Por su propensión a la inalterabilidad, la Cofradía de “Sant” Roque de Laudio (desde 1599) muestra en la actualidad diversas costumbres que dejaron de existir hace mucho entre nosotros. Es por ello una ventana al pasado, una muestra continua de pequeños detalles fosilizados en el devenir tiempo que hacen que adquieran un valor en conjunto netamente patrimonial.
Una de esas perlas es la “fora del vino”, un acto previo a la fiesta, en el que diversos bodegueros presentan sus mejores caldos. A continuación, reunidos en el pórtico de la iglesia, varios catadores voluntarios —el que lo desee— se encargan de catar y puntuarlos. Así, el vino ganador será el que se consuma en la comida de la cofradía y se venda a los cofrades que lo soliciten, suponiendo además un reconocido galardón para el orgulloso productor de vinos que tomará parte en la comida como invitado de honor. Pero, ¿qué es exactamente la “fora”?
Una vez más todo el mundo habla o opina vagamente de la ella pero sin saber realmente de qué se trata o de dónde surge ese nombre tan “exclusivo de nuestro pueblo”. Pero que, una vez más, poco tiene de exclusivo…
La fora. Se trata de un término usado solo en Laudio porque es una palabra que no existe y que, por razones que desconocemos, alguien la puso en uso normalizado. En realidad es la simplificación popular de una supuesta “la afora” —que tampoco existe como tal— pero que el pueblo llano debió asumir para denominar el ῾acto de aforar el vino῾. Y esto sí que existe. Aforar no es otra cosa que ῾determinar o calcular la cantidad, el valor o la capacidad [de algo]῾. Y no lo dice un tarambana cualquiera como yo sino que es la definición que ofrece la Real Academia Española. Se trata de someter “a fuero”, regularlo con la reglamentación oportuna.
Desde el Antiguo Régimen y reglamentado por diversas ordenanzas, el ayuntamiento tenía el control y monopolio sobre el comercio y consumo de algunos productos, que usaba como fuente de financiación gravándolos con impuestos. Así, volviendo a nuestro caso, regulaba por medio de un cargo municipal denominado regidor el control de medidas así como el consumo y abasto —suministro— del vino en el pueblo, sacando a subasta anual la capacidad de negociar con ello, a cambio de recibir el consistorio dinero y otros pagos en especies, como posteriormente veremos.
Condiciones. Varias e interesantes son las condiciones de aquellos remates —subastas— que constan en la documentación de Laudio, siempre dirimidos en inquietas pujas “a candela encendida”. Cojamos al azar un pliego de aquellas estipulaciones para hacerse con el suministro del vino del pueblo, la de 1861, pues prácticamente son idénticas y no varían de un año para otro.
En ella se obliga a tener surtido de vino “de Rioja o Navarra” al Valle durante todo el año, una vez “reconocido y aforado por los señores regidores”. Tras el transporte desde el lugar de origen había que presentarlo en la alhóndiga local para “su aforo y peso” desde donde se llevaría “a las tabernas, tan pronto como aquel haya tenido efecto, haciéndolo cada vez lo menos de cuatro pellejos”.
Para evitar fraudes y rebajes ilícitos con agua, se obligaba a los taberneros a no tener “más que un pellejo empezado, con su canilla, en su correspondiente burro de madera”.
Su venta estaba muy vigilada y limitada a ciertas tabernas establecidas por el consistorio, para evitar el fraude y la fuga de ingresos para el pueblo.
Cofradías. La excepción, la venta fuera de aquellos lugares señalados, la suponen las fiestas del pueblo. Por eso, en una de las cláusulas habla de que “todo el que pusiere choza [txosna] en las festividades de San Roque será obligado a llevar el vino del Peso Real [de la alhóndiga] y declara que tanto su cofradía como la de San Antonio del Yermo están exentas del pago del arbitrio [el impuesto]”. Es decir, se vendía más barato, sin el recargo del impuesto habitual.
