[EUSK] Maiatzeko ura, udaberriko ekaitz ezagunen eskutik datorrenean, epela izaten da. Horregatik, landareentzat oso onuragarria dela uste izaten da. Hortik dator gaztelaniaren esamolde ezaguna: «como agua de mayo».
Jada gogoratzen ez duguna da, antzina, jendeak ere euri-ur horien onuraz baliatu nahi zuela, landareek egin bezala.
Hala jaso zuen Jose Migel Barandiaranek Euskal Mitologia bere lanean (jatorrizko aipua, gaztelaniaz emanda): «Helburu horrekin, maiatzean euria ari zuenean, jende asko ateratzen zen estali gabe, orain dela gutxi Euskal Herrian nahiko zabalduta zegoen ohitura baten arabera».
Gaur, ohitura eder hori galdutzat jotzen dugu, eta, are okerrago, ahaztutzat.
[CAST] El agua de mayo, cuando viene de la mano de esas tormentas tan típicamente primaverales, suele ser cálida. Y por ello se considera muy beneficiosa para las plantas. De ahí la conocida expresión del castellano «como agua de mayo».
Lo que ya no recordamos es que, antiguamente, también las personas pretendían beneficiarse de las cualidades de esas benefactoras gotas de lluvia, al igual que lo hacían las plantas.
Así lo recogió José Miguel Barandiarán en su obra Mitología Vasca: «A este fin, cuando llovía en mayo, muchas personas salían descubiertas al aire libre, según costumbre bastante extendida, todavía hace poco, en el País Vasco». Hoy, damos esa bella costumbre por perdida y, lo que es peor, por olvidada.
La contestación era oro molido. Nunca
habíamos hablado de ello en casa, por lo que aquella respuesta me dejó
estupefacto.
Era diciembre de 2018 y, en una
visita rutinaria a casa de mis padres, les pregunté por una extraña creencia
que el sacerdote José Miguel Barandiaran había recogido en sú día de un
informante de Laudio —J. C. de Orue— en 1935.
Decía en aquellos apuntes manuscritos y aún sin publicar que «se cree [en Laudio] que las cerdas del caballo, depositadas en un lugar pantanoso o simplemente húmedo, al cabo de tres meses, se convierten en culebras».
Sabía además que aquello no era algo puntual o local sino que se trataba de una creencia generalizada, ya que teníamos otras referencias recogidas en otros pueblos por el también sacerdote R. Mª Azkue: «Un cabello puesto en una jofaina se convierte en culebra», «Las crines de yegua se convierten en culebras en el agua», «Las culebras de los arroyos son producción de los pelos del caballo» entre otras (Euskalerriaren Yakintza-I, 1959).
Al preguntarle —y sin poner mucha esperanza en la contestación—, pronto respondió mi padre, airoso, fehaciente como pocas veces, sintiéndose dueño y señor del relato: «Sí, hombre… Yo también he visto de chaval. Ya me acuerdo de una vez que, cuando éramos chavales, hizo Pedro al lado de casa. Sí, unas culebras, con pelos de yegua en un bote… Allí se veía como se les iba haciendo la cabeza, dentro del agua. ¡Bah! Pero al de un tiempo nos aburrimos y lo tiramos todo».
Se refería a Pedro, el hermano
con el que estaba todos los días, su gran confidente y que acababa de fallecer
un par de meses atrás.
Dejó el relato y, pensativo,
volvió a ensimismarse mientras movía una y otra vez, inquieto, las leñas del
fuego bajo.
Pronto mi madre, que también había recibido con asombro aquella creencia que ella desconocía, sin pretenderlo, volvió a encauzar la conversación. «Buf, las culebras… ¡qué asco de animales! Enseguida se metían en la cuadra para poner los huevos al calor de la basura. Y lo malo es que bebían la leche».
Y es que, para quien lo
desconozca, a pesar de no tener nada que ver con la realidad, dentro del
conjunto de las creencias populares, se piensa que las culebras y serpientes
pierden el sentido por la leche, una tentación que les resulta irresistible.
