Por qué el de Laudio es el único pórtico de hierro de Euskal Herria

Cuatro muertos y seis heridos… La desgracia era de tal gravedad que Estanislao Urquijo, por aquel entonces uno de los hombres más poderosos de España y sin duda el más de Álava, no lo dudó ni un instante: abandonó su residencia de negocios en Madrid, para acudir con la mayor celeridad posible a Laudio, en donde creía que en un momento así de amargo él debía estar. De arraigadas creencias católicas, se sentiría en cierto modo responsable de aquella desdicha.

Estanislao Urquijo Landaluze (1817-1889) era un personaje que para aquel entonces había amasado grandes fortunas y había dado arranque a una nueva línea nobiliaria una docena de años atrás: era el primero de los marqueses de Urquijo y había fijado su casa o palacio solariego en aquel Laudio de fines del XIX. Con las características típicas de los sistemas caciquiles de aquella época, ejercía un paternalismo desmedido con sus súbditos a cambio de los votos que le aupasen al poder político.

Estanislao Urquijo Landaluze

Por ello vio que aquella era la ocasión perfecta para ganarse la confianza del pueblo, mayoritariamente carlista, y que recelaba aún de ese nuevo personaje liberal.

Tres hombres dejaron aquel día la vida, entre escombros, al margen de seis heridos, uno de los cuales falleció posteriormente. Se acababa de desplomar el pórtico de la iglesia, reparado cuatro años atrás a expensas del ya célebre marqués.

EL VIEJO PÓRTICO
La historia comienza mucho más atrás, en el siglo XVIII, cuando, alentados por la bonanza económica, se decide eliminar el vetusto templo para dar rienda suelta a la modernidad y desarrollo con la edificación de una nueva iglesia: la que vemos hoy. La labor de tracista –arquitectura– se le encarga nada menos que a Martín de Larrea, el auténtico héroe del momento por haber conseguido lo tecnológicamente “imposible” en el puente de Anuntzibai: salvar una distancia tan grande con un sólo arco.

Aquel nuevo templo fue dotado con un amplio pórtico (1774) en el que pudiese bullir la vida social en los días de climatología adversa. Pero, la construcción que parecía que iba a ser “para una eternidad” no había sido ejecutada con un mínimo de calidad y, tan sólo un siglo después, se encontraba en un estado lamentable, amenazando ruina. Y es por ello por lo se acomete una restauración o reforzamiento en 1878, aplicando un simple sistema constructivo en tinglado y apuntalando con unas novedosas columnas de hierro que había sufragado el recientemente nombrado marqués. Era el arranque del frenético uso del hierro en la construcción, un fruto de la Revolución Industrial, y que haría furor en Europa décadas después.

Pero aquellos apuntalamientos y soluciones parciales tampoco sirvieron para mucho y, un domingo de mercado con una gran nevada, se desplomó con gran estrépito, como si fuese un gigante abatido. Fue, como hoy, un 11 de marzo pero de hace 135 años, es decir, en 1883. Y esa es nuestra historia…

Torre de la iglesia (XVIII) con la antigua casa consistorial anexa y, en el otro extremo, el pórtico (XIX) en el amanecer de un día de nevada

LA MUERTE, EN EL MERCADO SEMANAL
Una vez más, Dios se olvidó de sus súbditos y allí fallecieron aplastados tres hombres: los laudioarras José Urquijo Muñuzuri y Francisco Urretxi, de 68 y 44 años respectivamente, y Apoliniano Olabarria, natural de Orozko, “de veinte y muchos años” tal y como reza el acta de defunción. Posteriormente falleció uno de los heridos que, por falta de tiempo y de interés real, no hemos localizado. A la dantesca imagen se sumaron diversos heridos de cierta gravedad.

EL SACERDOTE Y SU ESCOPETA
Ya a la medianoche anterior anunció aquel pórtico con sus lamentos que estaba a punto de poner fin a su historia. Debieron ser sonoros los crujidos del maderamen porque, el sacerdote, atemorizado pensando que estuviesen forzando la puerta del templo para robar, efectuó varios disparos de escopeta al aire. Nadie comprendía a qué venía aquello en aquella lóbrega noche en la que los copos de nieve caían sin cesar, engrosando aún más aquella gran nevada.

Al rayar el día pronto vieron que no era cosa de ladrones sino los estertores agónicos de aquella estructura de vigas y columnas que se había desplazado por el peso de la nieve y cuya ruina parecía inminente. Pronto, el excitado alcalde tomó la determinación de designar unos hombres que, con el cargo improvisado de guardas, impidiesen el paso al recinto. Mientras tanto, fueron a consultar al “perito” experto local, alguien que pudiese aportar una solución. Fue un joven herrero del barrio de Goikoplaza que, a la vista del sobrecogedor panorama, no dudo en determinar que había que ir de inmediato a por una pareja de bueyes y derribar aquella amenazante estructura. Pero, mientras se preparaban para ello, en torno a las diez de la mañana, la edificación se desplomó «…con horroroso estruendo…» y atrapó debajo a aquellos desdichados baserritarras que, ante las inclemencias del exterior, habían decidido imponer su terquedad frente a la prohibición de entrar, una prohibición por fortuna sí respetó la gran mayoría de los habituales.

