«Santurtzi» izena «San Jorge» da

Santurtzi herriaren izena «San Jorge» da, jatorriz. Niretzat aski ezaguna bada, lehengo egunean santurtziar bati aipatu nion eta ez zekiela erantzun zidanean ohartu nintzen blog honetarako egokia zela. Eta gaurkoa —apirilak 23— Jaun Done Jurgiren eguna denez, urregorrizko aukera plazaratzeko!

Erdi Aroan modan jarri zen santu honekiko benerazioa eta, horregatik eskainiko zitzaion hari egungo Santurtzi herria artikulatzeko baliatuko zen eliza. Hori dela-eta, lehenbiziz aipatzen denetik (1075) ez dago zalantzarik: «Monasterium SANT GEORGIS, quod est in insola maris in Summo Rostro». Zer esanik ez, azken toponimo hau, Somorrostro da.

Herri tradizio baten arabera, Done Jurgi (San Jorge) omentzeko monasterioa itsasotik iritsitako monje batzuk izan ziren baina, egiatan, ez dago horri eusteko probarik.

Herriaren izendapenari dagokionez, urrats nahikotxo egin da tartean Sant Georgis hartatik egungo Santurtzira iristeko: San Jurdic (1249), Santurce (1333), San Yurdie, Santurçi (1372). XV. mendean ere S. Turse, Santurse, Santursi… ditugu.

Zalantza barik, euskara mantendu zen herrietan Santurtzi erabiliko zen. Laudio nire herriko dokumentazioan, esaterako, ikatz partida batzuen kontuetan, Santurci aipatzen zen oharra gaztelaniaz bazen ere. Baina, ezaguna denez, euskaraz arruntak diren –i eta –u amaierak ez ditu gogoko gaztelaniak, horregatik bere ezaugarria da haiek –e eta –o bihurtzea. Hortaz, beraz, gure erdal Santurce.

Hau esanda eta gehiago luzatu barik, gora Done Jurgi eta, nola ez, gora une honetan jaia ospatzen ari diren santurtziar guztiak.

 

Kurtzegan: cuando descubres el menhir más grande de Euskal Herria

Dicen algunos que hace ya más de treinta años –el 4 de diciembre de 1987– descubrí el que hoy en día es el mayor menhir vasco (5,4 m) y de los que están en el estado español. Un hallazgo con pocas alegrías en su momento porque nadie me hizo ni caso e, incluso hoy en día, poco placer aporta el atribuirme el “descubrimiento” de algo que, en principio, “descubrirían” sus creadores varios milenios atrás (Neolítico). Mejor hablemos de “reencuentro” por tanto…

Y la verdad es que no le he dado importancia alguna y ni siquiera lo había hecho público. Pero como mi buen amigo I. García Uribe, un verdadero terremoto de las comunicaciones exclusivas y primicias, lo publicó para todo el mundo esta semana pasada, creo que me veo obligado a saltar a la arena para contarlo en versión original.

Mi compañero de batallas Juanjo Hidalgo y yo éramos unos jóvenes atípicos. Y mientras la gente de nuestra edad se ponía bien los fines de semana y andaban desaforados en el noble arte del aquí te pillo aquí te mato, nosotros pasamos (nunca mejor dicho lo de “pasábamos”) en los años 1985, 1986 y 1987 todos los fines de semana o tardes que podíamos escudriñando Gorbeia. Mirando cada piedra, anotando cada carbonera y midiendo los restos de cualquier chabola.

Pero aquel 4 de diciembre de 1987 era viernes y había salido de trabajar en el recién estrenado polideportivo de Laudio. Supongo que no había plan especial conjunto por lo que fui solo. Comí y sin parar un instante salí disparado hacia Gorbeia para poder hacer una incursión con la que repasar alguna zona cercana. Y es que las horas de luz eran muy escasas por esas fechas. Allí estaba yo. Buscando piedras especiales…

El menhir, aún estaba tumbado, gozando de los primeros rayos del día

Pronto me llamaron la atención dos colosales bloques que todos conocíamos de las escapadas montañeras pero que ahora miraba con otros ojos, llegando a una deducción rompedora.

Por una parte estaban ligeramente separados, reposando sobre la tierra y hierba, sin contacto alguno con otros afloramientos rocosos, lo que indicaba que no era una ubicación original sino que habían sido acarreadas hasta allí. Eran miles de kilos, por tanto un transporte impensable para ningún capricho de pastor. Estaba frente al primer indicio inequívoco.

