¡Albricias! En su bondad infinita, el magnánimo presidente españolísimo, Pedro Sánchez, ha accedido a convocar un consejo de ministros extraordinario —¡en domingo!— para decretar el estado de alarma en sus dominios, tal y como le han solicitado los presidentes de ocho comunidades autónomas. ¿Solicitado? Bah, eso es precio de amigo: en la cabeza del mandarín monclovita y en la pluma de sus succionadores, se lo han rogado, implorado o mendigado, con el lehendakari a la cabeza, chupaos esa, disolventes eternamente disconformes con el centralismo. ¿Veis cómo no se os puede dejar solos porque, a la hora de la verdad, tenéis que venir con la testuz baja a pedir sopitas al primo de Zumosol para que os saque las castañas del fuego?
Ya habrán comprobado que por ahí va la doctrina oficial, que para sorpresa de nadie, es exactamente la misma que la de los locales cuantopeormejoristas, doblemente felices ahora porque se llenan las UCI y el tipo que les arrea un buen meneo en todas las elecciones ha tenido que dar el paso que comentamos. Cómo explicar a unos y otros obtusos vocacionales que esto no va de humillarse ante Sánchez para que “tome el mando”, sino de reclamarle el puñetero paraguas jurídico necesario para que cada autoridad tome medidas que salven vidas y empleos en la realidad que mejor conoce.