No a todos les va mal

Desde mi casa tengo la opción de ver bosque, un buen río y muchas aves. Me gusta observarlas y sobre todo escucharlas en los amaneceres.

Estos días están exultantes, alegres, dichosas como pocas veces se las puede ver. Se acercan más que nunca a las viviendas, nos tantean, revolotean, buscan alimento tranquilas porque, al no andar por la calle ni humanos ni perros humanizados, se han sacudido el estrés que habitualmente les generamos.

Como si de una bendición divina se tratase, coincide nuestra clausura humana con la cría de las primeras nidadas de algunas especies, el cortejo para el «txikitxiki» de otras y la fabricación de espectaculares nidos de las demás. Y, por la situación actual, pueden enfrentarse al cien por cien a ello, sin interferencias de la omnipresente presión humana. Es decir, nuestra ofensiva de muerte está facilitando la generación de vida por otra parte. Debe de ser lo del ying y el yang que tanto repiten los flipados y hippyes.

Un zorzal y la vida amparadas por la primavera

Nuestro aislamiento va a suponer —y ya está suponiendo— un balón de oxígeno para la naturaleza ya que, definitivamente, somos incompatibles con ella.

Estamos viviendo hechos históricos de los que se tratará, publicará y reflexionará mucho en el futuro. Cercano y lejano. Espero que también se hable de aquel nuevo equilibrio y reencuentro con nuestra naturaleza, sobre aquel aprender a escuchar al alma de nuevo, alma que en no sé qué maldito día vendimos gratis al diablo.

Mirlo. Foto: www.herrerillo.com (Ricardo Rodríguez)

Por mi parte, no me queda más que agradecer a esos pajarillos de delante de casa los espectáculos que inconscientes me ofrecen a diario. En especial a ese mirlo —aquí los llamamos «tordos»— truhán y tunante como pocos, que para engatusar a las chicas hace cabriolas y anda en diagonal frente a ellas. Con éxito porque una, «la más torda», ha sucumbido a sus artes. No sabe esa cómo somos los chicos cuando nos ponemos…