(Otro) Día de la Memoria

El día de la Memoria es cada vez más el día de la marmota. A tal punto, que según he anotado la frase anterior, he tenido la impresión de haberla escrito antes. Y aun así, pese a esa sensación de estar girando en un bucle infinito, sigue resultando conveniente dejar que el calendario nos obligue a hacer un alto en el camino, aunque sea de trámite, para mirar atrás con la menor cantidad de ira que nos sea posible. En este sentido, debo reconocer que yo todavía no he sido capaz de desprenderme de unas cuantas garrafas de bilis hirviente, no tanto por lo que pasó, sino por el descaro con que se le quita hierro, se niega, se justifica o, directamente, se glorifica.

Me hace gracia, por lo demás, que la conmemoración llegue en medio de una especie de borrachera de productos audiovisuales sobre el asunto. Se diría que los años del plomo se han convertido, como pasó (y pasa todavía) con la guerra civil, en materia para un entretenimiento con pedigrí o la captación de audiencias. No me quejaré por ello. Pienso sinceramente que se han hecho películas de ficción, series y documentales muy interesantes, aunque cada título tienda a enseñar la patita de un modo más o menos grosero. Gajes, supongo, de la dichosa batalla del relato que, como ya sabemos, nos seguirá acompañando por los siglos de los siglos.

No es marzo

Es del todo comprensible la humana sensación de hastío infinito que hace pensar y decir que estamos de vuelta en la casilla de salida. Me acuso el primero: por ahí he dejado escrito que ahora mismo andamos como en marzo y abril. Se entiende como exageración provocada por la impotencia que empuja al síndrome de Sísifo. Pero no es cierto. De hecho y por fortuna, es rotundamente falso.

Para empezar, tenemos medio año de conocimiento acumulado —si bien todavía incompleto y contradictorio— sobre el comportamiento del bicho. Añadan que en este instante el personal sanitario dispone de equipos de protección en número suficiente cuando en aquellos días terribles de primavera los profesionales de primera línea se tenían que forrar con bolsas de basura y calzarse pantallas hechas a mano por voluntarios de buena fe. Ídem de lienzo con las mascarillas, que aunque sigan siendo más caras de lo debido, ustedes y yo podemos adquirir cuando entonces eran una quimera.

Claro que no hay nada más esclarecedor que los datos. Es verdad que hoy hay más positivos, pero eso es porque también se hacen infinitamente más pruebas. Pero en primavera llegó a haber más de 3.000 ingresados en los hospitales de Hego Euskal Herria, 350 de ellos en la UCI, cuando ahora hay 850 en planta y 200 en UCI. Cifras tremendas pero aún lejanas.

Tocaban los bares

Estaba entre el clamor, el temor y el secreto a voces: la demarcación autonómica sigue los pasos de Nafarroa y decreta el cierre total de la hostelería a partir de mañana. Hay otra media docena de medidas más, pero esa y el adelanto a las diez de la noche del toque de queda —uy, perdón, de la restricción horaria— son las que están en los titulares y, más significativo, en las conversaciones en vivo y en los humeantes grupos de guasap. Ahí tenemos un cierto retrato social. Lo que nos duele es que nos chapen los bares, incluso sabiendo íntimamente que es por nuestro bien y que, de alguna manera, han sido muchos de nuestros congéneres —aquí les juro que soy inocente— los que han hecho impepinable la orden de clausura con su actitud abiertamente irresponsable. Ahora lloran como chiquilines lo que no han sabido defender como adultos. Que nos quiten lo bailado, dirán en su incurable inmadurez.

Por lo demás, veremos si seguimos para bingo, o sea, para confinamiento general en nuestras casas. Como he anotado varias veces aquí mismo, tenemos muchos boletos para que sea así. Si el lehendakari le pidió a Sánchez anteayer que le diera un meneo al estado de alarma para hacerlo posible, por algo será. ¿Hay que lamentarse por ello? Yo no lo hago. Menos, sabiendo que es necesario y que no será como en primavera.

Good morning, Wisconsin

Creo que fue en la segunda victoria de Obama, comicios arriba o abajo, cuando aprendimos a pontificar como si tuviéramos cuatro doctorados en politología que quien se lleva Ohio se lleva todo. Desde entonces, cada madrugada electoral yanki ha ido creciendo en paletismo mal barnizado. Ahora ya los cuñados recalcitrantes te sueltan con soniquete de letanía que la clave está en Wisconsin, que no hay que perder de vista Georgia o que mucho ojito con Pensilvania. Claro que mis bodoques favoritos de las últimas horas son los que, tras leer un titular de la edición digital de El País, enarcan una ceja y regurgitan que todo se juega en “el cinturón del óxido”, como si fueran capaces de distinguir tal cosa de una onza de chocolate.

