Buenos fines, malos medios

No vale todo. Por supuesto que no. Ni siquiera por una buena causa. De hecho, el propósito más noble queda bastardeado cuando en su nombre se usa intencionadamente el juego sucio. La mentira, la manipulación o eso que una vocera de Trump ha bautizado con jeta de titanio como “Hechos alternativos” ponen en evidencia a quienes, a falta de escrúpulos y argumentos, los utilizan como atajo hacia sus fines. Insisto, por meritorios que estos sean. Y peor, si la sórdida estrategia incluye un ataque de mala fe a una persona, que en el caso que nos ocupa, reúne, además, la condición de representante de la soberanía popular.

Cierto, son mis palabras. No creo, sin embargo, que la opinión que expresan esté muy lejos del mensaje que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco lanza a las plataformas antidesahucios en el auto de archivo de la denuncia que presentaron contra Iñigo Urkullu por haber aportado datos sobre el desalojo de una mujer en Gasteiz. Ocurrió, seguro que lo recuerdan, en el debate electoral en EITB. Interpelado por una de sus adversarias, el entonces candidato a la reelección aportó los citados datos, que desmentían la versión —como poco— exagerada que se había hecho circular. “Lo único que está haciendo es constatar una realidad y lo que es más importante, cumplir con su obligación de mandatario público”, anota el TSJPV junto a media docena de consideraciones en las que deja claro que no hay falsedad, revelación de secreto ni intromisión en ninguna intimidad. El daño está hecho. No tanto al lehendakari como a la verdad y a la propia causa justa a la que supuestamente se pretendía servir.

Contra el olvido

Con el rostro pétreo de costumbre, Javier Maroto hace un birlibirloque de unas viejas palabras de Xabier Arzalluz y termina recetando inyecciones de olvido a las víctimas del 3 de marzo. Su consejo, pasar página. La náusea es inmediata. Y con ella vienen la indignación, el dolor, la incredulidad y la sospecha —una vez más— de que el exalcalde de Gasteiz no tiene corazón.

Sé que es duro lo que acabo de escribir, probablemente mucho más que cualquiera de las mil y una invectivas que le he lanzado a lo largo de los años. Sin embargo, no se me ocurre otro modo de referirme a alguien que sale sin ambages en defensa de los oscuros verdugos ideológicamente no lejanos que provocaron la matanza. Después de cuarenta años de negación, de justificación, de ninguneo, de inconmensurable agravio comparativo, un individuo en calidad de portavoz municipal de su grupo político se permite abogar por la amnesia voluntaria. No cuesta demasiado imaginar lo que —¡con toda la razón del mundo!— diría Maroto frente a quien propusiera echar tierra sobre los asesinatos y las extorsiones de ETA.

Y este es el punto en que las presentes líneas se vuelven reversibles. No, no, y un millón de veces no a cualquier forma de cierre en falso. Dos millones si se tratan, de acuerdo a la costumbre, de desmemorias selectivas, es decir, sectarias. Vale ya de esa trampa inmoral que consiste en exigir que se llegue hasta el fondo de estas responsabilidades mientras se demanda el pelillos a la mar para aquellas. Si de verdad pensamos que todo el sufrimiento es uno —por desgracia, me temo que no es así— deberíamos conjurarnos contra el olvido.

¿Arde Gasteiz? ¿Arde Iruña?

Seguimos siendo un multicine de reestrenos. Cada equis, en las pantallas amigas y menos amigas se proyectan los viejos clásicos. El otro día, por ejemplo, volvieron a poner en sesión simultánea ¿Arde Gasteiz? y ¿Arde Iruña?, dos rancios títulos que, según parece, jamás pasarán de moda. Aunque lo conocen sobradamente, les resumo el argumento de ambas cintas: con el pretexto de defender una buena causa, una panda de niñatos se pega un festín de cargarse lo que se ponga por delante y se monta un rollete épico para intercambiarse hostias con unos uniformados que tampoco le hacen ascos a moler alguna costilla. Y luego, ya saben, las tramas añadidas. Por un lado, la prensa cavernaria poniéndose pilonga porque puede volver a soltar el cronicón de la nunca extinta guerra del norte. Por otro, y esto es lo que da para llorar un río porque se supone que sí debería haber cambiado, las justificaciones, cuando no aplausos, de la gesta perpetrada por lo que hoy ya no se atreven a llamar la juventud alegre y combativa.

