Los bufones de Llanes, el grito desgarrado del «cuélebre» enamorado

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Cuentan que en el Camino del Norte, en las etapas asturianas entre Colombres a Llanes y la siguiente hasta Ribadesella, la senda costera atraviesa los bufones de Santiuste, Arenillas, Antilles y Pria, un fenómeno natural creado, en este caso concreto, por el mar Cantábrico en las aberturas de los acantilados de roca caliza, cuando la energía de las mareas vivas atraviesa, desde la base del bufón mediante un chorro de agua, que asciende a través de la chimenea, liberando un bramido desmesurado. La leyenda identifica el tremendo sonido como el grito desgarrado de un demonio convertido en serpiente alada (muy parecida a un dragón); es el llamado 
«cuélebre», enamorado de una joven asturiana, a la que no pudo desposar al ser derrotado por el apóstol Santiago y, luego, arrojado al mar, desde donde resurge a través de los bufones gimiendo y lamentando su desdicha.

El mito del «cuélebre» no es exclusivo de la mitología asturiana, sino que también pertenece a la mitología leonesa y cántabra, aunque con denominaciones parecidas como: culebre, culebro o sierpe; siempre descrito con unos ojos ígneos, cuerpo tapizado de escamas, grandes alas de murciélago y larga cola. Las leyendas de los «cuélebres» se pueden encontrar en abundantes pueblos de los territorios por todo el planeta Tierra, con características distintas, según las creencias específicas de cada comarca, si bien su ocupación más extendida es la de guardián de tesoros con la salvedad de que los aldeanos del lugar tienen que gratificarle y/o alimentarle mediante diferentes procedimientos.

En el caso concreto de la leyenda de los bufones de Llanes, cuentan que el «cuélebre» exigía a los aldeanos la entrega de una doncella para devorarla, de forma que, en una ocasión una joven asturiana fue ofrecida a la bestia, la cual al verla quedó prendado de su belleza. El animal se transformó en un atractivo mozo que intentó seducir a la muchacha, pero la chica, aterrorizada, se encomendó al apóstol Santiago, que se enfrentó al «cuélebre» al que venció y arrojó al mar. Desde entonces, a través de los bufones de Llanes, cuando el mar se enfurece, pueden escucharse los aullidos del «cuélebre».

Otra versión de esta misma leyenda narra que el padre de la chica, al conocer el asunto, empujó al «cuélebre» a las aguas del Cantábrico; incluso una tercera interpretación detalla como los campesinos prepararon una sabrosa torta de pan que llenaron de clavos, tijeras y cuchillos y, mediante engaños, se la dieron a probar a la bestia, que se la tragó de un bocado, retorciéndose de dolor. El «cuélebre» herido y humillado se metió en su cueva gritando por siempre.

El sonido de las campanas, compañero fiel en el Camino de las Estrellas

Cuentan que los peregrinos y peregrinas en todos los caminos escuchan un sonido, compañero fiel a lo largo de los siglos, que les acompaña y recuerda la ruta a seguir; es el tañido de las campanas, soniquete persistente de una métrica musical que, según cada caso, tiene un significado diferente. El lenguaje de las campanas se utiliza para anunciar a la comunidad cualquier  circunstancia: accidente, convocatoria, acontecimiento religioso, festivo o luctuoso, o, simplemente, para orientar a las personas perdidas. De hecho son conocidas en los Caminos a Santiago (en la foto, la capilla de Santiago (1328) en la región francesa de Allier) de los repiques de las campanas de la Colegiata de Orreaga Roncesvalles guiando a los caminantes a través de la niebla al atravesar el collado de Lepoeder o el puerto de Ibañeta en el Pirineo. El eco de las campanas cabalga a lomos del viento para llevar a los solitarios peregrinos y peregrinas hasta la meta final, Santiago de Compostela.