LA CLAVE. El segundo fue un detalle que me puso los pelos de punta en aquel helador anochecer: los dos fragmentos parecían coincidir entre sí. Es más: uno estaba virado con respecto al otro y habría que girarlo sobre su eje para poder hacerlos encajar. Por eso, totalmente embriagado y emocionado por lo que tenía enfrente, supe que aquella piedra había estado en pie y, por las razones que fuesen, se derrumbó en un momento de la historia, fracturándose en dos en la caída y, con el gran impacto, volteándose una de las piezas y alejándose ligeramente de la otra.

Apuntes de campo y el informe posterior que se envió al Museo Vasco.

La emoción pudo más que la sensatez y por eso alargué tanto la comprobación que, una vez más, hizo que me atrapase la noche allí arriba. Y, de nuevo, con la linterna olvidada en casa. Descendí como pude por aquellas laderas, sorteando los obstáculos con los que la oscuridad parecía mofarse de mis ilusiones. Iba eufórico, loco, riéndome en mi interior de todos aquellos desdichados que necesitaban comprar drogas para tener subidones…

Creo que dos días después, con una buena helada, ascendí de nuevo con libreta, cinta métrica y una buena brújula con la que tomar diversos ángulos para ubicarla con precisión en el mapa. Se hacía por triangulación, ni soñar con los GPS que nos trajo el futuro. También subí la modesta cámara fotográfica y un carrete de diapositivas de aquella bendita marca Perutzchrome que, a pesar de ser la más barata, nos daba imágenes dignas y con gran saturación en los colores. Tanto que en ocasiones el resultado era incluso más bonito que la realidad: eso era lo que necesitaba en aquellos momentos de pasión.

Carta-informe en la que se daba cuenta del hallazgo en 1987

LA CARTA. Ya en casa, redacté el oportuno informe a modo de carta, mecanografiado y en un euskera escrito propio de aquella época, enviándola para a su ver pedir una cita que llegaría días después.

Así, acudí al Museo de Arqueología –entonces Euskal Arkeologia, Etnografía eta Kondaira Museoa– en donde me había citado con su director, uno de los gurús de la arqueología, uno de los padres de su modernización, alguien por quien tanta admiración y agradecimiento yo tenía: el bilbotarra Juan María Apellaniz (1932).

CAJA DE GALLETAS. Ante un grande así, me jugaba todo a una carta. Por ello, para seducirle con mi propuesta de que aquello era un menhir, además de las diapositivas preparé una reproducción de los dos bloques a escala, pegando sucesivas capas de cartón de cajas de galletas y así poder reproducir aquellos resaltes de la línea de la fractura para demostrar que uno de los bloques se había girado consecuencia de una caída desde una posición en vertical.

Notas del hallazgo en 1987.

LA CIENCIA SIN CIENCIA. Enseguida debió percibir que aquel chaval tan apasionado en sus explicaciones no era sino un pobre charlatán con pocos conocimientos en la materia. Y pronto me aclaró que, en lugares como Gorbeia era en teoría imposible que apareciesen menhires, pues eran propios de otras tierras.

Además, mientras miraba las diapositivas a través de un visor que también le llevé, comentaba altanero y poco condescendiente que, a simple vista, por el tipo de canteado y forma, se apreciaba que no era lo que yo pretendía, porque no tenía ningún aparente trabajo de talla ni hechura antropomorfa —con similitud a la figura humana— que le permitiese darlo por válido. Lo cierto es que no dedicó mucho tiempo a examinar lo que yo le mostraba. Y la maqueta hecha con tanta ilusión y cartón, sólo probaba que era algo que yo había fabricado –quizá a mi antojo– para justificar mis ensoñaciones. Por eso no creyó en ello, no creyó en alguien que no estaba respaldado por una mínima trayectoria en la materia.

Al contrario que yo que, despechado y apesadumbrado por la respuesta, le insistía que, bien como mojón, bien como un simple bloque o lo que fuese, aquella piedra había estado en pie y unida en una sola pieza. Ninguna obra de la naturaleza sino algo tan humano como colosal. Y seguía insistiendo que era demasiado grande para un fin pastoril o el que fuese.

El menhir en la actualidad, con su refuerzo metálico.

Allí le dejé diapositivas, el informe –del que afortunadamente conservo una copia– y la réplica en cartón. Y regresé de Bilbao cabizbajo en aquel tren que casi no podía arrastrar mi inmensa desilusión. Afligido por no haber dado la talla y haberme sentido mirado como quien te dice “a dónde irá este pobre iluminado...”.

Pasados los años he escuchado que el mismo Apellaniz ya había visitado aquellas piedras en los 60, descartándolo como monumento megalítico. Sin duda por no haberse percatado del encaje entre piezas que yo sí que había visto.

