Solo una entrevista más

Calculando por lo bajo, en mi ya moderadamente larga carrera profesional, le habré hecho unas 25 entrevistas a Arnaldo Otegi. Unas han sido de carril y otras con algo más de sustancia. Ninguna, se lo juro por el Dios de los plumíferos, ha incurrido en el blanqueamiento. Ni en el ennegrecimiento, ojo. El género no está ni para lo uno ni para lo otro. La cosa va de preguntar con más o menos tino, escuchar la respuesta y, si es el caso, volver a preguntar o pasar a la siguiente línea del cuestionario. A veces la cosa fluye como una conversación natural, mientras que en otras ocasiones se ronda el interrogatorio, el test, el juego de frontón o el cansino paseo por lo requetetrillado. Y eso pasa con Otegi, con Ortuzar, con Sémper o con quien se tenga en la alcachofa de enfrente.

Les arreo esta chapa introductoria porque sigo sin salir de mi pasmo ante la bronca de diseño que ha provocado la presencia del coordinador de EH Bildu en un programa de la televisión pública española. Manda bemoles que lo que por estos lares hace lustros no llama en absoluto la atención origine un cristo del quince si se da en la villa y corte de la hispanitud. O mandaría. Como vamos para talluditos, ya no nos pilla por sorpresa el rasgado ritual de vestiduras de los que viven de los pifostios de plexiglás. Que les ondulen con la permanén a los hiperventiladores fingidos. Ladren y ladren y vuelvan a ladrar, que ni por el forro tomaremos por auténtico su cabreo. Y si lo es, peor para ellos. Elijan entre tila y Lexatín. Otra cosa son mis presuntos compañeros de gremio que se escandalizan por la naturaleza misma de su curro. Qué pena.

Ping-pong eterno

¿Recuerdan la urgencia con la que se convocaron las elecciones generales? Se nos hizo creer que había una prisa loca en darle un tajo al nudo gordiano del bloqueo para afrontar no sé qué cuestiones inaplazables. Pues mañana se cumplirán dos meses de la cita con las urnas y este es el minuto en que seguimos sin novedad en el Alcázar, o sea, en La Moncloa. Mimetizado en Rajoy —¿seguro que cambió el colchón?—, Pedro Sánchez tira de cachaza y se deja llevar en la placidez de la presidencia en funciones.

El cuajo alcanza tal nivel que en este tiempo apenas hemos oído de sus labios nada que tenga que ver con su investidura. De eso se encargan sus fieles escuderos, la vicepresidenta interina, Carmen Calvo, y el chico para todo, José Luis Ábalos, que va camino de batir el récord sideral de comparecencias públicas inútiles. Según salen de su boca, las palabras caducan. Ahora está todo muy avanzado para un gobierno de cooperación, ahora las posturas están a siglos, ahora, ya si eso, hasta se le tiran a los tejos a Ciudadanos, a ver si en su zozobra muerde el anzuelo y caen unas abstenciones del cielo.

Para nota también, lo del presunto socio preferente. El inquilino del chalé de Galapagar amenaza una noche con hacer morder el polvo a Sánchez para jurar a la mañana siguiente que el acuerdo está más cerca de lo que parece. Y apostilla el mendicante de ministerios, con cinismo insuperable: “aunque tengan que pasar dos meses y medio”. Efectivamente, es lo que parece. Nos toman a los ciudadanos por el pito de un sereno. Sus vidas no van a cambiar salga el sol por donde salga. El ping-pong que dijo Iglesias puede ser eterno.

Ciudadanos, en barrena

La banda sonora de esta columna la pone Carolina Durante. “Todos mis amigos se llaman Cayetano; no votan al PP, votan a Ciudadanos”. Veremos si en el futuro hay que modificar el ripio. No corren los mejores tiempos para la cuadrilla del chaval del Ibex. ¿O será ya ex-chaval? Llámenme conspiranoico, pero empieza a darme a la nariz que las sonoras deserciones que estamos viendo no son fruto de la casualidad. Igual que un día asistimos a una evidente operación de montaje a golpe de talonario de una fuerza que sustituyera al PP en caso de colapso gaviotil, se diría que ahora los financiadores tratan de frenar el invento.

