El 15-M no fue en vano

Diez años del 15-M. Como manda la costumbre de arrimar el ascua a la sardina ideológica propia, los recuerdos del episodio que vemos y oímos estos días oscilan entre la idealización superlativa y el desdén más absoluto. A riesgo de ser señalado una vez más como cansino equidistante, me atrevo a sugerir que lo que ocurrió hace ahora un decenio no fue ni la Revolución de los claveles ni una pérdida de tiempo de la chusma ociosa con ganas de jugar a cambiar el mundo. Ni éxito arrollador ni fracaso estrepitoso, por tanto, pero lo que es innegable, salvo que se padezca de ceguera voluntaria, es que aquellas movilizaciones masivas llenas de entusiasmo han tenido consecuencias de muchísimo calado en el tablero político general.

Es cierto que el llamado régimen del 78 sigue en pie, incluidas sus instituciones más rancias. También lo es que los poderes económicos mantienen su vigor si es que no lo han aumentado. Pero el susto no se lo quita nadie. Aunque en el balance global no sea demasiado porque siguen llevando las riendas, han tenido que enterrar ciertas malas prácticas y han debido acostumbrarse a compartir mesa con personas a las que despreciaban. También han visto cómo los votos de la gente normal les expulsaban de instituciones de primera línea. Todo eso ni lo imaginábamos cuando empezó el baile.

Tic, tac, Catalunya

No gana uno para cuentas atrás. 96 días para la inmunidad de rebaño que Sánchez nos va telegrafiando desde el lunes y 12 para que la carroza catalana se convierta en calabaza y haya que convocar nuevas elecciones. Tocarían, por cierto, en julio, como las de la CAV de hace un año, aunque en este caso, con un pelín más de fatiga pandémica y de urnas, porque las anteriores fueron hace justo tres meses, el 14 de febrero.

¡Ay, el procés, y nosotros, que lo quisimos tanto! Cada vez me siento más incapaz de disimular el hastío, especialmente, ante mis queridos amigos, los procesistas locales de salón, que encontraron allá al nordeste de la península lo que no tenían en casa y se hicieron devotos. Me da hasta pena preguntarles qué piensan de los sucesores del multienmarronado Pujol gritando ante la sede de Esquerra “¡Junqueras, traidor, púdrete en prisión!”. Cierto: ahora que lo pienso, era el partido de vuelta de aquellas 155 monedas de plata de Rufián que fueron las que obraron el milagro de la conversión de Puigdemont de piernas institucionalista en líder carismático del soberanismo fetén.

Todo muy bien, si no fuera porque el unionismo español que muerde el polvo una y otra vez cuando se llama a votar, se está escogorciando de la risa ante la bronca sin cuartel por la hegemonía del independentismo.

Cien días es demasiado

Pedro Sánchez ha entrado en bucle. No deja de repetir que las Comunidades tienen quintales de herramientas jurídicas para luchar contra la pandemia y, sobre todo, que ahora toca mirar al futuro porque dentro de cien días alcanzaremos la inmunidad de rebaño. Respecto a lo primero, lo de la capacidad normativa, ya se ha visto que no es así ni de lejos. Ahí están como prueba las bofetadas recibidas desde las instancias judiciales superiores. En el caso de Nafarroa, con la propina añadida de tumbar los topes horarios además del toque de queda. Si no querías arroz, toma dos tazas.

Y en cuanto a la machacona apelación a tener paciencia porque nos quedan menos de tres meses, hay que contar hasta un millón. De entrada, porque ni los epidemiólogos más optimistas se atreven a dar el virus por vencido incluso tras la vacunación masiva. El presidente español osa, sin embargo, a cantar una victoria aún en duda. Pero es que además, como escribía ayer en DEIA Iñaki González, a Sánchez se le ha borrado el presente de la ecuación. Fiel a su natural escapista, ha decretado el olvido de las decenas de miles de muertos de los últimos catorce meses. Y no contento con ello, se fuma un puro con los contagios y los fallecimientos que vaya a haber hasta que llegue el día que ha marcado en rojo en su feliz calendario.

Las llaves de las cárceles

Miren que uno está curtido en exabruptos diestros, pero ayer, recopilando a hora tempranísima material para La Maraña Mediática, los ojos a punto estuvieron de salírseme de las órbitas. Frente a mi, la portada de La Razón, con la imagen en un espectacular contrapicado del recién reelegido coordinador general de EH Bildu y este titular abajo: “Otegi ya tiene las llaves de las cárceles”. La demasía aludía a la firma el día anterior del traspaso a la CAV de la gestión de las prisiones, acto protocolario en el que el líder de la coalición soberanista ni estaba ni se le esperaba. Más que nada, porque era un asunto entre dos gobiernos, el vasco, representado por el vicelehendakari Josu Erkoreka, la consejera Olatz Garamendi y el consejero Pedro Azpiazu, y el español, representado por el ministro Miquel Iceta.

