Puesto que tengo ojos y oídos, no le discutiré a Juan Carlos Monedero que hay una campaña de linchamiento mediático contra su persona y su partido. Las acometidas son tan burdas como brutales, eso no hay quien lo niegue, del mismo modo que es evidente que quienes ordenan y ejecutan las andanadas no buscan nada remotamente parecido a la verdad, sino dañar un proyecto que consideran muy peligroso para sus intereses.
Empecemos a anotar ya en este punto, sin embargo, que tal objetivo, lejos de cumplirse, se vuelve contra los atacantes convertido en un constante aumento de la simpatía hacia Podemos y su cúpula. De ese efecto boomerang o pan con unas tortas, algo sabemos por aquí arriba o en Catalunya, donde el número de soberanistas ha subido al ritmo de los toscos exabruptos desde la trinchera de enfrente. Y tampoco se le escapa el fenómeno al propio aludido, que cuando le preguntaron sobre las posibles consecuencias negativas de su marrón para la formación emergente, contestó con media sonrisa que hasta la fecha, las embestidas habían hecho crecer el proyecto y que esta vez no tenía por qué ser diferente.
Sobran, por lo tanto, el regodeo en el victimismo y la sobreactuación en plan Calimero incomprendido. Primero, porque un tipo que es la rehostia en vinagre de la asesoría política —le pagan como si tuviera el Nobel de Veterinaria— era plenamente consciente de dónde se metía y de lo que le acarrearía. Segundo y más importante, porque como una parte de los demás tampoco nacimos hace tres cuartos de hora, tenemos meridianamente claro que el otro día Monedero nos mintió mirándonos a los ojos.