El siniestro suceso conmocionó a toda la comarca y tuvo gran eco en la prensa, incluso en la de ámbito nacional. Yo mismo he escuchado en mi casa en más de una ocasión aquel vago recuerdo –ya sin datos concretos ni fechas exactas– del funesto accidente. Debió ser tal la impresión dejada por aquella desgracia que hasta diez años después no se acomete la construcción de un nuevo pórtico, el actual.

En cualquier caso, el multimillonario y todopoderoso marqués de Urquijo vio ahí la ocasión para dar el do de pecho y así ganarse definitivamente a esa apesadumbrada población, que debería acostumbrarse a buscar siempre protección y auxilio en su entorno. Una estrategia política y social que no era sino la reinterpretación moderna del sistema de vasallaje feudal, propiciado por el sistema de corruptelas políticas poco disimuladas, típicas del régimen bajo la presidencia de Cánovas del Castillo.

EL NUEVO PÓRTICO DE HIERRO
Dejando al margen la opulenta historia de nuestras ferrerías, la cultura del hierro estaba de nuevo en plena expansión mundial gracias a la Revolución Industrial. También en el ámbito geográfico más cercano desde que en 1845 se pusiesen en marcha los primeros hornos altos: Santa Ana de Bolueta con los que, como capitalista, tuvo una fructuosa relación Estanislao Urquijo. Y, siempre unido al metal a través del desarrollo del ferrocarril, también obtuvo vínculos económicos intensos con los posteriores Altos Hornos de Vizcaya (1882) y, su sobrino sucesor, con la Sociedad Vasco Belga de Miravalles (1892).

Por eso se ha dudado que el esplendoroso pórtico de hierro –el único de Euskal Herria– se pudo haber encargado en los nuevos talleres de Ugao y no en los de Bolueta como la lógica siempre nos ha hecho pensar. Pero no hay nada claro al respecto pues, en su estilo, los Urquijo acometieron grandes obras que no dejan rastro documental conocido.

Para más inri, Estanislao falleció (1889) tres o cuatro años antes de levantar el nuevo pórtico por lo que lo inaugurará ya el segundo marqués (1889-1914), Juan Manuel de Urquijo Urrutia sobrino del primero, que murió soltero y sin descendencia.

El curioso pórtico es el punto de encuentro de la cofradía de Sant Roque (desde 1599) cada último domingo de agosto

Desconocemos asimismo la fecha exacta de su edificación. Pero sí sabemos que es en el período entre 1892, cuando en la documentación se habla de la necesidad de reedificar un nuevo pórtico y 1894 en el que se cita que urge pintar la nueva construcción de hierro pues “se está oxidando en por esta falta [de pintura]”.

Características celosías elaboradas en moldes, algo novedoso en el momento de su construcción

También la autoría del artístico diseño y concepción del pórtico nos es desconocida si bien se ha apuntado hacia Joaquín Rucoba (1844–1919), uno de los arquitectos más brillantes del momento y que ya usaba el hierro en sus construcciones.

TORRE EIFFEL: DE PARÍS A LAUDIO
Aunque ya se había usado este método de construcción en fechas previas, sin duda debemos nuestra curiosidad arquitectónica local al gran impacto y nueva corriente que supuso la erección de aquella gigante torre de 300 metros en París y que conocemos como Torre Eiffel, en la exposición universal de 1889 que rememoraba el centenario de la Revolución francesa. Tan sólo cuatro años antes de nuestro pórtico férroso…

Figura representando a A. Gustave Eiffel en el tercer y último piso de la torre que lleva su nombre. Tras la cabeza se observa la estructura metálica con sus característicos roblones

Con el monumento promovido por Gustave Eiffel, se impone en las construcciones de cierta relevancia el uso de piezas de hierro pudelado –un sistema de refinamiento del hierro obtenido en los altos hornos– y que unidas por roblones –especie de remaches o pasadores– da a la construcción unos horizontes dimensionales hasta entonces sólo factibles en sueños.

Consecuencia de aquella moda, es como contamos con el Puente Bizkaia (1893), llamado “puente colgante” –transbordador que une Portugalete con Getxo– o, sin más, la famosa cruz (1901) que corona la cima de Gorbeia, punto culminante de los territorios de Álava y Bizkaia.

Y es eso, con lo mejor del momento, con lo que el acaudalado marqués quiere beneficiar a su pueblo. Por ello, pórtico de hierro y además tan exquisito y refinado, sólo hay uno: el de Laudio. Lástima que sea una maravilla patrimonial pero a su vez la secuela de que aquellas desdichas almas murieron aplastadas allí, tal día como hoy: un helador 11 de marzo de 1883. Hace 135 años… ¡Cómo pasa el tiempo!

A mi amigo, investigador y cineasta Kepa Sojo, porque en su día me hizo entender ese dichoso pórtico. En muestra de agradecimiento y de la inquebrantable amistad que nos une

seiehun vs seirehun

Euskaraz zenbatzen ari garenean, sarritan –gehiegitan– entzuten ditugu gaizki esaten ehunekoen zenbaki-izenak. Eta ez gara mundu honetara pontifikatzera etorri; are gutxiago besteek egiten dutena epaitzera. Baina, bestalde, ondo dago jendeak oro har ez dakien hizkuntza-bitxikeria bat kontatzea. Goazen, bada…

Gaur egun, ordenagailuaz idazteko zuzentzailearen (Xuxen) azpimarra gorriak berehala ohartaraziko digu idatzi ditugun seirehun, zazpirehun, zortzirehun eta bederatzirehun hitzak ez direla zuzenak eta, euren ordez, seiehun, zazpiehun, zortziehun eta bederatziehun erabili behar ditugula.