Así contó como a «alquien conocido de no sé qué caserío» —porque así de imprecisas son y han de ser esas referencias que validan todo sin ser verdad— le había sucedido que la vaca no daba leche, ni un día ni al siguiente ni al otro, hasta que se dieron cuenta que había una culebra en la cuadra. Porque las culebras se yerguen y maman la leche de las ubres sin que los animales se den cuenta. Legendaria es la astucia de estos animales, como nos inculcaron desde la misma Biblia.
Aquella debilidad también se aprovechaba para sacarlas de la cuadra. Ahora al unísono y solapándose, los dos —padre y madre— me aseguraban que se ponían varios platos, enfilados, con un poco de leche en cada uno para así ir indicando a la culebra el recorrido que debía tomar para salir hacia la calle, para alejarla del caserío. Varios platos o no, porque a veces también valía con uno solo. Y funcionaba, vaya que si funcionaba… aunque nadie lo ha visto jamás.
Asimismo, en nuestra misma casa vivía Angelita —Ángela Goiri Egia (1925-2019)— natural de los caseríos de Izardui (Laudio) y que, por diversas razones de vecindario, para mí siempre había sido una especie de tía.
Recuerdo cómo, siendo muy chavales, nos contaba con todo lujo de detalles un caso que ha ella le habían contado recientemente. Una vez más, le había sucedido a «un chaval conocido de no sé qué caserío» que le mandaron ir a coger agua a la fuente. Con tan mala suerte que, fatigado, se durmió mientras llenaba el botijo. Recostado en el suelo, una culebra se le introdujo por la boca y se alojó en su interior. Nadie adivinaba a saber qué le sucedía a aquel muchacho que, de un día para otro, iba perdiendo salud. Hasta que a alguien más experto, se le ocurrió pensar que podría tratarse de una serpiente. Llevaron al muchacho a la fuente y lo colocaron en la misma postura, recostado y con la boca entreabierta, imitando en lo posible el estar dormido. Fuera, un plato bien colmado de leche que pronto surtió efecto: salió la culebra y por allí se perdió entre unos matorrales. Por eso nos advertía Angelita que, como moraleja, había que tener cuidado de no dormirse en el monte. Y menos con la boca abierta.
Entusiasmado con lo que me habían
contado mis padres, le pregunté de nuevo por aquel relato de 40-50 años atrás.
No lo recordaba ya. Falleció unos meses después.
Quizá el olvido fue una respuesta natural pues, siendo como era buena cristiana e intuyendo su final, no olvidaría la maldición bíblica lanzada sobre el reptil: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, entre tu prole y su prole». Y es que desde entonces la serpiente pasó a ocupar para siempre un lugar maldito en su relación con los humanos. De ahí que nadie quiera saber nada de ellas salvo en cuentos y creencias. Desgraciadamente, en breve habrán dejado para siempre las culebras de beber platos de leche. Más aún si eran culebras de aquellas que se metían en el caserío, aquellas que se fabricaban con pelos de yegua metidos en un bote de agua…
Notas: Aunque sea una creencia propia de Vasconia, no es exclusiva de ella, ya que es algo compartido en el tercio oeste de la península así como en varios países de Sudamérica.
De las serpientes que bebían de los pechos de las mujeres, se dice que insertaban la cola en la boca del bebé para engañarlo y para que así no despertase a la madre. Otra muestra de su legendaria astucia…
Por otra parte, al introducir los pelos en agua se retuercen y pueden dar la sensación de movimiento. O quizá se relacione esta creencia con algunos animalillos que habitan en el agua no corriente de algunas fuentes. Quizá de ahí la costumbre, también del ámbito vasco, de purificar con una expresión jaculatoria (amén, Jesús…) aquellas aguas que se cogían tras la oración que anunciaba la llegada de la noche. O introducir un tizón encendido en el recipiente, haciendo con él la señal de la cruz.
Zer erantzun ez zekitela geratu ziren. Eta berriz itaundu ziotenean ez zuen dudarik egin: «Ea hauetatik zein den animalia gaiztoa?!» erantzun zuen ozenago oraindik.
Nire alabatxoa izan zen, duela aste bi inguru, jaiotzei buruzko erakusketa bat ikusten geundela. Aurrean, Erdi Aroko jaiotza baten erreprodukzio artistiko bat genuen, mandoaren eta idiaren buruak ageri-agerian.