Por eso soy ahora el primero que lo dio como menhir, con pruebas fehacientes y con un estudio planteado con un mínimo de método.

En Bretaña, intentando robar el menhir mayor del mundo (Locmariaquer) para traerlo a Gorbeia y ponerlo junto al más grande de Euskal Herria.

LA CIENCIA DE VERDAD. Sea como fuere, mucho tiempo después –22 años– de mis desventuras, el arqueólogo y amigo Juan Carlos López Quintana, en un estudio que realizó para el parque natural de Gorbeia, catalogó como menhir dicho elemento que, por cierto, alguien había movido de su estado original con una máquina para –dicen– comprobar si había algún “tesoro” debajo y haciendo de aquellos dos bloques, tres.

EL MENHIR. Declarado “bien cultural” por el Decreto 25/2009 del Gobierno Vasco (BOPV 6-3-2009) se encuentra catalogado y difundido por todo el mundo gracias a la labor y difusión del citado arqueólogo y todo el equipo de entusiastas que allí trabajó.

El menhir da Meada (Portugal) es con sus 7,15 m el más alto de la Península

En las excavaciones arqueológicas se acreditó la existencia de una nítida estructura constructiva en el subsuelo para encajar y fijar en vertical aquel descomunal bloque. Era un monolito además que, al contrario de lo que me alegó en su día Apellániz, estaba tallado para darle más esbeltez, por lo que no había duda: sus conocimientos habían demostrado lo que mis cartones de la caja de galletas no pudieron en su día. Las dataciones también ofrecían varios milenios de antigüedad. No había duda.

Ubicación del menhir en el macizo de Gorbeia

Viendo el potencial que aquel elemento arqueológico podía proyectar, se elaboró en 2010 un complejo proyecto de restauración y erección del menhir que se materializó en mayo de 2011, ahora ayudado por un corsé metálico que une las piezas.

EL SEÑOR DE LA MONTAÑA. Y desde entonces vive enseñoreado de nuevo en aquellos inhóspitos parajes. Porque los nobles siempre han de mostrarse en pie frente a sus súbditos. Y corta vientos y, con su arrogante verticalidad, humilla a las celosas líneas de los horizontes a las que ha robado todo el protagonismo.

Se dice también que pasa las noches contando estrellas, una por cada admirador que lo ha visitado en estos milenios de su prolongada vida. Y, pecando de vanidad, estoy seguro de que, entre ellos, se acuerda con especial simpatía a aquel chaval que, vestido con un libertario de lona amarilla y unos pantalones de peto de mahón, supo escuchar los lamentos de angustia que lanzaban aquellas piedras, lamentos que pedían desesperados ayuda para se le devolviese la esbeltez que en su origen había gozado.

Por lo que me toca, estoy orgulloso de él porque me eligió entre tantos pretendientes para desvelar sus intimidades ocultas durante siglos y siglos. Supongo que él también estará encantado conmigo, por haberle creído desde el primer día. Aunque he de reconocer que tuvo más suerte que yo: jugaba con la ventaja de no ser tan joven

Agur eta ohore, handi horri…

Agur eta ohore, handi horri… hace un año en un homenaje íntimo al gran menhir, intentando transmitir emociones al siguiente eslabón familiar. Porque, cubierto ese campo, los conocimientos llegan luego solos y sin esfuerzo.

Dedicado, a pesar de todo, con respeto a J. M. Apellaniz, por toda su aportación a nuestra cultura. Y con mucho amor a J. C. López Quintana y Amagoia Guenaga, los magos que resucitaron al gigante caído.

Txori-negarra

Gurasoengandik jaso nuen natura hurbiletik sentitzeko ahalmena, harekiko sentsoreak beti piztuta eramatearen ohitura.

Horrelako zama genetikoarekin, ezinezko suertatzen zait goizaldeotan ez ohartzea eta hunkitzea, lanera bidean, txoriek duten egunsentiko algarekin: txorrotxioka zoratuta, kantuan itsuki, zeinek hobeto egin norgehiagoka zurruburrutsuan.

Baina, ohartzen ez garen arren, jakin ezazue txorien udaberri guztiak ez direla uste bezain alaiak, zenbaitetan… negar ere egiten dutelako. Noiz? Zuhaitzak gaixo daudela ikustean.

Nire inguruko Nerbioigoien eta Arratia-Nerbioi eskualdeetan —eta baita horietatik kanpoko askoan ere—, txori-negar esaten zaie euskaraz zuhaitz batzuek isurtzen duten goma edo erretxina modukoari. Horrela deituko zioten gure arbasoek, txorien malkoak zirelakoan.