Eta harritu egingo gaitu. Eta hizkuntza arautze bera madarikatuko dugu, zenbaitetan, akats hori oso barneratua izango dugulako: zerbait intimoa lapurtzen digutela irudituko zaigu.

Nola jarri susmopean Benito Lertxundi handiak Euskal Herrian azken balea ehizatu izanari abesten zizkion «Mila bederatzirehun eta lehenengo urtean…» hitz goxo haiek? Ez al da bihozgabekeria bat? Hain asmo onaz josiak… baina oker. Eta «hizkuntzak biziak dira, mugitzen den zerbait» tankerako koldar-ezkutalekuetan babestu barik, hobe dugu behingoz gure ohitura txarra zuzentzea: zoriontsuago biziko gara.

HiruRehun eta lauRehun idazten dugu, r bat tartean, eta zuzena da kasu bi hauetarako. Antzeko zerbait gertatzen zaigu bi zenbakiarekin. Alabaina, horietatik goragoko ehunekoetan tarteko r hori barik erabili behar dira: seiehun (ondo) eta ez seiRehun (txarto), zazpiehun (ondo) eta ez zazpiRehun (txarto), zortziehun (ondo) eta ez zortziRehun (txarto) eta, amaitzeko, Orioko balearen urtea gogora ekartzen digun bederatziehun (ondo) eta ez bederatziRehun (txarto).

BAINA ZERGATIK SALBUESPEN HORIEK?

Euskara zaharrean HIRUR (3) eta LAUR (4) zirelako zenbaki horien izenak. Orduan hirur+ehun= hirurehun eta laur+ehun= laurehun . Baina izendapen zahar haiek ahaztu zirenean —eta hiru eta lau bihurtu—, antzekotasunagatik eta okerki, gainerako zenbakiei aplikatzen zaie. Baina, esan bezala, gaizki dago.

Arrazoi berberengatik ondo daude lurraldetasuna adierazteko erabili ohi diren HiruRak bat edo LauRak bat leloak, baina ez ZazpiRak bat , Zazpiak bat beharko lukeelako izan.

Gauza bera orduekin eta abarrekin: arratsaldeko lauretan (16:00etan) baina ez zortziretan , zortzietan (20:00etan) delako forma egokiena.

Beraz, gora gu eta gora gure hizkuntzaren aberastasuna: behin eta seiehun bider esanda!!

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el UCHALABETE bilbaíno

Hacía ya varios siglos que la Justicia había abandonado a los habitantes humildes de aquellas callejuelas bilbaínas. Los había dejado huérfanos de ley, desamparados sin ecuanimidad social alguna para sobrellevar sus angustiosas existencias. Los tribunales civiles no podían atenderlos por estar demasiado ocupados en cubrir todos los desmanes que los ricachones cometían, un día sí y otro también, para enriquecerse sin escrúpulos. Y la divina… qué decir de la justicia divina en un siglo como aquel, el XIX, en el que un clero gordinflón alentaba bajo palio constantes guerras con las que desheredó de toda esperanza a sus más humildes súbditos. Dios, una vez más, paseaba despistado mirando más al cielo que a la tierra

¿QUÉ ERA EL UCHALABETE?
Es ahí cuando el pueblo llano atrapa a la justicia por sus más nobles partes y crea el uchalabete, una fórmula propia para resolver los problemas más cotidianos y domésticos de la gente humilde, lejos de avarientos leguleyos que no podían costearse. Un método que, al parecer, hizo furor en aquel Bilbao de hace siglo y medio.

En realidad consiste en un «sorteo que consistía en ocultar en una mano un objeto pequeño cualquiera, dejando vacía la otra y presentárselas ambas al compañero para que acertara cuál era la llena» tal y como lo describiera en su Lexicón bilbaíno (1896) Emiliano Arriaga.

Así, cuando una discusión o elección entre dos opciones no tenía solución equitativa posible, se recurría a esa suerte, consistente en provocar una situación en la que la mera casualidad determinase la resolución del conflicto y que, precisamente por ser casualidad, era aceptada como resultado justo por ambas partes.

Podría ser algo similar a dirimir las disputas con un cara o ceca aragonés o con un cara o cruz castellano. Pero para estos últimos era necesaria una moneda, un tesoro no conocido en aquellos bolsillos agujereados por las hambrunas y la miseria. Pero para el uchalabete servía cualquier piedrecilla del suelo o pequeño objeto. Por ello, como toda buena bilbaínada que se precie, el uchalabete era el mejor, más popular y polivalente que aquellas fórmulas de suerte al azar.

En el fondo el resultado no era tan casual, ya que podía jugarse con cierta picaresca, ahuecando la mano para engañar al contrario, sin saber el de enfrente si ello se debía al objeto encerrado en la palma o a una maniobra de despiste. Por eso era tan sugerente y divertido aquel uchalabete que recogen varios diccionarios del momento…

¿ANGELICAL O DEMONÍACO?
Era un método tan perfecto que recurrían a él hasta los seres de las dimensiones no humanas. El mismísimo Miguel de Unamuno nos relata que «un día apostaron a quién saltaba más, se fueron a la entrada de Los Caños, echaron a uchalabete quién saltaría el primero. Le tocó al diablo, saltó y dejó en el suelo, en una losa, la huella de su pie deforme, huella como de coz de borrico. Saltó después el ángel y...» (El Nervión de 9 de abril de 1891)

Así era cómo la tradición popular había interpretado la creación de unas oquedades en la roca, visibles desde el concurrido paseo de Los Caños y que la gente atribuía a las archiconocidas pisadas del ángel y del diablo.