Como he dicho y escrito en más de una ocasión, si algo hay de noticioso en esa rúbrica, es su descomunal retraso. Esa competencia que tanto hace hiperventilar al fondo a la derecha llevaba 42 años pendiente de entrega. Y no, ni de lejos va a suponer, como vaticinan los excitados y exagerados propagandistas, la amnistía súbita para los presos de ETA. Lo que ocurrirá simplemente es que las cárceles vascas serán atendidas desde la administración más cercana. Solo hablamos de la más pura normalidad.

Irresponsables con y sin cubata

Si no estuviéramos en medio de una inmensa tragedia con alrededor de cien mil muertos en el estado, resultaría hasta cómico. El ministro de Justicia español, un tipo cuyo nombre desconocen nueve de cada diez de sus administrados, sale de las catacumbas para decir por la mañana pata y al mediodía patata. Qué personaje, el tal Juan Carlos Campo, que nos madrugó en El País con una redacción escolar en la que daba por muerta la pandemia y terminaba con un párrafo pegoteado tras las imágenes de la nochevieja del fin del estado de alarma deslizando que quizá se pueda cambiar el cagarro de decreto evacuado por su gobierno el otro día. Total, para desmentirse a sí mismo un rato después en el programa de Ferreras.

La última versión del mengano cuando tecleo estas líneas es que no hay nada que cambiar, que la legislación ordinaria no permite el toque de queda y que las comunidades tienen “un arsenal de herramientas jurídicas” para hacer frente al virus. Ni media hora antes, su compañero de gabinete Miquel Iceta había asegurado a metro y medio del vicelehendakari Josu Erkoreka que si cualquier comunidad necesitaba un estado de alarma, se estudiaría y con toda probabilidad se concedería. Como se ve, la irresponsabilidad de los juerguistas del domingo es directamente proporcional a la del gobierno español.

Una justicia, dos varas

Al final, el Estado de Derecho —hagamos derroche innecesario de mayúsculas— era esto. Ante los mismos hechos, varios tribunales superiorísimos toman decisiones no ya diferentes sino diametralmente opuestas. Es como si dos equipos médicos de élite diagnosticaran un catarro o un cáncer a la vista de síntomas idénticos y recetaran en consecuencia: unas juanolas o quimioteraìa agresiva. Sería algo de todo punto inadmisible que conllevaría un severo castigo a los galenos que hubieran metido la pata.

En el caso de los dictámenes de sus ilustrísimas e intocables señorías, sin embargo, te tienes que comer la matraca de rigor: eso es lo bonito del hecho jurídico, que no hay una única interpretación. Lo pistonudo es que te lo dicen como si no fuera un escándalo de proporciones cósmicas que según qué tipos y/o tipas con birrete te hayan caído del cielo, tienes barra libre para hacer lo que te salga de entre las ingles —caso de la CAV— o debes acogerte a ciertas normas lógicas cuando todavía la pandemia no se ha ido, incluso aunque exhibas cifras sanitarias muy razonables como en Valencia o Baleares. El remate es tener la absoluta certeza (porque el individuo que la ha dictado ni siquiera disimula) de que la resolución no se ha tomado atendiendo a la legalidad vigente sino a pulsiones puramente personales.

El domingo, tonto el último

Empezaré apuntando una maldad. Los que han decidido que no son necesarias ni la prórroga del estado de alarma ni una legislación específica a partir del domingo son los mismos que pensaron que era una buena idea presentar una moción de censura en Murcia. En uno y otro caso subyace el principio ludopático que rige sus actuaciones, que es el que mi profesor de cuarto de EGB enunciaba así: si sale con barbas, San Antón; si no, la Purísima Concepción. Lo tremendo es que en el caso que nos ocupa, esta apuesta a cara cruz se puede traducir en decenas de miles de contagios y en una buena cantidad de muertes. Alguna experiencia tenemos en desescaladas a tontas y a locas y en salvaciones del verano, las navidades o la semana santa.

Escribo esto, no lo niego, bajo los efectos del inmenso canguelo que me da pensar en el monumental pifostio que se puede montar pasado mañana, cuando el personal sienta que tiene permiso para hacer de su capa un sayo. Y la cuestión es que será literalmente cierto porque decaerán las medidas troncales para hacer frente a la pandemia. Como poco, el toque de queda y los cierres perimetrales. Todo lo demás deberemos fiárselo a los tribunales de Justicia. Con los precedentes que nos han dejado sus señorías, solo nos queda rezar para que el virus se tome un respiro. Ojalá.