Eta gaur den egunean erretxina- edo goma-era guztiak izendatzeko balio balezake ere, bereziki esaten zaio gereziondoek duten isuriari.

Gomosia (gomosis) izena du gaixotasun horrek eta zuhaitzek kanporatzen dituzte tanta horiek sentitzen dutenean erasotuak, bortxatuak, kaltetuak… izan direla: dela inausketa bat, dela onddo, bakterien edo intsektu baten erasoa, dela erroetan dagoela ur gehiegi, dela…

Hil ere egin daitezke arbolak gomosi hori ez bada eteten, udaberriari aurre egin ahal izateko behar duen odola galduta.

Larria da kontua, nahiz eta guk ez diogun erreparatzen ia: zer axola guri? Gizaki handinahikoen harropuzkeria!

Baina bai daude artega txoriak, gu ez bezala, besteon zoriontasunarekin erne eta adeitsuak direlako beti; Enborraz eta adarrez eraikitako izaki bizidun horiengan dutelako bizitzeko eta bazkatzeko leku airosoa, maiteminetarako bazter ezkutua eta lanera noaneko goizaldeetan, euren kantuekin ni miretsita eta liluraz errendituta uzteko agertoki paregabea.

Horregatik maite dituzte txoriek zuhaitzak. Horregatik negar-malkoak ere botatzen dituzte, eurekiko bihotz-bihotzeko enpatiaz. Hori bai: beti ezti koloreko malkoak, albiste txarra emateko zotinka ari direnean ere, goxo eta maitagarriak direlako gure hegaztiak.

Zozo emeak gorteatu nahian, gure etxe aurrean zeharka ibiltzen den zozo ar txotxolo eta maitagarri horri eskainia


Oír campanas sin saber de dónde

Preciosa combinación de espadañas en el monasterio de Bidaurreta (Oñati, Gipuzkoa)

Repetía el error una y otra vez, como si se regocijase con ello. Y me asombró, pues era algo que no pegaba ni con cola a aquel guía que, por lo demás, parecía manejarse con soltura por la historia del templo que nos mostraba.

Pero los errores se pagan y allí mismo me conjuré contra él, prometiéndole desde lo más íntimo el tomarme la justicia por mi mano para vengar tal desliz con unas líneas. Porque un experto no puede confundir dos cosas tan diferentes como un campanario y una espadaña. Así es que, con la irritación que aportan los finales de vacaciones, aquí estoy, desfaciendo entuertos.

COSAS DE LA CAMPANA
A pesar de que ya se cita su uso desde las fuentes clásicas (Estrabón, Marcial…), se atribuye a San Paulino de Nola (355-431) la generalización del uso de la campana como llamada a los servicios religiosos o para despertar a los monjes. Fue obispo de Nápoles, capital de la región de Campania. Y es precisamente de dicho topónimo de donde surge la palabra campana.

Enseguida arraigó la genial idea y el uso de la campana se expandió de mano del cristianismo, elevándolas paulatinamente en los templos para que su sonido llegase cada vez más lejos. Y ya San Gregorio de Tours (c. 585) nos habla de que se usaba una cuerda para hacerlas sonar desde abajo, algo que tan buenos recuerdos nos trae a todos los que las hemos tañido alguna vez.

Pronto (Historia eclesiástica de San Beda, año 680) se nos habla de las hazañas de las campanas que se escuchaban desde muy lejos y se crea cierta competitividad entre templos: un fuerte sonido era una demostración más de poder. Para ello se juega con el tamaño de la campana y con la elevación de la misma siempre, claro está, teniendo en cuenta la necesaria buena sonoridad dada por los mejores artesanos campaneros.

CAMPANARIOS
Una opción es la de los campanarios que no son sino una «torre elevada, exenta, adosada o integrada en un edificio, donde se colocan las campanas» como nos recuerda la Real Academia Española en su Diccionario. Campanario, que proviene de campana y ésta del topónimo de la región italiana de Campania, no lo olvidemos.

El euskera lo soluciona aún con más claridad y nos dice que un campanario una kanpandorre es decir “una torre” de campanas.

Pero siempre refiriéndonos a un lugar cerrado por varios flancos, con volumen. Pero no es la única opción porque existe la…

ESPADAÑA
…que es una «estructura mural –es decir, una simple pared– de un edificio que se prolonga verticalmente y acaba en punta, con huecos para colocar las campanas» como nos recuerdan de nuevo desde la Real Academia. En esta ocasión el término surge de “espada” por la forma en punta que las caracteriza y con las que parecen querer amedrentar los cielos.