Aunque… hoy en día ya no puedan verse porque las enterró el cemento. Como hizo desaparecer luego la esencia y gracia de lo bilbaíno.

Algo similar sucedió con nuestro uchalabete, ahogado en la modernidad y hoy totalmente en desuso y que, de tener alguna discusión, lo resolveríamos con ese castellano travestido en estética vasca, tan en uso en el Bilbao actual: bien podría ser un karaokruz.  Porque en los bolsillos bilbaínos no faltan hoy abundantes monedas (¿o no?), vil metal que aun así no sirve para recuperar aquella idiosincrasia orgullosa de lo castizamente bilbaíno (¿o no?).

Y es en ese tan tortuoso camino del tiempo como perdimos no sólo la dichosa palabra sino la misma justicia popular que conllevaba. Así es que, desaparecido el uchalabete, tan sólo nos quedan la justicia civil y la celestial, esas que siempre amparan al poderoso y aplastan al pobre. Porque, os desvelo el secreto mejor guardado de la historia, la palabra uchalabete no era sino el eusquérico “huts ala bete”, ‘[mano] llena o vacía’, reflejo también de nuestro tan lamentable estado social actual: unos con tanto y otros sin nada. Huts ala bete…

 

PAIRATZEA «me la trae al PAIRO» esapidea

Hizkuntzen arteko gurutzatze bitxi bati zor diogu jarraian kontatuko dizuedana.

Hainbat arazo PAIRATZEN ari naiz azken boladan eta ez nik eragindakoak. Baina, zorionez, gauzak zuzentasunez eta zilegitasunez egiten egotearen sentsazioarekin nago. Hau da, neurri handi batean, «me la trae al PAIRO» nola amaituko diren problema horiek guztiak.

Eta jarrera filosofiko horretaz ari nintzela, hausnartu bitartean, bitxikeria linguistiko bat etorri zitzaidan burura. Bitxia, polita eta jakingarria. Horregatik otu zait zuekin partekatzea.

Pairatu darabilgunean euskaraz, ‘jasan’ ‘sufritu’ esan nahi dugu edo, zehatzago izanda, ‘ezbeharrak, kalteak, minak eta kidekoak sentitu edo bizi; ezbeharra, kaltea edo gogoko ez dena amore eman gabe edo etsi gabe eraman’. Horrela dio behintzat Euskaltzaindiaren Hiztegiak.

Hitz hori Ipar Euskal Herrikoa da jatorriz, nahiz eta azken urteotan oso hedatu den Euskal Herri osora euskara batuaren bitartez. Sorburua, Gaskoinian mintzatzen zen hizkuntzan [okzitanieraren dialekto bat] dago, pairar aditzean, hain zuzen ere. Bere esanahia, euskaraz bezala, ‘egoerari eustea’, ‘ezbeharra jasatea’, ‘pazientzia izatea’ da, azken finean.

Eta gaskoizko iturri horretatik ere hartu zuen gaztelaniak, itsasoan marinelek egiten zuten maniobra berezi bat izendatzeko: pairar. Hau da, «dicho de una nave: estar quieta con las velas tendidas y largas las escotas» (RAE). Marinelen liburuetan, halaxe dago deskribatuta: «mantener la posición respecto al fondo. Cuando hay temporal significa mantenerse proa al oleaje con poco trapo (poco velamen), a fin de compensar el efecto de abatimiento». Hobeto hitzez hitz ematea, ezagutzen ez dudan esparru batean ez okertzeko.

Eta «ponerse al pairo» hori berori da: itsas korronte bat dagoenean, belak egoki erabiliz, ontziak ez egitea ez aurrera ez atzera, hots, oreka edo geldiune moduko batean jasatea. Horretatik ere, pertsonei buruz ari garenean, «estar, quedarse… al pairo» da ‘estar a la expectativa, para actuar cuando sea necesario’. Bestela esanda, erabaki bat hartu aurretik, hausnartzen eta aukera ezberdinak baloratzen gaudenean.

Ez dakigu zehazki nondik datorren azken boladan hedatu den «me la trae al pairo» baina «me la trae floja» edo antzekoetatik ez da urrun ibiliko.

Eta ez dago besterik. Beraz, bizi pazientziaz, ezbeharrak duintasunez jasaten… pairoan egon… baina, mesedez, ez pairatu hitz horrek sufritzearen adiera baldin badu.

 

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Los chicos de la aldea

 

En Laudio somos gente de aldea. Por mucho que nos empeñemos en autoengañarnos con el espejismo de los últimos cien años de industrialización, pesan mucho más en nuestro carácter los siglos y siglos que hemos pasado recogiendo castañas, viendo orgullosos crecer las txahalas o colocando a cada txarrikuma en la teta correspondiente de la makera. Sin duda, somos de aldea…

Eso conlleva también que seamos algo resentidos y que, cuando nos hacen alguna faena, aguardemos a la espera de un momento dulce para ejercer la venganza: lo que más nos va. Y ese estado de acecho lo podemos apuntalar hasta cuando haga falta: de generación en generación, de familia a familia y por los siglos de los siglos… amén.

