Demasiados años sin aire

Un día como hoy, 7 de noviembre, pero de 1976, falleció de una manera extraña y repentina Ferdinand Aire, el más misterioso y mejor de los bertsolaris que ha dado este país. Urepeleko artzaina, el pastor de Urepel (Baja Navarra, República francesa), más conocido por el nombre de su caserío y borda: Xalbador.

INESPERADA DAMA NEGRA
Estaba recibiendo un homenaje en el que toda Euskal Herria le rindió honores en el frontón de su pueblo cuando se sumó también la muerte a la fiesta, tenebrosa dama que lo recogió allí mismo para llevárselo ladera arriba, hasta la gloria de la eternidad. En realidad, todo parece indicar que su corazón no aguantó tanta emoción ya que, aquella gente en su mayoría desplazada desde Hegoalde (porción sur de Euskal Herria, Reino de España) era la que le había abucheado y humillado, como pocas veces se ha hecho, unos años atrás.

EL HABLA DE LA SANGRE
Ferdinand Xalbador, no era sino un humilde pastor, sin estudios, pero que pronto destacó por su creatividad lírica y alta sensibilidad. Algo que chocaba en un país en el que el fundamento era el culto a la bestialidad, cuanto más y más escandalosa se hiciese mejor. Pero nuestro pastor era diferente. Y quizá por ello incómodo e incomprendido.

Él mismo se extrañaba en ocasiones de los versos que improvisaba con una belleza magistral y lo atribuía a una especie de posesión con la que, decía, cantaba realmente su sangre y no su garganta. Era el odolaren mintzoa, ‘el habla de la sangre’ que tan famoso le hizo.

Pero como todo artista creativo era incómodo por sus rarezas. Hoy mismo, a pesar de estar convertido en una especie de símbolo nacional la gente mayor de su pueblo habla todavía de él a regañadientes, un poco incomodados, ya que en más de una ocasión fue llamado al orden por su comuna. Era un personaje difícil, peculiar.

CARRERA Y LÁGRIMAS
Sus primeros versos ya fueron legendarios. Siendo un crío, se encontraba en la plaza de su pueblo (el caserío Xalbador está a media ladera de una montaña, alejada del casco urbano) cuando escuchó en la taberna a unos bertsolaris de cierta calidad y reconocimiento al parecer.

Él, ni corto ni perezoso, desde el exterior y a través de la ventana, no pudo reprimir aquel habla de la sangre e improvisó unos versos que cantó para todos los que allí estaban. Mal acabó aquella primera actuación porque la bronca y reprimenda fueron monumentales y salió llorando, humillado, sin entender nada, corriendo hacia su casa, a refugiarse en aquel rebaño que ninguna impertinente pregunta le iba a hacer. Pero ya había nacido la leyenda, porque la reprimenda de los bertsolaris y organizadores no eran sino un ataque de celos y desconcierto ante los impresionantes versos que acababan de escuchar de aquel muchacho y que los había ridiculizado por su gran calidad.

PITOS Y ABUCHEOS
Pero su protagonismo involuntario le vino en 1967, en aquel fatídico campeonato de bersolaris de Euskal Herria. Tras las actuaciones eliminatorias, llegó el veredicto previo a la final y quedaron para disputar el campeonato Xalbador y Uztapide, otro gran bertsolari.

Y allí comenzaron los abucheos y pitidos que llenaron con gran escándalo todo el frontón de Anoeta, simplemente porque aquel público sobrecargado de necios no quería ni pensar que los finalistas o el ganador no fuesen guipuzcoanos. Y, por miedo a la que se podía liar en aquella atmósfera exaltada, el jurado, aun habiendo hilvanado unos versos mejores Xalbador, dio la txapela de vencedor a Uztapide.

Y ahí es cuando, desde el fondo de la humillación, se ensalzó como el más glorioso de los bertsolaris, cantando un verso a aquel respetable al que había «ofendido» por su simple presencia. Y en lugar de recriminar el atraco del que había sido objeto pidió perdón y les mostro su afecto:

«Anai-arrebok, ez otoi pentsa / neu ere gustora nagonik / poz gehiago izango nuen / albotik beha egonik. // Zuek ezpazerate kontentu / errua ez daukat ez nik, / txistuak jo dituzute bainan / maite zaituztet orainik».

(‘Hermanos y hermanas, por favor, no penséis que estoy aquí a gusto y más feliz estaría ahí abajo, apartado; Si no estáis contentos conmigo, no es culpa mía; y aunque me habéis pitado yo sigo amándoos todavía‘).

Lo hizo, como puede verse, en dialecto guipuzcoano, en una exhibición magistral del dominio de la lengua, para acercarse aún más al alma de aquel público hostil. Algún bobo aún pitó pero la mayoría de los presentes se puso en pie para aplaudirle, dejando incluso caer alguna lágrima por la emoción.

Desde entonces la leyenda no hizo más que crecer y crecer y, años después, todo el mundo lo adoraba. Y lo adoramos.