El euskera aprueba aquí con “suficiente raspado” pues no cuenta con un término tradicional específico para ello. Aunque en su descargo diremos que probablemente esa carencia se deba a que nunca tuvo necesidad de diferenciarlo. En la actualidad, por exigencias léxicas en el campo del arte, arquitectura, historia, etc. se usa kanpai-horma (‘pared de campanas’) para diferenciarlo del kanpandorre (‘torre de campanas’).

POSTUREO CAMPANERO
Claro está, en un mundo en el que el “cuanto más mejor” ha sido el motor de nuestra evolución, pronto los grandes templos apostaron por los campanarios, más costosos pero con más empaque y suntuosidad. Lo necesario para aparentar ser más esplendoroso que el templo de al lado y así gozar de más admiración entre los fieles y, de paso… donaciones.

Tanto fue el abuso de la construcción de campanarios en detrimento de «las espadañas de toda la vida» que llegó incluso a incomodar a la orden franciscana –fundada por san Francisco de Asís en el año 1209–, más partidaria de las austeras espadañas, tañedoras en pureza, y no de los fastuosos campanarios, opción esta repudiada en todos sus templos por considerarlos consecuencia clara de los pecaminosos vicios terrenales. Una buena característica que podemos comentar en medio de una visita guiada para quedar de listos y dejar boquiabierto al personal. Porque seguro que esto no lo sabía ni aquel guía sabihondo…

ARTIKULU GUZTIAK

 

Ez adarrik jo


Montes bocineros… Asteburu honetan ere berriz ikusi izan dugu hainbat lagun mendi zehatz batzuetan elkartzen, asmo onenarekin, euripean errebindikazio nazional bat egiteko. Ez edozein menditan, sinboloak ondo hautatuta zeudelako, kondairak zehazten dituenetan baizik: Bizkaiko Kolitxa, Ganekogorta, Gorbeia, Oiz eta Sollube gailurretan hain zuzen ere.

Erdaraz “montes bocineros” ditugun horiek “mendi turututzaileak” edo, azken garaiotan eta gustu linguistiko hobeaz, “deiadar mendiak” deitu izan dira.

Deiadar mendiak, bai… Horrela esaten zaie, herritar askoren ustez, bertatik jotzen zirelako adarrak eta suak piztu, Gernikako batzarretara joateko deialdia egiten zenean. Baina… hori Gorbeiako artzain bati kontatzen badiozu barrez lehertuko zaizu badakielako praktikan Gorbeiaganan sua piztea ezinezkoa dela egun gehienetan. Eta piztuko bagenu, ia seguru, kea barreiatuko litzaiguke lainoen artean, misioa porrokatzen. Bestetik, egizue proba eta jo, bertan zaudetela, adar bat: 200 metrora ere ez da entzungo hain paisaia zabal eta haizetsuan… ez du ez hankarik ez bururik. Zergatik?

ASMAKIZUN bat delako hori guztia, nahiz eta hamaika tokitan eta wikipedian bertan horrelakorik topatuko dugun oraindik…

Foruak kendu zizkigutenean, euskal gizartean –ez soilik Bizkaian– depresio orokor bat egon zen, sentimenduen hutsunea, borrokatutako idealak eta lurraldea galduak zeudelako. Noraezean zebilen herria ginen, itxaropena akitua.

Horregatik, idazle, margolari, musikari, historialari eta abarren joera erromantiko bat hasi zen XIX-XX. mendeen bitartean eta joandako iragana inoiz baino gehiago goraipatu, irudikatu, jantzi eta idealizatu zen. Ad hoc asmatzen zelako. Dena zen loria eta dena epika gure iraganaz ari ginenean. Hori zen behar genuen salbazioa eta horri heldu genion indar handiz, egiazkotzat hartuta ipuina baino ez zena.

 

Idazle erromantiko horietako bat, Antonio Trueba idazle galdamestarra (1819-1889) izan zen, garai hartako Bizkaiko kronista entzutetsua. Eta hari zor diogu deiadar-mendien mito modernoa, bera izan baitzen lehenbiziz abiatu zuena. Horra arte ez zen existitzen eta hori eta gero mundu osora hedatu zen, emozionalki behar genuelako gure zauriak sendatzeko. Mito berria eraikitzeko, oinarritzat hartu zuen beti aipatzen zen esapide bat eta, bost zirenez bertan aipatzen ziren bozinak , primeran zetorkion bost eskualdeei erreferentzia egiteko.

Amboise (Frantzia) herriko errege-gazteluko xehetasun bat.

Alberto Santana historialariaren esanetan, batzarretako aktetan sarritan aipatzen den “tañidas las cinco bocinas y consintiendo en ellos todos los vizcainos se dio comienzo a la junta” esapidea, 1452. urtekoa da eta erreferentzia egiten die garaiko Batzar Nagusietako bost arduradunei, bertan zeuden funtzionario moduko batzuei.