Por eso creo que hoy es el día para resarcirnos de una afrenta que les hicieron a nuestros colegas hace nada menos que cien años algunos tuercebotas uniformados de Bilbao. Fue el 10 de febrero de 1918 y multaron y / o metieron al calabozo a unos muchachos que sólo querían cantar. Vayamos al relato de los hechos…

Ya desde 1912 llevaba una cuadrilla de chavalotes del barrio de Gardea (Laudio) construyendo unas carrozas carnavaleras. Sobre ellas cantaban e interpretaban unas obrillas teatrales musicales que llevaban de un lado para otro, tiradas por una yunta de bueyes.

En diversas ocasiones bajaron incluso hasta Bilbao, buscando un público más numeroso y agradecido que el local, que no percibía en aquellas muestras de arte aldeano nada más allá de la gracia o la trastada juvenil, ya que sus letras eran en ocasiones y como corresponde al carnaval, reivindicativas y satíricas.

Se autodenominaban la Comparsa de Llodio y tenía su precedente en otro grupo anterior, la Charanga de Llodio, fundada en 1903.

Los carnavales de aquel entonces se limitaban al domingo, lunes y martes. Este último era el día grande, el más íntimo, y lo aprovechaban para recorrer los caseríos cantando, acompañados de un gallo y pidiendo la voluntad de puerta en puerta para hacer luego una merienda.

El domingo, también festividad grande, era sin embargo el día más apropiado para bajar a Bilbao porque en la villa, lejos de la percepción de la aldea, se aplicaba ya lo del fin de semana ocioso.

Corría por tanto el año 1918. 10 de febrero. Porque hemos dicho que fue exactamente hace un siglo.

Aquel domingo de carnaval había amanecido cálido, con un viento sur que animó más que nunca a los bilbaínos a salir a ver el desfile de carrozas que, por la situación convulsa del momento, sólo contó con dos carrozas que previamente habían tramitado el permiso para desfilar: el coro bilbaíno de Caballeros de los Campos y la docena de laudioarras que se presentaron como Los chicos de la aldea, que era lo que mejor les definía, porque eso es lo que eran y un siglo después es lo que somos.

E hicieron las delicias del respetable como nadie y la expectación y acogida fueron extraordinarias. No en vano, se daban todos los ingredientes para cosechar aquel éxito.

El primero, que en aquella época se da una exaltación y añoranza en Bilbao de aquel país rural que ven cómo se va desvaneciendo. Se frecuentan más que nunca los chacolís de Begoña y Abando y surgen obras musicales de imitación a lo baserritarra, algo que también sucede en la literatura y pintura. Y la obra y escenificación de aquella carroza reflejaban como nunca aquel gusto por lo aldeano.

Por otra parte, tenemos la composición musical de Ruperto Urquijo Maruri (1875-1970) –que por aquel entonces vivía en Bilbao– cuya letra se recogía en un folleto encabezado con un dibujo de su amigo José Arrue Valle (1885-1977), el artista de moda en aquellas épocas, retratista del mundo rural añorado.

Aquellas coplas se vendieron, siguiendo la costumbre de la época, para que la gente pudiese seguir la obra —al no haber megafonía éste era el método habitual— y de paso para sacar algún real con el que tomarse luego algunos cuartillos de vino.

Y esa fue la causa de su tragedia, el no tener en cuenta que los edictos municipales recogían bien claro que no se podía vender nada: «Queda prohibida la circulación de comparsas y estudiantinas por la vía pública, exceptuando las que lleguen de fuera de la provincia […] sin que puedan postular ni vender coplas en la vía pública ni en los cafés y otros establecimientos». Más claro, imposible.

Eran años tensos por motines, huelgas, etc. y no se dejaba que ningún detalle escapase del control policial. Hasta se había pensado en suspender aquellos carnavales por el riesgo que suponían… Pero todo aquello sonaba a chino a los chicos de la aldea y, creyéndose intocables, no hicieron ni caso. Y se armó la marimorena.

A pesar de alegar ante las autoridades que tan sólo habían pedido la voluntad por los libretos –que por cierto, también quedaba prohibido– los numerosos testimonios dejaron patentes que sí los habían vendido. Y todo acabó en un pequeño alboroto y, dicen algunos y las canciones posteriores que hacen referencia al suceso, que dieron con sus huesos en el calabozo o perrera: «En Bilbao al perrera no nos han de meter, cansiones de quimera que no nos gusta haser. Además, verdaderos bilbaínos los que son, tienen para los aldianos abierto el corasón».

Ellos sospechaban que alguien afín al Marqués de Urquijo, había dado el chivatazo de que eran gente «polémica» pero nunca se pudo probar. El marqués era una isla liberal dentro del océano carlista de Laudio y la hostilidad frente a aquel ricachón era una realidad patente en ciertos ambientes populares. Pero nos extraña que fuese así porque era el mismo marqués quien cubría los gastos de la elaboración de aquellas carrozas con forma de caserío, unas carrozas que luego quedaban en los jardines de su palacio, como un elemento pintoresco más.

En opinión de otros testimonios, a pesar de que así lo contaron y cantaron —y cantamos en la actualidad— no acabaron en ningún calabozo y todo se redujo a una reprimenda y una vejatoria y cuantiosa multa.