Las campanas se producen en bronce (78% de cobre y 22% de estaño) y, habitualmente, cuando se bendicen se les da un nombre, que suele estar tallado en su borde; como por ejemplo la de la Catedral de Iruña Pamplona apellidada «María» o la de la Catedral de Oviedo, considerada la más antigua, que se llama «Wamba» o la más grande  (17 toneladas) de la Catedral de Toledo, nombrada como «Campana Gorda». Pero no todas las campanas tienen carácter religioso, como la llamada «Libertad», situada en Filadelfia (Estados Unidos). 

La verdad es que las campanas nunca anuncian un mismo mensaje: cuando su sonido es violento y desbocado proclaman una emergencia o la llegada de un temporal; cuando tañen lenta y pausadamente «tocan a difuntos» y cuando repican de forma enérgica y vital avisan las bodas. Y si nos ceñimos a los toques religiosos, las campanas convocan a la celebración de la Santa Misa (primero media hora antes, luego, a los quince minutos y, finalmente, un minuto antes de que comience el oficio religioso). Los toques más conocidos suelen ser los que se escuchan en los conventos: «Maitines» suena al alba; «Ángelus» es a mediodía y «Vísperas» es el repique a la puesta de sol para rezar por las almas del purgatorio.

Muchos son los pueblos que emplean diferentes tipos de campanas en sus ceremonias religiosas, como en oriente (sintoístas y budistas), o las consideradas primigenias en el antiguo Egipto, Babilonia o en el imperio de Roma. El sonido de las campanas vuela por el Camino de las Estrellas, entre el cielo y la tierra desde hace siglos, difundiendo sentimientos distintos a cada caminante.

Amaiur, el último reducto navarro que resistió el Reino de Castilla

Cuentan que en el Camino del Baztán, una vez atravesado el puerto de Otsondo, en la localidad de Maya, se encuentran los restos del Castillo de Amaiur, el último reducto del Reino de Navarra que se resistió a la rendición al Reino de Castilla. El próximo 19 de julio se cumplirán 502 años de la capitulación de la fortaleza navarra a las huestes del rey Carlos I que, días después, ordenó la destrucción de la fortaleza, desde sus cimientos,  de forma que no quedará «piedra sobre piedra». El Castillo de Amaiur se encontraba en un lugar estratégico del Pirineo navarro y era un fortín pequeño, fiel guardián del camino de gran importancia comercial y de paso para los ejércitos, que unía la capital del «viejo reino» entre Iruña Pamplona y Baiona. El Reino de Navarra hacia el siglo XII integraba, además, al Señorío de Bizkaia, Gipuzkoa y Araba, aunque el Reino de Castilla «acosaba» los territorios navarros, sobre todo por la influencia de dos bandos nobiliarios que fraccionaban el feudo navarro: los beaumonteses (del clan de los oñacinos), que respaldaban a Castilla y, por otro lado, los agramonteses (de la agrupación de los gamboinos), que apoyaban a los reyes franceses. 

A partir de 1512 Amaiur va a cambiar varias veces de manos a partir de la decisión del rey de Aragón, Fernando, el Católico, que conquista el reino navarro, con la bendición papal. Los intentos por parte francesa de Juan III de Albret y Catalina de Foix fracasaron perdiendo, además, las fortalezas de Donibane y Amaiur. Un año después, un ejercito franco-navarro reconquista Amaiur, que poco tiempo más tarde, vuelve a manos del rey aragonés, que ordena reforzar el castillo, aumentando la guarnición hasta un centenar de infantes, gruesas murallas, con foso alrededor de la ciudadela medieval, y piezas de artillería: 2 cañones, varios sacres y culebrinas (tiraban balas de 4 y 6 libras), y algunos búzanos de pequeño calibre.

Hacia 1521, de nuevo, un ejercito franco-navarro logra hacerse con la totalidad del «viejo reino» pero en la primavera de 1522 las tropas imperiales van reconquistando el terreno perdido obligando a los navarros a retirarse al Castillo de Amaiur. En el bando contrario, el virrey de la corona castellana, el conde de Miranda, ha comenzado a formar una milicia numerosa que en su avance hacia Amaiur incorpora mas efectivos con la idea de aislar y conquistar la fortaleza navarra. En total el ejercito asaltante se ha convertido en unos cinco mil soldados en el momento de comenzar el asedio.

