribadesella, Cudillero, Salas, Somiedo y Cangas de Onís, aunque la más conocida, probablemente, es la del Convento de Santo Domingo en Oviedo, donde existía un «cuélebre» que devoraba los frailes del monasterio hasta que el cocinero le dio a comer una hogaza de pan rellena con alfileres que le ocasionó la muerte. 

La fuente Reniega del Alto del Perdón elimina las tentaciones de abandonar el Camino

Cuentan que en el Camino Francés en el alto del Perdón los peregrinos y peregrinas encuentran la Fuente Reniega, que si bebes su cristalina agua, según dicen, desaparecen las tentaciones de abandonar el Camino de las Estrellas, aunque en los últimos veranos el manantial se encuentra seco. A los caminantes todavía les restan setecientos kilómetros hasta Santiago, sobre todo, porque después de subir hasta la cima donde se encuentran las esculturas del alto del Perdón (en la foto), no es de extrañar que algunos piensen en abandonar su viaje a Compostela. La leyenda narra la aparición de Satanás a un sediento peregrino que, agotado, busca un poco de agua para continuar su camino; esta historia se repite, con diferentes acepciones, a lo largo de los numerosos senderos jacobeos, presentando a Lucifer como un agudo «embaucador de almas» cuando los viajeros atraviesan un puente, una montaña o, simplemente, una encrucijada de caminos.

simpático anciano dispuesto a ayudar al peregrino o peregrina.

    —-Se te ve cansado ¿quieres agua peregrino?

    —-Sí, la necesito…

    —Aquí cerca hay una fuente de la que brota un agua fresca y cristalina, pero hay que pagarla.

    —-No me importa, tengo dinero

Era el momento esperado por el diablo para darse a conocer y ofrecer agua a cambio del alma del caminante, pero, en este caso, el peregrino se negó e intentó encontrar la Fuente Reniega hasta que exhausto se echó en un recodo del camino para abrigarse del abrasador sol, cerrando sus ojos y esperando a la muerte, mientras Lucifer se desvanecía en medio de una nube de azufre.

El peregrino en sus sueños advirtió la presencia de un caballero montado en un caballo blanco, el cual golpeó con su espada la peña sobre la que estaba acostado, de donde brotó un agua fresca  y cristalina, que sació la sed del peregrino.