Baina ez da inon mendiez eta mendi horietaz ezer aipatzen… ez dago beraz Erdi Aroko adar-deialdi fabulosorik… asmakizun berria delako.

Beraz, ospakizunetarako edo errebindikazioetarako nahi den guztia eta gehiago oraindik. Baina ez nahasi mesedez egiazko historiarekin. Bestela esanda, adarrak jo, bai, baina… ez adarrik jo!!

 

Por qué el de Laudio es el único pórtico de hierro de Euskal Herria

Cuatro muertos y seis heridos… La desgracia era de tal gravedad que Estanislao Urquijo, por aquel entonces uno de los hombres más poderosos de España y sin duda el más de Álava, no lo dudó ni un instante: abandonó su residencia de negocios en Madrid, para acudir con la mayor celeridad posible a Laudio, en donde creía que en un momento así de amargo él debía estar. De arraigadas creencias católicas, se sentiría en cierto modo responsable de aquella desdicha.

Estanislao Urquijo Landaluze (1817-1889) era un personaje que para aquel entonces había amasado grandes fortunas y había dado arranque a una nueva línea nobiliaria una docena de años atrás: era el primero de los marqueses de Urquijo y había fijado su casa o palacio solariego en aquel Laudio de fines del XIX. Con las características típicas de los sistemas caciquiles de aquella época, ejercía un paternalismo desmedido con sus súbditos a cambio de los votos que le aupasen al poder político.

Estanislao Urquijo Landaluze

Por ello vio que aquella era la ocasión perfecta para ganarse la confianza del pueblo, mayoritariamente carlista, y que recelaba aún de ese nuevo personaje liberal.

Tres hombres dejaron aquel día la vida, entre escombros, al margen de seis heridos, uno de los cuales falleció posteriormente. Se acababa de desplomar el pórtico de la iglesia, reparado cuatro años atrás a expensas del ya célebre marqués.

EL VIEJO PÓRTICO
La historia comienza mucho más atrás, en el siglo XVIII, cuando, alentados por la bonanza económica, se decide eliminar el vetusto templo para dar rienda suelta a la modernidad y desarrollo con la edificación de una nueva iglesia: la que vemos hoy. La labor de tracista –arquitectura– se le encarga nada menos que a Martín de Larrea, el auténtico héroe del momento por haber conseguido lo tecnológicamente “imposible” en el puente de Anuntzibai: salvar una distancia tan grande con un sólo arco.

Aquel nuevo templo fue dotado con un amplio pórtico (1774) en el que pudiese bullir la vida social en los días de climatología adversa. Pero, la construcción que parecía que iba a ser “para una eternidad” no había sido ejecutada con un mínimo de calidad y, tan sólo un siglo después, se encontraba en un estado lamentable, amenazando ruina. Y es por ello por lo se acomete una restauración o reforzamiento en 1878, aplicando un simple sistema constructivo en tinglado y apuntalando con unas novedosas columnas de hierro que había sufragado el recientemente nombrado marqués. Era el arranque del frenético uso del hierro en la construcción, un fruto de la Revolución Industrial, y que haría furor en Europa décadas después.

Pero aquellos apuntalamientos y soluciones parciales tampoco sirvieron para mucho y, un domingo de mercado con una gran nevada, se desplomó con gran estrépito, como si fuese un gigante abatido. Fue, como hoy, un 11 de marzo pero de hace 135 años, es decir, en 1883. Y esa es nuestra historia…

Torre de la iglesia (XVIII) con la antigua casa consistorial anexa y, en el otro extremo, el pórtico (XIX) en el amanecer de un día de nevada

LA MUERTE, EN EL MERCADO SEMANAL
Una vez más, Dios se olvidó de sus súbditos y allí fallecieron aplastados tres hombres: los laudioarras José Urquijo Muñuzuri y Francisco Urretxi, de 68 y 44 años respectivamente, y Apoliniano Olabarria, natural de Orozko, “de veinte y muchos años” tal y como reza el acta de defunción. Posteriormente falleció uno de los heridos que, por falta de tiempo y de interés real, no hemos localizado. A la dantesca imagen se sumaron diversos heridos de cierta gravedad.

EL SACERDOTE Y SU ESCOPETA
Ya a la medianoche anterior anunció aquel pórtico con sus lamentos que estaba a punto de poner fin a su historia. Debieron ser sonoros los crujidos del maderamen porque, el sacerdote, atemorizado pensando que estuviesen forzando la puerta del templo para robar, efectuó varios disparos de escopeta al aire. Nadie comprendía a qué venía aquello en aquella lóbrega noche en la que los copos de nieve caían sin cesar, engrosando aún más aquella gran nevada.