Es verdad que suena un poco raro, pero vamos a ver si me explico. Fallado el objetivo original de hacerse con el gobierno de España —el poder territorial es importante pero secundario— con la suma de las tres derechas, el plan de contingencia consiste en evitar que Sánchez repita en Moncloa apoyado por Unidas Podemos y/o el resto de partidos disolventes que ustedes saben. Y eso pasa inevitablemente por que los naranjas se traguen sus bravuconadas del cordón sanitario contra el PSOE y acaben facilitando la investidura de su presunto archienemigo a través de la abstención. En nombre, ya saben, de la sacrosanta estabilidad. No es la primera vez que se ha hecho; recuerden cómo consiguió Rajoy su segundo mandato.

¿Funcionará la presión? Para ese fin, estaría por apostar que no. Es tarde para que Rivera, convertido ya en un Napoleón de lance, recule. De hecho, da la impresión de que Sánchez lo ha asumido y su dilema actual es pactar con Iglesias o jugársela a otras elecciones. Pura elucubración, conste.

¿Y las otras manadas?

Perdonen que siga con la sentencia del Tribunal Supremo que, además de dejar negro sobre blanco que fue violación, duplicó las penas iniciales a los miembros de La Manada y los envió —¡por fin!— a la cárcel. Mi temor es que este final, dentro de lo que cabe, reparador e incluso pelín balsámico, nos haga pasar página hasta no sé qué efeméride. Es verdad que leo que lo acontecido puede llegar a cambiar el código penal en lo que se refiere a los delitos sexuales o, como poco, el modo en que los jueces se enfrentarán a ellos. Me alegro. Ojalá sea así, pero eso sigue sin ser suficiente.

Hay una parte no jurídica que es donde creo que deberíamos profundizar. Hablo de los aspectos mediáticos y sociales que se han puesto de manifiesto en este caso. Jamás, que yo recuerde, se ha alcanzado este nivel de tensión en las calles ni se ha dado una cobertura de los medios tan milimétricamente exhaustiva. Ya no es solo que se haya seguido con todo lujo de detalles el proceso desde el mismo instante de la denuncia hasta la decisión del pasado viernes. Lo diferencial es que hemos conocido con pelos y señales a los ahora ya definitivamente probados violadores. Conocemos sus nombres, sus caras, sus circunstancias vitales y, mientras han estado en la calle, cada uno de sus movimientos. Me pregunto por qué algo así no es posible con las decenas de manadas y centenares de depredadores sexuales que actúan en solitario de cuya existencia tenemos constancia, por desgracia, un día sí y otro también. Como voy siendo mayor, no les oculto que es una pregunta retórica. Intuyo los motivos de que no se obre así siempre. Y ustedes también.

Tras la sentencia

Inquieta pensar que sin presión social no se habría llegado a una sentencia como la del Tribunal Supremo sobre La Manada. Personalmente, la considero muy justa poniendo en relación los hechos y las condenas. Sin embargo, creo que el sistema no puede funcionar así. De saque, cabe preguntarse qué ocurre en los miles de casos que no tienen la relevancia mediática que ha adquirido este en concreto. Y luego está algo que, no comprendo por qué razón, su solo enunciado resulta una verdad incómoda entre personas que se dicen demócratas y progresistas: no tiene un pase que la Justicia se imparta por petición popular, a golpe de pancarta y desgañitamiento en la calle. Concedo que esta vez ha salido bien, pero me aterra volver a los tiempos en que se exigían castigos ejemplares tea en mano.

