Un grupo de buscadores de metales participa en un proyecto arqueológico foral para el estudio de la guerra civil.
Un reportaje de Iban Gorriti.
UN grupo de amigos con forma desde hace más de una década un equipo que hace prospecciones por nuestros montes con detectores de metales. Han hallado numeroso material que aporta información a la memoria histórica. Hoy son noticia porque van a formar parte activa de la iniciativa de la Diputación Foral de Bizkaia Proyecto arqueológico para el estudio de la Guerra Civil (1936-1939) en Bizkaia a partir de materiales metálicos recuperados.
Son una decena de amigos, la mayoría de Bizkaia y algunos de Gipuzkoa. Algunos suman más de doce años de experiencia en la búsqueda con detectores de metales. Sus edades van desde la veintena hasta la cincuentena. “Nuestro campo de trabajo es la Guerra Civil desde el interés histórico, la investigación histórica”, explican a DEIA, lunas atrás, durante una prospección sin contraprestación económica en la que ayudaron a la Sociedad de Ciencias Aranzadi, en Muxika. No constituidos como colectivo, han cedido parte de sus hallazgos al Centro Vasco de Interpretación de la Memoria Histórica de Elgeta. “Otros los regalamos a Aranzadi si nos los piden… Los usamos sobre todo para exposiciones en municipios como Ugao, Elorrio, Oñati… Cuando una asociación relacionada con la memoria histórica quiere montar una pequeña exposición, se lo cedemos, y la parte que es munición siempre está vacía, descargada. Porque queremos dejar claro que aparte de obuses y granadas, también salen bayonetas, insignias, plaquitas, cazos, platos, balas, no son solo cosas que explotan, que es lo que aparece en los medios. De forma paradójica, los obuses y granadas son lo que menos aparece”, matizan.
Según inciden, con los detectores de metales lo que más se encuentran enterrado en las líneas del frente de las montañas son balas: “Solo viéndolas ya sabes el calibre, el arma que la disparaba, el año de fabricación, qué bando la podía tener e investigando el mes de fabricación. Todo el recorrido que hizo ese envío de cargamento hasta estallar a Euskadi”. En su quehacer, han dado con elementos muy curiosos. “De la guerra ruso-japonesa de primeros de 1900 llegaron materiales de guerra dando mil vueltas a Euskadi. Los rusos se lo cogieron a los chinos o japoneses y de allí fueron a Polonia y, de pronto, te lo encuentras en un monte vasco”, enfatizan.
Los detectores de este colectivo dieron con la carcasa de un obús japonés, de la citada guerra ruso-japonesa, que aterrizó en Euskal Herria y, como no tenían adaptador porque no habían llegado espoletas japonesas, le hicieron uno aquí. “Tiene entonces -subrayan- un vaso japonés, con un adaptador vasco y una espoleta francesa. ¡Eso es algo que en ningún museo del mundo vas a encontrar!”. A la pregunta de dónde lo conservan, señalan que “está pendiente de ser llevado al Centro Vasco de Interpretación de la Memoria Histórica de Elgeta. Ahora se está limpiando”.
En cambio, el grupo no almacena munición. “Yo tengo una colección de balas, pero está controlada por la Guardia Civil. Tienes que pasar unos controles. Luego hay otras cosas que no se pueden coleccionar”, explica uno de los prospectores. Otro agrega que “cada año tienes que dar cuenta de las altas y bajas en la Guardia Civil. Y para vaciar un cartucho o bala, lo hace cualquier cazador”.
Legado Estos amigos son pioneros en el uso de detectores. “No hay nadie con más de diez años de experiencia con detectores por aquí. Además, nosotros todo lo que encontramos lo vamos identificando”. Colaboraciones como la que tuvo lugar días atrás con la Sociedad de Ciencias Aranzadi se llevan a cabo “sin contraprestación económica, dependiendo del tiempo que tengamos. Tan solo nos solemos poner su camiseta. Casi siempre venimos un montón”, apostillan, y van más allá en su discurso: “que la gente no piense que solo vamos buscando bombas y cosas de esas… A nosotros nos emociona encontrar un tintero, un cazo, un katilu lleno de agujeros, eso nos gusta…”, matizan.
“Mira, la pieza más chula que he encontrado fue una chapita con un número y un agujero, que se supo que pertenecía a un miliciano del batallón Dragones. Y ni la tengo ya, se la di a la familia, porque ese número puso nombre a unos huesos”. Respecto a si este variado material se puede vender, a si existe un mercado para estas reliquias, valoran que “hay gente que lo hace en internet. Hay mercado, pero nunca vendemos. Como mucho cambiamos insignias. Lo que tiene una parte emocional no la cambias. El Ejército vasco fue derrotado, no guardaban insignias, pormiedo. En Santoña las tiraban al río. Hallamos insignias inéditas y hacemos réplicas”.
Estos estudiosos de los temas de la Guerra Civil estiman que hay episodios por analizar. “Queda por estudiar la microhistoria: de dónde sale la munición, insignias, calzado, el armamento vasco… Hasta que no encuentras el primer ejemplar en el monte, es inédito. Más interesante que la pieza es la información que te aporta, que se desconocía”.