Al rayar el día pronto vieron que no era cosa de ladrones sino los estertores agónicos de aquella estructura de vigas y columnas que se había desplazado por el peso de la nieve y cuya ruina parecía inminente. Pronto, el excitado alcalde tomó la determinación de designar unos hombres que, con el cargo improvisado de guardas, impidiesen el paso al recinto. Mientras tanto, fueron a consultar al “perito” experto local, alguien que pudiese aportar una solución. Fue un joven herrero del barrio de Goikoplaza que, a la vista del sobrecogedor panorama, no dudo en determinar que había que ir de inmediato a por una pareja de bueyes y derribar aquella amenazante estructura. Pero, mientras se preparaban para ello, en torno a las diez de la mañana, la edificación se desplomó «…con horroroso estruendo…» y atrapó debajo a aquellos desdichados baserritarras que, ante las inclemencias del exterior, habían decidido imponer su terquedad frente a la prohibición de entrar, una prohibición por fortuna sí respetó la gran mayoría de los habituales.

El siniestro suceso conmocionó a toda la comarca y tuvo gran eco en la prensa, incluso en la de ámbito nacional. Yo mismo he escuchado en mi casa en más de una ocasión aquel vago recuerdo –ya sin datos concretos ni fechas exactas– del funesto accidente. Debió ser tal la impresión dejada por aquella desgracia que hasta diez años después no se acomete la construcción de un nuevo pórtico, el actual.

En cualquier caso, el multimillonario y todopoderoso marqués de Urquijo vio ahí la ocasión para dar el do de pecho y así ganarse definitivamente a esa apesadumbrada población, que debería acostumbrarse a buscar siempre protección y auxilio en su entorno. Una estrategia política y social que no era sino la reinterpretación moderna del sistema de vasallaje feudal, propiciado por el sistema de corruptelas políticas poco disimuladas, típicas del régimen bajo la presidencia de Cánovas del Castillo.

EL NUEVO PÓRTICO DE HIERRO
Dejando al margen la opulenta historia de nuestras ferrerías, la cultura del hierro estaba de nuevo en plena expansión mundial gracias a la Revolución Industrial. También en el ámbito geográfico más cercano desde que en 1845 se pusiesen en marcha los primeros hornos altos: Santa Ana de Bolueta con los que, como capitalista, tuvo una fructuosa relación Estanislao Urquijo. Y, siempre unido al metal a través del desarrollo del ferrocarril, también obtuvo vínculos económicos intensos con los posteriores Altos Hornos de Vizcaya (1882) y, su sobrino sucesor, con la Sociedad Vasco Belga de Miravalles (1892).

Por eso se ha dudado que el esplendoroso pórtico de hierro –el único de Euskal Herria– se pudo haber encargado en los nuevos talleres de Ugao y no en los de Bolueta como la lógica siempre nos ha hecho pensar. Pero no hay nada claro al respecto pues, en su estilo, los Urquijo acometieron grandes obras que no dejan rastro documental conocido.

Para más inri, Estanislao falleció (1889) tres o cuatro años antes de levantar el nuevo pórtico por lo que lo inaugurará ya el segundo marqués (1889-1914), Juan Manuel de Urquijo Urrutia sobrino del primero, que murió soltero y sin descendencia.

El curioso pórtico es el punto de encuentro de la cofradía de Sant Roque (desde 1599) cada último domingo de agosto

Desconocemos asimismo la fecha exacta de su edificación. Pero sí sabemos que es en el período entre 1892, cuando en la documentación se habla de la necesidad de reedificar un nuevo pórtico y 1894 en el que se cita que urge pintar la nueva construcción de hierro pues “se está oxidando en por esta falta [de pintura]”.

Características celosías elaboradas en moldes, algo novedoso en el momento de su construcción

También la autoría del artístico diseño y concepción del pórtico nos es desconocida si bien se ha apuntado hacia Joaquín Rucoba (1844–1919), uno de los arquitectos más brillantes del momento y que ya usaba el hierro en sus construcciones.

