Lo tuyo es puro teatro

Puro teatro

LOS programas de la tele se empeñan en buscar minitalentos musicales cuando lo que sobran en las aulas de infantil son actores como la copa de un pino. Bajo esas inocentes amantalas, hay auténticos profesionales que, sin necesidad de usar lágrimas artificiales, son capaces de pasar de la risa al llanto en cuanto enfilan el colegio. Los gimoteos, acompañados de esa última mirada de lechón camino del matadero, duran lo que tarda uno en salir de su campo de visión y se reanudan a la salida, como si llevasen instalado un temporizador de riego.

Algunos lo llaman chantaje emocional, pero para mí es una interpretación magistral, digna de competir con Loreak en los Oscar. Si no fuera porque las andereños te juran que en clase están fenomenal y porque sabes que, si no pararan de llorar, saldrían con la cabeza morada, serías tú quien iría moqueando al currelo. Intuyo que algo parecido les pasa a algunos políticos. Lloriquean en la intimidad de sus gabinetes por no haber alcanzado su meta electoral y recuperan la sonrisa estándar ante la militancia y las cámaras. Lo que les digo, que hay mucho teatrero suelto. No vendría mal un Félix Rodríguez de la Fuente, oculto tras los ficus de los despachos o agazapado tras las montañas de ropa sin planchar, para estudiar al ser humano en su hábitat natural. Porque a veces nos la cuelan. “Te quiero mucho”, te dice el crío y te deshaces. Hasta que va un día y se lo suelta también al cartero.

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(Re)vuelta al cole

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VÍSPERA de la vuelta al cole. Con la ayuda de un taser de imitación y unas esposas, consigues acostar a los críos dos horas después de lo previsto. Te las crees muy felices cuando silba el WhatsApp. Otra vez. Y dieciséis más. Una iluminada pregunta que si “los txikis tienen que llevar vaso”. Y en caso afirmativo, si de PET o PVC, con o sin asa, liso o con dibujos, apto para microondas o no, lo que genera una gran revuelta a horas a las que ya están cerrados los chinos. Están a punto de estallarte los sesos cuando la happy flower plantea si “valdrá una cantimplorita de Peppa Pig”. Piensas: “Mejor un vaso de tubo con hielos y bien de ginebra para la andereño porque como nos tenga que aguantar a pelo se coge la baja por estrés antes de terminar la semana”.

Es solo el comienzo. La sábana para la siesta y cómo coser cuatro puñeteras gomas en las esquinas da, como poco, para un seminario. Y con el reparto de libros resurgirá el debate ¿Con forro adhesivo o de toda la vida? y el clásico ¿El nombre a lápiz o con rotulador permanente? Dos bobadas como otras cualquiera que suscitan más tráfico de mensajes que de influencias.

Sospecho que el periodo de adaptación no es por el bien de los niños, sino por la salud mental del profesorado. De no tener las tardes libres para practicar yoga, con tal oleada de consultas tontas a pie de patio, desertarían. Y de devolvérnoslos a casa, nada, majitos. Que conocemos nuestros derechos. Y hemos echado el pestillo.

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Merkel no, manda amama

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LE dice un día el crío a su hermana, en plena reyerta por un plumero desmochado, que ella no manda, que quienes mandan son ama, aita, la cuidadora, la andereño y los bomberos. El padre de las criaturas me mira con un ojo -ha desarrollado la habilidad de dejar el otro pegado en el smartphone– y le juro y perjuro que, como no se refiera a los del calendario, no ha entrado ninguna otra manguera en casa. Al menos, digna de mención. Días después leo que Euskadi reconocerá a los bomberos como agentes de la autoridad y constato que mi hijo es un visionario, un adelantado a su tiempo, una especie de niño lama versión hardcore.

No obstante, ha sido pisar la casa de veraneo de los aitites y ser desbancados todos de nuestros puestos. En su lista Forbes de los más poderosos no hay rastro de Merkel, mucho menos de Rajoy. La ocupa toda, de cabo a rabo, amama, la madre de la madre, the master, para que me entiendan ellos. Esa que se pasa por el forro de la bata de boatiné la pirámide alimentaria y ve helados de chocolate donde hay puerros. Esa que interpreta a sus anchas el Tratado internacional de libre comercio, esto es, que mete al niño a un bazar chino y compran lo que les viene en gana. Esa que forma un lobby con los nietos que me río yo de las farmacéuticas. “Me tienes frito”, le dice el padre al niño desbocado. “Frito y los Fitipaldis”, contesta él. Carcajada de amama. Claudico.

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Cómo enviudar y que parezca un accidente.

CARI, ¿bajas la basura?”, le dices, mientras terminas de recoger la mesa con el crío colgado a la chepa, reclamando que lo lleves a la cama, previa escala en el baño, en uno de tus vuelos low cost. “Claro”, responde él y echa mano del smartphone. Primero comprueba su ubicación, no vaya a ser que, mientras untaba la yema del huevo frito, haya sido abducido por algún habitante de ese nuevo planeta descubierto por la NASA y teletransportado a una cocina de una casita en Plutón. Una vez comprueba que no, que continúa en su pisito y tendrá que seguir pagando la hipoteca, introduce en el navegador GPS la dirección del contenedor de la esquina para calcular la ruta más rápida y económica.

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Decidido el trayecto, consulta por medio de una aplicación si hay algún amigo por la zona que le recomiende algún otro contenedor y anuncia en el grupo de WhatsApp de padres del colegio que va a tirar la basura por si alguien se apunta. Después comprueba en su reloj inteligente la temperatura exterior, la velocidad del viento, la presión atmosférica, la fase lunar y las mareas. Tras cerciorarse de que no le sorprenderá una galerna, se ajusta el pulsómetro-podómetro que le informará de la distancia recorrida y las calorías quemadas. Al de una hora vuelves y le sorprendes colocándose los auriculares bluetooth sin siquiera haber tocado la bolsa de basura. Te encierras con la tableta en el baño. Tecleas: cómo enviudar y que parezca un accidente.

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Abstemio de móvil

ME hablaron en una ocasión de un tipo que no tenía teléfono móvil y se me antojó que debía ser una especie de niño salvaje incapaz de adaptarse a la civilización en su edad adulta, además de objeto de estudio antropológico y posible entrevistado de suplemento dominical por rara avis. Pero resultó que el adalid del minimalismo tecnológico no tenía greñas ni andares de selva amazónica.

Abstemio de móvil
Abstemio de móvil

Era un hombre con apariencia de sabio al que no le hacía falta para nada un dispositivo al que mirar 150 veces al día, como acaba de afirmar un estudio sobre el resto de los mortales. Supongo que, en vez de contemplar fotos ajenas y leer chistes malos, este activista antismartphone preferirá comerse también con los ojos el pincho de tortilla del almuerzo o esperar a llegar a casa para decirle a su pareja lo mucho que la quiere esbozando su propia sonrisa y no recurriendo a la del emoticono con dos corazones saltones por ojos, que uno no sabe si representa a un romántico empedernido o a un tío puesto hasta arriba de pastillas. Suena raro, estando el 77% de los ciudadanos enganchados al móvil, eso de andar por la calle ilocalizable, con las manos colgando, los bolsillos vacíos… Como si uno no tuviera otra cosa que hacer que desplazarse. Sin sacar ninguna foto, sin consultar ninguna web, sin leer ningún mensaje. Suena a niño chapoteando desnudo en la playa. Suena a sabio libre.