Va a ser acabar esta publicación y marcharme corriendo «de pintxopote». En mi caso se trata de la cita inexcusable, del día de socialización por excelencia, el de dejarse de responsabilidades y preocupaciones y entregarse en cuerpo y alma a los amigos. Quizá, con un poco de suerte, igual hoy también acabamos cantando…
Prefiero el vino pero, como zumba más la badana, suelo optar por beber zurito. Y al respecto quiero hacer una reflexión sobre su denominación, perfectamente conocida pero no divulgada lo suficiente. Ahí os va el origen de esa palabra tan curiosa: zurito.
A pesar de lo que pueda parecer y de lo que los vascos hemos hecho por universalizar el término, en absoluto se trata de una palabra tradicional vasca, sino una incorporación moderna que yo recuerdo en los años a caballo entre los 70 y los 80 del siglo pasado. Me viene a la memoria asimismo que su uso se extendió como un reguero de pólvora porque pensábamos —y pensamos— que era una palabra propia del euskera, ya que procedía «de Gipuzkoa» y era evidente la semejanza entre zurito y zuri ‘blanca’, color de la espuma cervecera. Su irrupción se tomó por parte de los círculos de txikiteros como algo irreverente, provocativo y poco patriota en aquel Laudio de mi adolescencia.
Y es que ese vocablo tan extendido hoy en día, se inventó alguna década atrás —en los 60— en Donostia por el entonces joven Carlos Pérez Garrido Txarli (1938-2018) que, aburrido del habitual pote de vino, empezó a solicitar lo mismo pero de cerveza. Lo denominaban un «mini de cerveza» y consistía en servir medio botellín —no contábamos aún con los grifos expendedores actuales— y dejar la otra mitad para la siguiente ronda. Así podía amoldarse al frenético ritmo del alterne de aquellos años, añadiéndole además un toque de modernidad y de ruptura con la tradición imperante.
La fórmula cuajó y empezó a hacerse común en los establecimientos de la parte vieja donostiarra. Y en un momento dado se pensó en ponerle nombre y acordaron que se llamasen zuritos porque era así como se denominaba la cuadrilla pionera.
Se autodenominaban así por ser seguidores acérrimos del torero Gabriel Haba, «Zurito de Córdoba» , de moda por aquel entonces. Portaba el matador el mismo apodo que su padre y abuelo. Fue a éste, el abuelo, Manuel de la Haba Bejarano (1868-1936) al primero que se le conoció como «zurito» , por unos bultos o zonas blancas en los párpados que, dicen, le hacían parecerse a las palomas zuritas.
Hay quien asevera que eran defectos naturales pero, otros tantos, comentan que las marcas se las producían las gafas de soldar ya que, para que se olvidase del peligroso mundo de los toros, la familia lo encaminó para que fuese herrero. Pero descarrilaba una y otra vez así es que alternaba el oficio del metal con su pasión por el toreo.
Al parecer, y sin saber si es realidad o leyenda, en cierta ocasión, para animarle que saliese al ruedo a picar o dar unos muletazos, alguien del público, por hacer una gracia comenzó a gritar «¡qué salga el zurito!» por aquellas marcas que, como hemos dicho, tenía en torno a los ojos. Y desde entonces se distinguió con aquel apodo la familia torera en cuestión, linaje de matadores afamados.
Y de toda aquella historia, surge el nombre de nuestro refrescante zurito, ese que una y otra vez me sirven todos los jueves Araceli e Izaskun mientras yo las miro embobado, como si fuese un arrullador palomo zurito…
Para finalizar, recordemos que la palabra zurita es un diminutivo del vocablo castellano zura ‘paloma’ y que surge, a modo de onomatopeya, del sonido zur-zur-zur que hacen dichas aves al cantar.
Salud y que deis buenos capotazos en los pintxopotes.