Azalpenak ematen ari zen Xabier Santxotena eta gurekin zeuden gainerako bisitariak, kanpotarrak, harrituta geratu ziren ez zutelako galdera «ezegoki» haren zergatia ulertzen. Eta, lotsagorritu samar, taldean aurreratu nintzen eta, atzamar akusatzailea ateraz irudiko abere baten aurpegia seinalatu nuen: «Hauxe da gaiztoa: mando bihurria…». Ustekabean, saltsa ederrean sarturik nengoen eta ordurako ez zegoen atzera egiterik.
Jarraian eta arineketan –bisitaren erritmoa ez oztopatzeko– azaldu nien guztiei seguruenik bere amamak –nire amak– kontatuko ziola umeari, beti atso-ipuinekin dabilelako, esamesaka: mandoa gaizki portatu zen jaungoikoarekin eta horregatik zigortua bizi da, kumeak eduki ezinean. Nire inguruan, sinesmen eta kondaira horiek ezagun samarrak dira, arruntak, baina ez seguruenik hiritarrentzat. Horregatik kontatuko dizuet, denboraren poderioak ahanztura kolektiboan barreiatu baino lehen.
Dakizuenez, mandoak astarren [asto ar] eta behorren arteko kumeak dira: zaldi eta astemeen artekoak ere badira baina ez ditugu hain arruntak. Eta naturaren kontrako gurutzatzea izateagatik –espezie ezberdin bi– normalean antzuak izaten dira eta ezin dute ondorengorik izan.
Arrazoia kromosoma kopuruetan dago (behorrek 64 eta astoek 62) baina herri-kulturak beste azalpen bat bilatu zion, erlijioari lotua noski, ahalik eta sinesgarritasun gehien emateko, ahalik eta zalantza gutxien pizteko. Nire amak oraindik hala dela sutsuki defendatzen du. Agian egoskorkeria horretarako arrazoi bakarra da ez diola muzin egin nahi iraganari, ez duela ume garai goxoetan ikasitakoa betiko atzean utzi nahi. Susmatuko duelako horri uko egiten dionean bere zikloa itxita egongo dela… Neuk ere, horrela segitzea nahiago dut.
Edonola, honela kontatu digu hamaika mila bider: Jesus, Betleemgo estalpe edo harpe batean jaio zen eta, negua zenez, hotzak jota zegoen. Sehaska, bertan gerizaturik zeuden animalientzako ganbela batean egin zuten nola edo hala Mariak eta Josek.
Bertako animaliek antzematean, aurrean zutena pertsona ez ezik jaungoikoa ere bazela, beroa ematera eta gurtzera hurbildu zitzaizkion.
Mandoa eta idia ziren. Eta idiak, prestutasun eta noblezia osoarekin, bere hatsaz berotu zuen umea. Eta irri egin zion, eskerturik: nahikoa idi guztiak betiko bedeinkatzeko. Mandoa, ordea, maltzurkiago jokatu zuen eta, aurrean janaria izanda ezin izan zion tentazioari eutsi eta umearen ohea ziren lasto batzuk jan zituen. Eta horregatik, babes hori kenduta, umea hoztu zen. Jaungoikoak mandoaren portaera gaitzesgarria ikusi zuela hura zigortzea erabaki zuen eta «animalia madarikatua izango zara eta zuk eta zure ondorengoek ez duzue kumerik izango» esan ei zion. Hitz zehatz horiekin kontatzen du nire amak: halaxe esan omen zion Jaungoikoak, hitz bat bera ere aldatu barik… Eta hor hartu zuten patua: geroztik eta madarikazio horren ondorioz, antzuak dira mandoak.
Luze hitz egin genezake kontu honetaz baina lehenik eta behin argitu behar da Biblian ez direla inon ere aipatzen mando eta idia Jesusen ondoan. Geroago txertatutako zerbait da, beraz. Kristauen aita-santuak ere hala zela aitortu zuen duela gutxi eta sekulako matxinada egon zen bere mendekoen artean: fededunek kondaira nahiago zuten errealitatea baino. Nola izango zen, bada, erlijiodunak baldin badira!! Baina itzul gaitezen galdutako bidera.