Reflexionemos al respecto y, ya puestos, démosle un par de vueltas a otras cuestiones. Por ejemplo, a la radical incoherencia a la que hemos asistido. Muy buena parte de las personas que corrieron a mostrar su alborozo por el aumento de la pena al doble son las mismas que nos cantan las mañanas sobre la reinserción como fin único y verdadero de las condenas y contra lo que califican como inútil punitivismo. Eso, cuando directamente no pontifican que habría que derribar todas las cárceles. Este servidor, que tiene pasado ese sarampión bienpensante, les anima a desprejuiciarse de una vez y a perseverar. Nadie se convierte en facha desorejado por pretender que los crímenes se paguen —sí, ese es el verbo— con arreglo a un mínimo sentido de la proporción. ¿Acaso no era eso lo que reclamábamos para el quinteto de ya probados violadores?

Navarra escuece

Sigo sin saber cómo acabará el enésimo serial foral. Es cierto que pinta mejor que hace 48 horas, pero la amplia bibliografía presentada en el pasado invita a extremar la prudencia. Como suelo repetir, hasta el rabo todo es toro. En cualquier caso, a la espera de la evolución de la trama, toca disfrutar este momento de llantina, rasgado ritual de vestiduras, dolientes toques a rebato y demasías dialécticas que nos devuelven uno o varios lustros atrás en el calendario.

Procede entonar el clásico cervantino: ladran, luego cabalgamos. ¡Y qué ladridos, oigan, desde el ultramonte político y mediático! No sabe uno dónde escoger entre tanta salida de madre. “El PSOE abraza al separatismo en Navarra”, vociferaba en portada el diario que fletó el Dragon Rapide en julio de 1936. “Sánchez se entrega a Bildu para allanar su investidura”, clamaba también en primera la hoja volandera fundada por el ínclito Anson. En versión corregida y levemente aumentada, el editorialista el experiódico de Pedrojota se incendiaba: “Entregar Navarra al aval de Otegi”. Todo, claro, pasando por alto que en este psicodrama, la coalición soberanista ejerce casi de convidado de piedra y que, como ayer advirtió Barkartxo Ruiz en Onda Vasca, no piensa resignarse a semejante papel.

Tanto da. Para Pablo Casado y su protegida ahora matritense, Ana Beltrán, lo del miércoles fue “ponerse de rodillas ante el nacionalismo” o “el inicio de la traición y el primer pago al independentismo”. Como guinda, Rivera, el mil veces ridiculizado por Macron, se abona al comodín de las líneas rojas pisoteadas, como si lo suyo con Vox fuera un accidente. Sobra rostro.

Ciaboga inesperada

Esto sí que ha sido el clásico del gol en Las Gaunas, o sea, en el Sadar. Cuando —confesémoslo— muchos teníamos la garrota preparada para disciplinar a modo al PSN por su enésima traición, los acontecimientos giran y nos encontramos al perverso vasquizante Unai Hualde con 30 votos como 30 soles para presidir el Parlamento de Navarra. Oigan, que según mis dedos, son cuatro más de la mayoría absoluta. No me dejará por mentiroso Inés Arrimadas, indignadísima testigo de excepción de la ciaboga inesperada. Qué cagada, mi brigada, venir a celebrar el triunfo de la Razón de Estado y quedarse con el molde. De propina, con una secretaría de la Mesa de la cámara para EH Bildu, en la persona del incombustible Maiorga Ramírez, hasta ahí podíamos llegar. Pues se llegó.

A casi dos horas del lugar de los hechos, reconozco que se me escapan decenas de claves. Me siento incapaz de explicar por qué ocurrió lo que en el instante de comenzar la sesión de constitución de la legislatura nos habían dicho que era imposible. Y todavía tengo menos idea de por qué el partido que el sábado se volvió a cubrir de cieno en la elección de las corporaciones municipales ha actuado como nuestros ojos asombrados vieron ayer. En mi estupefacción, ni siquiera descarto que esta vez la llamada también haya venido de Madrid. Volteando el dicho, Ferraz te lo quitó, Ferraz te lo da, a lo mejor, después de haber echado cuentas para comprobar que por justicia poética, en esta ocasión la continuidad en Moncloa resulta más fácil aparcando los remilgos y dejando a los partidos del régimen otros cuatro años en el dique seco. Lo iremos viendo. Eso espero.