Por parte de los defensores son sólo un centenar de hombres capitaneados por Jaime Vélaz de Medrano acompañado de su hijo Luis; además de los caballero nobles: Miguel de Xabier; Juan de Azpilicueta, señor de Sada; Fernando de Azcona, señor de Etxarren; Víctor de Mauleón, señor de Aguinaga, junto a su hermano Luis; Juan de Olloqui, señor de Azcona; algunos clérigos junto al prior de Belate, Juan de Desojo; y navarros ilustres como Martín de Munarriz, Mateo de Iturmendi, Charles de Sarasa, de Sanguesa; y Juan de Arizala, conocido como «Buruleum», y sus tres hijos; Juan Martínez de Anchóriz, de Esteribar, con su hijo; y Martín de Mascarón, de Caseda. Completan la defensa, algunos soldados franceses de Lapurdi y campesinos armados. Enfrente tenían un ejercito de unos 5.000 hombres formado por 1.500 soldados expertos de otras guerras; 2.500 beamonteses (movilizados por orden imperial); unos 600 jinetes y militares castellanos. Este ejercito imperial contaba con una importante artillería: 3 enormes cañones, 1 culebrina, 2 sacres, 6 falconetes y 4 ribadoquines. 

El 13 de julio de 1522 comienza el cerco al castillo de Amaiur y en los dos días siguientes se lanzan los primeros asaltos, que son rechazados. Luego, en las siguientes jornadas, la artillería castellana inicia el bombardeo de la fortaleza navarra pero los descomunales cañones revientan de tanto fuego continuado y quedan inservibles. En las jornadas siguientes persisten los ataques, siendo herido el virrey de una pedrada en la boca y, también, muerto Antón Aguacil, el antiguo alcaide de Amaiur. Todos estos desastres enfurecen al conde de Miranda que ordena al maestro artillero Jacobet que coloque bajo el cubo sur del castillo barriles de pólvora y que los haga estallar, produciendo una gran brecha.

Así, Jaime Vélaz de Medrano entrega la fortaleza el 19 de julio con la condición de respetar la vida de los defensores, que son trasladados y encarcelados en Iruña Pamplona. Un mes más tarde, el capitán del castillo de Amaiur y su hijo aparecen muertos en la cárcel y el emperador Carlos I ordena la destrucción de la fortaleza navarra hasta que no quede «piedra sobre piedra».

Hoy en día, un monolito sobre las ruinas del castillo de Amaiur recuerda la heroica defensa.

La niña mártir Santa Eulalia, patrona de Mérida, que sufrió trece tormentos

Cuentan que en el Camino Mozárabe, cuando enlaza con la Vía de la Plata, a su paso por Mérida, este municipio tiene una especial devoción a la niña mártir Santa Eulalia, patrona de la localidad extremeña, que ensalza su festividad cada 10 de diciembre, mediante una solemne procesión. Todo esta celebración recuerda la primera persecución de los cristianos en la península ibérica, hacia los años 303 y 305 ordenada por el emperador Diocleciano, cuando se produjo el martirio de Santa Eulalia, una niña de 13 años hija del senador romano Liberio convertida al cristianismo por el presbítero Donado. En estos años de persecución fueron numerosos los cristianos que sufrieron martirio como, por ejemplo, en Valencia, San Vicente; en Gerona, el centurión Marcelo; en Tarraco, el obispo Fructuoso y los diáconos Augurio y Eulogio; o en Hispalis, las alfareras Justa y Rufina; todos perdieron la vida por no renegar de su fe.