Y luego, para triple cum laude, los que te avanzan lo que sin duda va a pasar después de haber pifiado groseramente cada pronóstico. Los mismos que vaticinaron que esta vez no habría sustos y Biden se anotaría una victoria indiscutible y por goleada hicieron la ciaboga en un segundo para dar por seguro el triunfo de Trump, qué putada, mi brigada. Ventajistas sin freno, en cuanto cambiaron los números en alguno de los estados arriba mentados, volvieron a virar para anunciar que el candidato demócrata será el próximo inquilino de la Casa Blanca. A lo que yo solo añadiré: ojalá.

Diario de la segunda ola (7)

Cojamos el toro por los cuernos: solo un milagro nos va a librar de un nuevo confinamiento domiciliario. Quizá no sea mañana o pasado. Y no porque no haya motivos puramente sanitarios. Si leen entre líneas y no se dejan llevar por las querencias partidistas, sabrán que andamos en el enésimo pantano jurídico. Tanto aspaviento para aprobar el cojo-estado de alarma de medio año, y resulta que no sirve para que los gobiernos locales nos manden a casa. Llega a los cierres de bares, a limitarnos los movimientos hasta el municipio colindante “de tránsito habitual” (ejem, ajum) o, ya si eso, al toque de queda al que no hay bemoles a llamar toque de queda. Pero para lo otro, para lo que hasta el cuñado más cuñado sabía que venía, hay que convocar otro consejo de ministros extraordinario y una nueva sesión convalidatoria en el Congreso de los Diputados.

Hemos hecho, casi literalmente, un pan con unas hostias o una casa sin puertas ni ventanas. Pero sea para bien. Si la solución es esa, hágase sin perder un minuto, que mirando a nuestros vecinos de toda Europa, ya vamos tarde. Entretanto, a modo de aviso y preparación para lo que viene, decrétense las restricciones intermedias que quepan. Y cuando el BOE esté listo, venga de nuevo al encierro en el dulce hogar, aunque —espero— no tan estricto como el primero.

Negacionistas duros y blandos

Era lo que nos faltaba. En el mismo instante en que vuelve a arreciar la pandemia —¡y lo que nos queda!— aparecen en nuestras calles piaras de conspiranoicos, nazis sin matices, tontos de baba, bronquistas que se tienen por antisistemas y, en fin, memos de variado pelaje. En nombre de la libertad, manda pelotas, descuajeringan el mobiliario urbano y nos devuelven a ese anteayer no tan lejano de humo, pedradas, carreras y pelotas de goma. Me alegra constatar de saque que, salvo algún regüeldo en las inmediaciones de Vox, esta vez no parece haber políticos que caen en la tentación justificatoria de los sembradores de gresca. Eso que nos llevamos por delante, aunque yo no puedo evitar anotar aquí que todos los que queman contenedores se parecen como un moco a otro.

Por lo demás, y más allá de estos vándalos de manual, me preocupa que parte de sus letanías vayan calando entre personas que no van a salir a romper cristales. Seguro que hay alguien así en su entorno. Parapetados en un hartazgo que tiene parte de real y mucho de impostura infantiloide, pregonan la maldad infinita de cualquier medida que les impida seguir campando a sus puñeteras anchas. Como los otros, esta buena gente berrea también que están cercenando nuestros derechos básicos, como si contagiar el bicho al prójimo fuero uno de ellos.

Irene Montero se retrata

Cantemos con música de La cabra mecánica: Sororidad, qué bonito nombre tienes… Los del plan antiguo que no sepan qué diablos quiere decir el palabro pueden recurrir al clásico sobre quienes presumen de lo que carecen. Y si quieren ponerle rostro, ninguno como el la ministra española de Igualdad, Irene María Montero Gil. La de veces que habremos visto a la doña de Galapagar dar la caca sobre la necesaria solidaridad elevada al cubo entre mujeres —ese es el significado de la arriba mentada sororidad— o llamando a sus compañeras de sexo a la denuncia de los micro, maxi y megamachismos, ¿verdad?

Pues vaya con la señora, que ante la jugarreta de sus conmilitones para expulsar a la disidente de Podemos Teresa Rodríguez de su grupo parlamentario en Andalucía aprovechando que estaba de baja por maternidad, ha espetado que la política no se para por esas cosas y que ella ha tenido dos embarazos y dos partos y ahí ha seguido, como decía el bajito de Ferrol, al pie del cañón. Imposible no recordar a otra pregonadora de consignas requetemoradas que no son de aplicación propia, la tal Leticia Dolera, que despidió a una actriz de la serie que dirigía porque se había quedado embarazada. Y lo más desazonador de todo, aunque ya no sea sorpresa, es el silencio cómplice de las abanderadas de la ortodoxia de género.