Ya les vale. Hay embarazadas a las que les citan para descartar posibles malformaciones en el feto y se presentan a la ecografía con los fotógrafos del reportaje de boda, los testigos y parte de los invitados. Vamos, que la prueba acaba teniendo más espectadores que Eduardo Punset en La 2. Por su culpa, ahora está vetada la entrada a familiares y amigos y un becario te confisca en la puerta de la consulta la cámara digital y el iphone. Así que queda en manos del ginecólogo el llevarte una buena instantánea de tu retoño en construcción.
El mío estaba tan concentrado en el diagnóstico y en marcar con el puntero las partes del cuerpo -tenía dotes de hombre del tiempo- que olvidó apretar el botoncito para inmortalizar la cara del bichejo. Para cuando se acordó ya estaba escudriñando las extremidades inferiores, así que enmendó su error sacándole una foto del trasero.
En la sala de espera, la enfermera repartía informes e instantáneas al resto de padres, con las consiguientes explicaciones: «Esta es de la carita, aquí se le ve de perfil…». Hasta que llegó nuestro turno. «Este es el culete y esto, el pitilín». Bonito recuerdo. ¿Y ahora que le digo yo al aitite, que tenía pensado hacerse un llavero personalizado con la ecografía del nieto? Menos mal que mi hija, de cinco años, se lo ha tomado con total naturalidad. Tanta que va enseñando las intimidades de su hermano como si fuese su auténtico retrato. Ahora, si cuando nazca, le llaman caraculo, Osakidetza se las verá conmigo.