Hacia los primeros años del siglo IV se produjo el martirio de Santa Eulalia, la niña virgen y mártir tan venerada en Mérida, desde hace muchos años, donde se sitúa el llamado hornito de la santa patrona emeritense, un oratorio erigido, con restos de piedras aparecidas en la localidad extremeña, correspondientes a un templo dedicado al Dios Marte, en el mismo lugar donde Santa Eulalia padeció su martirio. En realidad, se denomina hornito porque allí  los romanos quemaron viva a la niña. 

La crónica del martirio de Santa Eulalia comienza cuando su padre, el senador Liberio, pretendió distanciar a su hija del peligro de la persecución de Diocleciano aislando a la niña en su casa de campo, a las afueras de la llamada entonces Emérita Augusta, hasta que finalizase la caza de los cristianos. Pero la niña escapó y se presentó en la ciudad ante el gobernador Daciano, escoltada por un cortejo de ángeles, negándose a adorar a los dioses romanos porque esas leyes no podían ser obedecidas por los cristianos. Daciano intentó persuadir a Santa Eulalia presentando a la niña las torturas que podía sufrir si no ofrendaba sacrificios a los dioses romanos, pero fue en vano y la adolescente se mantuvo en la fe cristiana. 

Trece, fueron los suplicios padecidos por Santa Eulalia: fue flagelada con correas de plomo, la mutilaron con garfios de hierro, le derramaron aceite hirviendo, le lanzaron plomo derretido, le revolcaron sobre cal viva, le golpearon con varas de hierro, le restregaron por cascajos de tejas rotas, le quemaron las heridas con antorchas, le cortaron los cabellos y la pasearon desnuda por la ciudad, le arrancaron las uñas de manos y pies, le ataron a un potro de tortura para descoyuntarle los huesos y, finalmente fue quemada. 

Una vez muerta Santa Eulalia, de su boca salió una paloma blanca que ascendió al cielo, al tiempo que los crueles verdugos huían horrorizados, mientras comenzaba a nevar cubriendo el cuerpo de la santa y toda la ciudad de Mérida durante varios días.

El pueblo cordobés de Hinojosa del Duque, el último reducto del maquis

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Cuentan que en el Camino Mozárabe, la localidad de Hinojosa del Duque, (en la fotografía, una placa recuerda el lugar de la cárcel) fue uno de los pueblos de sierra de Córdoba, donde los republicanos «aguantaron» más allá del final de la Guerra Civil, después de la última gran batalla en el frente entre Hinojosa y Villanueva del Duque, donde participaron 92.500 soldados de la República y 72.000 por parte de los franquistas; con 8.000 muertos y 22.000 heridos por ambos lados. Aunque no finalizó todo después de este combate del 5 de enero de 1939 porque Hinojosa se transformó, tiempo después, en uno de los pueblos más destacados por el castigo sufrido y la dureza de la represión. Muchos de los jornaleros, mineros, médicos, maestros y trabajadores del campo, se convirtieron en maquis y guerrilleros que se «echaron al monte» para continuar luchando en la zona del Río Zújar. La fosa del cementerio de Hinojosa, donde en cuentan los restos de más de 150 víctimas republicanas, es testimonio fiel de la crueldad y violencia habida debido a que esta localidad resultó ser uno de los ayuntamientos, junto al de Belalcazar, donde los milicianos desafiaron al régimen franquista hasta más allá de julio de 1941. Los apuntes de entonces registran también a mujeres ejecutadas por no haber conseguido los fascistas apresar a sus maridos e hijos huidos por la sierra cordobesa. 

Hoy en día, se sabe que las mujeres republicanas cordobesas, en este caso concreto, se convirtieron también en objeto de persecución al igual que los hombres, aplicando sobre ellas el Bando de Guerra, porque actuaron como enlaces, en muchos casos, proporcionando informaciones y suministros a los grupos de guerrilleros donde estaban enrolados sus propios padres, maridos, hermanos e hijos.

