Niñoviazgos

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La niña se echó el martes novio y a su padre le dio un amago de infarto. Casi de tal calibre como el que sufrió cuando se enteró de que la Pantoja y Paquirrín podrían dar las campanadas de fin de año. Y ustedes no se relajen, que hay críos que se emparejan en la haurreskola, aunque luego hagan ventosa y no se vayan de casa hasta los cuarenta años. La mía ha encontrado a su tercio de naranja con cinco primaveras. Y digo tercio porque su novio es polígamo. Al padre, por supuesto, le he ocultado ese dato. Bastante tiene con digerir que su pequeña tiene un pretendiente, como para explicarle que lo comparte con otra en el recreo. Y ya nos podemos dar con un canto en los dientes porque hay niñas que tienen un novio en el cole, otro en el barrio y otro en la academia de inglés.

Sobrepasado, tras leerle la cartilla a la pobre -se embaló y si no le paro, le suelta la charla de sexo y drogas de los 15 años-, el padre de la criatura se personó ayer en el patio y abordó al miniyerno para interrogarle sobre sus planes de futuro. A corto plazo, dijo el bendito, tenía pensado ir al baño porque se estaba meando y, ya de mayor, quería ser Spiderman. A mí me pareció muy práctico poder saltar de la Torre Iberdrola a las Isozaki para repartir pizzas evitando atascos, pero a él lo de la malla marcapaquete no le convenció. Ayer los tres inconscientes se casaron. Para desengrasar, le tuve que contar al padre lo de la detención del Dioni en Acorralados. Seguro que para mañana a la tarde, con eso del divorcio exprés, ya se han separado.

Inspira o revienta

Todavía estás trabajando?», me pregunta más de uno asombrado, a siete semanas de dar a luz. Y una de dos, o me ven como un pez globo a punto de reventar o aquí la peña está habituada a cogerse la baja preventiva, antes de que le duela algo. Ahora, tampoco tengo intención de romper aguas en el trabajo. Más que nada porque por debajo de la moqueta pasa el cableado y no quiero electrocutarme y que me salga el niño fluorescente, como los gatitos esos inmunes al sida. Aunque, bien pensado, me ahorraría el Gusiluz y encontraría a la primera el chupete disparado a propulsión en plena madrugada. Aun así, espero retirarme a tiempo, no vaya a asomar la criatura en la redacción y me la envuelvan en el periódico de ayer, como si fuera un bocata de txistorra o un indigente prematuro. Que las cosas están mal, pero qué menos que usar el suplemento, que es de papel cuché.

Mientras tanto, compatibilizo la jornada laboral con un cursillo intensivo de relajación para soportar estoicamente los comentarios que se me vendrán encima tras el parto. «Es igualito que tu difunto aitite». «Amama, que ese bebé no es el mío, que ese es el de la cama de al lado». Entonces, se asomará a la otra cuna y, sin atisbo de rubor, insistirá: «Es igualito que tu difunto aitite». Vamos, que ya se lo traía pensado. Estoy segura de que si le pusiese el pelele de Osakidetza a una cría de orangután con cuatro pelos alborotados, ella seguiría erre que erre. Paciencia. Inspirar, espirar, inspirar, espirar…

La aitatxartela

Aprovechando que ayer las txosnas nos concedieron una jornada de reflexión, anduve dándole vueltas a cómo evitar que los niños malcriados se salgan siempre con la suya ante la pasividad de sus incompetentes padres. Un asunto que te mina la moral en fiestas, donde los aprendices de listillo se te plantan delante en el desfile de la ballena, se te cuelan en las barracas o saltan encima de tu hijo en los hinchables. Acostumbrados a tener barra libre, de nada sirve intentar hacerles entrar en razón por mucho que diga Supernanny.

La última vez que lo comprobé fue en la abarrotada área infantil de El Arenal. Un niño cabezón, en todas las acepciones de la palabra, quería arrebatar el columpio a mi hija. La pobre trataba de explicarle que debía esperar su turno, pero a él le parecía más rápido usar su fuerza bruta. Los padres, como siempre, desaparecidos en combate. Y tú, sin atreverte a toser al pequeño salvaje, no vaya a ser que te denuncie. Para evitar males mayores, te acabas marchando, pero la mala leche te dura todo el día.

Y digo yo: ¿No sería posible sacar un carné de padres por puntos? Que tu hijo no respeta las normas, dos puntos de penalización. Que insulta a otro niño, otros tres puntos menos. Que le pega, retirada inmediata del carné. Y al que pierda la aitatxartela, que le manden a la escuela de padres a hacer un cursillo. Previo pago, que escuece más. Si no lo hacen, tendré que borrar a la cría de violín y apuntarla a kick boxing, como quería el pragmático de su padre.

¿Presidenta yo?

Calamardo

En su afán por aprendérselo todo los niños no discriminan. Lo mismo se saben los nombres de los habitantes de Fondo de Bikini -desde Bob Esponja hasta el último pecezuelo animado- que se aprenden el de José Luis Rodríguez Zapatero. Quizá porque su mirada tristona se parece cada vez más a la de Calamardo. Y lo memorizan justo ahora que está a punto de espicharla, políticamente hablando. Es un incordio, pero a los hijos, como a los antivirus, hay que actualizarlos

Y en esas estaba el pasado fin de semana, intentando explicarle a la cría que en unos meses, salvo providencia divina o meteoritazo espacial, iba a mandar en España un señor de barbas que se llama Rajoy. «¡Qué morro! Y a nosotras ¿cuándo nos toca?», me saltó la mocosa toda indignada, como si la presidencia del Estado rulase entre los vecinos como la de la comunidad. Pues solo faltaba que, además de por las humedades -en julio nos han salido en la escalera más caras de Bélmez que en todo el año pasado-, me tuviese que pelear en los pasillos del Congreso por si tapizamos de cebra los escaños o mejor nos subimos el sueldo aprovechando que los parados están mirando para otro lado. 

Ahora que, si por ella fuese, gobernaba tan ricamente con cinco años. Pero si luego tienen un ministro de Economía de color amarillo y agujereado, a mí no me vengan a pedir cuentas, que la del bajo se ha ido a Benidorm y bastante tengo con pescar los calcetines que se nos caen al patio con un cordelito y un gancho.