Estoy disgustado porque se ha suspendido el Dolumin Barikua de Laudio, la emblemática feria ganadera del Viernes de Dolores. El virus. Y, dentro de la reclusión a la que para más inri nos somete el bichito, me ha venido el recuerdo de una conversación que sobre esa feria tuve no hace mucho con mi padre y en la que me hablaba de un término que yo nunca había escuchado: la robla, un acto de obligado cumplimiento en los tratos ganaderos del Viernes de Dolores y otras ferias. Le dio tanta importancia en sus explicaciones que creo que es interesante compartirlo.
LOS RITUALES. En la concepción mercantilista actual, una compraventa se limita a ajustar el precio y a transferir la cantidad de dinero acordada.
Pero en la sociedad rural antigua, siempre más conservadora frente a las modernidades, el dinero era algo instrumental, limitado a lo económico pero sin un valor ritual especial. Por ello un hecho tan relevante como la compra o venta de un ganado, había que rodearlo de una serie de símbolos, vestirlo con una liturgia digna de la gran ocasión. Y vamos a describir someramente cada una de las tres inexcusables partes que conformaban esos actos: el trato, el estrechar la mano y la robla.
EL TRATO Y LA PALABRA. Los ganaderos iban vestidos con la tradicional blusa negra que les protegía contra la suciedad del ganado pero, sobre todo, les distinguía como ganaderos o tratantes entre el resto de la multitud. Dicho sea de paso, del trato con el ganado mayor, siempre se solían encargar encargar los hombres.
Todo comenzaba con el avistamiento de la cabeza que interesaba. Y comenzaba el contacto para ajustar la cantidad del trato. Los regateos, como en la actualidad, solían ser prolongados. Porque el vendedor siempre creía que podía sacar algo más y el comprador que estaba acordando un precio superior al que podría lograr.
Una vez llegados a un acuerdo, se daba la palabra. Entre los ganaderos, la palabra dada adquiría un valor simbólico-contractual mayor que cualquier documento firmado. Porque, una vez dada, sería un gran deshonor el echarse para atrás. No solo para el que había fallado, sino para toda su estirpe familiar, por los siglos de los siglos… En cualquier caso, también era habitual tener algunos testigos de confianza para que diesen fe.
DAR LA MANO. Mientras se regateaba, algunos ganaderos jugaban con la mano, haciendo el ademán de estrechársela al otro, pero retirándola rápidamente si no había acuerdo.
Una vez todos conformes con lo ofrecido y demandado, llegaba el apretón de manos que sellaba el contrato, ahora firme y zarandeándolo de arriba a abajo. Asimismo, solía citarse en ese momento la frase «¡trato hecho!«. También solía ser el instante en el que el vendedor deseaba lo mejor al animal que cambiaba de manos, normalmente recurriendo a la invocación del patrón de los animales, San Antonio Abad: «Que san Antonio le guarde el animal» o «San Antoniok gorde dagiala«.
LA ROBLA. Aunque ya estuviese el dinero entregado, en lo simbólico —tanto o más importante que lo monetario— el trato no quedaba clausurado hasta que la parte vendedora cumpliese con el ritual de «la robla«. Consistía en pagar al comprador unas rondas en un bar cercano, un hamarretako —pequeño almuerzo— o una comida o merienda, en función de la generosidad o, mayormente, de la importancia de la venta. Era inexcusable y, ayudados por la tripa llena y los hechizos del alcohol, quedaba resuelta cualquier diferencia o suspicacia que se hubiese dado en la operación. Firmaba la paz y concordia para siempre.
El mismo origen lingüístico del término nos habla de su función. Robla o robra es una palabra que en castellano y según su academia significa ‘agasajo del comprador o del vendedor a quienes intervienen en una venta’. Surge del verbo del latín roborāre que es ‘fortificar’ o ‘dar firmeza’. De ahí surge, por ejemplo, «corroborar».
ROBLONES. Pero, volviendo a Laudio, si observamos el extraordinario pórtico de la iglesia, de hierro, observaremos que sus piezas están unidas —imitando a la torre Eiffel que lo inspiró— por una especie de remaches que se denominan roblones y que tienen el mismo origen lingüístico que nuestra robla mercantil. Un roblón es un ‘clavo de hierro o de otro metal dulce, con cabeza en un extremo, que, después de pasado por los taladros de las piezas que ha de asegurar, se remacha hasta formar otra cabeza en el extremo opuesto’.
Es decir, algo que une y afianza dos partes para siempre. Justo lo que representaba aquel convite que daba por cerrado el trato entre baserritarras.
ALBOROKE. En las poblaciones cercanas y que no perdieron el euskera, se conoce como alborokea o su contracción albokea. Es un término éste con el que se incitaba a menudo al comprador indeciso con una frase repetida que decía «Egizu ba tratua, egin daigun alborokea» (‘haz el trato y hagamos el alboroque’).
Se trata en realidad de un préstamo léxico de la palabra castellana alboroque ‘agasajo que hacen el comprador, el vendedor, o ambos, a quienes intervienen en una venta’ y que procede del árabe alborok ‘gratificación’y éste a su vez del hebreo berek, ‘bendición’.
Así es que benditos sean todos aquellos tratos que se cerraron con un buen alboroke o robla y maldito el virus que nos ha dejado este año sin nuestra feria de Dolumin Barikua.