Manuela, La Parrillera, es un ejemplo de guerrillera cordobesa, aunque no fue la única, que tuvo por regla básica a lo largo de su vida: «un sueño de libertad que mereció la pena», a pesar de las palizas recibidas por los fascistas para que traicionase a su pareja, su padre y su hermano y les llevase hasta ellos. Manuela era analfabeta, su mérito residía en apoyar a los suyos, defendía la ideología por la que peleaban, llevando por las noches víveres e información a los huidos en la sierra, por lo que la Guardia Civil la interrogaba y maltrataba hasta que ella también «se echó al monte»; donde dio a luz un bebé que falleció.

En realidad, los maquis y guerrilleros de la sierra cordobesa son los grandes olvidados, aguantaron una continua persecución, sufrieron torturas terribles, cárcel y, en muchos casos, la «desaparición» en el fondo de una fosa común. Durante años, esperaron con ansia la ayuda de Europa y, tiempo después, la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, que les libraría de la opresión; hasta que perdieron la esperanza y se convirtieron sólo en supervivientes de la democracia y la libertad.

Mari, la Dama de Anboto que enamoró al Señor de Bizkaia

Cuentan que Bilbao, la capital del mundo, fue fundada por el Señor de Bizkaia, Don Diego López de Haro V mediante la «Carta Puebla» fechada en Valladolid el 15 de junio del año 1300. Además, Bilbao es, habitualmente, punto de salida del Camino de Santiago de la Montaña Olvidado y final de etapa del Camino del Norte y de la Costa. Dicho esto, una fábula describe, en el origen del linaje de los Señores de Bizkaia, a Don Diego López de Haro como «un excelente montañero» que gustaba recorrer las sierras más emblemáticas del País Vasco tratando de capturar todo tipo de animales. Así, un soleado día se detuvo a descansar en una de las laderas del monte Anboto (1.331 m), una de las cumbres más importantes de Bizkaia, un lugar donde «reside» La Dama de Anboto, el personaje más notable de la mitología vasca precristiana; considerado y personificado como la madre tierra, o la reina de la naturaleza que se encarga de llevar el buen y el mal tiempo a través de las cumbres y comarcas del País Vasco. Fue entonces cuando, según se cuenta, en aquel descanso, el Señor de Bizkaia descubrió a una hermosa mujer de la que quedó enamorado.

Mari, la Dama de Anboto, suele ser representada como una bella dama, de largos cabellos rubios, que suele estar sentada en la entrada de su cueva peinando su larga melena con un peine de oro. Muchas son las leyendas que se cuentan de la Dama de Anboto, que suele tener diferentes hogares, según la montaña que se mencione, pues cada cierto tiempo surca los cielos de cumbre en cumbre, según decida quedarse en el Txindoki (1.346 m), el macizo de Itxina del Gorbea (1,483 m), Oiz (1.026 m) el Mirador de Bizkaia, el Aketegi (1.551 m) o en cualquier otra cordillera del País Vasco; Mari habita donde ella dispone porque, según la tradición, ha sido vista en muchos de los montes vascos. 

El origen de Mari se refiere a que era una preciosa niña, la cual vivía con su madre en una aldea del País Vasco. Un día la madre se enojó mucho con su hija, a la que maldijo: «Ojalá te lleve el diablo»; justo en ese momento, Satanás se presentó apoderándose de la joven mujer y dirigiéndose con ella a la cima de Anboto, desde entonces, donde tiene su principal morada.

Pero volviendo al enamoramiento de Don Diego López de Haro sucedido en el monte Anboto, cuando Mari se acicalaba encima de una peña cantando, Diego preguntó a la mujer quien era y que estuviese callada porque le espantaba la caza. «Soy una mujer de alto linaje» replicó, a lo que el Señor de Bizkaia dijo que era el dueño de aquella tierra y que se casaría con ella; a lo que ella respondió afirmativamente, aunque puso una condición: «tienes que prometerme que nunca te santiguarás en el interior de nuestra casa».

