Arrodillaos, tejeros del mundo

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El 22 de octubre tuve la suerte de hacer una visita en la tejera de Arearrieta (Orozko, Bizkaia), dentro de las Jornadas Europeas de Patrimonio. Y allí me quejaba sin consuelo posible, confesando a los pacientes participantes que me gustaría tener un «formal», una pieza artesanal de madera que se usaba en las tejeras como molde para dar la característica curva a las tejas. Para el que lo desconozca, me encanta el tema y he hecho alguna que otra investigación y divulgación al respecto. Es decir, que lo de hoy no es una locura transitoria sino crónica.

El formal es, si cabe, el elemento más identificativo de la labor de los tejeros, una pieza que obsesivamente he buscado durante años por círculos de coleccionistas o anticuarios virtuales y reales habidos y por haber… sin éxito alguno.

Pero en aquella visita estaba escuchando, silencioso, Kepa Untzaga Aretxederra cuyo precioso segundo apellido (‘roble hermoso’) nos entronca con los propietarios de la tejera de Zaldu (Gordexola), una de las últimas en apagar su horno en Bizkaia.

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Pues bien. Ni corto ni perezoso ayer acudió a otra salida de montaña que habíamos organizado en Orozko para hablar de leyendas y mitología locales. Y al final, apenas sin testigos, me hizo entrega de este par de formales que os muestro, así como otra pieza tosca (un «pisón») y un molde de hacer ladrillos, con sus vástagos para practicar los agujeros. Muerte súbita…

«Llevaban 60 años esperando que alguien se fijase en ellos…» me ha dicho mientras nos cruzábamos las miradas. «Y –ha continuado diciendo– precisamente gracias a ese olvido se han librado de acabar en la basura o fuego». Y me los ha dado para que yo los viva…

Para disgusto de mi pareja o de mi madre o de mi suegra (no es machismo: es así, tal cual), van a ocupar un lugar destacado en el salón de mi casa. Un salón que tiene mucho de museo y bastante más de preocupante «síndrome de Diógenes patrimonial». Un salón que haría enfermar de estrés al más inalterable ladrón.

Pero quiero que esos formales estén ahí, enaltecidos en ese altar doméstico, majestuosos, dignos, para verlos todos los días de mi vida. Para observar sus imperfecciones y esos agrietamientos de la madera que magistralmente supieron reforzar con unas partes metálicas que aún les añaden más encanto. Para sentir de continuo el pulso de aquellos tejeros parlanchines de xíriga (lenguaje de los tejeros asturianos con muchas palabras en euskera), aquellos temporeros que llenaban con sudor los días y con lágrimas las noches. Porque quiero que su simple visionado diario se convierta en un homenaje hacia aquellas humildes gentes.

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Así es que soy en estos momentos un ser muy dichoso. Plenamente feliz con algo que no son sino unos trozos viejos de madera, algo inservible para el resto de la humanidad pero importante para mí. Ayer, precisamente, que fuimos a las nieblas de Trangatx para decir que según la leyenda hay allí enterrado un tesoro…

Mila esker, bihotz-bihotzez a la familia Aretxederra. Y al resto espero mostrároslos siempre que visitemos una tejera o nos animemos a hacer unas tejas. Izan ondo edo, ahal dela, ni bezain zoriontsu bizi.

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IMÁGENES. En la foto antigua, dos de los tejeros muestran su formal, con tanto o más orgullo que con el que os los muestro yo. En las nuevas, captura del instante en que los dos formales y demás elementos se reencuentran con la vida en las otoñales riveras del Nervión.