Historian atzera eginda, ohartuko gara lehenbiziko jaiotzen irudikapenetan idia eta astoa presente daudela, marraztuta. Eta hainbat tokitan oraindik uste izaten da astoa zela Jesukristorekin zegoen animalia eta ez mandoa. Hau guztia, testamentu zaharreko Isaias profetaren hitz batzuekin lotzen delako: «Ezagutzen du idiak bere jabea eta astoak bere jabearen ganbela; baina Israelek ez du ulertzen: nire herriak ez du adimenik». Baina askoz zaharragoa da Jesusen jaiotza (Testamentu berria) baino.
Beste batzuek gizarterako animalia eredugarri bezala interpretatu dituzte: mandoa –oraingoa bai, mandoa eta ez astoa– eta idia dira gizakiok gaizkien tratatzen ditugun animaliak eta bizitzan pairatu besterik ez dute egiten, batere plazer unerik gozatu gabe. Baina gero jaungoikoak sarituko zituen, hautatu zituelako munduko gainerako animalien artetik bere etorreraren lekukoak izateko, Betleemgo estalpean. Eta horrek irakaspena dakar: gizakiok apalki jasan behar ditugula bizitzako oinazeak, amaieran jaungoikoak eskertuko digulako eta bere ondoan edukiko gaituelako. Boteretsuak jasan eta iraultzarik ez, beraz.
Amaitzeko, hona nire interpretazioa. Jaiotzak, ezagun den moduan, 1200. urteaz geroztik hasi ziren egiten, San Frantzisko Asiskoaren ekimenez. Eta berehala hedatu ziren mundu osotik. Erdi Aroko mende haietan bereziki obsesionaturik zegoen Eliza haragizko bekatuekin. Eta sexuarekin edo okelarekin berarekin –sexurako eragilea zelako– zerikusia zuen guztia debekatzen edo ezabatzen zuten. Garai haietan, Gabonetako janarian ere aplikatzen zen eta ezin zitekeen animalia-haragirik jan, ezta arrainena ere, sexuaren bekatura bideratzen gintuelako. Sexua, haragia… deabruak galbidean barrena gu eramateko amarruak zirelako.
Horrexegatik, Gabonak, purutasun gehienaz inguratu behar zen unea zen. Eta ideia hori islatu nahi izan zen jaiotzetan, sortu ziren garaiari dagokion bezala. Orduan, animalia asexuatu bi jarri ziren, bata zikiratua eta bestea antzua. Tentaziorako zirrikiturik gabe, unibertsoko piztia eta etxabere guztien artetik, bekatutik urrunen zeuden animaliak.
Eta zergatik bata bedeinkatua eta bestea madarikatua? Lehena gure kulturaren abere totemikoa izan delako: gogora dezagun aldareetan ere gurtzen zirela idi buruak, «taurobolio» izenekoak. Urrutira joan barik, Amurrioko Elexazar aztarnategian Juanjo Hidalgo nire lagunak aurkitutakoa. Oso barneraturik zeuden behi-aziendak herri-sinesmenetan, haren kontra egin ahal izateko.
Eta mandoa… baliagarria bada ere, naturaren kontrakoa da, ez jaungoikoak sortua, sexu harreman zikin eta degeneratu baten ondoriokoa… Nola ez zuen Elizak txartzat? Mandoentzat ez dugu inoiz hitz ederrik izan…
Interpretazio zital haien ondorioz, mando gizajoak beti izan dira gaizki tratatuak gure kulturan. Horregatik lehengo egunean alabak «zein da gaiztoa?» galdetu zuenean Jesus umea bera seinalatzear egon nintzen… eta nire atzamarra bere aurpegiaren aurrean jarriz mendetako bidegabekeria salatu. Baina ez dakit zein puntutaraino den hori justizia edo heresia. Eta seguru ez zela zalantza hori planteatzeko unerik egokiena: bi milatik gora jaiotza zeuden niri begira eta gainera… Gabonetan gaude!: aintza eta gloria gure gehiegikeriei.
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