El peligro sigue ahí

Cómo ha cambiado el cuento en unos días. Los mismos que hasta las ocho menos un minuto del domingo no dejaban de acojonarnos con la segura victoria de la triderecha en las elecciones generales hispanistanís llevan de celebración ininterrumpida desde que el escrutinio apuntó que eso no iba ocurrir. Con un par, los partisanos de todo a cien se atribuyen el éxito de haber parado a lo que en su imaginario ayuno de lecturas llaman el fascismo. Ni lo distinguirían de una onza de chocolate, los muy postureros que, por demás, ya tenían preparadas sus manidas hostias a los viejos que tienen la costumbre de votar a las fuerzas reaccionarias.

Puesto que esta vez el desenlace ha ido por otro lado, los profetas han mudado de martingala. Se felicitan a sí mismos porque sus arengas han propiciado un aumento de la participación, lo que presuntamente ha provocado que la suma de PP, Ciudadanos y Vox no sirva para absolutamente nada. Y no es mentira que eso último ha sido así, pero tampoco que el motivo no ha estado tanto en la movilización del voto como en los caprichos del sistema electoral español unidos a la dispersión de papeletas en tres siglas.

Llámenme pinchaglobos, pero si ustedes miran con lupa los resultados del domingo, verán que entre las combinaciones consideradas progresistas (PSOE-UP) y las conservadoras (PP-Cs-Vox) hay unas decenas de miles de votos de diferencia. Es más, si trasladan los sufragios a las inminentes elecciones autonómicas, las tres derechas no solo conservarían sus feudos sino que arrebatarían a la izquierda Castilla-La Mancha, Aragón y Extremadura. Por lo tanto, autocomplacencias, las justas.

Listísimas

Pasan lustros y no pierde ni un ápice de vigencia el principio sobre el reparto de puestos en la mayoría de las organizaciones políticas que dejó enunciado Alfonso Guerra. “El que se mueve no sale en la foto”, sentenció lapidariamente el entonces número dos del PSOE, que a los efectos de colocación y eliminación de efectivos, era el número uno. Se trataba, desde luego, de un aviso a navegantes, pero también de la descripción de una realidad difícilmente refutable: un partido necesita cohesión y observación de la jerarquía. Eso se consigue, no nos engañemos, rodeando al líder de personas fieles o, si se prefiere la versión suave, de personas de su confianza. Otra cosa es que lo sean por convicción, porque no queda otro remedio o porque la recompensa merece el esfuerzo.

Es verdad que la reciente moda de las primarias ha variado algo el procedimiento. Todos tenemos en mente media docena de casos, empezando por los de los propios Pedro Sánchez y Pablo Casado, en los que ha ocurrido lo inesperado. Quizá por eso mismo, porque conocen de primera mano los peligros de no tenerlo todo atado y bien atado, uno y otro se han aplicado el cuento y de cara a la inminente torrentera de elecciones han elaborado listas casi literalmente a su imagen y semejanza. Sánchez se ha librado de hasta el último susanista y ha instalado a su guardia de corps en los lugares preminentes. De lo suyo gasta. Con mayor descaro que su rival, Casado directamente ha laminado a la vieja guardia y la ha sustituido por frikis como Cayetana Álvarez de Toledo o Juan José Cortes, cuyo único mérito político consiste en ser padre de una niña asesinada.

Sánchez se libera

Tic, tac, tic, tac. Aquí seguimos, esperando a Godot-Sánchez, que con su puntito de divo, se ha reservado una aparición estelar para anunciar lo que ya nos llevan contando desde hace un buen rato sus arcángeles, es decir, que no hay más bemoles que convocar elecciones generales. Queda el detalle nada menor de la fecha, que sea la que sea, será mala. Porque es demasiado pronto, demasiado tarde, porque está muy pegada a las otras citas con las urnas o muy distante o porque las hace coincidir en el domingazo y será un pifostio del quince. Cada cual encontrará su motivo para poner a bajar de un burro al todavía presidente del gobierno español, lo que, conociendo el peculiar funcionamiento de las filias y las fobias políticas, a él le vendrá de cine.

Aprovechará, no lo duden, la baza del martirologio. Que si nadie me quiere, que si todos se han puesto de acuerdo para tumbarme, y que quienes han propiciado su claudicación se arrepentirán de haberlo hecho cuando el trifascio sume los votos necesarios para ocupar los bancos azules del Congreso de los Diputados. Algo de razón tendrá, no digo que no, pero al mismo tiempo, me permito señalar que esta tocata y fuga libera al individuo de las mil y una promesas imposibles de cumplir que llevaba acumuladas desde que se hizo con el bastón de mando. Menuda excusatio non petita del tamaño de la catedral de Burgos, la nota emitida desde Moncloa con la lista de proyectos que se van por el desagüe, desde la eliminación del copago farmacéutico a la ampliación del permiso de paternidad, pasando, cómo no, por la exhumación de los residuos de Franco. He ahí un programa electoral.