Y es así como aquel día de gloria acabó en desastre. Con la humillación además de quien se siente ofendido y vapuleado. Por ello es aún una anécdota muy sonada, comentada y celebrada en Laudio y alrededores, porque la tradición oral se ha encargado de mantenerla viva.

De aquella cuadrilla surgiría años después el glorioso club Rakatapla (1931 aprox.) y, décadas más tarde y con un Ruperto Urquijo ya anciano, Los Arlotes (1950 aprox.). Un grupo éste cuya canción más identitaria, titulada Carnavales, grita a los cuatro viento que «Que digan lo que digan ya estamos aquí, nos traen los Carnavales…» y, por si acaso, pone en aviso a los oyentes de que todo aquello fue un error: «…no pedimos nada a nadie porque eso está prohibido pero si echan a la calle será muy bien recibido«. Con terquedad se defiende aún que no se vendieron, buscando un resarcimiento cara a la historia.

Yo soy miembro de este coro, arlote por tanto y chico de aldea a partes iguales, y a mí no se me despistan estas fechas. Por eso sé que ha pasado un siglo exacto… y aquí ando dándole vueltas sin saber cómo poner fin a aquella necesidad de venganza que nos transmitieron nuestros predecesores, que hemos mantenida encendida durante diez décadas y que no podemos cerrar en vacío. Porque las eternidades son muy tediosas.

Se me ocurre el echar el guante a la asociación bilbaína que lo desee o al mismo ayuntamiento y que nos invite a bajar a las Siete Calles a compartir unos potes y a llenar de música y color el ambiente bilbaíno, como sucedió hace ya cien años. Porque preferimos solucionarlo de una vez por todas y vivir lo que nos quede en paz. Que tan de aldea no somos ya…

ANEXO CON LOS DOCUMENTOS ORIGINALES (ARCHIVO MUNICIPAL DE BILBAO). Tienes una visión normal de los documentos. Pero si pinchas en los enlaces podrás además acceder a los documentos con gran resolución, para poder descargarlos e imprimirlos con calidad.

Bando municipal con las prohibiciones para aquellos carnavales:

[Expediente tramitado por el Ayuntamiento de Bilbao en virtud de instancias presentadas por varias comparsas y estudiantinas, solicitando permiso para desfilar por la vía pública durante el Carnaval de 1918, y de la moción del concejal Facundo Perezagua proponiendo la supresión de dicha fiesta por considerarla inoportuna ante de la situación de crisis que se atraviesa. INCLUYE: Programa de la comparsa Los Chicos de la Aldea para las fiestas de Carnaval de 1918 que incluye un dibujo firmado por José Arrúe. Impreso por la Imprenta Sucesores de Aldama en Bilbao. Bando promulgado por el Ayuntamiento de Bilbao haciendo saber al vecindario las disposiciones adoptadas para la celebración del Carnaval los días diez, once y doce de febrero de 1918]
Solicitud que junto al libreto presentó al ayuntamiento de Bilbao el laudioarra Juan Etxebarri, en representación de Los chicos de la aldea:

Detalle del encabezado del libreto, precioso dibujo de José Arrue:

Anverso del libreto con la obra a interpretar:

Reverso del mismo:

 

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Sorginak, baheak eta artaziak

Atzo gauean, sorginei buruzko informazioa bilatzen ari nintzela sarean, Gustav Henningsen ikertzaile daniarrak Galizian 60ko hamarkadan egin zuen argazki zoragarri bat aurkitu nuen: emakume bi, bahe eta artazi batzuez, antzematen ea meigarik –sorginik– ote zegoen euren ingurune hartan. Behinolako Galizia sakon, ilun eta galdua…

Pozarren hartu nuen aurkikuntza hori gogoan nuelako Artziniega (Araba) herrian ere horrelako metodoak erabili izan zirela bestelako garaietan edo, behinik behin, horrela dokumentatu zituela J. M. Barandiaran (1889 – 1991) apaiz antropologoak.

Horrela zioen bere oharretan: «En Arceniega [Artziniega] recurren a los servicios de una mujer de la localidad para saber quién esta embrujado. Ella toma una criba, mete por uno de los orificios unas tijeras hasta su eje, las abre y hace que la criba cuelgue de ellas. Entonces pregunta: “¿Fulano es brujo?”. Si la criba oscila es señal de que la persona nombrada está embrujada»

Galbahea eta artaziak ouija baten modura erabilita…

Etxe edo ingurune batean sorginik bazela susmatzeko nahiko zen gauerdia baino lehenago oilarraren kukurrukua entzutea edo behi baten azalpenik gabeko marru arranguratsua. Edo, beste barik, uste izatea bolada bateko zortea normala baino txarragoa zela: kasuistika hutsa zena sorginkeriei egozten zitzaien.

Artaziak dira, bestetik, sorginen kontrako babes preziatuak, batez ere gurutze itxura hartzen dutenean. Horregatik da hain ohikoa beste kultura askoan umeen burukoaren azpian artaziak jartzea, sorginekiko harresi gisa. Arrazoi beragatik ezartzen dira tximinien beheko partean egur zatiak hartzeko burdinazko suhatzak, gurutze baten forman, tximinia baita euskal tradizioan sorginak etxera sartzeko bide ohikoena.

