Emulando a El Vaquilla

«Tú eres El Vaquilla, alegre bandolero», cantaban Los Chichos.

Miércoles, 25 de marzo, duodécimo día después del cristo. Lo confieso. Soy una fuera de la ley. En plan El Vaquilla, pero con las greñas más largas. He bajado al súper a comprar unos kiwis y, además de llenar dos bolsas de productos de primerísima necesidad, como donuts, patatas fritas, cacahuetes, galletas de chocolate, aceitunas y todo lo que he pillado con aceite de palma y grasas trans, he comprado un lápiz. Sí, ¿qué pasa?, un lápiz. Staedtler Noris HB2, para más señas. ¡A mí las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado! ¡Que me detengan! Espero un rato con las manos en alto, pero allí no aparece ni un munipa. Deben de estar todos muy ocupados multando a los gilipuertas que en la infancia se perdieron el episodio Dentro y fuera de Epi y Blas. ¡Que lo tenéis en YouTube! «Tú eres El Vaquilla, alegre bandolero», cantaban Los Chichos. Qué tiempos aquellos. Ahora los delincuentes son unos tristes que se recorren Bilbao de punta a punta para comprar una barra de pan.

PD: El lápiz ha sido todo un éxito. El crío ha batido su récord en cautividad: ocho multiplicaciones antes de que anochezca. Mañana me pongo un pasamontañas y bajo a por una goma Milan.

Carraspea. ¡Que le corten la cabeza!

Por no andar desenvolviéndolo y envolviéndolo de nuevo, el padre de las criaturas se fue de esta guisa a trabajar. Aislado estaba, que de eso se trata.

Lunes, 23 de marzo, décimo día después del cristo. El padre de las criaturas carraspea. ¡Que le corten la cabeza! Espero un rato, pero como no viene nadie a hacerlo, sigo los consejos de una influencer, que para evitar cualquier posible contagio recomienda fumigarlo con KH-7 y zumo de jengibre. Como medida complementaria, lo envuelvo con film transparente y cinta aislante, porque de eso se trata, de aislarlo ¿no? Entre los tres lo metemos, en plan Tutankamón, en el armario escobero. Nuestro piso patera apenas mide 60 metros y si le dejamos un cuarto para él solo, el resto viviríamos hacinados. Enseguida me doy cuenta de lo incómodo que resulta apartarlo para sacar la fregona, así que lo trasladamos al balcón y le abrimos dos agujerillos con un cúter a la altura de las manos para que pueda aplaudir a los que están en primera línea de pandemia, muchos con lo puesto. A la noche, por humanidad, le dejamos pernoctar sobre una esterilla de yoga en la cocina. Mientras leemos un cuento en la cama, el crío me estornuda en toda la cara. Que rule, que rule. Y eso que lo tengo amaestrado para que lo haga en el antebrazo. Le pongo, para que no se repita, la careta del disfraz de Darth Vader, que ya la quisieran para sí algunos sanitarios. Con ella casi no se le entiende nada. Me planteo dejársela puesta lo que dure el confinamiento. La cosa no va a mayores. Me da que el estornudo ha sido por los estratos de polvo que se están formando sobre los muebles. ¿Qué quieren? Me he pasado media tarde saliéndome de grupos de WhatsApp y la otra media, clasificando los mails de los profesores como SPAM, pero esto off the record, ¿eh?

Mucho pájaro anda suelto

Los pájaros están tramando dar un golpe de Estado, se lo digo yo.

Domingo, 22 de marzo, noveno día después del cristo. Tras comernos todas las reservas de pan de molde, incluidas las tapas que antes solían ir a parar con moho al contenedor, decido vestirme como una humana -no como un ente del inframundo en el que se ha convertido nuestra guarida- para bajar a comprar un par de barras. Me despido de las criaturas como si me fuese a cubrir la guerra de Siria. ¿Recuerdan? Esa en la que siguen matando civiles -ya van 116.000- a bombazos. Bajo por las escaleras. Vade retro botonera del ascensor. Pongo un pie en la calle. Solo oigo a los pájaros, desaforados, cantando heavy metal en las copas de los árboles. Por fin respiro aire puro. Camino un minuto y me coloco en la cola a las puertas de la panadería. Bilbao desierto y se me pone detrás un señor fumándose un Farias. Hay que joderse. ¡Pero si están en peligro de extinción! Yo creo que alguien nos ha echado mal de ojo, porque el padre de las criaturas bajó el otro día al súper y le cagó una paloma nada más salir del portal. Hombre, no había un alma en la calle y boletos tenía. Seguro que llevaba la puñetera tres días esperando en una repisa con el culo en pompa. El pobre subió con el lamparón radiactivo y lo recluimos entre los tres en el baño como si tuviese la peste bubónica. Llámenme conspiranoica, pero para mí que los pájaros están tramando algo. A la noche soñé con una gaviota bigotuda que graznaba: «¡Todo el mundo al suelo!». Me tiré de la cama a la alfombra y vino el crío corriendo: “Jo, ama, qué susto, creí que se había caído la Play”.  

Arantza Rodríguez