Sobreactúa, que algo queda

Reincido en mi inconsciencia. O, vaya, en mi esquinado escepticismo. Veo a todo a quisque echándose las manos a la cabeza, voceando con uve, coceando con ce, llamando a la movilización, al cordón sanitario, al no pasarán, al sí pasaremos… y soy incapaz de contagiarme del histerismo, si es que todavía es de curso legal esa palabra. Todo es una sobreactuación que provoca otra sobreactuación enfrente que, a su vez, vuelve a la contraparte corregida y aumentada. “El clima previo a la guerra de 1936”, escucho que dicen gentes muy cabales y otras que solo buscan aumentar la crispación y el canguelo.

Pero, insisto: ante todo, mucho calma. De hecho, ni siquiera estamos ante algo realmente nuevo. No me remontaré a la sangrienta Transición, con su ETA, su GAL y el ruido de sables a todo meter. Ni a aquellos días de Lizarra, o a las embestidas contra el tripartit catalán de Maragall, Carod Rovira y Saura. Basta retroceder hasta el gobierno de Zapatero, la mesa de Loiola, la AVT peperizada dando la tabarra por doquier, y el rancio foralismo, entre latrocinio y latrocinio, venga y dale con que Navarra no se vende.

Lo del domingo de la derechota una y trina en la madrileña plaza de Colón no es más que una reedición de todos aquellos excesos. Con el añadido, además, de que si entonces cabía la duda sobre si había algo de sustancia en el fondo, esta vez es directamente una broma. Triste, pero broma, al fin y al cabo, pues la espoleta de la reyerta es una difusa y confusa apelación al diálogo del gobierno español a ver si cuela y las fuerzas soberanistas catalanas le aprueban los presupuestos. Tonto el último en posturear.

Calendario, por lo menos

Y todavía habrá que dar las gracias. A principios del año en que el Estatuto de Gernika cumple cuatro decenios, el gobierno eventual de Pedro Sánchez ha hecho llegar a las pacientes autoridades de la demarcación autonómica un calendario para negociar las transferencias eternamente pendientes. De saque, queda fuera todo lo que tiene que ver con esa fruta prohibida que es la gestión de la Seguridad Social y se deja para el postre la presuntamente peliaguda competencia de prisiones.

Manda pelotas, por demás, que siendo así, tengamos que asistir al posturero rasgado de vestiduras del ultramonte, vendiendo la especie de que el inquilino de Moncloa se ha bajado los bombachos no ya ante el PNV, sino la izquierda abertzale y, ya que nos ponemos, ETA. Les juro que cosa similar cacareaba anteayer en su editorial aquel diario que fundó Pedrojota. Y no crean que anda lejos el PP; ya escuchamos a Casado gritar con los ojos fuera de las órbitas que impediría que Zaballa se convierta en “catedral de ETA”. Cualquiera le explica al aznárido alevín que el acercamiento de reclusos no tiene demasiado que ver con la asunción de la política penitenciaria tal y como se dejó plasmado negro sobre blanco en el Estatuto que tanto le gusta a su partido esgrimir como supuesta argamasa de los ciudadanos de los tres territorios. De cumplirlo, que es de lo que se trata simple y llanamente, ya tal.

Resumiendo, que entre la pachorra y la racanería de los actuales mandarines españoles y la cerrilidad de las envalentonadas derechas unas y trinas, dan ganas de cortar por lo sano. Pero lo práctico es no hacerlo… todavía. Menos da una piedra.

Perdiendo el sur

Se consumó la tragicomedia del sur. A las cinco de la tarde (minuto arriba o abajo, no nos pongamos quisquillosos), como en el poema del bardo hecho desaparecer por rojo y maricón, un chisgarabís que se hace llamar Juanma Moreno se convertía en el primer presidente no socialista de Andalucía. ¿No socialista, escribe usted, señor columnero? De acuerdo, esta vez sí acepto la precisión. De un partido distinto al PSOE, quería decir, que no es exactamente lo mismo que lo anterior.

También es cierto que esa evidencia no ha evitado el concierto de plañidos rituales por la pérdida de un cortijo que se antojaba imposible de desahuciar. Por aquello de la batalla del relato, supongo, se cuenta la vaina como si la llegada de la derecha desorejada al poder fuera una especie de maldición bíblica, un accidente o directamente una asonada militar. Y allá quien quiera engañarse, pero no hace falta consultar el VAR para saber que el revolcón fue en las urnas. Ocurrió que unos centenares de miles de seres humanos con nariz y ojos optaron por una de las tres facciones de lo que el cachondo de Aznar sigue llamando el centro-derecha. Eso, al tiempo que otros seres humanos, dotados igualmente de órganos para la visión y el olfato, decidieron quedarse en casa, hasta el gorro de sentirse mangoneados por fuerzas que se proclaman de izquierdas.

Ahora que el mal ya está hecho, de poco sirve cogerla llorona. Esas venidas arriba dialécticas, esas manifestaciones multitudinarias al grito de “¡No pasarán!” pueden resultar de lo más estéticas y seguramente hasta justas y necesarias. Pero si no se acompañan de autocrítica, no sirven de nada.