El matrimonio tuvo un hijo y una hija y vivió feliz durante un tiempo hasta que, un día, Don Diego López de Haro olvidó su promesa. Mari, «ipso facto» se alejó con su hija volando hacia el monte Anboto, donde, al lado de la morada de su cueva, existe una pequeña fuente de la que hay que beber si el deseo demandado a la Dama de Anboto quieres que se haga realidad.

El General Miguel Ricardo de Alava y Esquivel evitó el saqueo de Vitoria

Cuentan que en el Camino Vasco a Santiago de Compostela, que atraviesa el Túnel de San Adrián por el parque natural de Aizkorri-Aratz, los peregrinos y peregrinas encuentran en la etapa que finaliza en la capital alavesa, el monumento a la Batalla de Vitoria, situado en la Plaza de la Virgen Blanca, el cual contiene en su base inferior la efigie del general Miguel Ricardo de Álava y Esquivel, montado en su caballo, siendo reconocido por el pueblo de Vitoria Gasteiz por haber evitado el saqueo de la ciudad. Esta Batalla de Vitoria fue el último acontecimiento bélico de la llamada Guerra de la Independencia cuando las tropas aliadas, formadas por soldados hispanos, portugueses y británicos, al mando de Arthur Wellesley, Duque de Wellington, derrotaron a los ejércitos franceses de «Pepe Botella» en su huida a Francia. El músico alemán Ludwig van Beethoven, este mismo año de 1813, compuso su Sinfonía de la victoria de Wellington en la Batalla de Vitoria, que fue estrenada el 8 de diciembre en el Auditorium de la Universidad de Viena.

Las crónicas de la época cuentan que el General Alava al finalizar la Batalla de Vitoria, sabedor de las tropelías y abusos que realizaban las tropas de ambos lados, capitaneó la unidad británica de los húsares de Von Alten, entró en la capital alavesa, expulsó a los franceses y ordenó cerrar las puertas de la muralla. De esta forma, evitó el saqueo de Vitoria que los ejércitos de ambos lados ya habían hecho en otras ciudades. 

Las tropas franceses en su desbandada, camino de Francia, paralizaron las vías de escape, con innumerables vehículos, carruajes, animales y pertrechos, llenos de oro, joyas, objetos de arte, dinero y todo tipo de botines de anteriores batallas. El hermano mayor de Napoleón, José Bonaparte, conocido como «Pepe Botella», en su espantada abandona su carruaje y el tesoro real con sus efectos personales (sello, ropa y sables) y al galope se lanza hacia Salvatierra de Alava, donde logra llegar ya de noche; salvando su vida. Pero detrás de él quedaron más de diez mil franceses entre muertos y heridos, además, de una colosal cantidad de prisioneros. El ejercito imperial francés se encontraba en «el principio del fin».

Miguel Ricardo de Alava y Esquivel, conocido como el General Alava, tuvo una vida azarosa, inmerso en numerosos acontecimientos militares y relaciones diplomáticas al más alto nivel, que le permitieron una dilatada red de amistades y contactos internacionales, como la que gozó con el Duque de Wellington, el Rey de los Países Bajos, Guillermo de Orange o la reina de Francia, María Amelia de Nápoles y Sicilia, esposa de Luis Felipe I. Participó, por ejemplo, en la batalla de Waterloo y en la de Trafalgar, fue presidente de las Cortes, embajador y presidente del Consejo de Ministros, además de innumerables e importantes cargos militares y políticos.

