Quiero ser arcángel. 8 de mayo.

Quiero ser arcángel, sí. Y es que ya me diréis que a quién no le va eso de vivir en los cielos y gozar de placeres, exenciones fiscales… Sin ruidos, con barras libres… Sin tener que comprar la comida, ni madrugar, ni fregar… A tope y sin sentirte luego mal por los excesos.

Aunque, todo hay que decirlo, a los humanos nos lo han puesto un poco jodido. Porque ser beato o mejor santo está bien, no le vamos a quitar mérito, pero es a base de haberlas pasado canutas aquí abajo: o te has jodido de hambre o te han torturado o te han comido los leones… Y de pillar cacho, nada. Hasta los calentones están radicalmente prohibidos. Así es que ya veis qué plan más excitante. No sé hasta qué punto compensa pasarlas aquí más putas que Caín —¿no tendría que ser «más putas que Abel»?— para meter el morro en ese mundillo. Yo, personalmente, veo eso de ser santo como una cosa de pringadillos, de aficionados de poca monta.

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Pero ser arcángel es otra cosa. Ahí naces así y ya lo tienes hecho. Sin hincarla ni dar palo al agua. Un poco como los Borbones, que vives del cuento y encima te adoran y vitorean.

Para que me entendáis, es como ser el encargadillo de los ángeles: un chollazo. De hecho eso significa el “arc-” inicial de su nombre: ‘superior’. Entonces un arcángel es un ‘ángel superior’. Carpeta bajo el sobaco para aparentar que haces algo y paseítos y jamadas para cerrar tratos por ahí. Poco más: y a vivir que esta vida son cuatro eternidades.

No como los ángeles, siempre currando a tope, atentos para que nadie se salte un semáforo en rojo, para que no nos tiremos de cabeza a esa piscina que cubre poco o enamorando a bobalicones. Una labor que roza la esclavitud y que en absoluto está bien pagada. Y además no pillan porque no tienen sexo: «¡Mierda con la tara! ¡Podían habernos hecho sin las plumas!» Me los imagino maldiciendo su destino…

Así las cosas, podríamos decir que los arcángeles “viven como Dios”. Pero es que nos quedaríamos cortos: yo creo que viven hasta mejor. Porque el jefe supremo también debe de andar a tope: ya veis que ni siquiera tiene tiempo para atender las injusticias, el hambre, guerras o violaciones… Así es que, pudiendo elegir, me quedo con lo de ser arcángel. Tienen tal libertad de actuación, que incluso van de incógnito para que no les controle nadie: por eso se les cita sólo dos veces en la Biblia y de chiripa o descuido. ¡Vaya colada se metió algún evangelista!

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Son tan secretos que no hay ni una lista definitiva y varía según la religión que los trate. Pero daremos por buena la nuestra y no las otras, como con tanta cortesía hacemos siempre.

Así contaríamos con un equipo de siete, cada uno con su campo de acción, una especie de ministerio pero sin ni siquiera llevar el maletín. Por tanto, nuestros arcángeles son Miguel (Ejércitos), Gabriel (Comunicaciones), Rafael (Carreteras, Sanidad y Amores), Uriel (Patrimonio inmueble), Raguel (Justicia: como veis, el gran desconocido, el que tiene el mundo como lo tiene), Sariel, (encargado de enderezarnos a los Pecadores) y Remiel (Resucitados o puertas giratorias).

Os habréis percatado de que los que más necesitamos son los que menos se lo curran. Pero claro, como es el cielo y allí no hay tensiones, tampoco se les puede recriminar nada, para que no se estresen.

Por el contario, de entre todos ellos ¿cuál es el más activo, el más conocido, el que más vitoreamos con diferencia? ¡San Miguel! El que reparte hostias a diestro y siniestro. El de las peleas, el matoncete de los recreos.
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¿Y cuál es el que más nos ha gustado a los vascos y vascas en toda nuestra trayectoria histórica, al que hemos hasta nombrado como patrón y protector de Euskal Herria? Pues ese mismo: San Miguel, el zumbón. De los otros, ni una mísera ermita. Aquí el que no levantaba piedras o mataba algún dragón, era tenido por mingafrías, por excesivamente vago. Y no se le hacía aprecio… que es como hacer desprecio.

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¿Y a qué viene todo esto? Pues para decir que hasta a la Iglesia le sonó a excesiva esa veneración tan exaltada hacia San Miguel y sus mortales leñazos. Y  le quitó con un decretazo todo el boato y culto a su celebración del 8 de mayo, una fecha que hasta entonces era bien ensalzada y esperada. Porque como sabréis, la fiesta principal del fenómeno este, la celebramos en septiembre, el 29. Y no era cuestión de repetir en otro día. Así lo sentenció la Santa Madre Iglesia.

Pero, como decíamos, hasta no hace mucho, se celebró el 8 de mayo, para conmemorar que —dice la tradición— una vez San Miguel «el matachín» bajó de los cielos y estuvo charlando con un pastor —que por cierto estaba acojonado y pálido pensando que le iba a caer una mano de brillantina— en Italia, en el monte Gargano, en la espuela de la forma de bota que hace el país. Dicen que en el año 492. Pero no os lo puedo asegurar del todo porque no había nacido. Ni siquiera recuerdan mis padres habérselo escuchado a los abuelos.

Y ese 8 de mayo que tan cerca tenemos hoy, ha sido referencia y origen para muchas fiestas de nuestros pueblos que tan desvinculadas vemos ahora, porque por nada el mundo relacionamos el 8 de mayo con San Miguel, nuestro Done Mikel. Pero en otro tiempo era tal su relevancia que hasta se tenía por un hito en el calendario, asociado a las labores humanas con la que procurar la supervivencia a la prole de la casa.

Por eso se dice en la sabiduría popular aquello de SAN MIGEL MAIATZEKO, GURE SOROA LAIATZEKO, es decir, ‘por el San Miguel de mayo, a layar nuestro huerto’
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La ‘laia’ es, como sabréis, un apero agrícola con el que se voltea la tierra antes de sembrar. Una especie de braván o arado manual del que ya hablaremos en otra ocasión.

Consultados mis padres me comentan que sí, que la fecha en cuestión podría ser una buena referencia. Pero que en función de la bonanza atmosférica también se solía adelantar algunos días. Y que lo ideal era dejar volteados esos trozos de tierra y que se empapasen con alguna tormenta de primavera, con esas preciadas gotas cálidas… porque eran las que le daban «otra gracia a la tierra». Luego, lo que es el sembrado en sí, se hacía pasados unos días, en torno a San Isidro, el día 15, el de santo labrador.

Pero no nos referimos al sembrado de trigo, etc. cuya sementera se hacía en noviembre-diciembre sino al de la siembra primaveral del maíz, las alubias… aquellas especies americanas con las que aquí erradicamos el hambre que hasta entonces nos retorcía. Por eso, saciados, dejamos paulatinamente de adorar a aquel brutote San Miguel, porque aprendimos que en la vida hay que hablar más y hostiarse menos.

No por ello hemos de olvidar la referencia que supone el 8 de mayo. Por nada del mundo. Ni del cielo. Y a lo dicho: que no vayáis de chulos por la vida. Que por mucho que lo pretendáis, serlo de verdad son siete: los arcángeles. Por eso yo quiero ser uno de ellos. Me pido ser cubrebajas de Rafael, el de los amores, el del roce sin pecado. También por eso quiero ser arcángel. Podéis ir en paz.