DE UREPEL A LOS CIELOS
Por ello, avergonzados por ese histórico escándalo que aún hoy en día en cierto modo se silencia, acudió mayoritariamente gente de Gipuzkoa a aquel primer y único gran homenaje en el bucólico pueblo de Urepel. Y tal fue su emoción, que tras hacer unos memorables versos de agradecimiento se sintió indispuesto y falleció en el exterior de aquel frontón.

Pero falleció Ferdinand Aire, no el bertsolari Xalbador que ya goza de plena inmortalidad. Desde entonces la sangre de aquel tímido pastor sigue cantando por las laderas del Pirineo vasco los poemas melancólicos más bellos que se hayan concebido en euskera. Y nunca más nadie ha conseguido decir cosas tan simples pero tan bellas como lo hizo Ferdinand.

Para colmo de males, el músico y compositor Xabier Lete, con el corazón destrozado por el inesperado fallecimiento de su amigo, le compuso una canción con lo más estremecedor de sus entrañas: «Xalbadorren heriotzean» (‘en el fallecimiento de Xalbador’). Hoy está considerada la canción vasca más bella y es todo un himno nacional.

Es difícil no emocionarse al escucharla y mucho más un día como hoy, en el que sentimos la asfixia de tantos años en los que nos falta el Aire… Ferdinand Aire, Xalbador, el pastor de palabras cuya sangre hablaba. In memoriam.

Un banco con alma de pastor

Quizá sabiendo de la importancia que el paraje iba a tener en el futuro, las montañas de Oderiaga y Egilleor formaron hace ya varios millones de años una especie de hornacina geológica en su cara norte. Un enclave por tanto umbrío, cerrado a la luz. Y ése es precisamente el significado de la arcaica palabra okelu que da nombre al lugar: Okelugorta, forma original del topónimo y que hoy mayoritariamente se pronuncia como Okulukorta u Okulugorta.

En lo que a interés etnográfico y patrimonial se refiere no ha existido en Gorbeia una majada pastoril tan interesante y bella como la de Okelugorta, un santuario al que poca gente asoma subiendo o bajando por sus atrevidos senderos, entorno apartado de inoportunas visitas y masificaciones que sufren otros parajes del macizo. Al contrario, aquí conviven desde siempre con los pastores el más riguroso silencio y la soledad… Soledad que se torna esposa, confesora y amante de todo venerable pastor.

Aquel lugar muestra su semblante más adictivo y conmovedor en invierno, cuando pugnan por el territorio las insolentes sombras y las blancas luces. A partir de este punto, se desparraman éstas para iluminar toda esa Bizkaia que tan humanizada vive a los pies de nuestro altivo púlpito.

Por eso creo que amo y siento aquel paraje. Por el invierno…

Porque fue un 16 de diciembre de hace ya 32 años (1985) cuando acudimos hasta allí a visitar al más puro de los pastores, a aquel que en su soltera soledad bailaba con esas luces y sombras hasta que las primeras nieves nieve lo mandaban al valle. Era José Larrinaga Zubiaur, el pastor de los pastores, cuya alma nos abandonó ayer, día 3, para dejarnos enterrados a los vivos. Quizá porque las nieves que para hoy están anunciadas ya le habían comunicado que era el momento de abandonar la chabola de esta vida.

Él fue quien nos contó aquel memorable día algún detalle más de la leyenda de Aranekoarri que mi compañero Juanjo Hidalgo y yo rastreábamos y documentábamos en todas sus variantes desde hacía ya bastante tiempo. Una pastorcilla que en unos cercanos parajes había desaparecido devorada por los lobos. También en el crudo invierno.

Íbamos temerosos al encuentro porque otros pastores entrevistados nos habían avisado que no era persona de concesiones, nadie dado a la farándula de ser famoso o mediático. Pero todos coincidían en lo mismo: que nadie mejor que él para informarnos. Porque sabían, como luego certificamos nosotros mismos, que él era cristalino, puro, el diáfano tesoro que todo etnógrafo quería localizar, tocar, sentir y respirar…

Contra todo pronóstico, nos recibió con los brazos abiertos, algo que nos sorprendió porque es verídico que era muy selectivo en este aspecto. Nos dio todo tipo de información y, lo más importante, su amistad. Una diapositiva y una grabación en cinta de casette son testigos de aquel día. Por cierto, rollos y cintas que comprábamos a medias para poder sufragar tanta investigación sin un duro en el bolsillo ¡Cuánto nos educó aquella austeridad!

Desde aquel día, José Larrinaga, «el del barrio de Isasi (Orozko)», el hijo del no menos legendario pastor Leonbaltza, quedó forjado en nuestro ideario como el más sublime y preservado de los pastores, el modelo a investigar, la inmaculada esencia de la cultura del pastoreo vasco.

En las tres décadas transcurridas desde entonces, siempre que he podido, he vuelto de nuevo a la chabola. En soledad, como han de vivirse aquellos parajes para sentirlos en su plenitud. Aún hoy en día me gusta acudir hasta allí porque me sigue conmoviendo el ver algo extraordinario: la escenificación del final del pastoreo a mano de sus protagonistas. A ver cómo lo cuento…

Sintiéndose José ya mayor y que no iba a poder seguir subiendo hasta su altar de Okelugorta, decidió derruir él mismo la chabola para que no le trajese ningún problema en el futuro. Porque, con gran desgarro y dolor, había determinado que nunca más iba a retornar a su bendita majada.

