Santo Jobs

Admitámoslo. Ya nadie se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. Ni de ella ni del resto de canonizados. Y menos la gente joven. El otro día le dije a mi sobrina de 16 años que su madre tenía más paciencia que el Santo Job y me miró extrañada por encima de su iPad. «¿Que el Santo Jobs? ¿Steve Jobs?». Para darse de cabezazos.

Es lo que tiene la educación laica, que mencionas el arca de Noé y los chavales se piensan que el tipo es un defraudador que acaba de sacar a relucir su tesoro gracias a la amnistía fiscal. A María Magdalena la sitúan, junto a las galletas tocayas, en la estantería de bollería de un supermercado y eso de multiplicar panes y peces les parece una chorrada después de haber visto a David Copperfield hacer desaparecer la Estatua de la Libertad. Si les dices que Jesús surcó las aguas, se imaginan al presentador Jesús Vázquez con su marido en una moto acuática y para ellos solo existe un Judas, el grupo heavy Judas Priest. De vírgenes, mejor ni hablamos. Y los únicos ángeles que conocen son los de Victoria’s Secret. Nada que ver con los otros, tipo michelín.

Tampoco los refranes tienen garantizada su supervivencia. Le sueltas a una preadolescente, de esas que van en sujetador largo y pantalón braga: «Hasta el 40 de mayo no te quites el sayo» y te mira como si llevaras puesto el chándal olímpico y acabaras de meterte un chute de yo qué sé qué. Está claro, somos más viejos que Matusalén, el abuelo de Noé, el defraudador.

Todo incluido

Deberían advertirlo en los catálogos de viajes: el régimen todo incluido no es aconsejable para aprensivos. Porque eso de llegar al hotel y que te coloquen una pulserita de plástico como la que te ponen en Urgencias da un mal rollo que no veas. De hecho, el primer día, el padre de las criaturas se echó una siesta con pérdida de consciencia en la tumbona de la piscina y cuando despertó y se miró la muñeca, pensaba que estaba en una camilla y le acababan de extirpar un riñón.

Su temor de que el menú fuera una bolsa de suero o, lo que es peor, un puré sin sal, se disipó al pisar el restaurante y ver sendas colas calibre Lanbide ante las fuentes de paella y pizza. Ni en época de racionamiento, se lo juro. El pepino rebozado, sin embargo, se antojaba acomplejado. Intacto, al igual que las alubias matutinas, parecía preguntarse: ¿qué hace un pepino como yo en un bufé como este?

Calorías aparte, si algo tiene un comedor para 430 personas es que pasa uno desapercibido. Anteayer, por despiste, bajé a desayunar en camisón y ni una sola mirada, oigan. Estaban todas concentradas en el hombre de los calcetines con chanclas. Estoy por hacer la prueba con el gorro de ducha, a ver si causa más impacto. Lo que peor llevamos, sin duda, es madrugar para pillar sombrilla. Hay quien acampa a la noche, como si fuera a comprar entradas para una final del Athletic, para marcar territorio con la toalla ¡a las ocho de la mañana! Solo nos falta fichar.

Chinita tú

Hasta hace poco, a la cría se le bufaba que la sacara a la calle con un vestido de tul, el disfraz de oveja latxa o el albornoz, pero el otro día, probándose un buzo de florecillas en una tienda, se rebeló. «No me gusta. Es muy feo. Que se lo compre un idiota o un chino». ¿Un chino? ¿Qué le habrá hecho pensar a una niña de seis años que nuestros vecinos asiáticos no tienen criterio estético? ¿Quizá esos escaparates donde conviven los gatitos que te pego leche, a modo de San Pancracios, junto a una bandera del Athletic y una escobilla de baño? ¿O tal vez el haber oído la expresión: le engañaron como a un chino?

Pero, vamos a ver, aquí ¿quién engaña a quién? Porque a lo tonto, a lo tonto, sus comercios se propagan como la hierba de la pampa, mientras el tendero de toda la vida está a punto de convertirse en una especie en peligro de extinción. Como esto siga así, vamos a tener que hacer una cuestación, tipo Domund, con huchas con forma de cabeza de comerciante local.

Que vaya por delante -a estas alturas de la columna, casi debería decir por detrás- que no tengo absolutamente nada en contra de los orientales. Obviando el empalagoso hit de los payasos de la tele Chinita tú, chinito yo, y nuestro amol así será… y el programa de Humor Amarillo, que han hecho más mella en la capacidad intelectual de algunas generaciones que las chinas fumadas, lo único que no soporto del gigante asiático es su gobierno, que trata a sus ciudadanos como mercancía de todo a cien.

Enfermo deluxe

Menos mal que morirse todavía es gratis porque lo que son los prolegómenos se están poniendo por las nubes. Entre el copago y la lista de medicamentos que el Estado quiere dejar de financiar, ponerse malo según dónde va a resultar más caro que irse de crucero. De hecho, en algunas farmacias están pensando en tapizar el suelo con una alfombra roja, como la de los Oscar, para recibir como se merecen a los enfermos deluxe.

El resto estará escupiendo esputos en el envase del Cola-Cao o sufriendo las hemorroides en silencio. En silencio y a oscuras, porque también se dispara el recibo de la luz. A los que tengan diarrea al menos les quedará el consuelo de soltar un mecagüen seguido del presidente o ministro correspondiente, lo que, quieran que no, debe aliviar mucho la tensión emocional.

Mientras los de las franquicias de Compro oro se frotan las manos pensando en la de viudas que tendrán que empeñar la alianza para pagarse los comprimidos para las varices, las empresas contratan a cerrajeros para blindar sus botiquines. Porque, con este panorama, una caja metálica llena de paracetamoles, protectores gástricos e ibuprofenos, más que un botiquín, es un botín.

Como la cosa siga así, no nos va a quedar otra que recurrir a los consejos de Txumari Alfaro, así que ya saben, vayan preparando el orinal. Otra posibilidad es pedir que nos borren las orejas con el photoshop, como a Belén Esteban, y gritarle a Rajoy: No te escucho, cucurucho.

Obispócrita

Malpensados, más que malpensados. El obispo flotante a una señora pegado asegura que no es lo que parece. Aunque lo mismo le juró el marido a la amiga de Rafaela Carrá cuando se encontró a una mujer en el armario, ¡qué dolor!, ¡qué dolor! Lamenta el prelado argentino que adosarse a una fémina como el difunto pulpo Paul «pueda haber dado lugar a malas interpretaciones». Perdone, monseñor, pero se ha arrimado usted tanto que no ha dejado mucho espacio a la imaginación. Vamos, que descartados los ejercicios espirituales acuáticos y la confesión submarina, estaba usted teniendo una experiencia religiosa a lo Enrique Iglesias sí o sí.

Que no es que yo tenga nada que objetar, pero al menos no sea hipócrita y admítalo. «Es una amiga de la infancia», dice. Ya. Y en preescolar se quedaron con ganas de jugar a médicos, ¿no? «Prácticamente la conozco desde que tengo uso de razón y las imágenes solo se explican en el marco de una larga amistad». No insista, por favor, que ya nos ha quedado claro que no es usted de esos de aquí te pillo, aquí te mato.

Si la explicación que se echa en falta es precisamente la que no ha dado. Porque como presidente de Cáritas Latinoamérica se hace un poco raro que se pegue esas vacaciones. Se le debió olvidar aquello de predicar con el ejemplo cuando dejó el báculo y la mitra en el guardarropía del hotel de lujo donde dicen que se alojó. A usted lo de misionero le debe de sonar a una postura.