NONDIK DATOR AKELARRE HITZA? Azkenik, eta bat-bateko lerro hauei amaiera borobildua emateko asmoz, aipatu nahiko nuke argazkia egin zuen Gustav Henningsen dela, seguru asko, sorginei eta sorginen kontrako prozesuei buruz gehien ikertu duen gizakia.

Eta hari zor diogu akelarre hitzaren jatorriaren interpretazioa: Akelarre toponimo zehatza zen lehenbizikoz aipatu zenean 1609ko maiatzaren 22an, Auzitegi Gorenera bidalitako gutun batean. Bertan, Nafarroako hainbat tokitan egindako sorgin-batzarrak deskribatzen dira. Hortik hiru hilera, azken “ustezko sorginak” atxilotu zirenerako, tokiari emandako izen hura generiko bihurtua zuen prozesua zeraman Valle Alvarado inkisidoreak, agian, aker demoniakoarekin lotzeko primeran zetorkiolako. 1609ko maiatz eta abuztu bitartean asmatu zen akelarre hitz arrunta, esan bezala, leku-izen zehatz batetik eratorria. Eta geroztik dokumentu guzti-guztietan aipatuko zen akelarre hitza, amesgaiztozko batzar lizun haiek izendatzeko.

Valle Alvarado inkisidore hari zor diogu Akelarre toponimotik akelarre berba arrunterainoko bilakera. Geroztik, mundu osora zabaldu zen izendapen hori, gaztelaniak ere beretzat hartu zuelako: aquelarre ‘junta o reunión nocturna de brujos y brujas, con la supuesta intervención del demonio ordinariamente en figura de macho cabrío, para sus prácticas mágicas o supersticiosas’.

Hala dio Espainiako RAE Akademiak eta horrek esateak susmo txar guztiak uxatzen ditu. Eta hala ez bada, bahe eta artaziek erabaki dezatela…


Misterios del cordón de San Blas

A pesar de que ya habían perdido el euskera décadas atrás, se intercambiaban como alegre saludo la frase ritual «Sanblasa agerian!!«, ‘¡el [cordón de] san blas a la vista!‘.

Era la manera de mostrar en comunidad la importancia del cordón de San Blas en aquel Laudio de 1935. Lo sabemos gracias a unas anotaciones manuscritas que José Miguel Barandiaran (antropólogo, etnólogo y arqueólogo vasco: 1889 – 1991), el famoso sacerdote ataundarra, recibió a través de un alumno suyo del seminario tras entrevistarse con los ancianos del lugar: Juan Egia Orue, del caserío Torrejón en Gardea (Laudio). No es la única sorpresa que nos aportan aquellos apuntes que hoy sacamos a la luz.

El cordón de San Blas es un fino cordel de llamativos y variados colores que es bendecido el día del santo (3 de febrero) y se porta atado al cuello durante un período de tiempo para ser finalmente quemado. De hacerlo así, adquiere cualidades sobrenaturales y se convierte en el amuleto perfecto para protegernos de «todos los males de garganta«, sean cuales fueren éstos.

Poco sabemos del porqué de esta costumbre tan arraigada en el occidente vasco pero que, a su vez, es desconocida en la mitad oriental del territorio. Pero el hecho de que nos encontremos en el período de la reactivación de la naturaleza, el que se bendigan alimentos con los que salvaguardarnos con tan solo ingerirlos y que con idéntico fin se protejan los animales de la casa al darles espigas bendecidas, su relación con la llegada de pájaros de buen agüero como la cigüeña, etc. nos hace pensar en un posible origen previo a la cristianización, con raíces más profundas que el relato de que un eremita turco –luego declarado santo por la Iglesia– sanase a un muchacho que tenía una espina en la garganta.

Margarita Basterra Agirre (1928-2021), con sus mostachones y cordones bendecidos, infalibles talismanes para los males de garganta.

DE DÓNDE SURGE
No lo sabemos. Pero dentro de este desconocimiento, se han aventurado diversas especulaciones como que se comenzaría a utilizar en una epidemia en concreto u, otra más curiosa, que sugiere que parte de la bendición tradicional de los alimentos en ese día. Para llevar éstos (rosquillas, etc.) a la iglesia se usarían al parecer cordeles de vistosos colores e incluso alambres. Al llegar de nuevo al hogar, alguien en algún momento de la historia se percataría de que aquellos amarres estaban tan bendecidos como los alimentos mismos. Y por tanto podrían aprovecharse y usarse como protección en vez de tirarlos.

No deja de ser algo aventurado pero sí que encajaría con las notas de Barandiaran que nos dicen que, en el Laudio de hace casi un siglo, «se bendicen además [de los alimentos para personas y ganado y en referencia a los cordones del cuello] toda clase de collares metálicos o de hilo». Metálicos…

Nuria Larrinaga Ortiz muestra los cordones bendecidos para la numerosa familia.

HASTA CUÁNDO LO LLEVAMOS
Tras ser bendecidos en la misa de la festividad de San Blas se anudan en el cuello y no se retiran de él bajo ningún concepto. Pero no nos ponemos de acuerdo en el hasta cuándo.

En amplias zonas de Bizkaia –incluido el gran Bilbao, en donde esta costumbre goza de gran arraigo– suele portarse durante nueve días, lo que se conoce como una «novena» [‘práctica devota, dirigida a Dios, a la Virgen o a los santos, que se ofrece durante nueve días’, según la RAE].