Quiero suponer que desde aquel entonces bebemos con tanta avidez el vino el día de la comida de la Cofradía, como si no hubiera un mañana. Porque si algo se adora en esa celebración no es la vida del bueno de San Roque, sino las grandes jarras de dos azumbres que, como altivos altares, presiden cada una de las cerca de 100 mesas.
Día sin impuestos. Pero volvamos al tema. Por si aquel paraíso fiscal de los bebedores en el día de las dos cofradías —la de San Antonio no existe en la actualidad— nos parece poco, además, los “mayordomos o sus encargados, pueden vender libre de ellos durante las veinticuatro horas de costumbre, no solo a los hermanos [miembros de aquellas cofradías] sino a cualquier otra persona sin que el rematante pueda impedirlo”.
Es decir, que en aquellas dos jornadas el codiciado vino se vendía obligadamente a un precio notablemente inferior, suponemos que con alborozo para los sedientos y regañadientes para el que había adelantado un dinero para hacerse con el abasto de todo el vino del año.
Romerías. También estaban obligados a poner a disposición de los laudioarras buen caldo de uva —aunque esta vez sin exención de impuestos— “en las romerías que se celebran en el Valle”, un vino “puesto para las nueve de la mañana del día de la festividad” y así atender a los más madrugadores y a todos los que durante la jornada acudiesen a la fiesta.
Carreteros. También se fijan en las exigencias para el remate del suministro anual de vinos, el precio estipulado para el transporte en función de que el producto se condujese en carro tirado por mulas desde “Briñas, Labastida y Ollauri” (6,50 reales por cántara), «San Vicente y Briones» (7,00 reales), «Samaniego y Villabuena» (7,50 reales), «Elciego y Laguardia» (8,00 reales) y las navarras «Mañeru, Puente la Reina y Allo«, a 8,50 reales. Así nos da información precisa de la procedencia y gustos de aquellos elixires que por aquel entonces tragábamos. Al margen de ello, se añadía un coste suplementario al transporte para suministrar a la taberna del Yermo, “por la cuesta”, como refleja la documentación.
Ruperto Urquijo. Al leer estos documentos cuesta no tener presente la canción Roque el Carretero de la Rioja de Ruperto Urquijo (1875-1970), en la que describe a las mil maravillas a aquel carretero llamado Roque que acudía a la Rioja para regresar cargado de vino para los sanroques locales. Y cómo eran recibidas en su retorno con cánticos, guitarras, gaitas y alborozo por la gente del pueblo aquellas tres mulas —Leona, Carbonera y Tordilla— que, engalanadas con alegres cascabeles, traían el carro lleno de pipas —barricas— de vino “para traer para fiestas lo mejor de las bodegas”.
Toros. Pero quizá lo que más curioso nos resulta de aquellas condiciones sea la exigencia impuesta al ganador del monopolio del vino en el pueblo, de tener que suministrar “cuatro toros del país a disposición del ayuntamiento para las funciones de San Roque y día que se le designe”. Es decir, corrían a cuenta del vinatero.
Clérigos. En otra de las cláusulas que año tras año se repiten, aparece la exención del recargo impuesto general, no sólo limitada como se ha dicho antes a “los hermanos y demás que compraren el vino durante las veinticuatro horas de la función de las cofradías de San Roque y San Antonio del Yermo […] sino que “son igualmente exceptuados de estos impuestos en el todo respecto a media azumbre diaria por cada individuo eclesiástico”. Un litro de vino diario para los sacerdotes…
Pues sin más, aquí lo dejamos porque me enrollo: que sea de calidad el vino que nos “aforen” este año y que viva siempre el vino por lo que nos hermana. Por los siglos de los siglos, amén.
NOTA: las imágenes antiguas se exponen en la plaza de Haro (La Rioja) y en origen corresponden a diversas bodegas del lugar.