Saturnino, el eremita berciano derrotado por Satanás

Cuentan que en el Camino Francés, en los montes de León, en las cercanías de la Cruz de Ferro, (en la foto, el refugio de Tomás de Manjarín, donde desde hace tres décadas se facilita hospitalidad a peregrinos y peregrinas), hubo en los siglos X y XI una gran concentración de eremitas, pues en aquellos tiempos, estaba en auge la búsqueda del conocimiento y la exaltación mística colectiva. Es en este llamado «Valle del Silencio» donde aquellos anacoretas, seguidores, inicialmente, de San Fructuoso y, posteriormente, de San Valerio y de San Genadio, comenzaron siendo pobres y sin necesidades económicas hasta llegar a influenciar en la vida material y espiritual de los campesinos de esta comarca al sur del Bierzo, donde hubo mas de cincuenta monasterios en la Edad Media. Todo este prodigio de religiosidad en los montes de León, en la comarca de los Montes Aquilianos, produjo a lo largo de aquellos años una «invasión» de ermitaños interesados por el conocimiento, la meditación y la mística, como, por ejemplo, el aplicado discípulo de San Valerio, Saturnino, que recitaba salmos, levantaba oratorios y, además, realizaba curaciones y actos paranormales. 

Lo cierto es que la realidad del discípulo, Saturnino, era otra, según cuenta su maestro San Valerio, que le califica en sus escritos de, «soberbio, ladrón y apóstata». Así, este aprendiz de fraile, en un acto de arrogancia, decidió emparedarse en una cueva para buscar la soledad y la oración, conminando a que nadie atendiese sus necesidades. Pero Satanás «supo del desafío» y se presentó en la cueva para atormentar al monje durante el día y la noche, propósito que logró finalmente. Saturnino fue derrotado por la maldad del diablo y salió muy enojado de su encierro; se apropió de muchos de los libros escritos por San Valerio y, montado en un borrico, huyó del lugar vociferando y echando pestes en contra de la comunidad de sus hermanos religiosos, sin que a partir de ese momento se volviese saber de él.

Esta historia y muchas más ocurrieron en este «Valle del Silencio» donde San Fructuoso de Brácara erigió el Monasterio Rupianense (consagrado a San Pedro y San Pablo), en recuerdo de un castro desaparecido llamado Rupiana. Mucho tiempo después, se nombra abad a San Valerio, un religioso eremita del Bierzo, que amplió y confirió un gran impulso al monasterio, sobre todo mediante las enseñanzas de los libros manuscritos por este prior. Finalmente, la invasión de los musulmanes arrasa el convento, que vuelve a ser levantado de su ruinoso estado a comienzos del siglo X por San Genadio de Astorga, ermitaño visigodo, que conservó su fe cristiana en medio de las tierras musulmanas. Hoy en día, este Monasterio de San Pedro de Montes esta siendo restaurado por la Junta de Castilla León.

Castilla consiguió la independencia del Reino de León por un logaritmo de un celemín de trigo

Cuentan que el trato por un celemín de trigo fue, según la leyenda, el resultado por el que Castilla consiguió la independencia del Reino de León (en la foto, una figura de la catedral de León con el escudo del Reino de León). Todo ocurrió en el siglo X cuando el conde castellano Fernán González se presentó en las Cortes de León con un precioso caballo y un atractivo azor ante el rey leonés Sancho I, el cual quedó cautivado por los animales. El monarca quiso comprar ambas posesiones del noble castellano que, por no ofender al soberano, ofreció regalárselos, propuesta que fue rechazada. Al final, decidieron fijar un precio insignificante por la compra: un celemín de trigo; aunque el contrato guardaba una «letra pequeña», es decir, los cuatro o cinco kilos equivalentes a un celemín de trigo se duplicarían por cada día de retraso en el pago. La deuda se incrementaría al siguiente día a dos celemines, cuatro al tercero, ocho al cuarto y así continuamente.

La «letra pequeña» del acuerdo era un logaritmo que, básicamente, se define como una operación matemática inversa a incrementar un número a una potencia. Por ejemplo, si elevamos dos al cubo obtenemos ocho, el procedimiento inverso sería el logaritmo de ocho en base dos, que proporciona el exponente, en este caso, tres. Pero, seguramente, nadie hizo los cálculos y el rey Sancho I estimó que un celemín era una cuota insignificante y se olvidó de la deuda.

Pasados siete años Fernán González dispuso suspender sus impuestos sin informar al rey de León porque estimaba que a partir de ese momento era el Reino de León el que estaba en deuda con Castilla.