¿Cómo dicen? ¿Que ha habido desmarques? Sí, ya sé, y ustedes también saben. Si quieren nos engañamos en el solitario y nos chupeteamos el dedo como si fuera un polo de fresa. Esos textos de mecachis y jolín, evacuados casi al despiste y en contradicción con los tuits apologéticos de señalados incombustibles de la cosa radicaloide, lo que vienen a decir es que aunque esté una gotita feo romper cuatro fruslerías de nada, había un buen motivo para hacerlo, y que en todo caso, la culpa es de los que vinieron con las porras. Pues nada, ovación para los que defienden lo público destrozando lo público.

Gasteiz, ¿y la investigación?

Gazteiz, un profesor al que se le atribuyen, según las versiones, entre cuatro y cinco episodios de abusos sexuales a criaturas de 3 a 5 años sigue dando clase 4 cursos después de que se presentara la primera denuncia. De ello nos enteramos —¡al mismo tiempo que las y los progenitores del resto de los alumnos que han mantenido o mantienen contacto diario con el individuo!— porque El Correo (al César lo que es del César) informó de que la niña de esa denuncia inicial se había vuelto a encontrar con su presunto agresor… ¡en el colegio al que huyó precisamente para no tener que cruzárselo! La indignación sulfurosa que despierta la noticia provoca que el Departamento de Educación del Gobierno vasco aparte de las aulas al docente en cuestión.

Se diría que es el final menos malo de esta sucesión de despropósitos. No pierdan de vista, sin embargo, que por infinito asco que nos dé, en el momento procesal actual, el maestro es técnicamente i-no-cen-te. Es decir, que si tuviera posibles para contratar a uno de esos picapleitos sin alma, podría sacar los higadillos a la institución que lo ha suspendido. Ocurre, y para mi es una brutal perversión, que Educación, que es poder ejecutivo, ha tenido que adoptar una medida que le corresponde a las instancias judiciales. O nos engañan con lo del Estado de Derecho, o son sus señorías togadas las que deben determinar la inocencia o la culpabilidad tras un proceso que parte de una investigación de los hechos. Ahí le hemos dado. A día de hoy, la fiscalía, entorpecida su labor parece ser que por jueces (requete)garantistas, no tiene lo suficiente contra el tipo.

Demasiadas mayorías

Jamás dejará de asombrarme el desparpajo con el que muchísimos políticos se arrogan en régimen de monopolio la representación de las mayorías sociales. Constituye todo un prodigio de la matemática parda y del rostro de alabastro escuchar a un mengano con un puñadito más o menos cumplido de votos hablar en nombre de todo quisqui con nariz y ojos. Es gracioso que el vicio se practique en cualquier lugar o tiempo, pero más todavía que se haga inmediatamente después de unas elecciones que han puesto a cada quien en su sitio. Pues con un par, estos días nos estamos hartando de asistir a una torrentera de apropiaciones indebidas de la supuesta voluntad popular en bruto a cargo de quien no le corresponde.