TORRE EIFFEL: DE PARÍS A LAUDIO
Aunque ya se había usado este método de construcción en fechas previas, sin duda debemos nuestra curiosidad arquitectónica local al gran impacto y nueva corriente que supuso la erección de aquella gigante torre de 300 metros en París y que conocemos como Torre Eiffel, en la exposición universal de 1889 que rememoraba el centenario de la Revolución francesa. Tan sólo cuatro años antes de nuestro pórtico férroso…

Figura representando a A. Gustave Eiffel en el tercer y último piso de la torre que lleva su nombre. Tras la cabeza se observa la estructura metálica con sus característicos roblones

Con el monumento promovido por Gustave Eiffel, se impone en las construcciones de cierta relevancia el uso de piezas de hierro pudelado –un sistema de refinamiento del hierro obtenido en los altos hornos– y que unidas por roblones –especie de remaches o pasadores– da a la construcción unos horizontes dimensionales hasta entonces sólo factibles en sueños.

Consecuencia de aquella moda, es como contamos con el Puente Bizkaia (1893), llamado “puente colgante” –transbordador que une Portugalete con Getxo– o, sin más, la famosa cruz (1901) que corona la cima de Gorbeia, punto culminante de los territorios de Álava y Bizkaia.

Y es eso, con lo mejor del momento, con lo que el acaudalado marqués quiere beneficiar a su pueblo. Por ello, pórtico de hierro y además tan exquisito y refinado, sólo hay uno: el de Laudio. Lástima que sea una maravilla patrimonial pero a su vez la secuela de que aquellas desdichas almas murieron aplastadas allí, tal día como hoy: un helador 11 de marzo de 1883. Hace 135 años… ¡Cómo pasa el tiempo!

A mi amigo, investigador y cineasta Kepa Sojo, porque en su día me hizo entender ese dichoso pórtico. En muestra de agradecimiento y de la inquebrantable amistad que nos une

seiehun vs seirehun

Euskaraz zenbatzen ari garenean, sarritan –gehiegitan– entzuten ditugu gaizki esaten ehunekoen zenbaki-izenak. Eta ez gara mundu honetara pontifikatzera etorri; are gutxiago besteek egiten dutena epaitzera. Baina, bestalde, ondo dago jendeak oro har ez dakien hizkuntza-bitxikeria bat kontatzea. Goazen, bada…

Gaur egun, ordenagailuaz idazteko zuzentzailearen (Xuxen) azpimarra gorriak berehala ohartaraziko digu idatzi ditugun seirehun, zazpirehun, zortzirehun eta bederatzirehun hitzak ez direla zuzenak eta, euren ordez, seiehun, zazpiehun, zortziehun eta bederatziehun erabili behar ditugula.

Eta harritu egingo gaitu. Eta hizkuntza arautze bera madarikatuko dugu, zenbaitetan, akats hori oso barneratua izango dugulako: zerbait intimoa lapurtzen digutela irudituko zaigu.

Nola jarri susmopean Benito Lertxundi handiak Euskal Herrian azken balea ehizatu izanari abesten zizkion «Mila bederatzirehun eta lehenengo urtean…» hitz goxo haiek? Ez al da bihozgabekeria bat? Hain asmo onaz josiak… baina oker. Eta «hizkuntzak biziak dira, mugitzen den zerbait» tankerako koldar-ezkutalekuetan babestu barik, hobe dugu behingoz gure ohitura txarra zuzentzea: zoriontsuago biziko gara.

HiruRehun eta lauRehun idazten dugu, r bat tartean, eta zuzena da kasu bi hauetarako. Antzeko zerbait gertatzen zaigu bi zenbakiarekin. Alabaina, horietatik goragoko ehunekoetan tarteko r hori barik erabili behar dira: seiehun (ondo) eta ez seiRehun (txarto), zazpiehun (ondo) eta ez zazpiRehun (txarto), zortziehun (ondo) eta ez zortziRehun (txarto) eta, amaitzeko, Orioko balearen urtea gogora ekartzen digun bederatziehun (ondo) eta ez bederatziRehun (txarto).

BAINA ZERGATIK SALBUESPEN HORIEK?

Euskara zaharrean HIRUR (3) eta LAUR (4) zirelako zenbaki horien izenak. Orduan hirur+ehun= hirurehun eta laur+ehun= laurehun . Baina izendapen zahar haiek ahaztu zirenean —eta hiru eta lau bihurtu—, antzekotasunagatik eta okerki, gainerako zenbakiei aplikatzen zaie. Baina, esan bezala, gaizki dago.

Arrazoi berberengatik ondo daude lurraldetasuna adierazteko erabili ohi diren HiruRak bat edo LauRak bat leloak, baina ez ZazpiRak bat , Zazpiak bat beharko lukeelako izan.

Gauza bera orduekin eta abarrekin: arratsaldeko lauretan (16:00etan) baina ez zortziretan , zortzietan (20:00etan) delako forma egokiena.

Beraz, gora gu eta gora gure hizkuntzaren aberastasuna: behin eta seiehun bider esanda!!

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