Así, los asistentes de Sancho I hicieron los cálculos del déficit con Castilla: En total habían transcurrido 2.556 días desde que se cerró el trato y el valor de ese número de días de una progresión geométrica de razón 2 y cuyo término inicial es un celemín; de forma que el término reflejado en celemines será de 1×2 (2556-1), es decir, hay que multiplicar 2x2x2x2x2x2…. hasta 2.555 veces. Hoy, el cálculo se puede hacer mas fácilmente mediante la fórmula logarítmica

La realidad final resultó que Sancho I no tuvo más remedio que capitular a las evidencias del conde Fernán González porque no se producía suficiente cantidad de trigo en todo el Reino Leonés para hacer frente a la deuda y, de esta forma, Castilla obtuvo la independencia.

La paz es la historia del monasterio visigótico de San Froilán de Tábara

Cuentan que en el Camino Sanabrés de la Vía de la Plata en la localidad de Tábara, los Amigos del Camino de Santiago de Zamora y la Fundación Ramos de Castro, recomiendan a los peregrinos y peregrinas que, «la paz es la historia del monasterio visigótico, la encomienda templaria y las reivindicaciones del pueblo a la nobleza, buscaron la paz a través de la fe, el trabajo o la justicia. Y el monasterio mozárabe de San Froilán, en el siglo IX que aquí hubo. La paz dio a todos y a la humanidad los beatos. Caminante, que encuentres la paz en la andadura y sea tu vida la huella». Se refiere esta inscripción al monasterio habido en el siglo X en Tábara, clásico fin de etapa del también llamado Camino Mozárabe Sanabrés, en las cercanías de la sierra de La Culebra, y población donde se escribió e ilustró uno de los códices más hermosos que existen, el «Beato de Tábara». El ilustrador medieval, Magius fue quien comenzó el manuscrito, el cual fue concluido por el monje Emeterio en el año 970 después del fallecimiento de su maestro.

Hacia el año 915 el convento de Tábara (en la fotografía, su torre de estilo románico), fue escuela de copistas, pintores e ilustradores, y llegó a contar, según las crónicas de la época, con unos 600 monjes de ambos sexos, que realizaban copias de distintos códices manuscritos con los Comentarios del Libro del Apocalipsis de San Juan (Explanatio in Apocalypsis), que servía para difundir entre frailes y feligreses —de forma transparente y convincente— la creencia de la llegada del fin del mundo en el año mil; todos estos conceptos se divulgaban en el período de Cuaresma para buscar el arrepentimiento de los creyentes que, de esta forma, entenderían los horribles castigos que el Apocalipsis traería y las recompensas que obtendrían los cristianos justos.

Al monasterio de Tábara se le ha atribuido un origen visigótico, pero según la Biblia de Juan y Vimara, fue el obispo de la catedral de León San Froilán quien, junto al obispo de Zamora, San Atilano, fundaron el cenobio de Tábara con el apoyo del rey Alfonso III de Asturias a finales del siglo IX. Posteriormente, hacia el año 988 fue incendiado por las huestes de Almanzor y, años después hacia la mitad del siglo XII, Doña Sancha, hermana de Alfonso VII, legó todo el valle de Tábara a la Orden de los Templarios, desencadenando diversos enfrentamientos entre el obispado del Reino de León y la comunidad templaria. Hoy en día, la Iglesia de Santa Maria ocupa el lugar del monasterio desde el siglo XII.

Tábara es uno de los pueblos del Camino Mozárabe Sanabrés, final de etapa para los peregrinos y peregrinas que vienen por la antigua vía romana desde Sevilla o Mérida para conectar con el Camino Francés en Astorga o, en cambio, continuar por Orense hacia Santiago. En la actualidad, su albergue municipal es de acogida tradicional, donde la hospitalidad es la referencia primordial, porque uno de los marqueses de Tábara, Bernardino Pimentel, dejó escrito en su testamento que, siempre, sus herederos debían acoger a los peregrinos y peregrinas en su casa.