Ni siquiera señalaré a estas o aquellas siglas porque, si bien algunas destacan ampliamente en la martingala, no hay ni una sola que esté libre del pecado de echarse al coleto la portavocía del censo al completo. Y sin un resquicio para la duda razonable ni el menor de los matices, oigan, aunque según quién largue la soflama, ocurra que la misma colectividad quiera dos cosas totalmente contrapuestas. Ahí tenemos, como ejemplo —uno entre mil— de este grosero secuestro conceptual, a la ciudadanía de Vitoria-Gasteiz. En labios de Hasier Arraiz, desea al unísono y sin fisuras, incluyendo los 35.000 que le votaron, darle la patada a Javier Maroto. Pero si quienes hablan son el aludido o cualquiera de sus conmilitones, entonces resulta que no hay en la capital alavesa una sola alma que no desee con todas su fuerzas la continuidad del munícipe por antonomasia. Seguramente, ni lo uno ni lo otro sea cierto.

Desplazar a Maroto

En general, no me gustan los frentes ni los cordones sanitarios. Más de una vez y más de seis hemos visto cómo las presuntas santas y nobles alianzas de todos contra uno eran, en realidad, uno de los disfraces de la intolerancia y de la prepotencia y han tenido como resultado algo muy similar al apartheid. Sin embargo, entiendo que hay casos que reúnen tal cantidad de motivos para el aislamiento higiénico, que merece la pena correr el riesgo de equivocarse. Impedir que Javier Maroto siga siendo alcalde de Vitoria-Gasteiz es, en mi humilde opinión, uno de ellos.

¿Por qué? Casi es más procedente preguntar por qué no. De hecho, el último que puede asombrarse de que en la capital alavesa haya una tan amplia como diversa corriente política y social que propugna su desplazamiento es él mismo. De sobra sabían Maroto y sus consejeros áulicos sin escrúpulos (ni probablemente corazón) las consecuencias de la indecente estrategia que eligieron para ganar las elecciones, es decir, para no perderlas. Al tirar conscientemente por la vía del incendio, era de cajón que el precio del éxito de la misión sería gobernar sobre una ciudadanía bastante chamuscada. Tanto, como para no resignarse a volver a ceder el mando a los pirómanos.

Y hasta aquí la teoría. La parte práctica corresponderá a las fuerzas políticas, que deben encontrar el modo de mandar a la oposición a quien, no lo olvidemos, ganó los comicios con holgura. Pero no bastará solo con eso. También tendrán que elegir a una persona de consenso que encabece la corporación y acordar unos mínimos para gobernar en común durante cuatro años. No es tan sencillo.

Los huevos de Maroto

¿Pero qué me está diciendo? ¿Que, con los huevos que le echa a todo el alcalde campeador de la vitorianidad, esos bellacos del Guiness dicen ahora que no fueron suficientes para batir el récord universal de cuajar megatortillas de patata? Esto va a ser cosa del Fede ese de SOS Racismo, que seguro que hubiera preferido que la ciudad compitiera por hacer el Kebab más grande de la Zapa a la Meca para que sus moros subvencionados se lo trincaran como hacen con la RGI. O de los pérfidos abertzalosos —los blanditos y los menos blanditos, todos son igual—, que echaban las muelas porque la tortillaza ensamblada por parciales era española. O de alguno de esos tiñosos de Bilbao que se creen que solo ellos tienen derecho a hacer fantasmadas para salir en los programas de Ana Rosa o Mariló.

No se me asusten. Era solo ironía o un sucedáneo, porque creo que es mejor tomarse a chunga el fiasco tortillero de Maroto y su troupe de ocurrentes propagandistas. Habrá que reconocer, además, que si no se superó la marca anunciada, sí se ha pulverizado un nuevo registro de ridiculez y patetismo cateto. Todo sirve para el convento. Fíjense lo que pasó en Borja, que desde hace dos años no da abasto a recibir turistas que quieren ver in situ el Ecce Homo restaurado a la remanguillé por la señora Cecilia. Apuéstense algo a que el del apellido que rima con moto y con foto encontrará el modo de darle la vuelta a la cantada. Y si no, siempre queda el cartucho definitivo: puede impulsar una recogida de firmas para que la fuerza de la calle certifique que se pongan como se pongan los siesos del Guiness, ese récord va a misa.