En otros casos, los menos, se lleva durante una semana o incluso sin ninguna duración determinada.

Por el contrario, la práctica totalidad de los cordones-collares en Laudio, Enkarterri, Okondo, Orozko, Amurrrio… se retiran el Miércoles de Ceniza –los más rigurosos, al comenzar ese día, noche de martes de Carnaval– es decir, el inicio de un período de penitencias y recogimiento conocido como Cuaresma. Y, más que retirar, han de quemarse para recordárnos lo efímera que es la existencia humana.

Mi madre por ejemplo, siempre recuerda haberlo hecho en el fuego bajo, en la noche que media entre el martes de carnaval y el Miércoles de Ceniza. En nuestra misma cuadrilla de amigos lo hemos quemado varios años a la media noche del último día de carnaval, en la puerta de un conocido bar por el que andábamos gozando de la noche festiva.

Este calendario móvil plantea situaciones curiosas ya que en unos años llevaremos el cordón durante mucho tiempo y en otros, muy poco. Hay incluso casos extremos en que sólo se lleve un día por caer el Miércoles de Ceniza en el día 4 de febrero. Eso sucedió en 1573, 1668, 1761 y 1818, y ocurrirá de nuevo en 2285: creo que no lo veremos.

Por el contrario, en años como el 1546, 1641, 1736, 1886 y 1943 así como en el futuro 2038, será cuando más días llevemos el cordón al cuello, ya que el Miércoles de Ceniza será el 10 de marzo: un total de 35 ó 36 días en función de que febrero sea bisiesto o no. Un lío…

Cordones de San Blas rodean entrañables dibujos de José Arrue (1885-1977)

Como vemos, la fecha de la quema del cordón ha sido motivo de grandes corrientes del «pensamiento popular», con apasionadas discusiones como si nos fuese la vida en ello. Por el contrario, aquel informante de Laudio no tuvo reparos en declarar al sacerdote etnógrafo que «se acostumbra llevarlos al menos una semana o hasta el sábado siguiente o bien todo el año hasta el siguiente año». Y no era alguien extravagante sino una persona que había buscado los informantes idóneos para recabar las respuestas al cuestionario etnográfico, conocedores de las costumbres populares antiguas del pueblo.

En otro lugar de sus apuntes [también de 1935 y con un informante local de nombre Daniel Isusi, también alumno suyo en el seminario] añade que los cordones estarán «…atados al cuello de cada uno de la familia. Lo han de llevar hasta el año siguiente». Añadiendo a continuación que «en caso de que a alguno se le rompiese en el transcurso del año, lo lanzará instantáneamente al fuego, después de hacer la señal de la cruz».

Un año al cuello… Y, sin embargo, hoy nos choca. Y aquello que antes debía ser normal hoy parece motivo de herejía.

Así las cosas, opino que esa rigidez en la fechas ha de ser moderna y, si bien su origen puede ser más antiguo, se generalizarían en el uso con la excesiva clericalización que la sociedad sufrió durante el franquismo. Y cuidado con la memoria, que es traicionera…

El harri-jasotzaile –ya retirado– Venancio Ussia, con el cordón benefactor al cuello.

LA OBLIGADA QUEMA
El acto de quemar el cordón era en sí tan importante como el de su bendición inicial ya que, sin el uno o el otro, carecería de poderes benefactores para la salud de la garganta. Hoy es algo que se ha olvidado y que pocos practicamos. Por eso invito a recuperarlo, especialmente si hay niños/as de por medio, ya que la incorporación del fuego dotará a todo ello de un halo de magia hechizante.

El cordón, en el momento previo a ser incinerado

Solía recogerse entre los dedos y, tras hacer una oración o santiguarse con él, se arrojaba al fuego, el elemento purificador por excelencia. A partir de ahí comenzaba a reinar la renuncia, la oscuridad, la mortificación del cuerpo… propios de la Cuaresma. Un período duro, temido e incluso odiado.

Por ello estoy seguro de que, hasta el mayor de los beatos, soñaría con que aquello finalizase cuanto antes y que llegase un nuevo año para poder saludarse airosos por la calle con aquel “sanblasa agerian!” que indicaba que nos iba más el carnaval que la cuaresma, la fiesta que la penitencia y la felicidad que la tristeza. Sanblasa agerian… orain eta beti. Izan zaitezte zoriontsu.

Anexo con las notas textuales tomadas por J. M. Barandiaran el 1 de enero de 1935:

«2 de febrero, San Blas
Bendición de objetos comestibles que se supone tienen eficacia contra las enfermedades, tanto en las personas como en los animales domésticos, principalmente el vacuno.
Consistía en pan, naranjas, galletas, espigas (enteras siempre) de maíz, etc.
Cuando enferma algún animal, se le administran. No existe para este caso ninguna fórmula ritual.
Se bendicen además toda clase de collares metálicos o de hilo. Se acostumbra llevarlos al menos una semana o hasta el sábado siguiente o bien todo el año hasta el siguiente año. 
Se les atribuye alguna eficacia como amuleto, creyéndose que al que los lleve no le atacará "ningún mal de garganta".
Es corriente entre erdaldunes la frase euskerica "SAN BLASA AGIRIAN" ('el san blas a la vista') cuando por algún motivo se deja ver.
NB: estas prácticas están en uso solamente en los caseríos»