Visto desde el raciocinio exterior parecería imperdonable la destrucción de un elemento patrimonial tan extraordinario pero, siendo obra de aquellas santas manos, no podía haber mala intención. Conociéndole, forzosamente debía ser su actuación lo sensato o, cuanto menos, una decisión, seguro que difícil en lo personal, y que nos gustase o no tendríamos que respetar.

Fue una heladora tarde de invierno cuando pasé por allí, sudoroso y angustiado. Por miedo a que me sorprendiese la inminente noche en la soledad del monte. Y me encontré de frente con el panorama de la ruina de la chabola, aquel mensaje que certificaba el fin de una cultura centenaria de trashumancia a la montaña. Una mezcla de angustia y emoción me zarandeó de tal modo que decidí quedarme allí, inerte. Sin sentido alguno para las prisas, me paré a meditar y entregarme rendido aunque sosegado a la inquietante oscuridad. Ya bajaría con la claridad de la luna como otras veces había hecho. Lo primero era frenar la hemorragia emocional que me desangraba el alma.

Como pude, recogí de la chabola algún elemento que, por su escaso valor, había abandonado allí para siempre José. Una botella vacía de la legendaria gaseosa Iturri, un antiguo candil de petróleo y, sobre todo, su lanka (banco de ordeño): un elemento de factura cuidada, elegante, bello como no creo que haya otro en Gorbeia y que, desde aquel camino de trompicones compartido entre tinieblas, convive con mi familia en el salón de casa para rendirle culto y dar cierto sentido y placer a mi vida con el solo hecho de contemplarlo.

Por sus problemas de salud, no tardó mucho José en buscar mejor calidad de vida en una residencia de Dima, donde ha vivido esta última década y en donde espiró ayer su último aliento tras haber llenado con la mayor pureza humana sus 90 años de existencia.

Por eso estoy aquí, escribiéndole estas emocionadas líneas de homenaje mientras observo y palpo este dichoso banco de ordeño que tanto adoro. Un elemento que espero acabe en algún museo cuando yo también falte, cuando me vaya gozoso a reencontrarme con José, para que me cuente de nuevo y con más adornos aquellas bellas leyendas de pastorcillas extraviadas en la niebla. Aquellas historias que, cada invierno como éste que ahora asoma, visitan las frías majadas de Gorbeia. Sobre todo, cómo no, la majada de las majadas: el altar pastoril de José Larrinaga Zubiaur, Okelugorta, donde –dice ya otra nueva leyenda– vivió y sintió las sombras el último y más puro pastor de Gorbeia.




Taloaska

TALOASKA: GORBEIAKO ALTXOR ETNOGRAFIKOA
Datorren igande honetan, mendi txango bat egingo dugu, Gorbeian dugun altxor etnografiko bat erakusten saiatzeko: taloaska.

Taloaskak zurezko ontzi tradizional batzuk dira eta bertan taloa egiteko orea prestatzen zen. Bestetik, indabak eta bestelakoak jateko ontzia izan da eta ohikoa zen artzain batzuk txabola berean elkartzea taloaska beretik indabak jateko. Taloaskan jatea sozializazio ekintza delako. Horregatik ez da taloaskarik falta Gorbeiako txaboletan.

Hori guztia jakiteko irteera bat egingo dugu oinez, Artalarreko txabolalderaino. Hantxe, Julian Olabarriaren txabolan, hainbat artzain taloaska ikusiko dugu, egun horretarako espresuki batuak. Bestetik, Felix Pikatza arotza izango dugu bertan, azken taloaska egilea, eta seguru kontatuko digula bitxikeriaren bat egiteko prozesuaz.

Gonbidatuta zaude. Aldameneko irudian dituzu xehetasun guztiak.

TALOASKA: LA JOYA ETNOGRÁFICA DE GORBEIA
El próximo domingo haremos una excursión montañera para intentar dar a conocer una joya etnográfica propia de Gorbeia: la taloaska.

Las taloaskas son unos recipientes tradicionales de madera en los que se amasaba el talo. Por otra parte servía para comer las alubias o similares, siendo habitual el juntarse varios pastores en una misma chabola y comer juntos compartiendo una taloaska de alubias. Porque la taloaska tiene mucho de acto de socialización. De ahí que no falte nunca en ninguna chabola de Gorbeia.

Para conocerlas haremos una visita andando hasta la majada de Artelarre. Allí, en la chabola de Julián Olabarria veremos diversas taloaskas pastoriles expresamente reunidas para la ocasión. También nos acompañará Felix Pikatza, el último fabricante de taloaskas, que seguramente nos comentará algún detalle de su fabricación.

Quedas invitado/a. En la imagen adjunta dispones de más detalles.


Argazkiak: Rafa Supervia